Os presento el primer relato de mi nuevo libro "Tus deseos: Relatos románticos". Que ya podéis descargar aquí.
Espero que lo disfrutéis y os animéis a dejar vuestros comentarios. Estaré encantada de conocer vuestras opiniones.
Estaba esperando, sentada en una
cómoda silla del restaurante donde había aceptado tener la cita a ciegas -de la que ya me estaba
arrepintiendo-,
cuando noté que llevaba más de cinco minutos de retraso.
No podía evitar tamborilear mis
dedos sobre la mesa. Ya pensaba que tendría que cenar sola. Aunque a decir
verdad, no sería ninguna novedad, hacía semanas que pasaba de salir con más
tíos. Mis amigas trataban de emparejarme con todo aquel que creían apropiado
para mí, pero ninguno captaba mi atención. La mayoría de ellos no valían la
pena, ni siquiera para una cena como aquella; demasiado lujo para algo que,
estaba segura, no saldría bien.
Estaba cansada de todo eso, y
además llegaba tarde… Al día siguiente mataría a Clara, a la que ya consideraba
en la lista negra de mis amistades, por haberme citado con un colega que según
ella: era “perfecto” en todos los sentidos. Y ni siquiera era capaz de llegar
puntual.
La verdad es que había perdido
parte del apetito que suelo tener a las diez de la noche. No pasaba muy a
menudo, pero mi humor había decaído bastante al ver que no se presentaría el
tal Guillermo.
Pues había perdido su oportunidad, y yo, mi tiempo.
—No volverá a pasar —susurré
molesta.
Me levanté de la silla y me dirigí
al bar. Tomaría una copa y me marcharía a casa. Lo primero que iba a hacer en
cuanto llegara, era llamar a Clara y ponerle los puntos sobre las íes. No
permitiría que me concertara más citas, estaba harta.
—Alicia, estás preciosa.
Levanté la mirada y me encontré con
la seductora mirada de Alberto, el camarero que ya era un buen amigo. Solía
venir al restaurante a cenar casi todos los fines de semana: con mis amistades,
con mi hermana y ocasionalmente con una cita. Normalmente terminábamos tomando
unas copas bastante más tarde, pero esta noche era distinto. Después de un
plantón como aquel, necesitaba desahogarme y como no me gustaría irme borracha
a casa, me decidí a pedir solo una copa de vino tinto.
—Gracias, eres un encanto.
—¿Cómo es que no te quedas a cenar?
Parecía realmente interesado en mi
respuesta, pero la verdad es que me sentía avergonzada por el motivo por el estaba
allí tan temprano.
—Bueno yo…
No sabía qué decirle, me sonrojé al
notar que dos hombres que charlaban entre sí se volvieron para mirarme. Uno de
ellos era bastante alto, moreno y con unos ojos verdes que me miraban con
atención. El segundo era algo más bajito, no estaba en tan buena forma como el primero
y parecía querer estar en otro lugar, ya que su expresión era de una
incomodidad total. No era demasiado atractivo, por lo que centré mi atención en
el moreno.
Me arrepentí de inmediato, ya que parecía que iba a lanzarse sobre
mí en cualquier momento.
—Perdona, ¿eres Alicia Domínguez?
—Eh, sí… ¿y tú eres…?
Dejé de hablar. No podía ser.
Posiblemente era mi cita a ciegas de esta noche, y resultaba que en lugar de
presentarse, me había dejado esperando para tomarse unas cervezas con su amigo.
Me sentí molesta y algo furiosa con
toda la situación. Le miré entornando los ojos y esperé su respuesta. No era la
que esperaba.
—Soy Carlos —miró a su derecha y
señaló con la cabeza a su amigo bajito y poco atractivo— y éste es Guillermo.
—Oh, encantada, supongo —dije con
sarcasmo.
Me tendió la mano y la acepté.
Sentí escalofríos con su contacto y me derretí por su mirada abrasadora.
Desconcertada por un momento, desvié mi atención hacia su amigo: mi cita. Me
sentí algo confundida por la reacción que había tenido con Carlos, pero aún
estaba enfadada por haber sido plantada.
—Lo siento, pero no sé si puedo
decir lo mismo —Alberto, que reía por lo bajito, se calló en cuanto lo fulminé
con la mirada—. ¿Me dejas plantada y te quedas tomando cervezas tan tranquilo?
—Discúlpame —susurró mirando hacia
abajo—. Lo siento mucho, de verdad. Será mejor que me vaya.
Se marchó y nos quedamos los tres
mirándonos. Alberto se escabulló rápidamente para atender a unos clientes, dejándome sola con él.
—Oye, siento mucho todo esto.
Miré a Carlos y sopesé sus
palabras. No parecía sentirlo en absoluto; sonreía con sorna, como si le
divirtiera lo ocurrido. Quise enfadarme, pero la verdad es que me sentía
aliviada, al menos no había tenido que soportar a un plasta más, durante una
cena entera.
—Ya, bueno, creo que es mejor así.
—Seguro, Guille no es nada
divertido.
—¿Qué? ¿Acaso no es tu amigo?
Atónita observé cómo se reía a
carcajadas, me dieron ganas de decirle que se fuera al cuerno.
—Para nada, solo es un compañero
del trabajo. Vine con él porque sabía que no saldría de su casa si no era así.
Es muy tímido y la verdad, no sé por qué aceptó la cita a ciegas, hace años que
no sale con nadie.
—Vaya, genial. Tengo una suerte…
—Si tanto te gusta puedo ir a
buscarle —dijo sonriendo descaradamente—. Solo era una broma —soltó a ver mi
expresión.
Si Alberto no me hubiera servido en
ese momento el vino que pedí, me habría ido en ese instante.
—¿Te tomas una copa conmigo?
—Paso.
Mi respuesta seca no parecía
afectarle para nada, desvié la mirada y me concentré en la copa que tenía
delante, para evitar mirarle fijamente.
—¿Por qué?
—Oh, veamos… Porque no quiero más
citas, creo que no saldré con nadie jamás.
—Venga, yo tampoco soporto las
citas, así que, ¿por qué no vamos a mi casa directamente?
Le miré como si le faltara un
tornillo… o dos. Pero por alguna razón la idea me resultó de lo más atractiva.
Era guapísimo y la camisa gris que llevaba, se ajustaba a un torso y unos
brazos musculosos que deseaba poder explorar más a fondo.
Ese pensamiento cruzó mi mente y ya
no pude pensar en otra cosa. Sin decir nada, vacié la copa de vino. Noté que me
miraba e intentaba descifrar qué estaba pensando, pero no le hice caso. Pagué
la cuenta y le miré desafiante.
—¿Nos vamos?
Su expresión cambió. Parecía decidido
y su mirada era ardiente, me repasó de arriba abajo y sonrió de una manera tan
seductora que me hizo encogerme por dentro. ¿En
qué estaría pensando? Debo de haber perdido la cordura por aceptar… pensará que
soy una facilona…
Mis confusos pensamientos se
detuvieron abruptamente. Me tomó de la mano y volví a estremecerme de placer
por su contacto. Salimos a la calle y nos dirigimos hacia un coche deportivo
con pinta de ser carísimo. Me resultó agradable el cambio, normalmente mis
citas me hacían subir a coches tan repulsivos como sus dueños.
Me sorprendió cuando Carlos se
detuvo de repente. Apoyándome contra la puerta del copiloto, me acorraló con
sus fuertes brazos y acercó su cara hasta rozar suavemente mis labios. Hizo que
mis rodillas temblaran ligeramente y me apoyara en él para sostenerme. No tardó
en profundizar el beso y ya no era ligero ni suave, sino apasionado y ardiente.
Tanto que creí morir de placer. Sus manos recorrieron mis muslos hacia arriba
para posarse en mis pechos, los masajeó y volvió a bajar las manos hasta mi
trasero; lo apretó con fuerza y pude notar su excitación a través de mi vestido
y sus vaqueros.
—Si sigo así no llegaremos ni a
subirnos a mi coche —susurró para sí mismo.
No pude responder. Sentía que me
faltaba el aliento y la fuerza para articular cualquier palabra.
Guardó silencio todo el trayecto:
casi diez minutos. La tensión sexual se podía palpar. Me di cuenta de que él
también apretaba las manos contra el volante y di las gracias por no tener que conducir en mi
estado de excitación.
Carlos aparcó y bajó rápidamente
del coche para abrir mi puerta. Esta vez no me tocó, aunque yo deseaba sentir
sus labios y sus manos por todas partes. Me tomó de la mano y casi me arrastró
hacia el ascensor, que por suerte estaba en la planta baja. Esta vez no se
contuvo, me apretó contra él y empezó a besar mi cuello, su mano tiró de la
tela de mi vestido corto y lo dejó a la altura de mi cintura, con espacio
suficiente para acariciarme.
Sentía su aliento cálido y dulce en
mi cuello y su lengua recorrer el mismo camino hasta mi clavícula. Siguió
bajando y abrió varios botones de la parte delantera del vestido. Ni siquiera
me lo quitó, bajó un poco la tela para dejar mis pechos al descubierto y empezó
a succionar mis pezones hasta hacerme gritar.
Sin dejar de acariciarme
íntimamente, apartó un poco la tela de mis bragas y después de acariciar mi
centro del deseo, introdujo un dedo con una lentitud demoledora. Para acallar
mis gritos empezó a besarme de nuevo. Me estaba dejando sin aliento cuando las
puertas del ascensor se abrieron. Se quedó un instante con la frente pegada a
la mía, me tapó un poco los pechos y me bajó el vestido, pude recoger mi largo
pelo castaño en un moño improvisado. No me dio tiempo de arreglarme más.
—No te compliques, mi piso está aquí
mismo.
Su voz era oscura y determinante.
Parecía acostumbrado a ladrar órdenes por el tono que usaba, pero yo no era de
las que obedecían tan fácilmente. Pero claro, no todos los días se presentaba
una oportunidad como aquella, ese hombre me ponía a cien.
Andamos apenas diez metros; abrió
la puerta y la cerró de un portazo. Me cogió en volandas y me apretó contra
ella. Solté un grito al sentir el frío contra mi espalda, Carlos sonrió contra
mis labios mientras los mordisqueaba.
—Me encanta que grites, me pone mucho.
Nunca antes me habían dicho algo
así, sus palabras me encendieron aún más. Era tan apasionado que me iba a correr
allí mismo al escuchar su seductora voz.
Escuché la cremallera de su
pantalón al abrirse, apreté aún más las piernas a su alrededor cuando noté que
jugaba con su miembro sin llegar a introducirlo en mi interior. Mis jadeos eran
incontrolables, ardía por dentro y quería suplicar, pero apenas tenía fuerza
para nada, solo sentir sus íntimas caricias me estaba haciendo perder el
sentido.
Notaba su respiración: era
entrecortada y casi podía oír el frenético latido de su corazón, acompasado al
mío.
De una estocada me penetró, pude
sentir cada milímetro entrar en mí y no conseguí dejar de gemir contra sus
labios mientras su lengua que se entrelazaba con la mía.
—Nena, estás tan estrecha y tan
húmeda… creo que no voy a poder aguantar mucho más…
—Yo tampoco… —jadeé.
Nuestras miradas se encontraron y
algo ocurrió entonces. Nos dejamos llevar entre estremecimientos y susurros
hasta caer rendidos en el suelo de la entrada.
Cuando se repuso lo bastante para
poder hablar, me miró y pude ver un brillo especial en su mirada. Mi corazón se
encogió.
—Ha sido increíble, nunca había
sentido esa necesidad de alguien como para hacerlo aquí mismo —sonrió—. No nos
ha dado tiempo de llegar al dormitorio…
—Pienso lo mismo, y ¿sabes? —me
miró interrogante—. Creo que a partir de ahora no voy a tener más citas.
Los dos nos reímos. Nos levantamos
y nos fuimos directamente al dormitorio principal.
Me acarició las mejillas y me
abrasó con su contacto y con esa mirada que ya estaba empezando a adorar.
—Creo que será lo mejor… No más
citas.
No dijimos nada más y disfrutamos
de la pasión que nos abrasaba a los dos.
Me ha gustado mucho. Muy intenso y apasionado. Al final la horrible cita a ciegas no le salió tan mal, ya ves, jajaja...
ResponderEliminarUn placer leerte!
Muchas gracias!!! Me alegro de que te haya gustado, es todo un honor, teniendo en cuenta que eres una escritora fabulosa!! Un beso y un abrazo enormes! ;)
EliminarMe gusto un monton y la verdad quede con ganas de mas jajaj es una historia que a muchas nos abria gustado esperimentar en una cita jajaj saludos y gracias por este relato lo disfrute¡
ResponderEliminarMuchas gracias guapísima!!! Me alegro de que lo hayas disfrutado! Gracias por pasarte y comentar. Besos!
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