Os traigo un regalito que espero que disfrutéis!
Es el relato número 4 de mi libro "Tus deseos: Relatos", que podéis encontrar en formato kindle y papel aquí.
Cada año visitaba mi casita de la playa. Me
encantaba pasar tiempo allí, a pesar de que ahora volvía por una razón bien
distinta. Era la única vivienda, solo a mi nombre que poseía, y después del
divorcio más sonado del país en los últimos meses, aquí estaba de nuevo. Se
habían acabado las fiestas glamurosas que solía montar con mis amistades y los
grandes iconos de la moda, mi última colección para el otoño había sufrido un
desafortunado accidente y había quedado arruinada en un incendio en mi local y
parecía que no conseguiría remontar tras esos dos grandes fracasos en mi vida.
La prensa se cebaba con mi matrimonio
hundido. Aunque lo peor de todo, era que mi ex, Fabián Montero, había sido el
verdadero causante de todos mis problemas. Vale, del incendio no tenía la culpa
nadie. Había sido un accidente en una vivienda cercana y había provocado daños
a varios locales más, pero el muy desgraciado, había estado acostándose con
todo lo que llevaba faldas a mis espaldas, y luego tenía la cara dura de decir
que la culpa era mía por trabajar demasiado y no prestarle atención. A veces
ansiaba ser tan frívola como él, para vengarme o simplemente para que las cosas
no me afectaran tanto.
Su mejor amigo -y abogado sin escrúpulos-, había hecho el resto: haciendo comunicados de prensa, alegando que él
quería formar una familia, pero yo estaba demasiado ocupada con mi trabajo, y
no era capaz de pensar en nada más que en mí misma.
Cada vez que lo pensaba, me salía una nueva úlcera
en el estómago. Mi secretaria y relaciones públicas, fue advertida de que no
debía hablar con la prensa, ni siquiera para desmentir los rumores, que cada
vez eran más y más enrevesados.
Al parecer yo tenía una aventura de la que no
era consciente, claro que seguramente fuera, porque el modelo con el que me
emparejaban, era gay. Pero eso era otra historia. Ese chico era un buen amigo y
no pensábamos dejar de salir juntos por ahí, por esas estúpidas e infundadas
acusaciones. Todo el mundo sabía que era homosexual (él no lo ocultaba, porque
no tenía razón para ello), pero a Fabián le daba igual la verdad, solo deseaba
quedar bien y conservar la imagen de hombre de negocios serio y perfecto.
Yo prefería concentrarme en recuperar mi vida
y no alimentar los comentarios malintencionados que recorrían el país por todos
los rincones. Si no se le hacían caso, acabarían por desaparecer.
Al igual que yo.
Estaba harta del acoso de los paparazzi, y
pensé en ocultarme un tiempo en Murcia. Claro que podía haber ido a mi
apartamento de Mallorca, pero me habían encontrado en un santiamén. Sin
embargo, mi casita perdida en un pueblo pequeño de la costa, me daría esa tranquilidad
que tan desesperadamente necesitaba.
A mis treinta y un años, me sentía casi como
una anciana. Había llevado hasta ahora, una vida bastante intensa. No había
dejado de trabajar y de viajar desde que cumplí los dieciocho y decidiera que
quería ser diseñadora de moda. Había perseguido ese sueño hasta la saciedad y
gracias a algunos amigos que me apoyaron desde el principio y me allanaron el
camino para llegar a la meta que yo misma me impuse, había conseguido lo que
más ansiaba en el mundo: ver mis vestidos y trajes en los esculpidos y
perfectos cuerpos de los modelos que desfilaban para mis colecciones.
Al igual que ellos, me mantenía en bastante
buena forma, ya que tenía que dar una buena imagen a la marca que con tanto
esfuerzo había creado. Era parte fundamental del mundo en el que entré siendo
muy joven, pero por algún motivo, me encontraba hastiada de tanta perfección;
quería descansar, y precisamente eso pretendía al venir a mi pequeño refugio.
La casa estaba impoluta, era sencilla, por
dentro y por fuera, y aunque la decoración y el mobiliario eran de buena
calidad, me gustaba la sobriedad que se respiraba, no como el piso en la
capital que compartí hasta hace poco con Fabián, todo era recargado y pura
ostentación. Como el propio dueño.
Aún me costaba entender que me fijara en él.
Era muy atractivo, pero yo sabía ver lo que había bajo la superficie de las
personas como él: solo ansiaban el éxito, el dinero y el poder, y nunca tenían
bastante. Hacían lo que fuera para mantener sus bien prediseñadas vidas de la
alta sociedad y nada les impedía conseguir lo que deseaban.
No teníamos nada en común y hasta hacía poco
tiempo no había sido consciente de esa realidad.
No soy conformista, trabajo mucho desde mi
adolescencia, pero cuando logré mi gran sueño, me sentí dichosa y satisfecha,
solo quería conservar aquello que era importante para mí, y no llegar a la
cima, pasando por encima de cualquiera que se pusiera por delante.
Debí notar que nosotros no nos parecíamos en
nada, pero como se suele decir, el amor es ciego y muy a menudo, es estúpido y
una completa locura.
Tendría más cuidado la próxima vez.
Dos semanas habían pasado desde que me
despedí de mi estupenda vida en Madrid. Había desconectado todos mis teléfonos,
excepto uno de tarjeta que me agencié para poder hablar con mis padres y mis
amigos más íntimos. Necesitaba distanciarme un poco, no perder mi antigua vida
para siempre. De ese modo me tenían al tanto de las posibles novedades con la
empresa, aunque poco había cambiado, después del monumental desastre. Quedaba
mucho por solucionar y mis ayudantes estaban haciendo un buen trabajo en mi
ausencia. Pocos eran aquellos que gozaban de mi confianza, pero mi equipo de
trabajo, la tenía.
Intenté mantener un ritmo algo más relajado,
pero sin dejar del todo mis hábitos: hacía ejercicio, trabajaba en varios
bocetos y diseños nuevos, y disfrutaba del sol de junio, junto a una playa
preciosa y semi-privada a la que tenía acceso desde mi patio trasero. Me
gustaba pasear y, contemplar el vaivén de las olas, se habían convertido en un
remedio excelente contra la ansiedad que me atormentaba de vez en cuando.
Una tarde fui a visitar una librería cercana
y me compré varios libros que estaba devorando como hacía años, cuando tenía
tiempo para esos placeres. Ya ni me acordaba de lo bien que me sentía cuando me
sumergía entre las páginas de una buena novela. Las historias de amor, aunque
imaginarias, me hacían soñar con la posibilidad de descubrir el verdadero amor
en un futuro. Quizás algún día, al igual que las heroínas de esas historias,
también lo encontraría.
Esa tarde, sentada en mi tumbona junto a la
orilla, vi pasar muy cerca a un hombre que tendría más o menos mi edad, y se
quedó mirándome con interés y una sonrisa asomando en sus labios. No es que me
sorprendiera. Tampoco me consideraba una top
model y había que tener en cuenta que los hombres miraban a toda aquella
mujer que tuviera un buen trasero y una sonrisa bonita, así que no era como
para echar cohetes. Pero aquel tipo era el más atractivo que había visto en mi
vida, y yo me ganaba la vida trabajando con modelos profesionales.
Me di cuenta de que, mientras pasaba por
delante con un paso seguro de quien se sabe atractivo, ambos nos habíamos
quedado embobados sin apartar la vista el uno del otro.
Aparté
la mirada y no pude evitar sonreír. No todo iba a ser malo. Mis pequeñas y
merecidas vacaciones iban a permitir que me recreara en los bronceados cuerpos
masculinos que se alojarían en los hoteles cercanos. Tendría que llamar a
alguna amiga para que me hiciera compañía y así evitar caer en las redes de
alguno de ellos. Aún recordaba cómo solía comportarme cuando estaba soltera, y aunque
de aquello hacía bastante tiempo, no deseaba volver a ser tan impulsiva como
entonces.
El “descanso” que me tomaba en mi carrera
tendría que extenderse a todos los campos de mi vida, en que el caos se había
apoderado, antes de huir de la capital. Eso incluía la parte sentimental
también.
Esa noche me costó dormir más de lo habitual.
Seguramente el hecho de tener las ventanas cerradas a cal y canto, con el calor
que hacía, tendría mucho que ver.
Bajé a la primera planta, después de abrir de
par en par las ventanas de los tres dormitorios que tenía la casa en la parte
superior. Fui directa a la cocina y saqué de la nevera una botella de agua
fría; en ese momento sentí la necesidad de echármela por encima, pero me
arrepentí a tiempo, seguro que luego me quedaría helada y además tendría que
recoger el estropicio.
Saqué un vaso de cristal y lo llené hasta
arriba. Cuando lo acabé, me di cuenta de que estaba acalorada. En la planta
baja también hacía calor y abrí todas las ventanas del salón y la cocina.
Eran las dos de la madrugada, pero me
apetecía salir a tomar el aire. Se me ocurrió la idea de darme un baño en el
mar y me puse el biquini, pero nada más salir a la terraza trasera y mirar
hacia la orilla, me di cuenta de que me daba un poco de miedo sumergirme en sus
aguas impredecibles y oscuras. Al final me dirigí hacia el lateral de la casa
donde estaba la piscina, oculta de la parte delantera por una valla con unos
setos altos y bien recortados.
Me sumergí e hice un par de largos hasta
agotarme, lo cual no era muy complicado, dada la hora que era. Estaba cansada,
pero como aún no tenía sueño, me anudé una toalla en la cintura y caminé
descalza hasta la playa.
Creía estar sola, pero me pareció escuchar algo
y al llegar a la orilla, lo que sin duda identifiqué, era el llanto
desconsolado de una persona. Como estaba oscuro, era difícil saber de dónde
venía.
Quise darle privacidad a quien quiera que necesitara
la soledad para llorar. Pero no fue así cuando al ir paseando topé con una
personita aovillada que estaba casi tocando el agua. Apenas se le veía bien con
tanta oscuridad y al acercarme pude distinguir un pantaloncito de un color
claro y lo que sin duda era una coleta en lo alto de la cabeza.
Iba despacio, ya que no quería perturbar a la
chica, pero no podía pasar de largo. Se abrazaba a sí misma y aunque había
dejado de llorar, se balanceaba despacio, como si necesitara consuelo
desesperadamente.
—Hola —hablé bajito, pero lo bastante alto
para que me oyera a pesar de las olas.
Levantó los ojos, brillantes de las lágrimas.
La chica parecía muy joven y tenía aspecto de sentirse muy avergonzada al ser
encontrada así. No sabía si hacía bien al acercarme a ella, pero me parecía aún
peor, ignorarla.
—Hola —dijo aclarándose la garganta. Se
levantó.
—¿Puedo hacer algo por ti?
Se quedó mirándome un instante. Parecía
valorar mi ofrecimiento, lo cual me desorientó ya que no me conocía en absoluto
y al ser una adolescente, imaginé que me iba a decir que le dejara en paz. No
tenía mucho trato con chicas de su edad, así que la verdad es que no sabía muy
bien qué decirle para tranquilizarla.
—Pues… eres una mujer muy guapa. ¿Puedo
preguntarte algo?
—Sí —dije no muy segura.
—¿Qué crees que debo hacer para que un chico
se interese por mi?
—Bueno, a ver… —¿Qué diablos hacía yo ahora?
Intenté pensar en alguna respuesta vaga que me hiciera salir de ese embrollo,
pero al ver a la chica mirarme con un brillo de esperanza y admiración en esos
ojos claros, se me ablandó el corazón—. ¿Cómo te llamas?
—Yolanda Carmona. Y tú eres Karen Stone,
¿verdad?
—Sí, soy yo —le dije con una sonrisa—.
¿Cuántos años tienes?
—Catorce. Pero, ¿qué tiene eso que ver con mi
pregunta?
—Verás, creo que eres muy joven para querer
llamar la atención de los chicos de tu edad. Son unos inmaduros. Eres una chica
preciosa y seguro que ya le interesas a muchos, pero ni ellos lo saben. Estoy
convencida de que ahora mismo piensan más en videojuegos que en mujeres, pero en
un tiempo, encontrarás a uno que valga la pena. Ya lo verás.
—Gracias —dijo sonriendo ampliamente—. Mi
padre se pone pálido y sale corriendo cada vez que le pregunto algo sobre chicos
y no puedo hablar de estas cosas a nadie más. La hermana de mi madre es
demasiado mayor, es una aburrida y cascarrabias inaguantable.
—Ya veo.
Quise preguntarle por su madre, pero era
evidente que o bien no vivía con ella o la había perdido. Sin duda, un tema
complicado para una joven de catorce años con mirada pensativa que hablaba con demasiada
soltura.
—¡Yolanda!
Ambas nos giramos para ver de dónde venía la
voz masculina que gritaba el nombre de la chica. Ella se volvió hacia mí enseguida
y con voz consternada me pidió que no le dijera nada a su padre. Asentí. El
hombre que venía corriendo ya estaba junto a nosotras y no pude decir nada.
—¿Sabes qué hora es? ¿Por qué no me has dicho
que ibas a bajar a la playa? Me has dado un susto de muerte —acarició los
hombros de su hija y la abrazó. Un momento más tarde se quedó mirándome—. Hola,
¿va todo bien? ¿Ha pasado algo?
—No pasa nada, salí a pasear y me encontré
con su hija aquí sentada. Como estaba sola le pregunté qué hacía por aquí y
solo charlábamos hasta que usted apareció.
Su rostro se relajó visiblemente, parecía que
toda la tensión que acumulaba en su cuerpo, se esfumó con mi comentario. Al
mirarle fijamente, me di cuenta de que era el hombre que vi en la playa la
tarde anterior. Parecía aún más misterioso y apuesto a la escasa luz de la
luna, con esa piel bronceada, apenas tapada por un pantalón corto negro. Me
hubiera recreado más en su perfecto cuerpo semidesnudo, pero ver a la hermosa
joven que tenía abrazada con gesto protector, me devolvió de golpe a la
realidad. No tenía ni idea de la situación sentimental de ese hombre, como para
empezar a fantasear. Decidí despedirme de ambos.
—Voy a seguir con mi paseo nocturno. Adiós
Yolanda, un placer conocerte.
—Gracias por tu charla —puso especial énfasis
en la última palabra y el padre la miró arqueando una ceja. Ella le sonrió y
con una expresión de exasperación fingida, desvió la mirada hacia mí—. Si estás
de vacaciones a lo mejor nos vemos por aquí.
—Claro —me despedí con la mano y caminé hacia
el lado contrario para alejarme.
Había andado apenas cinco minutos cuando
escuché unos pasos en la arena. Me volví y allí estaba: guapo, con un cuerpo de
infarto bronceado y expuesto. Todo eso, combinado con un alborotado pelo moreno
y unos ojos claros y profundos, hicieron que se me secara la garganta al
instante.
—Siento mucho que mi hija haya estado
acosándola. Es una chica maravillosa, pero muy impulsiva. Le admira mucho, así
que seguro que ha estado haciéndole preguntas sin parar, ¿no?
Su mirada interrogante y su forma de hablar me
hizo gracia, se parecía mucho a su hija.
—Así que sabe quién soy.
—Karen Stone —pronunció mi nombre con una intensidad
que me dio vértigo—. Sale continuamente en todas partes.
—Ya… a saber qué habrá oído sobre mí.
Puse mala cara ante su comentario. Esperaba
que no fuese periodista, aunque no me imaginaba a ninguno que viajara con una
adolescente en busca de noticias frescas en sus vacaciones de verano.
—Lo siento, no pretendía molestarla. Pero es imposible
que pase desapercibida cuando salen cada cinco minutos hablando sobre usted.
Yo… lamento que esté pasando por una situación así.
—Gracias. La mayoría de
la gente sólo se limita a criticar o darme consejos malísimos para afrontar
todo esto. Es de los pocos que han dicho algo amable después de la cantidad de
mentiras que circulan...
—Bueno,
los rumores son sólo eso, ¿no?
—No
para todos...
—Sí, supongo. Lo siento.
Nos
reímos, a pesar de que yo aún sufría por mi separación. No por mi ex, sino por
el escándalo que se montó y porque el muy desgraciado sí que aprovechó la
situación en su beneficio. Nunca hubiera caído tan bajo como él, a pesar de que
muchos opinaban, que debía defenderme a toda costa.
—Ya
que conoces una distorsionada versión de mi vida, ¿podría saber algo sobre ti?
Como, ¿a qué te dedicas…?
—Soy
Oliver —extendió su mano para que se la estrechara—. Y soy neurocirujano.
—Vaya,
que interesante. Como el protagonista de Anatomía de Grey —dije bromeando.
—Más
o menos, aunque yo ejerzo de verdad —sonrió—. No soy tan perfecto y arrogante
como el personaje de la serie y mi hija dice que no soy tan guapo, desde luego.
—Venga
ya, ¿eso dijo? —negué con la cabeza—. Yo creo que eres más guapo que él…
Al
decir eso, quise atrapar las palabras con mis propias manos. Él me observaba
con atención y en sus ojos pude ver un reflejo de la misma atracción que estaba
sufriendo yo en ese momento. Nos quedamos en silencio y la tensión podía
cortarse con un cuchillo cuando decidí intervenir. Solté lo primero que me vino
a la cabeza.
—¿Quieres
pasear?
—Sí.
Me gustaría saber cuál era el tema de conversación tan interesante que ha
dejado a mi hija tan pensativa y sosegada. Hoy ha estado todo el día muy rara y
la verdad, me preocupa. Su madre murió hace más de dos años y está llegando a
una edad que me pone muy… nervioso… por decirlo de forma suave.
—Es
comprensible, aunque no creo que debas preocuparte. Parece una chica sensata, y
solo habló sobre cosas normales que preocupan a las chicas de su edad.
—Ya.
La verdad es que me veo incapaz de darle consejos. Para mí siempre será mi niña
y me bloquea pensar que va a crecer sin su madre para que le enseñe esas cosas.
—Entiendo.
Caminamos
un rato sin decir nada. El silencio era sorprendentemente agradable aunque las
miradas de soslayo que me dirigía, me estaban poniendo un poco nerviosa.
—¿Puedo preguntarte por qué has venido aquí
en tus vacaciones? —preguntó.
—Me parece un lugar ideal para descansar y
desconectar de todo. Siempre me ha gustado este pueblo, aunque he vivido en
muchos sitios, le guardo un cariño especial.
Sonrió pero no dijo nada. Me pregunté qué le
haría tanta gracia.
—Te alojas en la casa del porche de madera
oscura, ¿verdad?
—Sí.
—Te vi cuando llegamos hace unos días. Debo
decirte que también le tengo un cariño especial a esa vivienda.
—¿Y eso?
—Pues es prácticamente donde me crié desde
pequeño. Mis padres la vendieron hace unos años para venirse conmigo a Madrid.
Su afirmación me sorprendió.
—¿También vives allí?
—Sí. Supongo que es posible que nos veamos
alguna vez.
Todo el mundo sabía que vivía y trabajaba en
la capital, así que ésta vez no me sorprendió su comentario.
Se detuvo y me miró. Una mirada intensa que
me dejó temblando y sintiendo escalofríos por todo el cuerpo.
—¿Tienes frío?
—No… no lo sé —balbuceé.
Sus cálidas manos acariciaron con suavidad
mis brazos. Una corriente eléctrica me sacudió y él lo percibió. Se acercó un
poco más hacia mí, casi nos tocábamos, pero en ese momento recordé algo.
—¿Qué pasa con tu hija?
—Está en el hotel. Tranquila, no está sola. Ha
venido mi hermano y él la mantendrá a raya. Más o menos. Dudo que esta noche se
escape otra vez.
Sonrió y me deleité con sus labios carnosos.
Su voz tenía un tono de lo más seductor, estaba segura de que él sabía el poder
que poseía y lo usaba a su antojo, y no veía nada malo en coquetear un poco. Al
fin y al cabo, las vacaciones estaban para desmelenarse.
Un poco de aventura no hacía daño a nadie, me
dije antes de sentir los dulces labios de Oliver sobre los míos.
El sol lucía con fuerza cuando me desperté al
día siguiente. Lo más seguro es que fuera ya medio día y no me extrañaba,
después de pasear durante un rato, Oliver me acompañó a casa y en el momento en
que se me ocurrió invitarle a entrar, ya sabía lo que pasaría.
Era un hombre irresistible y al darme la
vuelta, vi que seguía en mi cama tumbado boca abajo.
No sabía en qué estaría pensando para haberme
dejado llevar de ese modo. Hacía años que me comportaba como una adulta más o
menos razonable y madura. No quería volver a ser la chica impulsiva que viajó
por medio mundo para trabajar en lo que quería. Era el momento de ser
responsable y pensar las cosas antes de hacerlas.
Arrepentirme no era algo que fuera conmigo,
desde luego. Me recreé en la musculosa espalda de Oliver y recordé lo que sin
duda fue la mejor noche de toda mi vida. Nunca antes había disfrutado con un
hombre de ese modo en la cama y tampoco había conocido a ninguno que se
preocupara por mí hasta tal punto de casi olvidarse de sí mismo.
Me levanté y fui al baño a ducharme. Quería
ir a desayunar antes de bajar a la playa y pasar el día en la tumbona leyendo o
simplemente tomando el sol.
Cuando salí, allí estaba, echado en la cama
completamente desnudo. Me derretí al verle así y con una expresión de lo más
tierna.
—Buenos días princesa de los mares.
—¿Cómo dices?
—Bueno, con ese pelo largo y rubio… aquí
junto a la playa… me parece que eres como una de las hermanas de “La sirenita”.
Me reí, aunque no sabía si tomarme a broma
que me compararan con un dibujo animado con una cola de pez en lugar de
piernas. Me acerqué y me senté en un lateral de la cama junto a él.
—Espero que al menos sea una de tus películas
favoritas.
—Oh, lo es. Mi hija tiene una bonita
colección y hace años que las veo con ella, y te aseguro que es la princesa más
hermosa que he visto —se incorporó y se acercó a mí. Hablaba con voz ronca y mi
corazón se aceleró cuando puso su mano sobre la mía—. Pero no es tan hermosa
como tú.
Nos besamos como si el mundo fuera a
terminarse en ese instante. Nunca había conocido a alguien que besara tan bien
y se demorara en cada parte de mi cuerpo hasta que quedaba aparentemente satisfecho.
Volvió a echarse sobre la cama y tiró de mí
para que me colocara encima. Dejé la toalla a un lado en el suelo y me propuse
entregar lo mejor de mí. Sin duda un hombre que se desvive por complacer a una
mujer como él lo hacía, se merecía eso y más.
No tardamos en sentir que la pasión nos
nublaba la razón y pronto solo sentíamos el contacto del otro en nuestra piel.
Jamás había experimentado una sensación semejante, tan profunda que parecía
estar en otro mundo.
Un mundo donde parecía que solo existía esa
mirada azul clara y a la vez penetrante en la que podría perderme para siempre.
Pasados cuatro días, la vida para mí era
confortante y algo extraña, teniendo en cuenta el ritmo que solía llevar en
Madrid. Los días que había estado sola en la casita de la playa, había sido
como permanecer en la capital, ya que todos mis pensamientos seguían allí. Pero
cuando Oliver y su maravillosa hija Yolanda llegaron a mi vida, algo cambió
desde ese instante.
Estábamos comiendo en un restaurante de la
zona, cuando me informaron de que solo se quedarían hasta la mañana siguiente.
Tenían que volver a casa porque se terminaban sus vacaciones. Yo debería hacer
igual, pero no me veía con fuerzas aún y tomé la decisión de quedarme unas
semanas más.
Estar juntos tanto tiempo, había surgido de
forma natural. Oliver no dudó en invitarme a participar de las actividades que
hacían padre e hija, ya que según él, su hermano estaba con su novia y
necesitaban un poco de intimidad. A cada momento me demostraba lo mucho que
disfrutaba de mi compañía, y la verdad es que yo disfrutaba de la suya también.
Yolanda había resultado ser una joven
independiente, muy consciente de que algo pasaba entre su padre y yo, algo que
me preocupaba, pero que al parecer ella aceptaba de buen grado. Pues muchas
veces era Yolanda la que me invitaba a ir de compras o a cualquier sitio,
excluyendo a su padre completamente.
Esos días habían sido como vivir una vida
alternativa. Una vida a la que no sabía si podría aspirar algún día, porque el
poco tiempo que pasábamos Oliver y yo a solas, por alguna razón, no llegábamos
a tocar ese tema.
No sabía si sentirme decepcionada o aliviada,
ya que no tenía muy claro si estaba preparada para ello o si por el contrario,
debía esperar y conocernos mejor.
Con mi ex tuve una larga relación antes del
matrimonio, que acabó al cabo de dos años y de una manera sumamente
desagradable. Lo cual me hacía replantearme la idea de una relación larga antes
de saber si realmente era esa persona la que está destinada para mí. Estaba
empezando a creer que los flechazos existían y solo tenías que tener los ojos
bien abiertos para darte cuenta.
Al mirar a los ojos a Oliver, podía sentir en
mi corazón algo que no había sentido antes. Algo que desde luego, también tenía
miedo a perder, aunque no supiera con exactitud lo que era.
Esa noche nos quedamos solos. La última noche
que pasaríamos juntos en Murcia.
Aunque tenía claro que era una completa
locura, sentía que una parte de mí, se marcharía con él para siempre. No sabía
si volveríamos a vernos, porque nuestros mundos eran muy distintos, y ese
pensamiento solo me hacía sentirme peor.
Intenté no hacer caso a mis confusos
sentimientos y centrarme en la cena que con tanto cariño, había hecho para mí.
Estuvo más de dos horas en la cocina, de la
que fuera su casa años atrás, y decidió que sería divertido cocinar juntos. Yo
no lo había hecho nunca, ni sola ni acompañada, así que me daba un poco de
reparo ponerme a cortar verduras con un cuchillo enorme. Pero era un aliciente
el hecho de tener cerca a Oliver. Había sido muy divertido, y también sexy,
verle trabajar con tanta concentración en nuestra cena, mientras me miraba y
sonreía de vez en cuando.
Cuando estuvo la cena preparada, nos sentamos
en el porche trasero a la luz de las velas. Era muy romántico. Mucho más que
las cenas lujosas a las que me veía sometida en Madrid en las fechas señaladas,
desde luego se notaba que Oliver hacía todo con una entrega que muy pocos
hombres demuestran.
En cierto modo, lamentaba que no estuviera
Yolanda con nosotros. Eso nos habría evitado la conversación que seguramente
Oliver tenía preparada. Una posible despedida para siempre -que no sabía si estaba dispuesta a aceptar-, ya que en tan poco tiempo había llegado a
sentir algo muy profundo por ese hombre tan apasionado en todos los aspectos de
su vida. En cierto modo, podía verme a mí misma en él. Se había esforzado mucho
por conseguir lo que deseaba y era la clase de persona lo bastante valiente,
para admitir que tenía miedo de criar correctamente a una niña de catorce años.
No supe en qué momento, durante esa cena,
mientras me hablaba sobre su infancia en la casa en la que estábamos, supe que
le echaría mucho de menos. Mi corazón sufrió un vuelco y se entristeció.
Comprendí que estaba enamorada.
Parecía una locura muy propia de mí, aunque al
mirarle a los ojos, supe que era un amor sincero, de esos que ocurren una vez
en la vida. Me daba un miedo atroz que él no sintiera lo mismo.
—Estás muy callada.
—¿Qué?
—Digo, que estás muy callada —sonrió cuando
le miré—. ¿Esperas encontrar las respuestas, a los misterios de la vida, en las
olas?
—Más o menos —le dije devolviéndole la
sonrisa—. Pensaba en que echaré de menos este lugar cuando tenga que volver.
No me atrevía a confesarle, que lo que de
verdad añoraría, era a él. Sin duda lo mejor de mis vacaciones y posiblemente,
de mi vida al completo.
—Yo también. Y espero no tener que echarte de
menos cuando estemos en Madrid.
—¿Qué quieres decir? —mi voz sonó
extremadamente alterada, no pude evitar reflejar todo lo que sentía en mi cara:
estaba aterrada.
—Tranquila, no es lo que piensas. Quiero
decir que espero que sigamos viéndonos, así no tendría que echarte de menos.
—Ah.
Me sentí tonta. Pero la verdad es que la idea
de no verle, me daba auténtico pánico y nunca había estado así por ningún hombre
antes.
—Oye, sé que hemos estado posponiendo el tema
desde la primera noche que pasamos junto, pero quiero decirte algo. —Acercó su
silla para quedar a mi lado—. No he ido tan rápido con nadie en mi vida, ni
siquiera con la madre de Yolanda, y creo que es porque me sentí totalmente
atraído por ti. Eres maravillosa y mi hija piensa lo mismo, supongo que
entenderás que eso también es importante para mí.
—Sí, claro. Es una chica estupenda.
—¿Y no crees que yo soy un chico estupendo?
—No —dije con seguridad. Su expresión era de
una perplejidad total y no pude evitar reírme—. Lo que creo es que eres un
hombre maravilloso, tu hija tiene mucha suerte.
—Eso espero. Porque voy a decirte algo que es
importante para mí y espero no equivocarme.
Con sus manos sobre las mías, noté una
calidez asombrosa, deseaba de todo corazón que no me soltara nunca y esperaba
ser lo bastante fuerte, en el caso de que él no sintiera lo mismo.
—Sé que nos acabamos de conocer, pero pienso
que si ocurre algo tan transcendental como lo que estamos viviendo, debemos
luchar por ello y no dejar que termine. Ya sé que es muy pronto para hablar de
matrimonio, pero te ofrezco otra clase de compromiso. Te ofrezco una relación
sincera y un lugar importante en mi vida, porque mi corazón es tuyo desde el
instante en que nuestras miradas se encontraron aquella tarde en la playa. Y
espero que siga siendo así siempre.
—Es lo más bonito que me han dicho en mi vida
—le besé de un modo suave para evitar sucumbir a la atracción que nos unía. Le
miré a los ojos y mi corazón latió con fuerza. Acababa de sellar mi destino—.
Yo siento lo mismo que tú, y estoy convencida de que lo conseguiremos. Porque
desde este instante, mi corazón es definitivamente tuyo.
Sellamos nuestro amor con un beso apasionado.
Éramos dos personas luchadoras y unidas a partir de ahora. No nos daríamos por
vencidos hasta conseguir lo que ambos deseábamos con todas nuestras fuerzas:
estar juntos para siempre.
Eso sí era algo por lo que valía la pena
enfrentar al resto del mundo si era necesario.
Saludos!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario