Os adelanto el primer capítulo, aunque todavía estoy en fase de correcciones... pero me hace ilusión que vayáis viendo de qué va la historia.
Espero que os guste.
1
En
la tienda no había mucha gente. Edith White (la dueña), y su ayudante Samantha
Walker, estaban revisando los nuevos pedidos que habían llegado mientras colocaban
los expositores.
Quedaba
mucha mercancía en el almacén y a Edith le preocupaba, pero tenía todos sus
sentidos alerta después del robo de unos meses atrás. No quería correr más
riesgos. En aquella ocasión, se habían llevado varios objetos muy valiosos, en
los que estaban incluidos: un joyero y un anillo muy importantes para ella. No
solo por el valor económico de éstos; eran muy preciados, porque pertenecieron
a su familia desde hacía generaciones, y eran de las pocas cosas que había
podido conservar.
Su
vida no había sido fácil jamás, pero había logrado sobrevivir, y al igual que
ella, esos pocos objetos habían sido capaces de permanecer ilesos a través de
los años.
Tuvo
que esforzarse mucho para lograr encontrarlos y recuperarlos. Esa era ya la
segunda vez y no pensaba dejar que ocurriera lo mismo una tercera. Se prometió
a sí misma, que si podía encontrar a las personas que abrieron su caja fuerte de
alta seguridad como si tal cosa, pagarían muy caro su desfachatez. Y no los
llevaría ante la ley, sino que tendrían que enfrentarse a ella. Y como siempre,
perderían.
Edith
vio que su ayudante estaba alicaída y se acercó hasta ella para preguntarle.
—¿Qué
te ocurre Sami?
—Oh,
nada. Es solo que…
Dejó la frase sin acabar.
Pudo
notar el sufrimiento de la joven. En realidad Samantha era dos años mayor que
ella, pero teniendo en cuenta la verdadera condición de Edith, poco importaba
eso. Vio que las lágrimas brotaron de los ojos de la chica y quiso consolarla.
Ni siquiera dejó la copa de cristal que llevaba en la mano, sujetó a Samantha
por los hombros suavemente y la condujo a la sala contigua que ellas utilizaban
para comer, descansar y guardar sus cosas personales.
Se
sentaron en un sofá de piel y Edith encendió el enorme televisor de pantalla
plana que había en la pared. A su ayudante le gustaba ver los programas del
corazón y aunque no entendía que a nadie en el planeta pudiera gustarle o
relajarle algo así, se había acostumbrado a hacer lo mismo cada vez que
Samantha sufría una de sus crisis. Dedujo que otra vez era a causa de su novio,
pero como ocurría lo mismo desde hacía meses, no le quiso preguntar. Para ella
las relaciones eran absurdas y sin embargo, la que había llegado a convertirse
en una buena amiga, era la mujer más enamoradiza que existía.
Nunca
se ponían de acuerdo, así que Edith procuraba evitar ese tema en concreto todo
lo que podía, aunque le resultaba difícil evitar discutir, ya que deseaba que
Samantha dejara de sufrir por culpa de los hombres de una vez y para siempre.
Por alguna extraña razón, no había sido capaz de utilizar todos sus poderes de
persuasión para hacerla cambiar de idea. A veces se preguntaba si se estaba
volviendo una blanda y eso no le gustaba en absoluto.
—Deja
de llorar —intentó sonar autoritaria, pero más bien su voz sonó maternal. Algo
que detestaba. Le dio un pañuelo y se levantó—. Te prepararé un té.
Era
algo que solía hacer a menudo su madre cuando aún vivía. No fue fácil para ella
la vida en América. No eran precisamente de la alta sociedad neoyorkina y se
vio obligada a vivir en la pobreza hasta que conoció a un hombre rico que la
mantuvo durante un tiempo. Claro que todo eso terminó cuando éste supo que su
madre quedó embarazada. Las abandonó a las dos y desapareció sin mirar atrás.
Margaret White no volvió a ser la misma mujer. Se fue a vivir con una prima
suya, que prácticamente crió a Edith, porque su madre perdió todo su mundo el
día que Tomas Rogers desapareció de su vida.
Todo
eso había pasado hacía demasiados años. Tantos que a Edith casi le daban
escalofríos cuando lo pensaba. Aún le afectaba mucho, aunque le costara
admitirlo.
Sus
divagaciones quedaron relegadas a un rincón de la mente de Edith donde guardaba
sus recuerdos del pasado, demasiado vívidos, teniendo en cuenta que hacía mucho
de aquello. Pero entonces se dio cuenta de que algo la había devuelto a la
realidad, un pequeño golpe se había oído desde el almacén.
Estaba
ocurriendo de nuevo.
—¡Edith!
—¿Qué
ocurre? —preguntó a Samantha, extrañada.
Entonces
se dio cuenta de que había roto la copa que llevaba en la mano. Odiaba cuando
pasaban esas cosas, a veces era un poco descuidada.
—Oh,
vaya…
—¿Te
has hecho daño?
—No,
no. Tranquila, ya debía de estar rota.
Su
comentario fue recibido con una mirada de incredulidad por parte de su
ayudante. La contempló, al parecer, olvidando sus problemas sentimentales por
el momento y levantó las cejas expectante.
—Para
ser una mujer tan patosa, debiste dedicarte a otra cosa… o al menos haber
pensado mejor lo de regentar una tienda de artículos de lujo, ¿no crees?
—observó Samantha—. Esa copa cuesta una pequeña fortuna —soltó con voz chillona.
—Ya
lo sé… —dijo pensativa. Su ayudante no sabía lo cerca que estaba su observación
de la verdad. Recogió los pedazos y volvió a oír el ruido. Intentó serenarse y
proceder con calma, porque si no, aquello terminaría en desastre—. Oye, me
parece que he oído algo en el almacén, voy a ir a ver.
—Yo
no he oído nada.
—Bueno,
tranquila, solo iré a asegurarme. Ahora te prepararé el té.
—Está
bien.
Cerró
la puerta trasera con llave para que nadie pudiera salir de la tienda hasta que
todo quedara arreglado. Si Edith pillaba al intruso, iba a hacerle pagar allí
mismo. Entró con sigilo, aunque en el momento en que llegó al fondo del pasillo
notó algo, una esencia muy reconocible por las personas como ella.
Un
vampiro.
Se
sorprendió mucho, porque no tenía ni idea de que la primera vez que robaron,
fuera uno de ellos. Debió suponerlo, su caja fuerte estaba bien preparada y
solo alguien de su misma naturaleza podía haber hecho un trabajo tan limpio y
eficaz.
No
trató de esconderse más. Quien quiera que fuese, ya había percibido que ella
estaba allí, así que abrió la puerta que daba al almacén y sin necesidad de
buscar, supo que la persona estaba esperándola junto a su caja fuerte, abierta
como en las otras ocasiones. Lo que había ido a buscar no estaba allí. Y la
persona que quería ese objeto tan valioso, querría saber porqué y dónde estaba
ahora.
Ella
no pensaba colaborar. Menos aún, cuando sus dudas estaban a punto de ser
aclaradas.
Se
encontró con un hombre de complexión fuerte de más de metro noventa. Su pelo castaño
y sus ojos verdes, le hacían bastante atractivo, pero no amistoso. Había algo
terriblemente peligroso en él, un aura oscura muy característica. Estaba claro
que estaba acostumbrado a la violencia, porque había una maldad en sus ojos que
no había contemplado en nadie más.
Tal
vez en otra persona…
Sus
sospechas se confirmaron en ese instante. El hombre que la había convertido
hacía más de doscientos cincuenta años estaba detrás de todo el asunto. Pasó
mucho tiempo con él antes de saber lo que era realmente y tuvo claro, que ese
no era el único error que había cometido con él, sino también el dejarle entrar
en su vida y darle a conocer todo aquello importante para ella.
Era
un hombre sin escrúpulos que hacía lo que fuera por conseguir lo que deseaba.
La quiso a ella, pero cuando se dio cuenta de que no la tendría jamás como él
deseaba, la convirtió en vampira, imaginando que tras eso, se quedaría a su
lado. Algo que no ocurrió. Más bien lo contrario. Edith se sintió manipulada y
desprovista de todo poder para tomar sus decisiones. Nunca habría elegido esa
vida, pero él tomó la decisión en su lugar y no se lo perdonaría ni en esa, ni
en mil vidas.
Estaba
segura de que el vampiro que tenía delante, estaba al tanto de sus
sentimientos, pero le era difícil ocultarlos cuando eran tan fuertes como
puñales en su corazón.
—¿Quién
eres?
La
voz de Edith denotaba toda la rabia contenida que sentía en esos momentos.
Deseaba arrancarle la confesión a mordiscos, pero se contuvo, porque pensó que
Samantha podía entrar por la puerta trasera del almacén si notaba que había
cerrado con llave la que daba paso a la tienda. Su amiga se preocupaba en
exceso, así que tenía que terminar con todo lo antes posible.
—Aquí
lo importante no es quién soy yo. Sino quién eres tú. Vengo a recuperar lo que
le quitaste.
La
seguridad en sí mismo no amedrentó a Edith, tampoco la certeza de saber de
quién hablaba. Podía notar que era un vampiro mucho más joven que ella, y él
también lo notaría sin dificultad, por eso, como hombre que era, sentía la
necesidad de sentirse imponente, algo que ella sabía manejar muy bien.
—Tienes
mucho valor viniendo solo.
—¿Cómo
estás tan segura de que no he venido con nadie? —media sonrisa asomó a los
labios del hombre.
Hacía
mucho tiempo que ella no se dejaba embaucar por hombres atractivos y
seductores, había aprendido la lección después de tropezar con muchas piedras
en su largo camino.
—Vamos
campeón —ronroneó—, ya sabes que puedo notar esas cosas mejor que tú, así que
te ahorraré tiempo y esfuerzo —su tono condescendiente, pasó a otro mucho más
oscuro y determinante—. Dile a Adolf que no encontrará nada de lo que busca y
si tanto lo desea, que venga él en persona. Le estaré esperando.
La
amenaza velada no impresionó al hombre, que miró de arriba abajo a Edith y le
hizo sentir una pequeña oleada de deseo. Escrutó a la joven y percibió mucha más
fuerza interior de la que mostraba, ya que era menuda y de no más de metro
sesenta y cinco. Su cabello moreno y ojos azules, hacían una combinación
irresistible para cualquier hombre que supiera apreciar la belleza. Desde luego
ahora entendía la obsesión de su jefe con Edith White.
Él
no soportaba tener que hacer los trabajos sucios del viejo vampiro. Jonathan
Brown no había nacido para servir a nadie, pero por desgracia, su suerte había
cambiado aquel día de 1922, cuando Adolf Callaghan le miró con el mismo ojo
crítico con que observaba a su preciada colección privada de objetos valiosos.
Sabía ver el potencial de todo lo que poseía y de aquellos que convertía,
porque desde luego, solo había que mirar a la preciosa mujercita que tenía
justo enfrente. No era de extrañar que quisiera recuperarla, aunque por alguna
extraña razón, ahora no estaba demasiado dispuesto a entregársela en bandeja.
Su trabajo consistía en recuperar ciertos objetos e intentar forzarla a un
encuentro con Adolf. Ya no le parecía tan sencillo ni tan interesante, porque
sabía la clase de persona que era el hombre para el que trabajaba, y sin duda,
Edith se merecía algo mejor.
Jonathan
no la conocía de nada, y tampoco es que le importara demasiado, pero estaba
claro que detestaba a Adolf y si no fuera porque su influjo le tenía atrapado,
le habría abandonado hace tiempo. Ya no detestaba su condición de vampiro, llegó
a acostumbrarse después de muchos años, pero de haber elegido esa vida, habría
preferido sin duda que le convirtiera Edith. Ahora que la tenía delante y
notaba sus fuertes vibraciones y su infinita energía, sabía con seguridad, que
hubiera disfrutado estando bajo su influjo. Eso era algo que sometía al vampiro
con su creador, lo que le convertía en alguien leal a este, aún si no
compartían los mismos principios sobre la vida.
Su
creador nunca le había llegado a confesar porqué liberó a Edith, si al parecer,
estaba tan enamorado de ella. Pero se alegraba, aunque ese pensamiento le
estaba desconcertando. No había sentido nada igual por una mujer, aunque por su
vida habían pasado docenas de ellas. Estaba claro que ninguna humana podía
equipararse a ese ser inmortal que tenía a pocos pasos. Casi le resultaba
imposible reprimirse para no dar unos pasos más y notar su calor y su aura más
cerca.
Ambos
notaron la presencia de otra persona cerca de donde estaban. Edith la reconoció
enseguida y se tensó, pero Jonathan se quedó impresionado por la energía tan
especial que sentía, muy pocas veces se había cruzado con algo parecido y sin duda
no lo olvidaría fácilmente. Frunció el ceño ante el amargo recuerdo.
—Es
mi ayudante, más te vale desaparecer —siseó Edith.
—Un
poco tarde —dijo Jonathan sonriendo con malicia. La otra mujer estaba frente a
la puerta trasera y giraba la llave en ese momento—. Tendrás que inventar una
excusa —propuso en voz baja—. Como que soy tu novio o algo así.
—¿Estás
loco? Es la peor excusa que podría darle —puso mala cara y sin saber por qué,
su corazón latió desbocado como nunca en su vida.
—¿Qué
pasa? ¿Tú nunca has tenido novio?
—Pues
no, y para tu información, no es algo que te concierna para nada.
—Ya…
—Arqueó una ceja y la miró un instante que a ella le pareció una eternidad.
La
puerta se abrió de golpe. Dejando a los dos vampiros mirándose sin saber muy
bien qué hacer o decir.
Edith
no quería poner a su amiga en peligro, aunque imaginaba que podría defenderse
sin problemas del ataque de aquel hombre si se lo proponía, no había confirmado
la naturaleza de aquella energía que provenía de Samantha y no deseaba ponerla
a prueba delante de un vampiro del que no sabía nada. No tenía ni idea de hasta
qué punto, Adolf había influido en su personalidad y mientras no estuviera
segura, no iba a consentir que se acercara a ninguna de las dos.
—Edith,
estaba preocupada… —su semblante cambió cuando miró en dirección a Jonathan. Se
quedó sin habla y sintió un miedo atroz que le obstruyó la garganta y casi no
le dejaba respirar. Edith notó el estado de su amiga—. ¿Quién es? —preguntó con
voz temblorosa.
—Oh,
Sami no te preocupes, solo es un amigo. Ya sabes… ha venido para invitarme a
salir.
Su
comentario tenía una clara advertencia para Jonathan, esperaba que no le
contradijera, si no su amiga se daría cuenta de que no era precisamente alguien
bienvenido allí. No quería que se asustara, aunque podía percibir desconfianza
y miedo vibrando por todo su ser y no supo interpretar el motivo.
—Ya
veo. No me habías hablado de él —dijo con decepción.
—Lo
siento, ya sabes cómo soy —no quería darle explicaciones estando él allí, tenía
que invitarle a largarse lo antes posible y sin levantar sospechas, no deseaba
involucrar a su amiga en asuntos tan turbios como su pasado—. Ya hablaremos en
otro momento, estoy trabajando. —Se dirigió a él y esperó su respuesta.
—Sí,
ya me iba. Por cierto soy Jonathan Brown —tendió la mano a Samantha y ella se
la estrechó con reticencia, más por pura cortesía que por ser amable con él—.
Un placer.
—Igualmente,
yo soy Samantha Walker —habló algo más relajada.
—Lo
sé, me han hablado mucho y bien de ti.
Edith
le fulminó con la mirada. Le había dicho aquello que deseaba saber: su nombre.
Pero también había dejado caer, que sabía mucho más de su vida de lo que
parecía. No le hacía ninguna gracia, y mucho menos que su amiga se viera
implicada de alguna manera en lo que sin duda parecía, una guerra entre ella y
Adolf. No sabía si alguna vez lograría deshacerse de él.
Cuando
se marchó por fin, Jonathan dedicó una mirada significativa a Edith, y ella pudo
leer en su mente las palabras de él: Nos
veremos muy pronto, con un tono burlón. Desde luego ese hombre la
sorprendía al demostrarle, que había aprendido rápido, los trucos que tenía el
hecho de ser vampiro. No deseaba enfrentarse a él ni a su creador, porque no
sabía si tenía las de ganar a pesar de su fuerza y experiencia, pero lo haría
si era necesario, porque no iba a permitir que le arrebataran aquello que era
importante para ella.
Su
amiga la agarró del brazo y la sacudió. Edith pudo percibir en Samantha la
confusión y el miedo, que momentos antes habían desaparecido al tocar a
Jonathan.
Algo
en lo que tendría que pensar más tarde.
Ahora,
su amiga volvía a experimentar esos sentimientos como si se tratara de una
burbuja asfixiante y no le gustaba nada en absoluto.
—¿En
qué estabas pensando Edith?
—¿Qué
quieres decir? —replicó.
—No
me gusta ese hombre… no me habías contado nada de él. Ya sé que es cosa tuya,
pero siempre me dices con quién andas por ahí, aunque solo sea una aventura de
una noche —habló tan deprisa que Edith no supo cómo no se había quedado sin aire.
—Samantha…
—advirtió a su amiga.
—No,
nada de Samantha. Me llamas así porque sabes que no lo soporto y así zanjas las
cuestiones que no quieres afrontar, pero después de dos años ya no soporto
andar con secretos. Estoy harta.
Edith
se quedó sin habla. Algo que no ocurría con frecuencia. Apreció en los ojos de
su amiga, la certeza de lo que pasaba por su mente. Sabía lo que era ella. Lo
que aún no estaba segura es desde cuándo y cómo es que lo había descubierto.
—¿A
qué te refieres? —preguntó insegura.
—¿Tú
qué crees? —resopló con impaciencia—. Jonathan es un vampiro… y desde luego uno
que no te conviene nada en absoluto. Hay algo peligroso en él y no me fío.
—¿Cómo
puedes saber eso? ¿Y por qué no estás más asustada sabiendo lo que es? Yo…
—También
sé que eres una vampira, pero tú eres distinta —la sujetó por la mano y la hizo
sentarse en una de las dos sillas antiguas que había a un lado del almacén—.
Confieso que al principio me sorprendió, pero puedo ver más allá de lo que hay
en las personas, sobre todo en los que son como tú. Enseguida noté que hay
muchas cosas buenas en tu interior. Me daba miedo decirte que lo sabía, porque
pensé que ya lo habrías notado tú también.
—¿Notado?
¿Qué tenía que notar?
—Vaya…
así que no has conocido a ninguno como yo… No me extraña entonces que no te
dieras cuenta enseguida. Lo que ocurre es que cuando un vampiro conoce a una
bruja, suele existir una rivalidad y rechazo que normalmente acaba en tragedia.
El temor a ser descubierto es demasiado fuerte, surge lo peor del vampiro y su
esencia le empuja a destruir aquello que considera un peligro para su
existencia. Por eso los que aún quedamos con vida, somos tan pocos.
—Eres
una bruja —susurró Edith. Ahora comprendía la energía que sentía fluir alrededor
de su amiga, y que siempre había considerado algo especial—. Si existe esa
rivalidad entre vampiros y brujas, ¿cómo es que tú y yo somos amigas? No tiene
mucho sentido.
—Pues
no estoy muy segura. Pienso que si un vampiro puede controlar sus impulsos
asesinos… —guardó silencio cuando vio la atónita expresión de Edith—. Lo
siento, estoy tan acostumbrada a guardarme mis pensamientos, que ahora que
parece que puedo hablar contigo con libertad, va a salir todo fuera —sonrió un
poco avergonzada—. Hace años que no ocurre eso con tanta frecuencia y creo que
es porque los vampiros han evolucionado. Igual que ahora los humanos ya no van
persiguiendo a las brujas con antorchas, pues podemos convivir de un modo más
pacífico con los vampiros también.
—Sí, bueno. Yo por suerte, me libré de alguien
terrible que ahora anda detrás de Jonathan y por eso creo que él no te gusta,
¿no es verdad?
—Hay
algo muy oscuro a su alrededor sí, pero también en su interior. Pocas veces he
visto algo así… y no me queda más remedio que preguntarte —habló de forma
pausada—, ¿qué hay realmente entre vosotros?
Había
un brillo calculador en los ojos azules de su amiga. No sabía qué estaría
pensando en realidad sobre ellos dos, pero si imaginaba que estaban juntos o
algo parecido, no podría estar más equivocada.
Espero que hayáis disfrutado.
Para leer más, tendréis que esperar solo un poquito, porque muy pronto podré anunciaros la fecha exacta de publicación, (que será a finales del mes que viene).
Un abrazo!
Un abrazo!
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