Y... continuamos, espero que os guste, animaros y comentad lo que queráis.
Saludos.
5
Los
siguientes días los pasamos todos juntos visitando la ciudad. Carmen tiene que
estar trabajando en su estudio fotográfico y se disgusta al pensar que no puede
pasar el día entero con Andy, me llama la atención que estén tan inseparables
cuando apenas se conocen. Johnny y yo también lo estamos aunque por distintas
razones. Candice no termina de creerse que nosotros salgamos juntos por el
hecho de que acaban de presentarnos y se nota que recela de los motivos por los
que permanecemos juntos todo el día.
A mí me
parece de lo más normal su actitud, ya que ni yo misma me pondría a salir con
alguien a quien apenas conozco, pero mi falso novio no se separa de mí aunque
debo decir a su favor que es un perfecto caballero en todo momento. Es atento,
amable y considerado; en ninguna ocasión hace alusión al beso que nos dimos ni
intenta nada conmigo, lo que por una parte me alivia y por otro lado me
decepciona. Está claro que para él no fue más que una actuación y aunque a
menudo lo pillo desprevenido observándome con interés y con algo más que no
consigo determinar qué es, procuro por todos los medios no hacerme ilusiones y
recordarme que no es más que teatro.
El
domingo estamos tomando café cerca de mi piso cuando noto que mi móvil está
vibrando dentro del bolso. Tras disculparme, salgo de la cafetería pensando que
es Carmen avisándome que sale antes, lo cual me viene bien para tomarme un
descanso de las miradas de odio de Candice y Maya. “Estas dos me tienen harta” pienso para mis adentros.
Mi sorpresa
es mayúscula cuando veo que es mi madre la que llama. Es muy raro que a media
tarde esté libre y pienso que ha debido pasar algo. Contesto rápidamente y
salgo fuera.
—¿Qué
pasa mamá?
—Hola
hija —me responde extrañada—, ¿qué pregunta es esa?
—Pues tú
dirás, me extraña que me llames a esta hora, ¿no estás trabajando?
—En
realidad no —dice. Se produce un momento de silencio—. Tengo que comentarte
algo con respecto al piso.
“¡Vaya, tiene que ser eso!”, desde que mi padre me dijo que han
pensado vender el piso en el que estoy viviendo -por
ahora-, he tenido miedo de que me llamen y me
digan que ya han encontrado a un comprador. Estoy segura de que esa preciosidad
no estará a la venta mucho tiempo, pero deseo con todas mis fuerzas que al
menos pueda estar las dos semanas que planeé quedarme, porque no tengo ningunas
ganas de quedarme con mi madre. Siempre está fuera trabajando, sería un
aburrimiento no poder invitar allí a nadie y tampoco poder tener la libertad
que me da el hecho de tener mi propio espacio para ir y venir a mi antojo. Al
estar saliendo hasta tarde cada noche, estoy convencida de que mi ritmo de vida
actual no sería tolerado allí. Quedarme con mi padre no es una opción, porque
además de que vive bastante más lejos, ahora tiene una nueva novia y no me
apetece molestar, además de que sería un poco violento para ambas convivir sin conocernos
siquiera.
—Me han
llamado de la inmobiliaria. Antonio, uno de los agentes, va a enseñarlo esta
noche —mientras habla, mi mente no para de dar vueltas a todo el asunto—. Hay
una pareja interesada y al parecer, con el trabajo no pueden visitarlo en otro
momento. Les he dicho que no hay inconveniente, pero deberías ir a arreglarlo
un poco.
Su tono implica
una orden y no una sugerencia. Uno de mis defectos no es precisamente el de ser
una mujer desordenada, pero mi madre es una maniática de la limpieza y no
soporta que haya una mota de polvo o que cualquier cosa esté mínimamente fuera
de su sitio.
—Ya —es
mi seca respuesta.
—¿Necesitas
ayuda con algo? —me ofrece.
—No te
preocupes —le aseguro. No puedo distinguir si tengo más ganas de gritar o de
echarme a llorar. “Ambas cosas creo yo”—.
Dime la hora y todo estará listo.
Y yo
estaré fuera de mi propia casa. Claro que no es mía y empiezo a sentir que
nunca lo ha sido. Tengo que olvidarme de mi precioso piso, que aunque ha estado
vacío durante mucho tiempo, no puedo dejar de considerarlo mío.
Tras
colgar, me doy cuenta de que solo tengo unas pocas horas para recoger un poco y
limpiar lo que pueda haber dejado sucio. Soy consciente de que no tardaré demasiado,
pero el solo hecho de tener que hacerlo para que unos desconocidos examinen
cada rincón, me da náuseas.
Entro de
nuevo y me acerco a la mesa que están ocupando mis amigos y me siento en
silencio. De repente se quedan callados y observan detenidamente mi extraña actitud.
Me sorprende que todos me miren de ese modo, hasta que Ellen tan amable como
siempre, se interesa por el motivo por el que estoy tan seria. Enseguida
intento disimular para que no se preocupen, ya que de todas formas no me
imagino que ellos vayan a verlo como algo por lo que sentirse triste. Estoy
segura de que mis amigos, que tienen varias casas y al igual que yo recorren el
mundo alojándose en diversos hoteles, no entenderán el apego que le tengo a mi
pequeño piso, el cual he dejado abandonado durante largas temporadas y que
ahora estoy a punto de perder para siempre.
Apenas viví
en él durante un año antes de irme a Santa Mónica de forma definitiva y varios
fines de semana a lo largo de estos cinco años, pero por alguna extraña razón
me está costando asimilar que pronto no será más que otro recuerdo. Llevo tiempo
dándole vueltas a la idea de comprárselo a mis padres, pero no sé si estarán dispuestos
a ello. No estoy muy segura de la cantidad de dinero que costará un piso como
este en el centro de Madrid, pero seguro que puedo arreglármelas para
administrar varias propiedades, contando con la mía al otro lado del océano.
La verdad
es que debería decírselo cuanto antes, porque si la agencia toma una decisión y
se vende pronto, poco podré hacer, aparte de lamentarme, y mucho.
—Mis
padres van a vender mi piso y hoy viene una pareja a visitarlo.
—¿Es tuyo
y lo van a vender tus padres? ¿Por qué van a hacer eso? —pregunta Johnny que
está a mi lado.
—Me lo
regalaron hace años, pero sigue estando a nombre de mis padres y ellos lo
pagan, claro —les digo—. Mi padre… —¿cómo explicarles toda la historia sin dar
demasiados detalles?— quiere comprar una casa con su nueva novia y como el piso
está vacío la mayor parte del tiempo han decidido quitarse ese peso de encima.
—¿Venden
tu piso para que tu padre se vaya a vivir con su amante? —pregunta
maliciosamente Candice.
La miro
con extrañeza y veo que Ellen y Matt se escandalizan. Ellos conocen toda la historia
y aunque no saben que él pronto me presentará a su pareja, están al tanto de
que mis padres están divorciados desde hace muchos años.
Le
explican brevemente la verdad a Candice, que se queda decepcionada al saber que
la situación es más normal de lo que a ella le hubiera gustado. Estoy segura de
que le encantaría que mi familia se viera envuelta en un escándalo de talla
mundial.
Recojo
mis cosas y me levanto.
—¿Tienes
que irte? —me pregunta Johnny mientras hace lo mismo y me rodea con un brazo.
Me he
acostumbrado a su contacto y aunque sé que solo es una forma de hacer más creíble
nuestra farsa, me gusta sentirle cerca. En este momento me reconforta
enormemente tenerle a mi lado.
—Sí,
necesito recoger algunas cosas —suspiro.
—¿Quieres
que te acompañe? —me pregunta acercándose a mi oído.
—No sabía
que te gustara limpiar y ordenar —digo bromeando.
—Me
encanta, paso todo el día con una fregona en la mano —dice soltando una carcajada.
Todos observan
atentamente nuestra conversación. Ellen y Matt nos miran fascinados y creo que
intentan averiguar qué tipo de relación hay exactamente entre nosotros, ya que,
aunque saben que no estamos saliendo, nunca me han visto acercarme demasiado a
ningún hombre, lo cual siempre me ha venido bien, porque no puedo evitar pensar
que el que tengo a mi lado ahora mismo puede ser mi perdición.
Candice y
Maya se levantan y tras dedicarme una mirada de odio y envidia mal disimulada
se dirigen al baño, donde muy posiblemente me pondrán más verde que la copa de
los árboles en primavera. “Menudas arpías”,
pienso.
Johnny y
yo nos despedimos de todos y salimos a la calle. Caminamos en silencio unos
minutos mientras nos acercamos a mi piso que no está muy lejos de allí.
Cuando
entramos en el ascensor me siento bastante incómoda. Aquel reducido espacio
hace que mi imaginación tome un camino que no es el adecuado, teniendo en
cuenta que el objeto de todos mis deseos está apoyado en la pared opuesta de la
cabina, a menos de un metro de distancia. Me observa con una expresión
calculadora y me dan ganas de preguntarle a qué viene esa mirada suya, pero realmente
dudo de que vaya a querer contármelo.
Al llegar
a la tercera planta noto que me tiemblan las manos, tengo la llave en mi mano
derecha y me da vergüenza que Johnny se dé cuenta de ese detalle, así que me
acerco lo más rápido que puedo a la puerta y abro deprisa.
Dejo mi
bolso y mis llaves en un pequeño armario de la entrada y me quedo quieta un
instante. No me puedo imaginar que realmente quiera ayudarme con la limpieza y
no se me ocurre preguntárselo siquiera, y menos aún sabiendo que mi dormitorio
no está ordenado, así que le digo que se ponga cómodo en el sofá del salón
mientras yo voy de un lado a otro revisándolo todo.
—¿No me vas
a enseñar tu piso? —me pregunta con una sonrisa—. Es la segunda vez que vengo y
aún no lo he visto.
Me da
miedo lo que pueda pensar, aunque sé que es un espacio agradable, no tengo
claro que Johnny, que está acostumbrado al lujo, pueda apreciar el encanto de
un piso modesto aunque esté decorado con muebles de calidad. Todo es sencillo,
sin demasiados adornos y muy práctico, aunque con pequeños toques de color aquí
y allá, para que no sea aburrido. Desde luego el interior no tiene nada que ver
con la arquitectura exterior. Es un edificio antiguo aunque muy bien restaurado
y conservado, las reformas que hicieron mis padres hace años lo convirtieron en
un lugar confortable y moderno, muy de mi estilo. Me dieron el gusto y pude
elegir absolutamente todo lo que yo deseara, ya que iba a ser mi hogar. Pero soy
consciente de que mis preferencia por lo sencillo, no son del gusto de todos.
Mi madre siempre opta por algo más ornamentado y no le gusta mi decoración de
líneas limpias y modernas. Cuando se terminó la reforma, solía decirme que
parecía un piso de revista y no para vivir, a lo que yo añadía que eso no tenía
nada de malo porque era lo que a mí me gustaba.
—¿Puedes
esperar? Tengo que recoger un poco.
—Así que
lo tienes todo patas arriba, ¿no? —me dice con esa voz tan sexy que tiene.
—Ni mucho
menos —le respondo sonriendo— pero esta mañana lavé ropa y solo me dio tiempo
de cogerla de la secadora, está todo encima de mi cama. Ya viste que Ellen me
sacó a rastras de mi habitación esta mañana.
—Sí,
cuando os escuché pensé que te estaba forzando a hacer algo… —dice con una risa
diabólica. Deja la frase a medias arqueando las cejas con exageración.
Abro la
boca por la sorpresa y sin poder evitarlo me echo a reír. Desde luego recordaba
que cuando habíamos salido de mi dormitorio todos nos miraban con una extraña expresión
y sobre todo Candice, que dijo textualmente: “Lo que hay que oír”. En ese momento no entendí a qué se refería,
pero me habían escuchado decir: “No, no,
no…” “¡No hagas eso, suéltame!”
una y otra vez, cuando mi amiga empezó a tirar de la ropa que yo tenía en mis
manos y a dejarla esparcida de cualquier manera. Habían estado más de una hora
burlándose a mi costa y yo ni siquiera me había dado cuenta.
—Qué
gracioso —le digo poniendo los ojos en blanco. Me alejo negando con la cabeza.
Abro la
puerta de mi vestidor y coloco la plancha encima de la tabla. Me gusta tenerla
aquí para poner la ropa en sus perchas sin tener que llevarlas de un lado a
otro y como tengo espacio de sobra porque es casi del mismo tamaño de la
habitación principal, puedo dejarla fuera de la vista de las visitas como la
que tengo en mi salón.
Al cabo
de poco rato, está todo ordenado. Cuando entro en mi habitación, me fijo en que
mi ropa interior está aún aquí. “Que
desastre, Johnny podía haber entrado y haberlo visto…” Menos mal que se escucha
la televisión en el salón, creo que estará entretenido un rato más, mientras acabo.
Abro los cajones de un mueble donde guardo mis prendas íntimas. No me gusta mezclar
toda la ropa, así que tengo un lugar separado para cada cosa, además de un
armario solo para guardar mis zapatos.
“¡Dios mío! Espero que no les dé por mirar
dentro de los armarios cuando vengan
a ver el piso…” pienso con un sujetador rosa en la mano. Debo llamar a mi
madre para que, tanto el agente inmobiliario como la pareja, mantengan las
manos alejadas de los armarios de mi habitación.
Me doy la
vuelta y se me escapa un grito cuando veo a Johnny echado en el marco de la
puerta mirándome con sorna. Haciendo un gesto con la cabeza, me señala lo que tengo
en la mano y me pongo roja de la vergüenza mientras me giro, y guardo la prenda
-que aún sostengo- en su lugar correspondiente.
—¿Te
aburres o qué? —le pregunto casi gritando de la desesperación que me entra.
—No tengo
ni idea de lo que acabas de decir —dice sonriendo.
Estoy tan
alterada que he empezado a hablarle en español. Es una suerte que no lo
comprenda, porque de repente me dan ganas de insultarle y llamarle de todo y ni
se inmutaría.
—No he
dicho nada —recapacito—. ¿Qué haces aquí? —le pregunto en inglés.
—Quería
saber si te puedo echar una mano —dice a la vez que sostiene una prenda rosa en
su enorme mano. Son las braguitas a juego con el sujetador que acabo de guardar.
—Dame eso
—digo con furia tendiéndole la mano.
—Ven a
por él —suelta riendo divertido mientras se lo pasa de una mano a otra—. Vamos
—me reta con la mirada.
Me acerco
a él e intento agarrar la prenda sin éxito. La sostiene en alto con una mano y
como soy más baja que él no puedo recuperarla sin su cooperación.
—Deja de
jugar como un niño —espeto indignada.
—¿No tiene
ni un poquito de gracia? —pregunta muy cerca de mí.
Puedo
sentir su aliento sobre mis mejillas encendidas. Noto que el pulso se me acelera
y el calor se extiende por todo mi cuerpo en segundos. Él cambia su expresión y
de repente parece que el juego se ha acabado… o se ha vuelto más peligroso, no
lo sé.
Ya no hay
burla en sus ojos.
Intento
tragar saliva, pero se me hace difícil al notar su intensa mirada sobre mí. Sé
que él también está sintiendo algo en este momento, porque respira con
dificultad, aunque no soy capaz de distinguir cuál de los dos está más afectado
por nuestra cercanía.
Baja
ambas manos hasta dejarlas sobre mi cintura. Soy vagamente consciente de que
algo resbala de su mano derecha y cae al suelo, pero todo carece de interés
mientras noto su cuerpo tan cerca. Da un paso más hacia mí y nuestros cuerpos
quedan totalmente pegados.
Un
momento de lucidez en mi entumecido cerebro me hace recapacitar y pensar que lo
que ocurre está fuera de lugar. No puedo dejarme llevar porque de un momento a
otro el pánico me asaltará y volverá a suceder lo habitual. Las palabras: “No puedo hacerlo” escaparán de mis
labios y todo cambiará. Como ocurre siempre.
Por
alguna extraña razón, me siento cómoda a su lado, mi corazón late a toda prisa
y percibo que mi deseo crece y crece. La razón me va abandonando por momentos.
—Me
vuelves loco —dice con voz ronca junto a mi cuello.
Muerde
suavemente el lóbulo de mi oreja y siento que me estremezco en lo más profundo
de mi ser. Va dando pequeños besos por mi mandíbula hasta que en algún momento
decide que ya ha dado bastantes rodeos y entonces me besa de verdad. En esta
ocasión es más agresivo que la primera vez, no hay nadie observando y no lo
hace para dar una lección a ningún ex novio. Lo hace porque lo desea y puedo
sentirlo con cada contacto, cada respiración, cada latido.
Él
también me está volviendo loca. Ahora mismo solo deseo que no se detenga jamás
y ese pensamiento que cruza por mi mente me sorprende tanto que no sé si debo
asustarme o sentirme aliviada por el descubrimiento.
Me
sobresalto cuando se aleja unos centímetros de mí y con la mirada nublada por
el deseo me sujeta por los muslos para que le rodee con mis piernas y quedar a
horcajadas sobre él. Me agarro a sus hombros y él me sostiene fuertemente
mientras me aprieta contra la pared y vuelve a besarme hasta casi dejarme sin
aliento. Nuestras respiraciones y jadeos se mezclan y no tengo ni idea de quién
de los dos está más entregado al otro.
Tira de
mi pelo hacia atrás para besarme en el cuello y aunque mis sentidos están
concentrados en un punto concreto de mi cuerpo en este momento, puedo sacar energías
de alguna parte y respirar profundamente varias veces para recuperarme un poco.
Sus manos
se mueven por mi cuerpo hasta recorrer cada palmo y cuando se detienen en mi
pecho creo que me va a dar algo aquí mismo, noto un estremecimiento tan intenso
que me hace gritar de forma entrecortada. Empieza a besarme de nuevo y siento
que me separa de la pared y segundos después me echa sobre la cama para luego
abalanzarse sobre mí.
Con manos
expertas sube mi camiseta y desabrocha mi sujetador al mismo tiempo; pienso que
si sigue así en pocos segundos no me quedará ni una sola prenda puesta. Por alguna
razón inexplicable, estoy encantada con la idea y me propongo a hacer lo mismo
con él. Paso mis manos por debajo de su camisa y le acaricio la espalda notando
sus fuertes músculos. Voy subiendo la tela y me concentro como puedo en los
botones de su camisa de algodón. Él me deja espacio suficiente pero sus besos
no me facilitan la tarea. Cada vez que acaricio su abdomen noto que se estremece
y cuando la desabrocho casi al completo aprovecho para acariciarle sin dejar ni
un centímetro por explorar.
Se separa
bruscamente de mí y se incorpora a medias, de un tirón termina de quitarse la
prenda, con lo cual escucho que uno -o varios- de los botones saltan al suelo y se pierden
en alguna parte. Cuando se deshace por completo de la camisa, se acerca lentamente
hacia mí mientras me acaricia las mejillas y mira intensamente y con deseo mis
pechos desnudos. Suelta un resoplido y pega su frente a la mía.
—Si no
quieres continuar —me dice entre dientes, haciendo un esfuerzo para hablar—,
dímelo ahora o no podré parar.
Con esa
simple frase me derrito por dentro y unas terribles y poco oportunas ganas de
llorar me invaden. Contengo las lágrimas como puedo, porque ha llegado el momento
de hacer una confesión que estoy segura, hará que Johnny salga huyendo de mí
para siempre.
Pero no puedo
callármelo, dada la situación, tengo que hacérselo saber porque de lo contrario
todo se descontrolará y no quiero eso. Deseo que sea algo especial y aunque estoy
casi a punto de dejarme llevar, antes me toca soltarlo todo.
Me aclaro
la garganta e intento respirar profundamente. Lo consigo a medias.
—Antes
tengo que decirte algo —digo muy seria.
—Dime —me
acaricia las mejillas con suavidad y me regala una de sus preciosas sonrisas.
Mientras
me preparo mentalmente, creo que él puede notar perfectamente que me tenso debajo
de él. Su mirada se torna preocupada y se aleja un poco para mirarme bien, entrecerrando
un poco los ojos.
—¿Qué
ocurre cariño? Me estás asustando —ve que hago una mueca de disgusto e insiste—.
Por favor, dime qué te preocupa.
Su mirada
es tan tierna que por un momento no recuerdo lo que tengo que decirle. Aunque
no es algo que pueda olvidar con facilidad, ya que me atormenta en los peores
momentos inimaginables y no es algo que una mujer, de veintinueve años, pueda
ignorar fácilmente.
—Está
bien, hay algo que debes saber antes de ir más allá —digo. Él asiente con la
cabeza, instándome a continuar—. Yo… soy… —trago con dificultad y mi voz suena
como un susurro por el miedo que encierran estas pocas palabras— soy virgen.
Se queda
callado un instante y noto que tiene una mirada especulativa. Me río
interiormente porque casi puedo ver cómo su mente intenta averiguar si digo la
verdad o me estoy quedando con él. Sé que es algo como para sospechar en los
tiempos que corren. Es raro que una mujer independiente como yo, nunca haya disfrutado
plenamente del sexo en sus casi treinta años, pero ha sido algo que no he
podido controlar. Nunca he tenido ninguna relación duradera como para que
llegar a ese punto y la única que tuve, que duró casi un año ha sido mi peor
pesadilla en ese sentido.
Algo me
impedía dejarme llevar y entregarme por completo a Sebas y cada vez que estábamos
a punto de hacerlo, me asaltaba un miedo irracional que me impedía continuar.
No vi cómo una brecha invisible nos iba separando más y más, hasta que él decidió
ponerle fin.
Johnny se
incorpora y se queda sentado en la cama. Está muy serio y me siento tan
vulnerable ante él que solo quiero echar a correr y esconderme. Con una mano
agarro mi camiseta, que está cerca, y la uso para tapar mi desnudez con ella.
Estoy tan avergonzada por mi confesión que desvío la mirada y sin poder
evitarlo las lágrimas empiezan a brotar sin control.
—¿Lo
dices en serio, no? —me pregunta con tono suave.
Le miro
enfadada, aunque lo estoy más conmigo misma, por no poder controlar mis
traicioneras lágrimas, haciendo que parezca una quejica delante de él.
—¿Tú qué
crees? —le espeto furiosa.
—Está
bien, perdona —dice con voz baja—. Me resulta difícil de creer que una mujer
preciosa como tú nunca se haya acostado con nadie.
—Ya —le suelto
con una risa amarga.
—Si te
digo la verdad, no es la primera vez que dicen eso mismo —comenta pensativo—.
Pero aquella vez… —se calla de repente y me mira desconcertado— lo siento, no
quiero incomodarte.
Le sonrío.
Este hombre que tengo delante es tan tierno, que casi no me lo puedo creer.
Nunca lo hubiera imaginado de él. Siempre se ve tan extrovertido, bromista y
directo, que no pensé que fuera tan sensible. Me hace gracia que piense que soy
tan inocente. No soy ninguna niña como para no saber nada sobre sexo y crea que
no lo he experimentado jamás.
Cuando estaba
con Sebas, solíamos dejar volar nuestra imaginación, porque al comenzar nuestra
relación, él se comportaba de manera comprensiva conmigo y quería darme tiempo
para que me fuera acostumbrando a él. A menudo los preliminares le servían como
distracción hasta que yo estuviera preparada para entregarme por completo y él
estaba satisfecho con esa concesión, hasta que empezó a presionarme poco a poco
y vio que no conseguiría lo que tanto deseaba. Sentí que me estaba obligando de
alguna manera y no me resultaba nada agradable pensar, que lo único que quería
era sexo, y no estar conmigo. Con cada negativa mía, supe que se iba alejando
más y más, aunque me negara admitirlo, incluso ante mí misma. Pero tenía claro
que mi momento llegaría y cuando estuviera lista lo sabría.
Claro que
yo no me podía imaginar que cuando estaba más que dispuesta a compartir ese paso
tan importante para mí, él iba a decirme adiós para siempre.
—Tranquilo
—digo sonriendo—, no me molesta ni me incomoda hablar sobre sexo. Además —continúo
con voz sugerente—, creo que es una buena terapia para mí.
—¿Sí? —me
pregunta con un susurro.
Se acerca
a mí y me besa suavemente. Separa sus labios y sonríe de forma casi imperceptible.
—La única
vez que me confesaron algo así, la chica me mintió y fue todo un desastre —dice
negando con la cabeza mientras sonríe ante el recuerdo—. La peor experiencia de
mi vida, créeme.
Nos
quedamos mirándonos y sin saber cómo, empezamos a reír sin poder parar. Estamos
así unos instantes hasta que escuchamos el timbre de la puerta y las risas se
apagan rápidamente. Me quedo seria y con un gesto rápido me pongo el sujetador
mientras que con una mano sostengo la camiseta. Me acerco a la puerta nerviosa,
aunque aliviada al ver que Johnny ha reaccionado mejor de lo que me esperaba.
—¿Quién
es? —pregunto mientras termino de arreglarme. Me miro en el espejo de la
entrada y veo que mi pelo está hecho un desastre.
—Soy tu
madre.
“¡Mi madre! ¡Mi madre! ¡Mi madre!”, grito
para mis adentros. La situación no puede ser peor, ahora sabe que estoy junto a
la puerta y si no abro enseguida notará que pasa algo. Solo se me ocurre
decirle la verdad, aunque no todos los detalles.
—Espera
mamá, me estoy vistiendo.
—De
acuerdo, espero.
Entonces
me doy cuenta de mi error colosal. Hay un hombre medio desnudo en mi habitación,
debe de tener el pelo tan revuelto como el mío y estamos los dos solos en mi
piso. Mi madre no tardará en comprender lo que estábamos haciendo aquí hasta
hace unos segundos. Sacará sus conclusiones, que aunque no estarán muy desencaminadas,
no pueden ser más inoportunas.
Entro
corriendo en el baño mientras aviso a Johnny de la inesperada visita. Al cerrar
la puerta veo que está sorprendido, pero no tan asustado como yo mientras se viste
y se recompone. Yo termino de asearme y con un cepillo arreglo el desastre que
se ha ocasionado en mi pelo.
Salgo lo
más rápido que puedo y no veo a Johnny por ninguna parte. Lo encuentro en el
salón mirando mis libros tranquilamente. Cuando me acerco a la puerta estoy
nerviosa y pienso que es una tontería que me ponga de esta manera; mi madre
seguramente imaginará que no es la primera vez que estoy con un hombre, sobre
todo porque cuando salía con Sebas ella estaba loca de contenta y me decía una
y otra vez, que había “pescado” a uno de los buenos. Sé que ella sueña con un
buen matrimonio y una familia propia para mí y no entiendo cómo puede pensar
así en este siglo, pero claro, yo no soy tan conservadora como ella para algunas
cosas. Teniendo en cuenta que ella se ha casado y divorciado pocos años después,
no consigo comprender que quiera eso para mí, de verdad que no.
La dejo
pasar; me está preguntando si necesito ayuda con algo, cuando repara en la
presencia inesperada que hay en el salón. Johnny se acerca a nosotras con
tranquilidad y los presento:
—Mamá
éste es Johnny Harrison, un amigo que ha venido a verme desde Estados Unidos.
Te aviso que no habla español —le digo son una sonrisa—. Johnny —continúo en
inglés—, ésta es mi madre, Amalia Cantero.
Se estrechan
las manos y se produce entonces, un momento de silencio bastante incómodo. No sé
qué decir y solo deseo que mi madre se vaya para poder acabar de recoger el
piso sin que esté vigilando cada cosa que hago.
—Me está
ayudando a recoger un poco —le digo a mi madre—, nuestros amigos están en una
cafetería y cuando termine nos iremos con ellos.
—Muy bien
—dice mirando con interés a Johnny, veo que posa su mirada en el cuello de la
camisa de éste y cuando yo hago lo mismo me doy cuenta de qué es lo que ha
llamado su atención—. Si no necesitas nada, me marcharé. A las nueve llegará
Antonio con la pareja que viene a visitarlo. Yo estaré aquí con ellos y cuando
se vayan te avisaré.
—Vale,
gracias.
Sale por
la puerta y suelto todo el aire que había estado conteniendo sin ser consciente
de ello. Me vuelvo hacia Johnny.
—Que
desastre, seguro que piensa que estamos saliendo —le digo con desesperación— en
breve estará preguntándome desde cuándo estamos juntos, seguro que pronto
contará los meses que faltan para una boda por todo lo alto.
—¿Qué hay
de malo en eso? Mi madre también suele hacer esas cosas, pero no lo hace con
mala intención.
—Ya
claro, pero ella no te habrá pillado nunca en plena faena, ¿verdad? —le digo
mientras le señalo con el dedo el descosido que tiene su camisa—. Se ha dado
cuenta de que te falta un botón y estará pensando… en lo que habrá pasado antes
de que ella llegara.
—Ah —es
toda su respuesta. Mira los hilos sueltos y se encoje de hombros.
—Voy a ir
a buscarlo y te lo arreglaré, espera aquí por favor.
—De
acuerdo, aunque tampoco es para tanto…
Voy a mi
habitación y lo busco por todas partes. Supongo que no es nada importante,
quizás estoy algo nerviosa y nada más, pero no puedo evitar sentirme algo
incómoda por la inesperada visita de mi madre y mucho más por lo que estábamos
haciendo un rato antes.
No hay ni
rastro del maldito botón. “¿Por qué tienen
que ser tan diminutos?”, pienso.
Me doy
por vencida al darme cuenta de que es inútil seguir buscando. Termino de
recoger mi ropa y doy un repaso al resto de habitaciones antes de entrar en el
salón.
—Johnny,
no hay ni rastro del botón —le digo con preocupación.
—No pasa
nada, además, creo que deberías llamarme John —dice—. Todos mis amigos más
íntimos lo hacen —me guiña un ojo.
—No somos
tan íntimos, apenas nos conocemos —aclaro con desconcierto.
—Bueno,
después de lo que acabamos de hacer en tu cuarto, creo que podemos decir que nos
conocemos bastante bien, ¿no crees? —dice poniendo una pose pensativa.
Su
sonrisa y su descaro me están dejando bloqueada y se me hace increíblemente difícil
pensar algo coherente.
—¿Y qué
les diremos a todos cuando se den cuenta? ¿Crees que no harán preguntas?
—Les diré
que me enganché con algo —dice sin darle importancia.
—Claro,
con tu mano —le digo irónicamente, negando con la cabeza—. Bueno, no queda más
remedio, ya que no consigo encontrarlo.
—Venga no
es para tanto —me dice, al parecer muy seguro de eso—. ¿Estás lista para irnos?
—Sí,
vamos.
¡Hola! acabo de conocer tu blog, te sigo Besos ^^
ResponderEliminarGracias!! Yo ya te sigo. Besos
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