¡Buenas tardes! Quedan solo nueve días para que acabe el concurso indie de amazon y ando de los nervios, como podéis imaginaros, jeje.
Aprovecho para daros las gracias, porque sin vosotros, lectores, no habríamos alcanzado las listas de los más vendidos. Y tampoco habría logrado estar entre los favoritos para soñar con los puestos finalistas del concurso. Aquí podéis echar un vistazo a las apuestas de este año.
Espero que os animéis con mi pequeña historia y que la disfrutéis mucho. Aquí abajo tenéis el book tráiler, para abrir boca. Y también el primer capítulo.
Os recuerdo que esta novela está disponible en exclusiva en amazon, y que podéis adquirirla gratis con el programa Kindle Unlimited.
Capítulo 1
Esa noche,
cenando con mi familia y con Bryan, me sentía muy lejos de allí. Varias veces
intentaron incluirme en la conversación, y las mismas ocasiones se dieron
cuenta de que algo me ocurría.
Me escabullí de
su escrutinio alegando que solo pensaba en mi hermano. Apenas faltaban treinta
horas para el tercer aniversario de su muerte, y algunas menos para la
celebración del veinticinco aniversario de la empresa de mi padre.
Después de esa
declaración, me dejaron en paz; claro que me dedicaron expresiones de tristeza
mezclada con una buena dosis de reprobación. Parecía que habían decidido no
mencionar el tema hasta después de la fiesta, y eso me molestaba, casi tanto
como haberlo sacado a colación cuando en realidad, no era lo único que me tenía
ensimismada.
Había hablado
con Eliana poco después de que Brittany se marchara de casa para retocar mi
vestido para el día siguiente, y cuando me dijo que viajaría a Chicago durante
julio, ni más ni menos que un mes entero, me vine abajo un poco más. Se merecía
un descanso, por supuesto, y con todo el personal cualificado que habíamos
logrado reunir para llevar el orfanato, ese era el menor de mis problemas, si
es que podía llamarlos así. Lo cierto era que ella era la única con la que
podía ser yo misma en la actualidad, porque mis tardes en casa de Chastity Kennedy
ya no son lo que eran. Desde que se casó con Gabe Hamilton, un ingeniero
informático que se hizo rico con varios programas que desarrolló y patentó,
solo pensaba en el matrimonio y en su futura maternidad.
Ambos
pertenecían a familias acomodadas bien relacionadas con la mía, por lo que eran
“aptos” para estar en mi círculo de amistades, así como otras señoras casadas
que no superaban los treinta años y aún así, al pasar por la iglesia no hacía
mucho, se habían vuelto tan aburridas como habladoras. No hacían más que
parlotear de las alegrías del matrimonio, de sus respectivos embarazos y de las
muchas tareas que llevaban a cabo. Al parecer, mandar a otros para redecorar
las habitaciones infantiles e ir de tiendas, era agotador.
Nótese la
ironía que fluía incluso en mis propios pensamientos.
En serio, la
hora del té, que antes me había servido para desconectar de todo y charlar de
banalidades y chicos guapos, ahora se convirtió en un tedio imposible de
aguantar.
—¿Cómo va el
orfanato Campbell-Olson?
Cuando mi padre
hizo la pregunta, pasaron tres cosas a la vez: mi sonrisa apareció, mi madre
puso mala cara en contraste, y Bryan nos observó impasible.
Mi padre era el
único que estaba feliz con mi tarea, y no es que los demás no lo aprobaran,
pero sí que se sentían incómodos con el hecho de que pasara tanto tiempo allí.
No comprendían que aquello me gustaba, y los niños y niñas que lo formaban,
eran adorables.
El nombre que
el ayuntamiento, junto con las autoridades competentes de dicha institución que
participaron en la renovación, decidieron dar a aquel centro en concreto, me
llenaba de orgullo. Eliana quiso que mi apellido fuera en primer lugar, pero me
negué en redondo. Ella había sido parte fundamental en el trabajo, y estuvo
implicada desde hacía varios años antes de que yo apareciera. Merecía el
reconocimiento más que yo, y nadie me hizo cambiar de idea.
—Va muy bien,
padre. La semana que viene iré de compras con Eliana para hacerles unos regalos
para el verano. Antes de que se vaya de vacaciones en julio, haremos una
excursión —comenté con ilusión.
El silencio se
instaló en el comedor que solo estaba ocupado por nosotros cuatro; aunque era
lo bastante grande para dar cabida a más de treinta personas en la mesa, se
trataba del más pequeño de toda la casa.
—¿Dónde pensáis
ir?
Aquella pregunta
alteró por completo a mi madre. Bryan se limitó a escrutarme con la mirada,
esperando una respuesta que fuera la que fuese, no iba a gustarle. Se lo notaba
en sus castaños ojos que me taladraban sin compasión.
—Edwin, querido,
no deberías animarla tanto —le reprendió, frunciendo el ceño con delicadeza.
Hasta para eso era cuidadosa, pensé con molestia—. Querida, ¿piensas pasearte
por todo Londres con ese variopinto grupo de niños pequeños?
—Madre, en
realidad vamos a hacer dos excursiones —expuse lo más serena que pude—, para
salir con los más mayores y luego con los medianos —añadí con tirantez—. Es
obvio que los bebés y los niños de un año no van a ir a ver museos. Las
cuidadoras los llevarán al parque cuando el tiempo sea agradable.
Sus labios
formaron una fina línea tirante y sus ojos azules me observaban sin pizca de
humor.
Bryan a su
lado, puso su mano sobre su hombro para confortarla, y se preparó para hablar.
Observé su rigidez y cogí aire para aguantar la bronca que se me venía, y que
estaría maquillada con una buena dosis de fría amabilidad.
—Daisy, cielo,
lo que tu madre quiere decir, es que deberías estar ayudando a la duquesa
Penélope y a tus amigas con la gala benéfica de arte de la semana que viene,
porque Violet ya tiene bastante con organizar su cumpleaños para dentro de dos
semanas, ¿no es cierto, querida?
Le dedicó una
cálida sonrisa y mi madre se derritió.
Hice un gran
esfuerzo para no bufar y evité poner los ojos en blanco.
—El cumpleaños
de mi madre no se verá afectado porque yo salga dos mañanas a ver los museos de
la ciudad. Solo estaré fuera un rato.
Mientras mi
atractivo prometido, fiel aliado de mi madre, se mostraba molesto por mi
desafío, mi padre se dio cuenta, a mi lado, de que debía hacer algo para calmar
el ambiente.
—Si ya te has
comprometido con esas salidas, quedaría muy feo que no cumplieras tu promesa
—aludió con su mejor voz inquebrantable que no admitía réplica. Bryan la
imitaba muy bien, pero aún no era tan bueno como él, pensé—. Pero no olvides
visitar a la duquesa y a los padres de Bryan. Tu madre y tú podríais incluir a Constance
en vuestros planes para viajar a Bordon el fin de semana que viene.
—Claro, hay
mucho que hacer, y tu madre es una excelente compañía —dijo mi madre a Bryan.
Este me miró,
esperando una respuesta, aunque yo no tenía mucho que añadir. A los tres les
gustaba hacer planes para mí en todo momento, aunque mi padre solo lo había
hecho para ayudar, lo sabía. Mamá en cambio, adoraba organizar mi vida a cada
paso que daba.
Empezaba a
detestar de una manera muy profunda ese hecho.
—Desde luego.
Era mejor
rendirse a discutir, porque de hecho, eso no me servía de nada, y llevaba
asumiéndolo cuatro años ya. Lo mejor era aceptar que mi familia quería cuidar
de mí y protegerme hasta la saciedad, porque era su única hija, y no me costaba
comprender sus motivaciones. Era por eso que me dejaba llevar por sus
imposiciones. ¿Qué clase de hija sería si los desafiara a cada momento, si no
les dejara cuidarme después del infierno que pasamos los tres, y nuestros seres
más queridos y cercanos?
En fin, una
señorita de buena cuna debía cumplir ciertas expectativas, y las mías era
infinitas.
Suspiré.
Después de la
cena, intenté que Bryan me invitara a su casa, pero intimar con ese hombre
parecía misión imposible. Quería que estuviera disponible para cuando le
apeteciera, pero si era yo la que tomaba la iniciativa, me recordaba que una
dama nunca debía ser muy agresiva en la cama y esos temas.
A veces me
parecía que de verdad había salido de uno de los cuentos Disney. Mi familia
estaba encantada con su caballerosidad y su sentido del decoro, pero la verdad
es que a mí me frustraba muchísimo. No estábamos en la Edad Media, ni en el
siglo XVIII, y yo no era una florecilla delicada, sino toda una mujer.
Vale que mis experiencias
con el sexo opuesto eran muy limitadas, por no decir inexistentes, y que no le
encontraba al sexo nada especial, aparte del hecho de que tras la primera vez,
sí que era placentero, pero era excitante saber que alguien te encuentra
deseable, y sin embargo, con Bryan todo era casi al revés. No sabía qué le
ocurría.
Cuando cumplí
veinte años, decidí perder mi virginidad con mi novio Harry, al que conocí en
la universidad de Goldsmiths cuando ambos estudiábamos Historia de Arte. Tenía
mi edad, y al parecer, menos experiencia de la que decía tener, pero no fue tan
malo como mis amigas me hicieron creer. La segunda vez resultó menos confuso,
aunque tampoco nada especial y no hubo una tercera, ya que el buen chico del
que estaba enamorada, se había puesto a salir con otra compañera de clase
mientras me regalaba poemas de amor que no eran nada buenos. Menudo caballero
resultó ser.
También fue una
decepción para mi madre, quien le tenía afecto por conocer a su rica familia
desde siempre. Este no iba a ser mi príncipe azul. Y no sé por qué motivo,
empezaba a pensar que mi actual caballero andante, tampoco iba a serlo. Siempre
tan ocupado con el trabajo, cuando teníamos una noche para los dos solos en su
casa familiar, siempre me trataba como si fuera a romperme, y si yo me mostraba
más apasionada de lo que debería según él, se encargaba de hacerme sentir
sucia, como si sentir deseos por un hombre fuera un pecado mortal.
En resumen, si
el matrimonio iba a ser igual que nuestro noviazgo, iba a aburrirme como una
marmota.
Y sabía lo que
me perdía, porque Eliana no se cortaba cuando me contaba sus experiencias, y al
parecer, había todo un mundo de sensaciones que yo me perdía con mi perfecto y
cuadriculado novio.
Menudo chasco.
Como amiga,
intentó ayudarme para despertar los instintos básicos de Bryan, como ella los
llamaba, lo que me hacía gracia siempre que lo mencionaba, pero era perder el
tiempo. No creía que él tuviera nada de eso, y a veces deseaba que fuera como
otros hombres. Solo un poco.
Al igual que una
niña de diez años, me encerré en mi habitación y me puse a ver películas de
época. Eran mis favoritas, y el mejor método que tenía para desconectar del
mundo y fantasear con mi soñado Mr. Darcy.
A veces también
fantaseaba con que era el villano quien me raptaba de las garras de mi
controladora familia y me hacía pasar por unas aventuras deliciosamente
peligrosas y excitantes, pero había decidido que era mayorcita para esas
tonterías, aunque también me gustaba ver Cenicienta y todo tipo de películas
sobre princesas de cuentos, así que no solía meditar en profundidad sobre los
problemas psicológicos que arrastraba desde mi infancia.
Que mi madre
fuera una soñadora y una romántica empedernida, me había condicionado para
siempre. Por supuesto, no todo era culpa suya, claro.
Escuché la
melodía del teléfono sonando en la mesita de noche y alargué la mano, dispuesta
a ignorarla para continuar viendo la enorme pantalla que ocupaba parte de una
de las paredes de mi cuarto, cuando vi que se trataba de Eliana.
—Espero que sea
cuestión de vida o muerte —bromeé nada más descolgar.
Hubo un pequeño
silencio seguido por lo que debía ser una risa ahogada.
—Ya estás con
Orgullo y Prejuicio, ¿no es cierto?
—Qué bien me
conoces.
Me reí mientras
cogí el mando a distancia y apretaba el botón de silencio.
—¿Qué tal tu
cena? —preguntó sin más preámbulos.
Su pregunta
tenía mucho que ver con el hecho de que les hubiera hablado a mis padres de las
excursiones con los niños del orfanato. Por más que lo intentaba, no comprendía
que se tomaran tan mal mi interés por esta nueva ocupación. Deberían sentirse
orgullosos de que hiciera algo provechoso con mi tiempo, con el dinero que a
ellos no les faltaba para su tren de vida. Me entristecía que pensaran que, en
cierto modo, ayudar en esa causa, no era digno de mi posición.
No era un
centro de enfermedades infecciosas, por todos los Santos.
Hablé con los
dientes apretados.
—Ha ido como
cabría esperar. Mi padre ha mostrado más aceptación, y al menos no me han
encerrado en la Torre de Londres por mi comportamiento.
Escuché una
risita por lo bajo, pero sabía que Eliana no se tomaba con humor todo eso. Ella
era una brillante asistente social cuya vida giraba en torno a ayudar a los más
desfavorecidos, y le desagradaba, y le rompía el alma, que los demás no fueran
como ella.
—No te
preocupes por mí. Estoy deseando salir con los chicos, y ellos se lo pasarán en
grande. Los mejores guías de los museos estarán con nosotros, y los niños
aprenderán mucho.
—Eres un cielo,
Daisy —dijo tras una pequeña pausa—. Como una espectacular hada madrina, y
jamás podré agradecerte lo suficiente el que llegaras aquel día a nuestras
vidas.
—Hace casi cuatro años que nos conocimos, así
que tendremos que celebrarlo —propuse con un nudo en el estómago.
Me gustaba
pensar que Colin, tras su muerte, me guió hacia Eliana, quien siempre estaba de
mi parte para apoyarme en todo, y para evitar que me derrumbara. Era un
sentimiento agridulce, pero más bueno que malo, eso seguro.
Podía contar
con ella siempre.
—Podríamos
salir una noche a algún Pub del centro, si quieres —añadió con cautela.
Eso último se
refería en realidad, a que nuestra quedada dependía de mi familia, y de mi
prometido, quien empezaba a controlar mis actividades con el mismo ímpetu que
ellos.
¿Quién no sería
feliz con ese modo de vida? Pensé con ironía. Tener todo lo que una mujer pueda
desear, y llevar una vida de lujos, también conllevaba responsabilidad, y a
menudo, también unas ataduras irrompibles que limitaban todos mis movimientos.
—Creo que no
puedo dejar pasar esta oportunidad, porque últimamente me siento como en una
jaula de oro de la que no puedo escapar, y mucho me temo que si tensan más las
cuerdas, acabe por coger una maleta y marcharme contigo a Estados Unidos el mes
que viene —añadí riéndome, aunque lo decía muy en serio.
Eliana no dijo
nada enseguida, y pensé que la llamada se había cortado.
—¿Eliana?
¿Sigues ahí?
—S-sí, aquí
estoy… es solo que… lo siento. No te pregunté si querías venir a Chicago porque
no quería crearte problemas con tu familia con un viaje semejante, pero si
necesitas tomarte un tiempo para ti, para despejarte, serás muy bienvenida.
—¿Lo dices en
serio? —pregunté con emoción—. Me encantaría acompañarte, porque nunca he
visitado América sin mis padres, y solo he visto Nueva York porque tenemos un
apartamento en Manhattan. No creas que me han dejado hacer turismo…
—Lo sé, yo… la
verdad es que Samuel me dijo que podía llevar a quien quisiera, porque el
apartamento que tiene libre, tiene sitio de sobra, y le dije que había una
posibilidad de que llevara a una amiga.
—Bien, no digas
más. La semana que viene intentaré preparar el terreno. Bryan será otro tema,
pero creo que seré capaz de manejarlo —dije sin mucha confianza.
Desde que
oficialmente éramos pareja, había estado haciéndose poco a poco dueño de todo,
y dudaba sobre el poder que tenía yo sobre mi propia existencia.
Qué deprimente,
pensé.
Eliana por otro
lado, escuchó mis palabras como una canción divina que al parecer, había
esperado oír.
—Sería
maravilloso —chilló emocionada.
Ambas sabíamos
lo complicado que resultaría convencer a mi familia, y a mi prometido, para que
no me impidieran hacer un viaje de todo un mes, y al otro lado del Océano
Atlántico. Sin embargo, hacía muchos años que me sometían a estricta
vigilancia, y mis actividades se habían visto reducidas a una serie de
acontecimientos aburridos en la misma ciudad que me vio nacer. Durante ese
tiempo, no salí de vacaciones más que al sur de Hampshire, a nuestra casa de
campo, y mis viajes al extranjero, véase Europa, se extinguieron por completo;
a cambio, iba con escolta casi hasta para darme una ducha. Merecía un respiro,
unas vacaciones, dije para mis adentros; y como la cárcel definitiva del siglo
XXI no caería sobre mí hasta diciembre de 2018, cuando Bryan y yo nos
casáramos, de momento no tenía ataduras legales de ningún tipo.
Casi podía
saborear la libertad, y sentí un gran impulso de salir de casa y ponerme a
gritar a pleno pulmón en mitad de la calle. La sola idea de dejar Londres me
hacía latir el corazón a toda prisa. Y no es que quisiera abandonarlo todo, eso
no, pero llevaba tanto tiempo sintiendo la pesada carga de ser la heredera de mi
familia, que esta oportunidad me había devuelto la esperanza de recuperar mi
vida. O al menos, parte de ella.
Unos años antes,
solo soñaba con casarme, tener hijos, una casa grande y una vida cómoda llena
de ostentación. Ahora mismo, solo quería aventura, sentirme viva de nuevo,
experimentar cosas nuevas y apasionantes.
¿Por qué no?
También algo de diversión.
No quería
engañar a Bryan, pero necesitaba llenar esa parte de mi vida que al parecer él
no iba a darme jamás. Vivir como una señora en su palacio, sin más consuelo que
sus aburridas amigas casadas, de la alta sociedad, y sin conseguir captar la
atención de un marido que carecía de masculinidad, bueno… no era mi idea de una
vida de cuento.
Durante un
breve instante, antes de terminar la conversación con Eliana por esa noche, me
pregunté por qué jamás nos hablaban sobre la vida adulta cuando empezábamos a
sentir cosas por los chicos. Es decir, las madres siempre están dispuestas a
darnos la charla del sexo, y la mía solo lo explicó de un modo conciso y
tajante: es algo que no puedes hacer. Punto. Hasta que estés casada, no
pensarás en ello; una buena dama, nunca lo hace.
Eso fue todo.
Por otro lado,
sí que me animaba a conocer a “buenos partidos” con los que tener amistad hasta
encontrar al Príncipe Azul con letras mayúsculas, que besara el suelo que pisara,
me hiciera inmensamente feliz, y con el que pudiera comer perdices, en mi
castillo rodeado de polvo de hadas. En serio, esas cosas no se le dicen a una
niña, ni a una joven con la mente programada en modo romántica empedernida al
igual que su progenitora.
De ahí mi
problema, y mi afición por las películas con guapos caballeros gallardos y
fieles, y con dulces y ñoños finales felices. Cada vez estaba más convencida de
que todo eso lo había inventado alguna cruel señora que aborreciera a su propio
sexo, y algún malvado señor que no tenía compasión por las personas ingenuas.
Como yo.
En otra vida
debí de ser mala persona, porque mi pequeña lista de novios, si es que se les
podía llamar así a los dos chicos con los que salí en el instituto, habían
acabado como el tercero antes de Bryan: en decepción.
El primero de
todos, que tenía solo quince, y uno más que yo, fue pillado besando a una chica
dos años mayor que él, en la calle al salir de clase. Yo no lo vi, por suerte,
pero sí todo el colegio, por desgracia. Se estuvo hablando de ello durante
meses, aunque terminé nuestra relación por mensaje en ese mismo momento.
Si él hacía las
cosas a escondidas, no vi que fuera necesario plantarle cara. No quería verle
más, así de simple, y no me importaba que algunos me llamaran cobarde por no
soltarle un guantazo. No era la clase de comportamiento que una dama puede
tener en público.
Ahora quizás me
arrepentía un poquito.
Mi segundo
novio fue peor. También parecía un buen chico, como todos con los que me había
relacionado en un plano romántico, por llamarlo de algún modo. Cuando consiguió
invitarme al cine y besarme en los labios, por primera vez para mí, me dejó por
otra adolescente de mi edad, que a sus cortos diecisiete años, estaba dispuesta
a darle mucho más de lo que jamás le habría ofrecido yo.
Mis tontas
fantasías se iban desvaneciendo, aunque no por ello dejaría de soñar con una
vida feliz de cuento, y ahora no me importaba si mi amor verdadero venía hacia
mí subido sobre un corcel blanco, o bien en un Aston Martin. Solo quería que mi
hombre me hiciera feliz, que comprendiera que seguía siendo un poco infantil y
que eso me encantaba, que me gustaba darle conversación a mi doncella porque le
tenía mucho cariño, que aceptara que los niños eran mi debilidad, y que de un
modo no del todo vinculante, había acogido a los treinta niños de todas las
edades que vivían en el orfanato que llevábamos entre Eliana y yo.
Había madurado
en estos cuatro últimos años. No mucho, porque me gusta ser como soy. Acepté mi
responsabilidad en el mundo en que vivimos, y he procurado hacer lo posible por
aportar mi granito de arena en una sociedad clasista que antes no comprendía
del todo, y ahora aún menos. Jamás volvería a mi antiguo yo.
Con el paso del
tiempo, también comprendí que debía hacer sacrificios y aceptar mi papel en el
mundo y en mi familia; con Bryan creía haber encontrado a esa persona que si
bien no era mi gran amor, al menos me aportaría estabilidad y protección.
Claro que eso
no significaba que me fuera a hacer feliz. Y no estaba segura de en qué momento
comprendí eso, pero estaba segura de ello.
Más que nunca,
sabía que el viaje con mi mejor amiga tenía que ser una realidad. Si debía
respetar mi promesa de casarme, al menos viviría todo lo que pudiera hasta que
llegara ese momento. No valía arrepentirse luego.
No quería
arrepentirme, me repetí a mí misma.
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