Su trama está muy bien construida, maravillosamente escrita, fluye de principio a fin, creando el nivel perfecto de interés en todo momento.
Patricia, la protagonista, tiene una enfermedad "rara" y poco conocida por la cual ha sufrido mucho en su vida. Tras un accidente de coche, su existencia cambió por completo y muchos de sus seres queridos la dejaron de lado al no comprender su modo de verles, literalmente.
Sin embargo, su amiga Paula y su familia siempre la han apoyado y gracias a ellos continúa luchando a diario.
Todo vuelve a cambiar cuando Joel, al que conoce por casualidad, se interesa por ella y persiste a lo largo de los días para conseguirla.
No será fácil para Patricia el imaginarse siendo feliz de muevo, pero cuando saborea esa sensación, piensa que es posible...
Claro que siempre hay muchos obstáculos por superar, y la mejor amiga de Joel no se lo pondrá nada fácil.
Los secretos hacen daño cuando se usan para fines egoístas y caen en malos oídos... pero si no pierdes la esperanza, puedes lograr aquello que siempre quisiste y temiste no tener.
Descubre esta preciosa historia con un final que te sorprenderá, te mandentrá en vilo y te arrancará alguna que otra lágrima.
Como el galán
que solía interpretar que era, cuando así lo deseaba, Bryan se acercó a mi
padre, le saludó con un varonil apretón de manos y luego besó en la mejilla a
mi madre, que hasta se sonrojó cuando este piropeó su gran belleza. Bueno, no
era un halago en vano, ya que ella llevaba un vestido de gala dorado
impresionante. También se había recogido el pelo con maestría gracias a nuestra
peluquera particular, y lucía como una reina.
En último
lugar, se acercó a mí y plantó un frío beso en mi mejilla. Cuando lo deseaba,
se comportaba como un idiota. Susurró algo en mi oído que provocó que un
escalofrío me recorriera. Y no en el buen sentido.
—Tengo que
hablar contigo sobre esa locura de viaje que no puedo permitir que lleves a
cabo.
A ojos de
cualquiera, parecería que eran los gestos de una pareja normal que se iba a
casar, pero sus palabras se clavaron en mi corazón como puñales. ¿Quién se
creía que era para darme o no permiso para hacer algo?
Que lo hicieran
mis padres, bueno, podía entender que tenían cierto poder sobre mí porque vivo
en su casa, pero Bryan no gozaba de ese privilegio. Y mucho me temía que si
ahora se tomaba la libertad de prohibirme cosas, más adelante, cuando nos uniera
un papel legal, todo iba a empeorar. Al menos para mí. Él estaría encantado de
seguir con sus asuntos como siempre.
¿Cómo discutir
con alguien que tiene a mi madre de su lado? Yo tenía todas las de perder.
Forcé una
sonrisa falsa y allí me quedé, junto a él y a mis padres, y varios miembros del
servicio y de seguridad que se mantenían en un segundo plano, dando la
bienvenida a los cientos de invitados que eran guiados hacia el gran salón de
celebraciones.
Trajes
elegantes, vestidos despampanantes llenos de brillantes, y muchas caras
conocidas que solo sabían sonreír de manera suave para no arrugarse el cutis, y
cuyo tema de conversación iba sobre negocios, totalmente incomprensibles para
mí, o sobre los últimos cotilleos y escándalos de personas que solo se hallaban
a pocas sillas de distancia.
Ese era el
mejor resumen que podía hacer de las fiestas a las que solía asistir más de lo
que quisiera. Existían otros modos de verlo, claro, como la de aquellos a los
que estos eventos le parecían un sueño, repleto de personajes extraordinarios y
en un lugar en el que reinaba la elegancia. El que guardaba en mi interior,
solo para mí misma, era que todo aquello era como un cuadro bonito al que me
gustaría observar a distancia. A mucha distancia; mientras hacía cosas
divertidas con personas normales cuyos intereses no eran superficiales y
materialistas.
Estaba harta. Y
sentí deseos de llorar allí mientras dejaba que mis conocidos me besaran la
mejilla que ya empezaba a sentir hormiguear.
Bryan me tendió
su brazo para caminar juntos cuando todos los invitados aguardaban nuestra
llegada. No dijo ni una palabra, y yo tampoco. Mis ánimos eran cuestionables, y
a su lado, en lugar de sentirme apoyada, me sentía impotente. Tragué un nudo
que se formó en mi garganta y traté de fingir que no me llevó de la mano para
evitar que estuviera unos minutos esperando a Eliana.
Como las dos
éramos conscientes de cómo eran estas interminables recepciones, habíamos hecho
un trato: ella llegaba a última hora, y yo esperaba su entrada para así
aparecer juntas. Nos ahorrábamos más de una hora de conversaciones aburridas y
miradas condescendientes.
De verdad, si
las películas de época reflejan una fiel realidad de entonces, la aristocracia
londinense no había cambiado tanto como me gustaría. Yo era una excepción, y me
sentía orgullosa, sin embargo, a mi alrededor aún había cosas que querría
cambiar.
Como lo que
creía que estaba a punto de pasar.
—Querida Daisy
—empezó con una voz tan dulce como la sal. Siempre lo hacía cuando según él,
mis actos no reflejaban mi verdadera personalidad—, me encantaría poder decirte
algo que te sacara esa idea espantosa de la cabeza.
—¿A qué idea te
refieres?
No le estaba
mirando a la cara, pero sabía que sus ojos grises se habían tornado furiosos
como una tormenta desatada, y hacía un gran esfuerzo por mantener su rostro
inmutable. Su cara de póker era pésima; menos mal que no jugaba. O eso decía.
—No juegues conmigo.
Sabes muy bien a qué me refiero —masculló en voz baja.
Mi padre estaba
sentado a mi izquierda, presidiendo la mesa principal, y por completo ajeno a
nuestra conversación. Mi madre, frente a mí, nos observaba mientras a su lado,
la duquesa McLeod les hablaba de algo a los dos. Bryan estaba a mi derecha, y
el duque a su lado, de modo que solo podíamos hablar en susurros. Era incómodo
y un fastidio total. Sobre todo porque Eliana estaba a punto de llegar y debía
levantarme de la mesa, causando curiosidad generalizada.
—Lo cierto es
que sí sé muy bien a qué te refieres —dije en voz baja, impulsada por un
arrebato de furia que no sabía de dónde había salido—. Y solo me gustaría
decirte que espero que no notes demasiado mi ausencia cuando no esté. Seguro que
tus muchas actividades te mantendrán ocupado treinta días. Cuando vuelva,
seguiremos con los planes de boda. No voy a irme a la guerra, solo a pasar
tiempo con una amiga. Y ahora si me disculpas, voy a dejarla pasar a esta
increíble fiesta.
Eso último lo
dije en voz alta para que todos me oyeran. Mi padre me miró divertido, y
asintió antes de lanzarle una mirada de advertencia a Bryan. Aunque no oyó
nuestras palabras, me conocía demasiado bien, y sabía que algo me había
disgustado.
Casi podía
sentir cómo mi prometido se encogía por dentro. No había nadie que le diera más
miedo, y respeto, que mi padre.
Fui hasta la
entrada sonriendo, sintiéndome poco madura por regodearme.
Nuestro
mayordomo, el señor Baker, miró el reloj de pared y me dirigió una mirada
expectante. Eliana era puntual siempre, como todo buen inglés.
El llamador
sonó cuando el reloj anunciaba las nueve en punto.
Abrió la puerta
con su mano enguantada y allí estaba mi amiga. Ataviada con un vestido plateado
de encaje y pedrería, estaba más elegante que yo. La abracé y le pedí que
dejara el chal a Baker. Quería que exhibiera su preciosa figura, y esos hombros
delicados que tenía al descubierto. Estaba guapísima.
—No sabes lo
feliz que estoy de verte. Bryan acaba de enterarse de nuestros planes —solté a
tiempo que ella me observaba con los ojos muy abiertos a causa de la sorpresa—.
Y antes de que digas nada, sí, está muy disgustado.
—No parece que
eso te moleste —comentó mientras caminábamos a paso lento hacia el salón.
—Lo cierto es
que me divierte. Piensa que voy a dejar de ir porque la idea no le guste. Pues
está muy equivocado —musité en voz baja.
Eliana se rió
por lo bajo y caminó a mi lado para que la acompañara a su lugar en nuestra
mesa. No estaba a mi lado porque la fiesta debía respetar ciertos aspectos del
protocolo que ni yo podía saltarme, pero al menos conseguí que estuviera cerca,
y junto a Chastity Kennedy, hija de uno de los socios de mi padre, que no
poseía título alguno, pero sí una gran fortuna que le daba estatus social. Su
marido, Gabe Hamilton, no era un aristócrata común. Tampoco tenía un título
nobiliario, pero su familia era muy popular, y era tan antigua como la propia
monarquía. Poseía más riqueza y propiedades que muchos de los asistentes. Y ese
no era su mejor rasgo, ni hablar. Era el hombre más cariñoso y atento de
cuantos había conocido. Le gustaba pasar tiempo con su preciosa mujer, y ahora
que estaba embarazada, la trataba como a una diosa.
Bromeábamos con
ella a menudo porque era la mujer más consentida de todo Londres. Lo que no era
una broma en realidad. Le regalaba flores continuamente, la llevaba a cantidad
de sitios divertidos y eran una de las mejores parejas que conocíamos. Creo que
incluso mis padres estaban en segundo lugar. Ellos se querían, claro, pero eran
más corteses que cariñosos.
Las efusivas
demostraciones de afecto no eran normales en mi mundo. No sabía si alguna vez
me acostumbraría a ello, claro que no me quedaba otro remedio. Muchas veces me
preguntaba cómo de diferente sería haber nacido en otro tipo de ambiente
familiar, con mis padres, pero en un entorno diferente, no tan lleno de normas
y restricciones. Tal vez con una condición y riquezas de la clase media.
¿Habría sido
más feliz? No tenía ni idea.
Volví a mi
lugar y la cena dio comienzo a los pocos minutos. Me centré en la comida para
no soportar las miradas de soslayo de Bryan. Estaba muy disgustado con mi
comportamiento, y estaba segura de que pronto encontraría el modo de hacérmelo
notar. Eso le encantaba.
Para un hombre
como él, tenerlo todo era fundamental, y era muy consciente de que no me
quería, sino que había aceptado el compromiso por el hecho de que algún día, él
heredaría el título de mi padre. Seguía pareciéndome muy machista el que
recayeran sobre el sexo masculino, la mayoría de las veces. Mi hermano habría
sido conde, uno de los buenos, pero como ya no estaba, mi futuro marido sería
el que recibiera el premio, como muchos consideraron en su momento. Mis padres
tenían en su punto de mira al futuro patriarca de la familia Olson, pero eso no
disminuyó las esperanzas de algunos ricachones que consideraron que yo era un
buen partido. No es que me considerara fea, pero que me quisieran como esposa
solo por el dinero, bueno, eso hacía sentir muy poco deseada a una mujer.
Gracias a mamá,
siempre me imaginé que un atractivo caballero me encontraría, me miraría a los
ojos, y desde ese momento, bebería los vientos por mí, sin reparar siquiera en
el hecho de que iba a ganar mucho más que una esposa cuando se llevara a cabo
el matrimonio.
Menudos sueños
tenía hace años. Y lo peor era que aún tenía fantasías por el estilo. No creía
que tuviera nada de malo que me pudiera enamorar de alguien que se enamorara de
mí, y no de la economía familiar. Solo había un problema de los grandes. No
estaba libre. Literalmente no lo era, ni me sentía así nunca. Tal vez cuando mi
hermano era responsable de su parte del negocio de mi padre y yo solo era la
segunda hija, me sentí más independiente cuando hace años, viajé por Europa,
pero ahora, digamos que quedaba relegado a un vago recuerdo.
Acabada la
comida, llegaron los discursos alabadores para mi padre y su compañía. Los
directores hablaron, sus socios más importantes, y cómo no, también lo hizo
Bryan.
Se levantó y
puso una mano sobre mi hombro, lo que para algunos parecería un gesto cariñoso,
yo sabía lo que era en realidad: una declaración de posesión.
—Mi querido
Edwin, futuro suegro —añadió, lo que hizo reír a la gente, y no supe por qué—.
Hablo en nombre de tu preciosa hija y en el mío, para desearte muchas
felicidades por tu magnífica trayectoria en este mundo difícil. Siempre sabes
hacer y decir lo correcto —noté entonces una mayor presión en mi hombro y miré
a Bryan. Un brillo malicioso intencionado captó mi atención. El mensaje era
para mí. Menudo capullo—. Sabes actuar con templanza, con racionalidad y
sentido común cada momento, y por ese motivo has llegado a lo más alto. Espero
estar a tu altura algún día.
Qué fanfarrón.
Todo el mundo sabía que él se haría cargo de la empresa algún día, pero
últimamente, lo recalcaba cada vez que tenía ocasión.
Forcé una
sonrisa para los cientos de ojos que estaban fijos en nosotros, y aplaudí a la
vez que los demás. Tuve la mala suerte de mirar hacia el fondo y ver la mala
cara que tenía Eliana. También se había dado cuenta de las intenciones de
Bryan, pero creo que fuimos las únicas. El resto le adoraba, y si no le
conociera, haría lo mismo.
Bryan era muy
atractivo físicamente, con su pelo castaño corto peinado hacia atrás, sus ojos grises
y su mandíbula cuadrada. Era alto, esbelto, elegante y directo. Mis padres le
adoraban, y pensaban que era el perfecto caballero que me haría feliz, pero eso
pensé yo al principio, antes de darme cuenta de que en realidad, jamás tenía
gestos románticos o solo atentos conmigo. Al principio sí, por supuesto, porque
debía camelarse a mi familia, pero una vez conseguido el compromiso, todo se
acabó. Tardé en darme cuenta porque había tenido pocas relaciones adultas
duraderas, y solo con el tiempo, empezaba a echar en falta cosas que no tuve
jamás. La razón era que algunas mujeres gozaban de esas atenciones en sus
relaciones, e incluso Eliana, que tampoco había tenido muchos novios durante
largos períodos de tiempo, pero que sí tuvo la suerte de recibir regalos, por
pequeños que fueran, que le sacaban una sonrisa. Y mejor no hablar del sexo.
Cualquier
pareja disfrutaba de lo que yo tenía restringido. Menudo chasco. En lugar de
tener un novio con el que poder compartir intimidad y esas experiencias
tórridas y salvajes de las que había oído hablar, me limitada a eso,
escucharlas, y leerlas en las novelas románticas.
Poco podía
hacer ya para remediarlo, aunque algo sí era una certeza. El día uno de julio
estaría subida a un avión rumbo a la aventura. Nadie me lo iba a impedir, ni
los discursos con doble sentido de Bryan, ni los intentos de sabotaje de mi
madre.
Si mi padre
estaba medio convencido ya, había una posibilidad de éxito. Iba a agarrarme a
ella como a un clavo ardiendo.
Cuando llegó la
hora del baile, mi padre lo inauguró con mi madre como era tradición. Luego
bailé con él, y acto seguido, este le cedió el turno a Bryan. Habría preferido
bailar con Eliana para ser sinceros. No un vals,
claro; eso habría quedado extraño, pero en cuanto mi prometido puso sus manos
sobre mi cuerpo, temblé. Y no como me habría gustado.
Su mirada
verdosa me taladraba, porque estaba claramente enfadado conmigo.
Casi sentí
alivio de verle experimentar alguna emoción. Casi, porque esta vez no era una
agradable, y encima iba dirigida a mí.
—¿Has hablado
ya con tu amiga para decirle que no puedes ir con ella?
—Bryan, no
puedes decidir qué puedo o no puedo hacer. No soy una niña, y no soy tuya. Al
menos aún no.
Me dedicó una
sonrisa que me dejó helada. Era espeluznante y no sabía por qué. Había algo en
ella que carecía de humor y de dulzura. No podía explicarlo.
—Cuando seas
mía, todas estas tonterías se acabarán. Te lo prometo —masculló con una voz
dulce por fuera, y acerada por dentro.
Quise alejarme de
él, pero no me lo permitió. Sonrió para que nadie sospechara, y sus brazos
siguieron aferrados a mí como el acero, en su lugar debido, pero inamovibles. Sentí
deseos de llorar. ¿Qué le pasaba?
Intenté
aparentar una valentía que no sentía en estos momentos.
—No creo que te
guste que mi padre se entere de tu comportamiento conmigo.
Una risita
genuina escapó de sus carnosos labios que una vez me parecieron perfectos para
besar.
—No digas
tonterías, querida. Tu padre pensaría que solo lo dices porque estás disgustada
por no salirte con la tuya.
Se le veía tan
satisfecho, que sentí unos deseos irrefrenables de bajarle esos humos que
tenía.
—Si de verdad
crees que puedes impedirme hacer este viaje, es que has sobreestimado tus
habilidades de vendedor. Pienso ir, y nadie en este mundo será capaz de
conseguir lo contrario.
Pude ver que se
sentía insultado con eso de “vendedor”, ya que ambos éramos conscientes de que
mi intención fue llamarle manipulador nato, y porque en la realidad, él era
mucho más que eso, y quería llegar a lo más alto, nadie podría pensar que no
ansiaba tocar el cielo.
—Ya lo veremos.
Se lanzó a por
mis labios y mi primera reacción fue rechazarle con un guantazo. Menos mal que
me di cuenta a tiempo del lugar donde estábamos. Me dejé llevar para intentar
acabar lo antes posible, y cuando pude recuperar el aliento, sonreí al escuchar
risitas por lo bajo.
Fue mi peor
beso con diferencia. No había recibido muchos en mi vida, pero aquel había sido
una clara demostración de su poder sobre mí.
Menudo ingenuo,
pensé.
Como que el
cielo era gris en Inglaterra la mayor parte del tiempo, nadie iba a decidir por
mí en este asunto.
—Qué feliz te
has levantado, cariño —dijo mi madre cuando reparó en mi expresión de júbilo.
Me senté frente
a ella y pedí café y tostadas. Con la misma eficacia que en todo lo demás, la
doncella las sirvió con celeridad, y como cada día desde hacía algún tiempo, yo
me serví el líquido humeante. No estaba incapacitada, y me encantaba demostrar
que una dama también era capaz de tocar una cafetera de cristal sin que el
mundo se acabara en ese preciso momento.
Ver la mueca de
desaprobación de mi madre tampoco tenía precio por las mañanas.
—No deberías
tomar ese brebaje lleno de cafeína.
Bien, ya
empezaba con sus lecciones diarias.
—Buenos días a
ti también, madre. Y solo es una taza. Va a ser un día muy largo y necesito
algo fuerte. En las cafeterías lo preparan de todas las formas y son una
delicia —dije tras dar el primer sorbo.
—Sabes que no
me gusta que te codees siempre con tantos desconocidos. Para alguien como tú,
es peligroso.
Tan pronto como
oí sus palabras, mi mal humor cambió. Sabía que ella solo quería protegerme, y
que después de lo que le pasó a mi hermano, su hijo, debía estar con el corazón
en un puño cada vez que le decía que iba a salir de casa. Sin embargo, no podía
vivir encerrada en mi torre de marfil. También ella debía entender que
necesitaba poder respirar. Al igual que ella me hacía ver la tragedia, yo
prefería mirarlo de otro modo: la vida era corta, y podía acabarse con relativa
facilidad, de modo que había que disfrutar de cada minuto, porque nunca se sabe
cuál va a ser el último.
Dejé la taza y
miré a mi madre con una mezcla de ternura y determinación.
—Madre, no
debes preocuparte —le pedí con suavidad—. Padre me tiene vigilada continuamente
con su mejor escolta, y por cierto, Peter es muy bueno pasando desapercibido,
porque a veces hasta me olvido de que lo tengo a cada momento pisándome los
talones.
—No le llames
por su nombre, suena muy vulgar, cielo.
Intenté no
reírme, ya que a veces yo misma la irritaba a propósito. Mi madre necesitaba
distracciones continuas, porque demasiado a menudo notaba que se volvía loca y
nos volvía locos a los demás con su hiperactividad, y empezaba a creer que el
día menos pensado, caería desmayada como una dama victoriana en medio de la
calle. El gesto lo consideraría elegante, puesto que era una condesa, toda una
aristócrata; sin embargo, el hecho de mancharse la ropa no se lo parecería
tanto. ¿Y si alguien conocido la veía, o peor aún, y si una foto desafortunada del
momento acababa en la prensa, en las páginas de sociedad?
Eso no podía
permitirlo.
Preocuparse por
mí, por mi buena educación y modales, e intentar convertirme en su joven
princesa, le ocupaba el tiempo suficiente como para no volverse chiflada por
completo y organizar la vida social de ella, y de cien personas a la vez. Yo lo
hacía por su bien, por supuesto. No tenía nada que ver el que para mí también
fuera una pequeña distracción divertida diaria.
También
exasperante, claro, por sus constantes correcciones, pero ese era otro asunto.
—Bien, el señor
Morris siempre está al tanto de mis actividades, y por lo tanto vosotros
también, de modo que no hay que dramatizar tanto. Sabes que jamás me pondría en
una situación que no pudiera manejar. Tengo mucho cuidado, te lo prometo.
—Sé que eres
muy responsable, y una chica hermosa por dentro y por fuera —dijo con la voz
teñida de emoción, lo que para ella era una gran demostración de afecto—. Tu
padre y yo te consideramos nuestra pequeña princesa, y querríamos protegerte de
todo el mundo.
Tragué un nudo
que se formó en mi garganta y la miré a los ojos. Unos ojos azules iguales a
los míos, afectuosos y a la vez llenos de fuerza interior, valentía, y a la vez
vulnerabilidad. La adoraba. No quería decepcionarla jamás, pero con mi nuevo
propósito en mente, cogí aire para infundirme ánimos a mí misma. Si quería ser
independiente, ser la mujer en la que querría convertirme, debía empezar por
ser capaz de conseguir mis objetivos, aunque ahora mismo no se trataba de nada
especialmente importante, sino más bien un capricho que no pensaba dejar
escapar.
—Mamá, ya no
soy una niña. Tengo veinticuatro años, y soy una mujer. No podéis vivir con
miedo constante porque me pueda ocurrir algo, porque no será así.
—Tú no puedes
saber eso —interrumpió con voz quejica.
Solté un bufido
muy poco elegante y mi madre frunció el ceño con delicadeza. Hasta para
enfadarse tenía cuidado de no arrugar su sensible tez poco bronceada.
Cambié de tema,
porque no quería verme envuelta en esas emociones que siempre trataba de
reprimir, y que hoy no podía consentir que me arrastraran al abismo, y después
de un poco de charla insustancial sobre nuestros preparativos para la noche,
saqué el tema del viaje lo más suavemente que podía. Podría haber intentado
encontrar un mejor momento, pero como sabía cuál sería su reacción, lo mismo
daba que fuera ahora o dentro de un año. Me preparé para una negativa en
rotundidad.
—Madre, Eliana
me ha dicho que el mes que viene se irá de vacaciones a Estados Unidos —empecé
hablando despacio, para que fuera calando la información en su restrictiva
mentalidad—. Después de cuatro años, he pensado que yo también podría viajar,
como hacía antes. Hace demasiado que no salgo de Londres.
Me hizo temblar
el modo en que levantó su rostro, de un modo tan pausado, que casi parecía un
vídeo a cámara lenta. Terrorífico.
Arqueó sus
cejas y aguardó a que continuara. No me quedó más remedio que hacerlo. Cuando
me miraba de aquel modo, como si intentara disimular que no sabía que estaba
siendo manipulada, aunque a la vez, me decía que era muy consciente de ello, me
asustaba.
Nunca sabía qué
me iba a decir. Era mi madre, y empezaba a pensar que tenía un poder extraño,
como el hacerme sentir la peor hija del mundo con solo unas pocas palabras.
Ojalá hubiera heredado ese don, porque así me saldría con la mía en más
ocasiones.
Además, yo no
intentaba manipularla, solo allanar el terreno. Al final me iría, solo que ella
aún no lo sabía.
—Me ha invitado
a ir con ella —omití el detalle del alojamiento, porque si no era un hotel de
cinco estrellas, o alguna de nuestras muchas propiedades, lo tomaría como un
escándalo—. La verdad es que tengo muchas ganas de ir, porque quiero disfrutar
de un verano diferente. No sé cuándo podré volver a viajar con todo el lío de
la boda…
—¿A qué lugar
concreto de los Estados Unidos?
—Chicago.
Carraspeó con
suavidad y me observó con intensidad.
Empecé a
ponerme nerviosa. No quería discutir con ella, pero iba a hacerlo si oía la
inevitable negativa.
—¿Cuánto tiempo
va a marcharse?
Ya empezaba a
hablar en singular. Mal iba. Aunque sonara raro a mi edad, la verdad era que
plantarle cara a mi madre, una mujer en apariencia dulce y sensible, era más
difícil de lo que nadie podría llegar a imaginarse. Con mi padre, un negociador
nato, era más sencillo.
Claro que él
solo necesitaba una N y una O para zanjar el tema de forma cortante y
definitiva.
—Madre, quiero
irme de vacaciones con mi mejor amiga. Estaremos fuera un mes, y luego
volveremos a nuestras obligaciones. Hace tiempo que mis viajes se terminaron
por decisión tuya y de papá, y estoy cansada de sentirme atrapada aquí.
Mi voz se fue
apagando. Aludir al tema de lo que le ocurrió a mi hermano, no era algo
agradable, pero ese fue el motivo por el que me trataban de nuevo como a una
niña, y debían ser conscientes de que para mí, eso era injusto. Igual que
entendí su postura y su decisión, también debían entender, los dos, que soy una
mujer que puede hacer las cosas por sí misma.
O al menos eso
me gustaba pensar.
—No puedes
marcharte ahora. ¿Vas a dejar solo a tu prometido para irte a un país lleno de
personas rudas que no saben ni lo que son los modales educados?
—Madre, por
favor. Si no puedo hacer nada ahora, ¿podré irme a final de año? —pregunté
molesta.
Su mirada se
volvió glacial, y supe que no era una buena vía para negociar mi viaje. Reculé,
aunque algo tarde.
—Querría tener
un poco de tiempo libre, porque más adelante no podré marcharme con los planes
de la boda cada vez más cerca —me quejé.
No mencioné lo
más obvio: que aún quedaba un año y medio para el gran día, si se le podía
llamar así. Cada vez que pensaba en pasar el resto de mi vida con alguien que
prefería quedarse en un despacho a hacer cosas divertidas conmigo, me entraban
ganas de tirarme del pelo.
Saborear los
pequeños placeres de las personas normales con vidas normales, como ir al cine,
o a tomar una cerveza con amigos mientras veían los deportes, me habían abierto
los ojos a un mundo nuevo, por completo distinto al mío.
Una nueva
oleada de determinación me envolvió. Tenía que hacer ese viaje, y si mis padres
se ponían pesados con negármelo, me escaparía. No deseaba darles un disgusto
semejante, pero no me quedaba otra. Podía sentir que mi corazón latía deprisa
ante la sola idea de pisar suelo extranjero por primera vez en años. Deseaba
con ansias poder hacer cualquier cosa sin sentirme vigilada continuamente.
Intenté
respirar con normalidad para evitar sufrir un ataque de ansiedad. ¿Tan difícil
de entender era que a mi edad, quisiera pasar tiempo con mis amigos, fuera del
círculo de siempre?
Mi existencia
era tan aburrida últimamente, que me sentía una anciana. Mis padres tiraban de
los hilos, y yo me dejaba llevar a galas, fiestas tediosas y eventos que solo
disfrutaba si Eliana me acompañaba, porque podíamos criticar a la gente que iba
y venía, tan rígida que parecía que llevaban un palo metido por el culo.
Cómo me gustaba
su humor.
—Tu amiga puede
hacer cuanto se le antoje, pero tú no eres como cualquier persona. Tienes grandes
responsabilidades, y una imagen que conservar. Recuerda que lo que hagas,
repercute en toda la familia, en el propio negocio de tu padre. ¿Quieres ver
arruinado todo eso?
Abrí la boca
como un pez. Cuando me di cuenta, la cerré y me mantuve en silencio. Claro que
pensaba en ello, porque jamás podría olvidarlo. La gente se piensa que nacer
con ciertos privilegios, le resuelve la vida, y una tiene el poder de hacer
cuanto quiera, como quiera, y cuando quiera. La realidad era bien distinta.
Cómo entendía a
la princesa Jasmín, de Aladino. Bueno, yo no soy de la realeza, pero al igual
que ella, solo deseo volar libre. En un avión rumbo a América, a poder ser.
En ese momento
se me ocurrió una idea. Podría cambiar de imagen, y fingir ser solo una turista
más para no tener problemas una vez llegara allí. Nadie tenía por qué
reconocerme, ya que tampoco es que sea famosa ni nada por el estilo. Sin
embargo, ese miedo, comprensible por otro lado, que sienten mis padres porque
me pudiera ocurrir algo, se acabaría si nadie sabía mi verdadera identidad.
Volar con el jet privado de papá eliminaría otra parte del problema.
Otra cuestión
era si bastaría para convencerles. Si no podía con mi madre, mi padre sería un
hueso imposible de roer.
Qué impotencia.
—Madre, salir
de Londres no fue un problema durante años. Siempre he sido responsable, y creo
que he demostrado que soy capaz de mantener una imagen pública impecable. No
voy a dejar que eso cambie —prometí con mi mejor cara de inocencia incorrupta—.
Por favor. Cuando me case, todo cambiará. Solo quiero unas pequeñas vacaciones.
No me va a pasar nada.
Dejé el sedal
expuesto, esperando a que cayera y picara. No me decepcionó.
—Dos señoritas
viajando solas a un país donde el vandalismo es tan natural como su
desconcertante devoción por las armas de fuego —dijo con desprecio en cada una
de sus palabras—. Jamás lo permitiré.
—Si eso es lo
único que te preocupa, puedes enviar a Pet… al señor Morris con nosotras. No me
hace gracia, pero entiendo tu preocupación —aludí con mi mejor tono
comprensivo.
Dejó la taza de
té a medio camino de sus labios y me escrutó. Sabía que le tendí una trampa y
que había caído sin remedio.
Negó con la
cabeza, tomó un sorbo y dejó la taza sobre el platillo con suavidad.
—Ya te he dicho
lo que pienso y no cambiaré de opinión al respecto. Consulta con tu padre el
tema si lo deseas, pero dudo que él te dé la respuesta que buscas.
Zanjó el tema
de tal modo que hasta me dolió.
Al mismo tiempo
que ella pensaba que todo estaba dicho, mi determinación aumentó. No iba a
dejarlo así como así. De eso ni hablar.
—Ni esta noche,
ni tampoco mañana, tengo intención de sacar el tema de nuevo —aseguré para que
se quedara tranquila al menos unas horas—, pero lo hablaré con él, por
supuesto.
Sabía lo
cabezota que era desde que nací, como también esperaba que dejara el tema de
una vez. Llevaba demasiado tiempo saliéndose con la suya en todo, pero esto lo
deseaba de corazón, y no pensaba rendirme. Jamás.
A las ocho de
la tarde, ya estaba lista para la celebración. Mi pelo recogido en un moño
elaborado, era el colofón del resto del conjunto; llevaba el vestido verde de
tirantes con la falda vaporosa haciendo hondas a mi paso, tenía puestos unos
pendientes, colgante y una pulsera de diamantes, y un maquillaje muy sutil. Mis
sandalias de tacón grises con piedras brillantes, repiqueteaban en el suelo de
mármol, cuando bajé la escalera enmoquetada, y luego al llegar al primer piso.
Me sentía
maravillosa por fuera, preciosa y sofisticada, y sin embargo, por dentro,
estaba furiosa, y triste por el hecho de que mi madre no hubiera sido capaz de
cerrar la boca con el tema del viaje. Al menos hasta después de que todo se
tranquilizara. Era la noche de mi padre, y mañana un día en el que solo quería
recordar a mi hermano. No lo entendía.
Mi padre me dio
un beso en la mejilla cuando me dirigí a la entrada de casa para recibir a
nuestros invitados, y me habló bajito para que el personal del servicio y los de
seguridad no nos oyeran.
—Tesoro, tu
madre me ha hablado de ese plan espantoso que tienes para julio. No me parece
una buena idea que viajes a Estados Unidos sin nosotros, y menos si no es para
quedarte en Nueva York, en nuestro piso. Es un país peligroso para dos jóvenes
hermosas como vosotras. No deberías haberlo pensado siquiera.
—Papá, te
aseguro que quise esperar a pasado mañana para hablar del asunto con
tranquilidad —solté entre dientes—. No tengo intención de visitar todo el país
en busca de aventuras, solo de viajar unos días con una amiga, y pasarlo bien.
Necesito unas vacaciones; un tiempo para mí.
Mi voz había
sonado quejumbrosa, y creo que en ese momento mi padre notó qué era lo que me
ocurría. No dijo nada, y no me soltó una prohibición como habría sido lo normal
en él cuando algo no le gustaba en absoluto.
Su mirada era
tierna, sus ojos castaños, dulces.
—Puedes dejarme
tu jet y a mi guardaespaldas
particular, y sabrás dónde estoy y qué hago en todo momento. Solo… no me digas
que no —le supliqué con la voz quebrada.
Noté que en ese
momento se ablandó por completo. Una pequeña sonrisa asomó a la comisura de sus
labios, y supe que había ganado la batalla.
Mi padre, ese
hombre poderoso, rico, y con una voluntad de hierro, que ostentaba un título
nobiliario y no era conocido por ser un blando en los negocios, estaba a punto
de caramelo.
Es decir, hasta
que nuestro mayordomo abrió la puerta y por ella apareció Bryan, y por su
expresión dura, supe que iba a tener que luchar contra ese inquebrantable muro
que no cedería. Giró su mirada hacia mi izquierda y mi madre hizo acto de
presencia. La complicidad entre ellos era más que evidente.
Genial, había
sido ella la que le había llamado para contárselo, y por otro lado, ¿quién más
podría ser?
Qué fiesta más
larga iba a resultar. Menos mal que Eliana no tardaría en llegar, o no sería
capaz de soportarlo.
¿Os apetece conocer un poquito más de Daisy y Orlando?
Aquí os dejo la sinopsis y book trailer:
¿Quién dice que en todos los cuentos tiene que haber una princesa indefensa, con una vida maravillosa, viviendo en un castillo, e inmersa en una interminable búsqueda de su príncipe azul?
Desde luego, no todas las mujeres del mundo sueñan con el hombre perfecto y una vida de color de rosa (fucsia o violeta, según el gusto de cada una); pero las que sí lo hacen, a menudo sufren desilusiones y acaban por aceptar que la perfección no existe por más que nos empeñemos en encontrarla. Ni tampoco los príncipes azules.
Daisy Sophia Isabel Olson es una joven de 24 años que pertenece a la clase alta de Londres. Es inocente, un poco infantil, y la persona más generosa que se haya conocido. Sin embargo, a su corta edad, ya ha conocido mundo, y también la tragedia.
Desde que perdió a su hermano, su familia la protege en exceso, y lo único que ella quiere es saborear la libertad antes de someterse al yugo matrimonial.
En su viaje a Chicago, en el que acompañará a su mejor amiga Eliana Campbell, intentará olvidar los recientes acontecimientos que ponen su vida en una encrucijada.
También conocerá a Orlando Cooper; ex jugador de la NFL que regenta un gimnasio exclusivo junto a un socio que lleva un bar de moteros, y con quien saltarán chispas desde el principio.
Estas dos chicas londinenses están a punto de verse envueltas en unas complejas aventuras que les acarrearán algunos problemas… pero, ¿será tan malo correr los riesgos? Disponible en amazon en exclusiva, en formato kindle y tapa blanda.
Espero que disfrutéis de esta historia que te hará sentir en todo momento.
¡Buenas tardes! Quedan solo nueve días para que acabe el concurso indie de amazon y ando de los nervios, como podéis imaginaros, jeje.
Aprovecho para daros las gracias, porque sin vosotros, lectores, no habríamos alcanzado las listas de los más vendidos. Y tampoco habría logrado estar entre los favoritos para soñar con los puestos finalistas del concurso. Aquí podéis echar un vistazo a las apuestas de este año.
Espero que os animéis con mi pequeña historia y que la disfrutéis mucho. Aquí abajo tenéis el book tráiler, para abrir boca. Y también el primer capítulo.
Os recuerdo que esta novela está disponible en exclusiva en amazon, y que podéis adquirirla gratis con el programa Kindle Unlimited.
Capítulo 1
Esa noche,
cenando con mi familia y con Bryan, me sentía muy lejos de allí. Varias veces
intentaron incluirme en la conversación, y las mismas ocasiones se dieron
cuenta de que algo me ocurría.
Me escabullí de
su escrutinio alegando que solo pensaba en mi hermano. Apenas faltaban treinta
horas para el tercer aniversario de su muerte, y algunas menos para la
celebración del veinticinco aniversario de la empresa de mi padre.
Después de esa
declaración, me dejaron en paz; claro que me dedicaron expresiones de tristeza
mezclada con una buena dosis de reprobación. Parecía que habían decidido no
mencionar el tema hasta después de la fiesta, y eso me molestaba, casi tanto
como haberlo sacado a colación cuando en realidad, no era lo único que me tenía
ensimismada.
Había hablado
con Eliana poco después de que Brittany se marchara de casa para retocar mi
vestido para el día siguiente, y cuando me dijo que viajaría a Chicago durante
julio, ni más ni menos que un mes entero, me vine abajo un poco más. Se merecía
un descanso, por supuesto, y con todo el personal cualificado que habíamos
logrado reunir para llevar el orfanato, ese era el menor de mis problemas, si
es que podía llamarlos así. Lo cierto era que ella era la única con la que
podía ser yo misma en la actualidad, porque mis tardes en casa de Chastity Kennedy
ya no son lo que eran. Desde que se casó con Gabe Hamilton, un ingeniero
informático que se hizo rico con varios programas que desarrolló y patentó,
solo pensaba en el matrimonio y en su futura maternidad.
Ambos
pertenecían a familias acomodadas bien relacionadas con la mía, por lo que eran
“aptos” para estar en mi círculo de amistades, así como otras señoras casadas
que no superaban los treinta años y aún así, al pasar por la iglesia no hacía
mucho, se habían vuelto tan aburridas como habladoras. No hacían más que
parlotear de las alegrías del matrimonio, de sus respectivos embarazos y de las
muchas tareas que llevaban a cabo. Al parecer, mandar a otros para redecorar
las habitaciones infantiles e ir de tiendas, era agotador.
Nótese la
ironía que fluía incluso en mis propios pensamientos.
En serio, la
hora del té, que antes me había servido para desconectar de todo y charlar de
banalidades y chicos guapos, ahora se convirtió en un tedio imposible de
aguantar.
—¿Cómo va el
orfanato Campbell-Olson?
Cuando mi padre
hizo la pregunta, pasaron tres cosas a la vez: mi sonrisa apareció, mi madre
puso mala cara en contraste, y Bryan nos observó impasible.
Mi padre era el
único que estaba feliz con mi tarea, y no es que los demás no lo aprobaran,
pero sí que se sentían incómodos con el hecho de que pasara tanto tiempo allí.
No comprendían que aquello me gustaba, y los niños y niñas que lo formaban,
eran adorables.
El nombre que
el ayuntamiento, junto con las autoridades competentes de dicha institución que
participaron en la renovación, decidieron dar a aquel centro en concreto, me
llenaba de orgullo. Eliana quiso que mi apellido fuera en primer lugar, pero me
negué en redondo. Ella había sido parte fundamental en el trabajo, y estuvo
implicada desde hacía varios años antes de que yo apareciera. Merecía el
reconocimiento más que yo, y nadie me hizo cambiar de idea.
—Va muy bien,
padre. La semana que viene iré de compras con Eliana para hacerles unos regalos
para el verano. Antes de que se vaya de vacaciones en julio, haremos una
excursión —comenté con ilusión.
El silencio se
instaló en el comedor que solo estaba ocupado por nosotros cuatro; aunque era
lo bastante grande para dar cabida a más de treinta personas en la mesa, se
trataba del más pequeño de toda la casa.
—¿Dónde pensáis
ir?
Aquella pregunta
alteró por completo a mi madre. Bryan se limitó a escrutarme con la mirada,
esperando una respuesta que fuera la que fuese, no iba a gustarle. Se lo notaba
en sus castaños ojos que me taladraban sin compasión.
—Edwin, querido,
no deberías animarla tanto —le reprendió, frunciendo el ceño con delicadeza.
Hasta para eso era cuidadosa, pensé con molestia—. Querida, ¿piensas pasearte
por todo Londres con ese variopinto grupo de niños pequeños?
—Madre, en
realidad vamos a hacer dos excursiones —expuse lo más serena que pude—, para
salir con los más mayores y luego con los medianos —añadí con tirantez—. Es
obvio que los bebés y los niños de un año no van a ir a ver museos. Las
cuidadoras los llevarán al parque cuando el tiempo sea agradable.
Sus labios
formaron una fina línea tirante y sus ojos azules me observaban sin pizca de
humor.
Bryan a su
lado, puso su mano sobre su hombro para confortarla, y se preparó para hablar.
Observé su rigidez y cogí aire para aguantar la bronca que se me venía, y que
estaría maquillada con una buena dosis de fría amabilidad.
—Daisy, cielo,
lo que tu madre quiere decir, es que deberías estar ayudando a la duquesa
Penélope y a tus amigas con la gala benéfica de arte de la semana que viene,
porque Violet ya tiene bastante con organizar su cumpleaños para dentro de dos
semanas, ¿no es cierto, querida?
Le dedicó una
cálida sonrisa y mi madre se derritió.
Hice un gran
esfuerzo para no bufar y evité poner los ojos en blanco.
—El cumpleaños
de mi madre no se verá afectado porque yo salga dos mañanas a ver los museos de
la ciudad. Solo estaré fuera un rato.
Mientras mi
atractivo prometido, fiel aliado de mi madre, se mostraba molesto por mi
desafío, mi padre se dio cuenta, a mi lado, de que debía hacer algo para calmar
el ambiente.
—Si ya te has
comprometido con esas salidas, quedaría muy feo que no cumplieras tu promesa
—aludió con su mejor voz inquebrantable que no admitía réplica. Bryan la
imitaba muy bien, pero aún no era tan bueno como él, pensé—. Pero no olvides
visitar a la duquesa y a los padres de Bryan. Tu madre y tú podríais incluir a Constance
en vuestros planes para viajar a Bordon el fin de semana que viene.
—Claro, hay
mucho que hacer, y tu madre es una excelente compañía —dijo mi madre a Bryan.
Este me miró,
esperando una respuesta, aunque yo no tenía mucho que añadir. A los tres les
gustaba hacer planes para mí en todo momento, aunque mi padre solo lo había
hecho para ayudar, lo sabía. Mamá en cambio, adoraba organizar mi vida a cada
paso que daba.
Empezaba a
detestar de una manera muy profunda ese hecho.
—Desde luego.
Era mejor
rendirse a discutir, porque de hecho, eso no me servía de nada, y llevaba
asumiéndolo cuatro años ya. Lo mejor era aceptar que mi familia quería cuidar
de mí y protegerme hasta la saciedad, porque era su única hija, y no me costaba
comprender sus motivaciones. Era por eso que me dejaba llevar por sus
imposiciones. ¿Qué clase de hija sería si los desafiara a cada momento, si no
les dejara cuidarme después del infierno que pasamos los tres, y nuestros seres
más queridos y cercanos?
En fin, una
señorita de buena cuna debía cumplir ciertas expectativas, y las mías era
infinitas.
Suspiré.
Después de la
cena, intenté que Bryan me invitara a su casa, pero intimar con ese hombre
parecía misión imposible. Quería que estuviera disponible para cuando le
apeteciera, pero si era yo la que tomaba la iniciativa, me recordaba que una
dama nunca debía ser muy agresiva en la cama y esos temas.
A veces me
parecía que de verdad había salido de uno de los cuentos Disney. Mi familia
estaba encantada con su caballerosidad y su sentido del decoro, pero la verdad
es que a mí me frustraba muchísimo. No estábamos en la Edad Media, ni en el
siglo XVIII, y yo no era una florecilla delicada, sino toda una mujer.
Vale que mis experiencias
con el sexo opuesto eran muy limitadas, por no decir inexistentes, y que no le
encontraba al sexo nada especial, aparte del hecho de que tras la primera vez,
sí que era placentero, pero era excitante saber que alguien te encuentra
deseable, y sin embargo, con Bryan todo era casi al revés. No sabía qué le
ocurría.
Cuando cumplí
veinte años, decidí perder mi virginidad con mi novio Harry, al que conocí en
la universidad de Goldsmiths cuando ambos estudiábamos Historia de Arte. Tenía
mi edad, y al parecer, menos experiencia de la que decía tener, pero no fue tan
malo como mis amigas me hicieron creer. La segunda vez resultó menos confuso,
aunque tampoco nada especial y no hubo una tercera, ya que el buen chico del
que estaba enamorada, se había puesto a salir con otra compañera de clase
mientras me regalaba poemas de amor que no eran nada buenos. Menudo caballero
resultó ser.
También fue una
decepción para mi madre, quien le tenía afecto por conocer a su rica familia
desde siempre. Este no iba a ser mi príncipe azul. Y no sé por qué motivo,
empezaba a pensar que mi actual caballero andante, tampoco iba a serlo. Siempre
tan ocupado con el trabajo, cuando teníamos una noche para los dos solos en su
casa familiar, siempre me trataba como si fuera a romperme, y si yo me mostraba
más apasionada de lo que debería según él, se encargaba de hacerme sentir
sucia, como si sentir deseos por un hombre fuera un pecado mortal.
En resumen, si
el matrimonio iba a ser igual que nuestro noviazgo, iba a aburrirme como una
marmota.
Y sabía lo que
me perdía, porque Eliana no se cortaba cuando me contaba sus experiencias, y al
parecer, había todo un mundo de sensaciones que yo me perdía con mi perfecto y
cuadriculado novio.
Menudo chasco.
Como amiga,
intentó ayudarme para despertar los instintos básicos de Bryan, como ella los
llamaba, lo que me hacía gracia siempre que lo mencionaba, pero era perder el
tiempo. No creía que él tuviera nada de eso, y a veces deseaba que fuera como
otros hombres. Solo un poco.
Al igual que una
niña de diez años, me encerré en mi habitación y me puse a ver películas de
época. Eran mis favoritas, y el mejor método que tenía para desconectar del
mundo y fantasear con mi soñado Mr. Darcy.
A veces también
fantaseaba con que era el villano quien me raptaba de las garras de mi
controladora familia y me hacía pasar por unas aventuras deliciosamente
peligrosas y excitantes, pero había decidido que era mayorcita para esas
tonterías, aunque también me gustaba ver Cenicienta y todo tipo de películas
sobre princesas de cuentos, así que no solía meditar en profundidad sobre los
problemas psicológicos que arrastraba desde mi infancia.
Que mi madre
fuera una soñadora y una romántica empedernida, me había condicionado para
siempre. Por supuesto, no todo era culpa suya, claro.
Escuché la
melodía del teléfono sonando en la mesita de noche y alargué la mano, dispuesta
a ignorarla para continuar viendo la enorme pantalla que ocupaba parte de una
de las paredes de mi cuarto, cuando vi que se trataba de Eliana.
—Espero que sea
cuestión de vida o muerte —bromeé nada más descolgar.
Hubo un pequeño
silencio seguido por lo que debía ser una risa ahogada.
—Ya estás con
Orgullo y Prejuicio, ¿no es cierto?
—Qué bien me
conoces.
Me reí mientras
cogí el mando a distancia y apretaba el botón de silencio.
—¿Qué tal tu
cena? —preguntó sin más preámbulos.
Su pregunta
tenía mucho que ver con el hecho de que les hubiera hablado a mis padres de las
excursiones con los niños del orfanato. Por más que lo intentaba, no comprendía
que se tomaran tan mal mi interés por esta nueva ocupación. Deberían sentirse
orgullosos de que hiciera algo provechoso con mi tiempo, con el dinero que a
ellos no les faltaba para su tren de vida. Me entristecía que pensaran que, en
cierto modo, ayudar en esa causa, no era digno de mi posición.
No era un
centro de enfermedades infecciosas, por todos los Santos.
Hablé con los
dientes apretados.
—Ha ido como
cabría esperar. Mi padre ha mostrado más aceptación, y al menos no me han
encerrado en la Torre de Londres por mi comportamiento.
Escuché una
risita por lo bajo, pero sabía que Eliana no se tomaba con humor todo eso. Ella
era una brillante asistente social cuya vida giraba en torno a ayudar a los más
desfavorecidos, y le desagradaba, y le rompía el alma, que los demás no fueran
como ella.
—No te
preocupes por mí. Estoy deseando salir con los chicos, y ellos se lo pasarán en
grande. Los mejores guías de los museos estarán con nosotros, y los niños
aprenderán mucho.
—Eres un cielo,
Daisy —dijo tras una pequeña pausa—. Como una espectacular hada madrina, y
jamás podré agradecerte lo suficiente el que llegaras aquel día a nuestras
vidas.
—Hace casi cuatro años que nos conocimos, así
que tendremos que celebrarlo —propuse con un nudo en el estómago.
Me gustaba
pensar que Colin, tras su muerte, me guió hacia Eliana, quien siempre estaba de
mi parte para apoyarme en todo, y para evitar que me derrumbara. Era un
sentimiento agridulce, pero más bueno que malo, eso seguro.
Podía contar
con ella siempre.
—Podríamos
salir una noche a algún Pub del centro, si quieres —añadió con cautela.
Eso último se
refería en realidad, a que nuestra quedada dependía de mi familia, y de mi
prometido, quien empezaba a controlar mis actividades con el mismo ímpetu que
ellos.
¿Quién no sería
feliz con ese modo de vida? Pensé con ironía. Tener todo lo que una mujer pueda
desear, y llevar una vida de lujos, también conllevaba responsabilidad, y a
menudo, también unas ataduras irrompibles que limitaban todos mis movimientos.
—Creo que no
puedo dejar pasar esta oportunidad, porque últimamente me siento como en una
jaula de oro de la que no puedo escapar, y mucho me temo que si tensan más las
cuerdas, acabe por coger una maleta y marcharme contigo a Estados Unidos el mes
que viene —añadí riéndome, aunque lo decía muy en serio.
Eliana no dijo
nada enseguida, y pensé que la llamada se había cortado.
—¿Eliana?
¿Sigues ahí?
—S-sí, aquí
estoy… es solo que… lo siento. No te pregunté si querías venir a Chicago porque
no quería crearte problemas con tu familia con un viaje semejante, pero si
necesitas tomarte un tiempo para ti, para despejarte, serás muy bienvenida.
—¿Lo dices en
serio? —pregunté con emoción—. Me encantaría acompañarte, porque nunca he
visitado América sin mis padres, y solo he visto Nueva York porque tenemos un
apartamento en Manhattan. No creas que me han dejado hacer turismo…
—Lo sé, yo… la
verdad es que Samuel me dijo que podía llevar a quien quisiera, porque el
apartamento que tiene libre, tiene sitio de sobra, y le dije que había una
posibilidad de que llevara a una amiga.
—Bien, no digas
más. La semana que viene intentaré preparar el terreno. Bryan será otro tema,
pero creo que seré capaz de manejarlo —dije sin mucha confianza.
Desde que
oficialmente éramos pareja, había estado haciéndose poco a poco dueño de todo,
y dudaba sobre el poder que tenía yo sobre mi propia existencia.
Qué deprimente,
pensé.
Eliana por otro
lado, escuchó mis palabras como una canción divina que al parecer, había
esperado oír.
—Sería
maravilloso —chilló emocionada.
Ambas sabíamos
lo complicado que resultaría convencer a mi familia, y a mi prometido, para que
no me impidieran hacer un viaje de todo un mes, y al otro lado del Océano
Atlántico. Sin embargo, hacía muchos años que me sometían a estricta
vigilancia, y mis actividades se habían visto reducidas a una serie de
acontecimientos aburridos en la misma ciudad que me vio nacer. Durante ese
tiempo, no salí de vacaciones más que al sur de Hampshire, a nuestra casa de
campo, y mis viajes al extranjero, véase Europa, se extinguieron por completo;
a cambio, iba con escolta casi hasta para darme una ducha. Merecía un respiro,
unas vacaciones, dije para mis adentros; y como la cárcel definitiva del siglo
XXI no caería sobre mí hasta diciembre de 2018, cuando Bryan y yo nos
casáramos, de momento no tenía ataduras legales de ningún tipo.
Casi podía
saborear la libertad, y sentí un gran impulso de salir de casa y ponerme a
gritar a pleno pulmón en mitad de la calle. La sola idea de dejar Londres me
hacía latir el corazón a toda prisa. Y no es que quisiera abandonarlo todo, eso
no, pero llevaba tanto tiempo sintiendo la pesada carga de ser la heredera de mi
familia, que esta oportunidad me había devuelto la esperanza de recuperar mi
vida. O al menos, parte de ella.
Unos años antes,
solo soñaba con casarme, tener hijos, una casa grande y una vida cómoda llena
de ostentación. Ahora mismo, solo quería aventura, sentirme viva de nuevo,
experimentar cosas nuevas y apasionantes.
¿Por qué no?
También algo de diversión.
No quería
engañar a Bryan, pero necesitaba llenar esa parte de mi vida que al parecer él
no iba a darme jamás. Vivir como una señora en su palacio, sin más consuelo que
sus aburridas amigas casadas, de la alta sociedad, y sin conseguir captar la
atención de un marido que carecía de masculinidad, bueno… no era mi idea de una
vida de cuento.
Durante un
breve instante, antes de terminar la conversación con Eliana por esa noche, me
pregunté por qué jamás nos hablaban sobre la vida adulta cuando empezábamos a
sentir cosas por los chicos. Es decir, las madres siempre están dispuestas a
darnos la charla del sexo, y la mía solo lo explicó de un modo conciso y
tajante: es algo que no puedes hacer. Punto. Hasta que estés casada, no
pensarás en ello; una buena dama, nunca lo hace.
Eso fue todo.
Por otro lado,
sí que me animaba a conocer a “buenos partidos” con los que tener amistad hasta
encontrar al Príncipe Azul con letras mayúsculas, que besara el suelo que pisara,
me hiciera inmensamente feliz, y con el que pudiera comer perdices, en mi
castillo rodeado de polvo de hadas. En serio, esas cosas no se le dicen a una
niña, ni a una joven con la mente programada en modo romántica empedernida al
igual que su progenitora.
De ahí mi
problema, y mi afición por las películas con guapos caballeros gallardos y
fieles, y con dulces y ñoños finales felices. Cada vez estaba más convencida de
que todo eso lo había inventado alguna cruel señora que aborreciera a su propio
sexo, y algún malvado señor que no tenía compasión por las personas ingenuas.
Como yo.
En otra vida
debí de ser mala persona, porque mi pequeña lista de novios, si es que se les
podía llamar así a los dos chicos con los que salí en el instituto, habían
acabado como el tercero antes de Bryan: en decepción.
El primero de
todos, que tenía solo quince, y uno más que yo, fue pillado besando a una chica
dos años mayor que él, en la calle al salir de clase. Yo no lo vi, por suerte,
pero sí todo el colegio, por desgracia. Se estuvo hablando de ello durante
meses, aunque terminé nuestra relación por mensaje en ese mismo momento.
Si él hacía las
cosas a escondidas, no vi que fuera necesario plantarle cara. No quería verle
más, así de simple, y no me importaba que algunos me llamaran cobarde por no
soltarle un guantazo. No era la clase de comportamiento que una dama puede
tener en público.
Ahora quizás me
arrepentía un poquito.
Mi segundo
novio fue peor. También parecía un buen chico, como todos con los que me había
relacionado en un plano romántico, por llamarlo de algún modo. Cuando consiguió
invitarme al cine y besarme en los labios, por primera vez para mí, me dejó por
otra adolescente de mi edad, que a sus cortos diecisiete años, estaba dispuesta
a darle mucho más de lo que jamás le habría ofrecido yo.
Mis tontas
fantasías se iban desvaneciendo, aunque no por ello dejaría de soñar con una
vida feliz de cuento, y ahora no me importaba si mi amor verdadero venía hacia
mí subido sobre un corcel blanco, o bien en un Aston Martin. Solo quería que mi
hombre me hiciera feliz, que comprendiera que seguía siendo un poco infantil y
que eso me encantaba, que me gustaba darle conversación a mi doncella porque le
tenía mucho cariño, que aceptara que los niños eran mi debilidad, y que de un
modo no del todo vinculante, había acogido a los treinta niños de todas las
edades que vivían en el orfanato que llevábamos entre Eliana y yo.
Había madurado
en estos cuatro últimos años. No mucho, porque me gusta ser como soy. Acepté mi
responsabilidad en el mundo en que vivimos, y he procurado hacer lo posible por
aportar mi granito de arena en una sociedad clasista que antes no comprendía
del todo, y ahora aún menos. Jamás volvería a mi antiguo yo.
Con el paso del
tiempo, también comprendí que debía hacer sacrificios y aceptar mi papel en el
mundo y en mi familia; con Bryan creía haber encontrado a esa persona que si
bien no era mi gran amor, al menos me aportaría estabilidad y protección.
Claro que eso
no significaba que me fuera a hacer feliz. Y no estaba segura de en qué momento
comprendí eso, pero estaba segura de ello.
Más que nunca,
sabía que el viaje con mi mejor amiga tenía que ser una realidad. Si debía
respetar mi promesa de casarme, al menos viviría todo lo que pudiera hasta que
llegara ese momento. No valía arrepentirse luego.