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lunes, 21 de agosto de 2017

¿Cuentos de princesas o princesas de cuentos? - Capítulo 1





¡Buenas tardes! Quedan solo nueve días para que acabe el concurso indie de amazon y ando de los nervios, como podéis imaginaros, jeje. 
Aprovecho para daros las gracias, porque sin vosotros, lectores, no habríamos alcanzado las listas de los más vendidos. Y tampoco habría logrado estar entre los favoritos para soñar con los puestos finalistas del concurso. Aquí podéis echar un vistazo a las apuestas de este año.

Espero que os animéis con mi pequeña historia y que la disfrutéis mucho. Aquí abajo tenéis el book tráiler, para abrir boca. Y también el primer capítulo.

Os recuerdo que esta novela está disponible en exclusiva en amazon, y que podéis adquirirla gratis con el programa Kindle Unlimited.




Capítulo 1




Esa noche, cenando con mi familia y con Bryan, me sentía muy lejos de allí. Varias veces intentaron incluirme en la conversación, y las mismas ocasiones se dieron cuenta de que algo me ocurría.

Me escabullí de su escrutinio alegando que solo pensaba en mi hermano. Apenas faltaban treinta horas para el tercer aniversario de su muerte, y algunas menos para la celebración del veinticinco aniversario de la empresa de mi padre.

Después de esa declaración, me dejaron en paz; claro que me dedicaron expresiones de tristeza mezclada con una buena dosis de reprobación. Parecía que habían decidido no mencionar el tema hasta después de la fiesta, y eso me molestaba, casi tanto como haberlo sacado a colación cuando en realidad, no era lo único que me tenía ensimismada.

Había hablado con Eliana poco después de que Brittany se marchara de casa para retocar mi vestido para el día siguiente, y cuando me dijo que viajaría a Chicago durante julio, ni más ni menos que un mes entero, me vine abajo un poco más. Se merecía un descanso, por supuesto, y con todo el personal cualificado que habíamos logrado reunir para llevar el orfanato, ese era el menor de mis problemas, si es que podía llamarlos así. Lo cierto era que ella era la única con la que podía ser yo misma en la actualidad, porque mis tardes en casa de Chastity Kennedy ya no son lo que eran. Desde que se casó con Gabe Hamilton, un ingeniero informático que se hizo rico con varios programas que desarrolló y patentó, solo pensaba en el matrimonio y en su futura maternidad.

Ambos pertenecían a familias acomodadas bien relacionadas con la mía, por lo que eran “aptos” para estar en mi círculo de amistades, así como otras señoras casadas que no superaban los treinta años y aún así, al pasar por la iglesia no hacía mucho, se habían vuelto tan aburridas como habladoras. No hacían más que parlotear de las alegrías del matrimonio, de sus respectivos embarazos y de las muchas tareas que llevaban a cabo. Al parecer, mandar a otros para redecorar las habitaciones infantiles e ir de tiendas, era agotador.

Nótese la ironía que fluía incluso en mis propios pensamientos.

En serio, la hora del té, que antes me había servido para desconectar de todo y charlar de banalidades y chicos guapos, ahora se convirtió en un tedio imposible de aguantar.

—¿Cómo va el orfanato Campbell-Olson?

Cuando mi padre hizo la pregunta, pasaron tres cosas a la vez: mi sonrisa apareció, mi madre puso mala cara en contraste, y Bryan nos observó impasible.

Mi padre era el único que estaba feliz con mi tarea, y no es que los demás no lo aprobaran, pero sí que se sentían incómodos con el hecho de que pasara tanto tiempo allí. No comprendían que aquello me gustaba, y los niños y niñas que lo formaban, eran adorables.

El nombre que el ayuntamiento, junto con las autoridades competentes de dicha institución que participaron en la renovación, decidieron dar a aquel centro en concreto, me llenaba de orgullo. Eliana quiso que mi apellido fuera en primer lugar, pero me negué en redondo. Ella había sido parte fundamental en el trabajo, y estuvo implicada desde hacía varios años antes de que yo apareciera. Merecía el reconocimiento más que yo, y nadie me hizo cambiar de idea.

—Va muy bien, padre. La semana que viene iré de compras con Eliana para hacerles unos regalos para el verano. Antes de que se vaya de vacaciones en julio, haremos una excursión —comenté con ilusión.

El silencio se instaló en el comedor que solo estaba ocupado por nosotros cuatro; aunque era lo bastante grande para dar cabida a más de treinta personas en la mesa, se trataba del más pequeño de toda la casa.

—¿Dónde pensáis ir?

Aquella pregunta alteró por completo a mi madre. Bryan se limitó a escrutarme con la mirada, esperando una respuesta que fuera la que fuese, no iba a gustarle. Se lo notaba en sus castaños ojos que me taladraban sin compasión.

—Edwin, querido, no deberías animarla tanto —le reprendió, frunciendo el ceño con delicadeza. Hasta para eso era cuidadosa, pensé con molestia—. Querida, ¿piensas pasearte por todo Londres con ese variopinto grupo de niños pequeños?

—Madre, en realidad vamos a hacer dos excursiones —expuse lo más serena que pude—, para salir con los más mayores y luego con los medianos —añadí con tirantez—. Es obvio que los bebés y los niños de un año no van a ir a ver museos. Las cuidadoras los llevarán al parque cuando el tiempo sea agradable.

Sus labios formaron una fina línea tirante y sus ojos azules me observaban sin pizca de humor.

Bryan a su lado, puso su mano sobre su hombro para confortarla, y se preparó para hablar. Observé su rigidez y cogí aire para aguantar la bronca que se me venía, y que estaría maquillada con una buena dosis de fría amabilidad.

—Daisy, cielo, lo que tu madre quiere decir, es que deberías estar ayudando a la duquesa Penélope y a tus amigas con la gala benéfica de arte de la semana que viene, porque Violet ya tiene bastante con organizar su cumpleaños para dentro de dos semanas, ¿no es cierto, querida?

Le dedicó una cálida sonrisa y mi madre se derritió.

Hice un gran esfuerzo para no bufar y evité poner los ojos en blanco.

—El cumpleaños de mi madre no se verá afectado porque yo salga dos mañanas a ver los museos de la ciudad. Solo estaré fuera un rato.

Mientras mi atractivo prometido, fiel aliado de mi madre, se mostraba molesto por mi desafío, mi padre se dio cuenta, a mi lado, de que debía hacer algo para calmar el ambiente.

—Si ya te has comprometido con esas salidas, quedaría muy feo que no cumplieras tu promesa —aludió con su mejor voz inquebrantable que no admitía réplica. Bryan la imitaba muy bien, pero aún no era tan bueno como él, pensé—. Pero no olvides visitar a la duquesa y a los padres de Bryan. Tu madre y tú podríais incluir a Constance en vuestros planes para viajar a Bordon el fin de semana que viene.

—Claro, hay mucho que hacer, y tu madre es una excelente compañía —dijo mi madre a Bryan.

Este me miró, esperando una respuesta, aunque yo no tenía mucho que añadir. A los tres les gustaba hacer planes para mí en todo momento, aunque mi padre solo lo había hecho para ayudar, lo sabía. Mamá en cambio, adoraba organizar mi vida a cada paso que daba.

Empezaba a detestar de una manera muy profunda ese hecho.

—Desde luego.

Era mejor rendirse a discutir, porque de hecho, eso no me servía de nada, y llevaba asumiéndolo cuatro años ya. Lo mejor era aceptar que mi familia quería cuidar de mí y protegerme hasta la saciedad, porque era su única hija, y no me costaba comprender sus motivaciones. Era por eso que me dejaba llevar por sus imposiciones. ¿Qué clase de hija sería si los desafiara a cada momento, si no les dejara cuidarme después del infierno que pasamos los tres, y nuestros seres más queridos y cercanos?

En fin, una señorita de buena cuna debía cumplir ciertas expectativas, y las mías era infinitas.

Suspiré.


Después de la cena, intenté que Bryan me invitara a su casa, pero intimar con ese hombre parecía misión imposible. Quería que estuviera disponible para cuando le apeteciera, pero si era yo la que tomaba la iniciativa, me recordaba que una dama nunca debía ser muy agresiva en la cama y esos temas.

A veces me parecía que de verdad había salido de uno de los cuentos Disney. Mi familia estaba encantada con su caballerosidad y su sentido del decoro, pero la verdad es que a mí me frustraba muchísimo. No estábamos en la Edad Media, ni en el siglo XVIII, y yo no era una florecilla delicada, sino toda una mujer.

Vale que mis experiencias con el sexo opuesto eran muy limitadas, por no decir inexistentes, y que no le encontraba al sexo nada especial, aparte del hecho de que tras la primera vez, sí que era placentero, pero era excitante saber que alguien te encuentra deseable, y sin embargo, con Bryan todo era casi al revés. No sabía qué le ocurría.

Cuando cumplí veinte años, decidí perder mi virginidad con mi novio Harry, al que conocí en la universidad de Goldsmiths cuando ambos estudiábamos Historia de Arte. Tenía mi edad, y al parecer, menos experiencia de la que decía tener, pero no fue tan malo como mis amigas me hicieron creer. La segunda vez resultó menos confuso, aunque tampoco nada especial y no hubo una tercera, ya que el buen chico del que estaba enamorada, se había puesto a salir con otra compañera de clase mientras me regalaba poemas de amor que no eran nada buenos. Menudo caballero resultó ser.

También fue una decepción para mi madre, quien le tenía afecto por conocer a su rica familia desde siempre. Este no iba a ser mi príncipe azul. Y no sé por qué motivo, empezaba a pensar que mi actual caballero andante, tampoco iba a serlo. Siempre tan ocupado con el trabajo, cuando teníamos una noche para los dos solos en su casa familiar, siempre me trataba como si fuera a romperme, y si yo me mostraba más apasionada de lo que debería según él, se encargaba de hacerme sentir sucia, como si sentir deseos por un hombre fuera un pecado mortal.

En resumen, si el matrimonio iba a ser igual que nuestro noviazgo, iba a aburrirme como una marmota.

Y sabía lo que me perdía, porque Eliana no se cortaba cuando me contaba sus experiencias, y al parecer, había todo un mundo de sensaciones que yo me perdía con mi perfecto y cuadriculado novio.

Menudo chasco.

Como amiga, intentó ayudarme para despertar los instintos básicos de Bryan, como ella los llamaba, lo que me hacía gracia siempre que lo mencionaba, pero era perder el tiempo. No creía que él tuviera nada de eso, y a veces deseaba que fuera como otros hombres. Solo un poco.

Al igual que una niña de diez años, me encerré en mi habitación y me puse a ver películas de época. Eran mis favoritas, y el mejor método que tenía para desconectar del mundo y fantasear con mi soñado Mr. Darcy.

A veces también fantaseaba con que era el villano quien me raptaba de las garras de mi controladora familia y me hacía pasar por unas aventuras deliciosamente peligrosas y excitantes, pero había decidido que era mayorcita para esas tonterías, aunque también me gustaba ver Cenicienta y todo tipo de películas sobre princesas de cuentos, así que no solía meditar en profundidad sobre los problemas psicológicos que arrastraba desde mi infancia.

Que mi madre fuera una soñadora y una romántica empedernida, me había condicionado para siempre. Por supuesto, no todo era culpa suya, claro.

Escuché la melodía del teléfono sonando en la mesita de noche y alargué la mano, dispuesta a ignorarla para continuar viendo la enorme pantalla que ocupaba parte de una de las paredes de mi cuarto, cuando vi que se trataba de Eliana.

—Espero que sea cuestión de vida o muerte —bromeé nada más descolgar.

Hubo un pequeño silencio seguido por lo que debía ser una risa ahogada.

—Ya estás con Orgullo y Prejuicio, ¿no es cierto?

—Qué bien me conoces.

Me reí mientras cogí el mando a distancia y apretaba el botón de silencio.

—¿Qué tal tu cena? —preguntó sin más preámbulos.

Su pregunta tenía mucho que ver con el hecho de que les hubiera hablado a mis padres de las excursiones con los niños del orfanato. Por más que lo intentaba, no comprendía que se tomaran tan mal mi interés por esta nueva ocupación. Deberían sentirse orgullosos de que hiciera algo provechoso con mi tiempo, con el dinero que a ellos no les faltaba para su tren de vida. Me entristecía que pensaran que, en cierto modo, ayudar en esa causa, no era digno de mi posición.

No era un centro de enfermedades infecciosas, por todos los Santos.

Hablé con los dientes apretados.

—Ha ido como cabría esperar. Mi padre ha mostrado más aceptación, y al menos no me han encerrado en la Torre de Londres por mi comportamiento.

Escuché una risita por lo bajo, pero sabía que Eliana no se tomaba con humor todo eso. Ella era una brillante asistente social cuya vida giraba en torno a ayudar a los más desfavorecidos, y le desagradaba, y le rompía el alma, que los demás no fueran como ella.

—No te preocupes por mí. Estoy deseando salir con los chicos, y ellos se lo pasarán en grande. Los mejores guías de los museos estarán con nosotros, y los niños aprenderán mucho.

—Eres un cielo, Daisy —dijo tras una pequeña pausa—. Como una espectacular hada madrina, y jamás podré agradecerte lo suficiente el que llegaras aquel día a nuestras vidas.

 —Hace casi cuatro años que nos conocimos, así que tendremos que celebrarlo —propuse con un nudo en el estómago.

Me gustaba pensar que Colin, tras su muerte, me guió hacia Eliana, quien siempre estaba de mi parte para apoyarme en todo, y para evitar que me derrumbara. Era un sentimiento agridulce, pero más bueno que malo, eso seguro.

Podía contar con ella siempre.

—Podríamos salir una noche a algún Pub del centro, si quieres —añadió con cautela.

Eso último se refería en realidad, a que nuestra quedada dependía de mi familia, y de mi prometido, quien empezaba a controlar mis actividades con el mismo ímpetu que ellos.

¿Quién no sería feliz con ese modo de vida? Pensé con ironía. Tener todo lo que una mujer pueda desear, y llevar una vida de lujos, también conllevaba responsabilidad, y a menudo, también unas ataduras irrompibles que limitaban todos mis movimientos.

—Creo que no puedo dejar pasar esta oportunidad, porque últimamente me siento como en una jaula de oro de la que no puedo escapar, y mucho me temo que si tensan más las cuerdas, acabe por coger una maleta y marcharme contigo a Estados Unidos el mes que viene —añadí riéndome, aunque lo decía muy en serio.

Eliana no dijo nada enseguida, y pensé que la llamada se había cortado.

—¿Eliana? ¿Sigues ahí?

—S-sí, aquí estoy… es solo que… lo siento. No te pregunté si querías venir a Chicago porque no quería crearte problemas con tu familia con un viaje semejante, pero si necesitas tomarte un tiempo para ti, para despejarte, serás muy bienvenida.

—¿Lo dices en serio? —pregunté con emoción—. Me encantaría acompañarte, porque nunca he visitado América sin mis padres, y solo he visto Nueva York porque tenemos un apartamento en Manhattan. No creas que me han dejado hacer turismo…

—Lo sé, yo… la verdad es que Samuel me dijo que podía llevar a quien quisiera, porque el apartamento que tiene libre, tiene sitio de sobra, y le dije que había una posibilidad de que llevara a una amiga.

—Bien, no digas más. La semana que viene intentaré preparar el terreno. Bryan será otro tema, pero creo que seré capaz de manejarlo —dije sin mucha confianza.

Desde que oficialmente éramos pareja, había estado haciéndose poco a poco dueño de todo, y dudaba sobre el poder que tenía yo sobre mi propia existencia.

Qué deprimente, pensé.

Eliana por otro lado, escuchó mis palabras como una canción divina que al parecer, había esperado oír.

—Sería maravilloso —chilló emocionada.

Ambas sabíamos lo complicado que resultaría convencer a mi familia, y a mi prometido, para que no me impidieran hacer un viaje de todo un mes, y al otro lado del Océano Atlántico. Sin embargo, hacía muchos años que me sometían a estricta vigilancia, y mis actividades se habían visto reducidas a una serie de acontecimientos aburridos en la misma ciudad que me vio nacer. Durante ese tiempo, no salí de vacaciones más que al sur de Hampshire, a nuestra casa de campo, y mis viajes al extranjero, véase Europa, se extinguieron por completo; a cambio, iba con escolta casi hasta para darme una ducha. Merecía un respiro, unas vacaciones, dije para mis adentros; y como la cárcel definitiva del siglo XXI no caería sobre mí hasta diciembre de 2018, cuando Bryan y yo nos casáramos, de momento no tenía ataduras legales de ningún tipo.

Casi podía saborear la libertad, y sentí un gran impulso de salir de casa y ponerme a gritar a pleno pulmón en mitad de la calle. La sola idea de dejar Londres me hacía latir el corazón a toda prisa. Y no es que quisiera abandonarlo todo, eso no, pero llevaba tanto tiempo sintiendo la pesada carga de ser la heredera de mi familia, que esta oportunidad me había devuelto la esperanza de recuperar mi vida. O al menos, parte de ella.

Unos años antes, solo soñaba con casarme, tener hijos, una casa grande y una vida cómoda llena de ostentación. Ahora mismo, solo quería aventura, sentirme viva de nuevo, experimentar cosas nuevas y apasionantes.

¿Por qué no? También algo de diversión.

No quería engañar a Bryan, pero necesitaba llenar esa parte de mi vida que al parecer él no iba a darme jamás. Vivir como una señora en su palacio, sin más consuelo que sus aburridas amigas casadas, de la alta sociedad, y sin conseguir captar la atención de un marido que carecía de masculinidad, bueno… no era mi idea de una vida de cuento.

Durante un breve instante, antes de terminar la conversación con Eliana por esa noche, me pregunté por qué jamás nos hablaban sobre la vida adulta cuando empezábamos a sentir cosas por los chicos. Es decir, las madres siempre están dispuestas a darnos la charla del sexo, y la mía solo lo explicó de un modo conciso y tajante: es algo que no puedes hacer. Punto. Hasta que estés casada, no pensarás en ello; una buena dama, nunca lo hace.

Eso fue todo.

Por otro lado, sí que me animaba a conocer a “buenos partidos” con los que tener amistad hasta encontrar al Príncipe Azul con letras mayúsculas, que besara el suelo que pisara, me hiciera inmensamente feliz, y con el que pudiera comer perdices, en mi castillo rodeado de polvo de hadas. En serio, esas cosas no se le dicen a una niña, ni a una joven con la mente programada en modo romántica empedernida al igual que su progenitora.

De ahí mi problema, y mi afición por las películas con guapos caballeros gallardos y fieles, y con dulces y ñoños finales felices. Cada vez estaba más convencida de que todo eso lo había inventado alguna cruel señora que aborreciera a su propio sexo, y algún malvado señor que no tenía compasión por las personas ingenuas. Como yo.

En otra vida debí de ser mala persona, porque mi pequeña lista de novios, si es que se les podía llamar así a los dos chicos con los que salí en el instituto, habían acabado como el tercero antes de Bryan: en decepción.

El primero de todos, que tenía solo quince, y uno más que yo, fue pillado besando a una chica dos años mayor que él, en la calle al salir de clase. Yo no lo vi, por suerte, pero sí todo el colegio, por desgracia. Se estuvo hablando de ello durante meses, aunque terminé nuestra relación por mensaje en ese mismo momento.

Si él hacía las cosas a escondidas, no vi que fuera necesario plantarle cara. No quería verle más, así de simple, y no me importaba que algunos me llamaran cobarde por no soltarle un guantazo. No era la clase de comportamiento que una dama puede tener en público.

Ahora quizás me arrepentía un poquito.

Mi segundo novio fue peor. También parecía un buen chico, como todos con los que me había relacionado en un plano romántico, por llamarlo de algún modo. Cuando consiguió invitarme al cine y besarme en los labios, por primera vez para mí, me dejó por otra adolescente de mi edad, que a sus cortos diecisiete años, estaba dispuesta a darle mucho más de lo que jamás le habría ofrecido yo.

Mis tontas fantasías se iban desvaneciendo, aunque no por ello dejaría de soñar con una vida feliz de cuento, y ahora no me importaba si mi amor verdadero venía hacia mí subido sobre un corcel blanco, o bien en un Aston Martin. Solo quería que mi hombre me hiciera feliz, que comprendiera que seguía siendo un poco infantil y que eso me encantaba, que me gustaba darle conversación a mi doncella porque le tenía mucho cariño, que aceptara que los niños eran mi debilidad, y que de un modo no del todo vinculante, había acogido a los treinta niños de todas las edades que vivían en el orfanato que llevábamos entre Eliana y yo.

Había madurado en estos cuatro últimos años. No mucho, porque me gusta ser como soy. Acepté mi responsabilidad en el mundo en que vivimos, y he procurado hacer lo posible por aportar mi granito de arena en una sociedad clasista que antes no comprendía del todo, y ahora aún menos. Jamás volvería a mi antiguo yo.

Con el paso del tiempo, también comprendí que debía hacer sacrificios y aceptar mi papel en el mundo y en mi familia; con Bryan creía haber encontrado a esa persona que si bien no era mi gran amor, al menos me aportaría estabilidad y protección.

Claro que eso no significaba que me fuera a hacer feliz. Y no estaba segura de en qué momento comprendí eso, pero estaba segura de ello.

Más que nunca, sabía que el viaje con mi mejor amiga tenía que ser una realidad. Si debía respetar mi promesa de casarme, al menos viviría todo lo que pudiera hasta que llegara ese momento. No valía arrepentirse luego.


No quería arrepentirme, me repetí a mí misma. 




¡Gracias!

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