Os anuncio que en dos semanas estará publicada la novela en papel y kindle en amazon. Pronto podré avisaros del día exacto, así que estad atentos. Buen fin de semana a todos!!!
Espero que disfrutéis de este nuevo capítulo que os dejo.
2
—No hay
nada de nada —aseguró—. De hecho, acabo de conocerle.
Samantha
puso una mueca de disgusto no muy convencida, entonces soltó un grito ahogado y
se tapó la boca con las manos. Edith vio cómo sus ojos se agrandaban por la
sorpresa y la miró interrogante.
—¿Él
está detrás de aquel robo que hubo en la tienda?
—Sí
—aseguró sin rastro de duda. Hubiera deseado que Adolf no fuera el causante de
todos sus problemas, pero ahora que lo sabía, al menos era consciente de a
quién se enfrentaba—. Mi creador siempre estuvo un poco obsesionado conmigo,
aunque ahora creo que con quien de verdad estaba obsesionado era con mi madre,
ya que algunos de los objetos que robó de la caja fuerte, le pertenecieron. Son
lo único que me queda de ella y no voy a permitir que me los arrebate de nuevo.
—Ya
imaginaba que eran especiales, porque nunca quisiste exponerlos, pero nunca
imaginé algo así.
—Siento
no haberte dicho la verdad —se disculpó—. Creí que si te decía quién era yo en
realidad, huirías. En el mundo en que vivimos, todo lo que se sale de lo
convencional, asusta mucho.
—Qué
me vas a contar… —convino Samantha sonriendo—. Bueno, tenemos que ponernos al
día con muchas cosas, pero antes de nada, me gustaría echarte una mano con tus reliquias
de familia.
—¿Qué
piensas hacer?
La
desconfianza brotó naturalmente de Edith. No es que no quisiera la ayuda de su
amiga, pero cada vez que algo relacionado con su pasado estaba en juego, en
especial los recuerdos de su madre, sus instintos protectores entraban en
alerta máxima. Había dejado muchas cosas atrás en su vida, pero aquello no
podía volver a perderlo.
—Tranquila,
confía en mí.
Samantha
posó su mano en el brazo de Edith y le transmitió aquello que ella necesitaba
sentir: fe en alguien que no fuera ella misma. Por una vez en su vida, notaba
que podía depositar su confianza en otra persona, sabiendo que no la
defraudaría.
Saber
si la gente mentía era uno de sus poderes a causa de su naturaleza. Se dio
cuenta de que en ese momento, ser vampiro no le resultaba algo tan malo.
—Confío
en ti.
Era
todo lo que Samantha necesitaba oír para ponerse manos a la obra. Usar la magia
no era algo que le agradara en exceso, pues aunque había nacido con esos dones,
era muy consciente de que usarla tenía un alto precio. Pero cuando lo hacía
para ayudar a alguien a quien apreciaba, no le importaba pagarlo.
Solo
necesitaba usar el poder de un fenómeno como la luna, y sabía que ese fin de
semana era el momento adecuado, ya que el ritual sería más fuerte y puro en ese
instante y así se lo hizo saber a Edith.
—Está
bien, quedaremos este fin de semana en mi casa.
—¿Crees
que es una buena idea? —preguntó Samantha con preocupación—. No quisiera que
los que están detrás de todo esto descubrieran dónde los hemos ocultado. Creo
que es mejor que los traigas a la mía, porque puedo hacer un hechizo de
ocultación y así evitar que te sigan a ti o a mi propio apartamento.
Edith
lo meditó unos segundos. No le hacía gracia trasladar de nuevo los objetos,
pero por otro lado, sabía que su amiga tenía razón. Seguro que estaba siendo
vigilada, ya que si tanto deseaban lo que andaban buscando, harían lo que fuera
para dar con ellos. Sabía que tenía que hacer lo mejor para mantener a salvo
sus recuerdos de su vida pasada, porque eso sí que era algo que no podría
recuperar jamás.
—Tienes
razón. Esta noche cuando cerremos la tienda, me explicas lo que tengo que
hacer, porque ahora me temo que tenemos que regresar —dijo señalando con la
cabeza hacia la tienda—. Hay varios clientes esperando bastante molestos.
—¿De
verdad? —preguntó sorprendida. Al ver el asentimiento de Edith, sonrió—. Es una
pasada que puedas saber todo eso, tienes que explicarme muchas cosas.
—Tú
también tienes que contarme cómo es ser una bruja, ya que nunca he conocido a
ninguna y me tiene intrigada.
Con
una sonrisa, ambas volvieron por el almacén hacia el interior de la tienda.
Los
descubrimientos de esa tarde, debieron resultar abrumadores para las dos
amigas. Pero en lugar de eso, por fin quedaron las cosas claras de una vez por
todas. Tanto Edith como Samantha habían sospechado que había algo más que lo
que se veía a simple vista, pero el miedo las hizo guardar silencio. Ahora sin
embargo, mientras trabajaban, se miraban con complicidad. Sabían por fin lo que
tanto deseaban conocer de la otra y podrían empezar de nuevo sin secretos, pues
ambas compartían algo que no era difícil revelar a todo el mundo, y eso era, su
naturaleza sobrenatural.
Edith
notó que su amiga estaba más animada que momentos antes, al parecer la
interrupción de esa tarde, le había venido bien para olvidar sus problemas con
su novio. Pensó que al menos sirvió para algo.
No
pudo evitar pensar en Jonathan durante toda la tarde mientras atendía a varios
clientes snobs que le estaban haciendo perder la paciencia. Su rostro apuesto y
viril, su imponente altura y sus ojos verdes, profundos y misteriosos como los
bosques del norte, hacían acto de presencia en su mente, como fotografías
grabadas en su mente. Sobre todo le había desorientado que al final confesara
su nombre, ya que al principio, no parecía muy dispuesto a decirle nada en
absoluto.
Se
le planteaban muchas preguntas con respecto a ese hombre que había decidido dar
la cara, puesto que la primera vez que le robó, lo hizo por la noche y tan
sigilosamente que ni siquiera saltó la alarma. Desde luego era bueno en su
trabajo, lo que le hacía pensar que esta vez había logrado su objetivo: poner
fuera de circulación los recuerdos de su madre, y fuera del alcance de Adolf
Callaghan y Jonathan Brown.
Pasó
la tarde rememorando su voz y todo lo relacionado con él, y cuando llegó el
momento de cerrar la tienda, se dio cuenta de que se estaba comportando como una
verdadera estúpida. Había logrado vivir su vida de inmortal, conservando su
cordura y su corazón intactos y bastaron unos pocos minutos al lado de ese
hombre -con
un cartel invisible que anunciaba peligro-,
para que estuviera perdiendo la cabeza por su culpa.
Tenía
que quitárselo de la cabeza y sabía exactamente cómo hacerlo: esa noche saldría
por ahí. La idea la animó los pocos minutos que le quedaban de estar
trabajando.
Cuando
estaban fuera, Edith miró a un lado y a otro y concentró toda su energía en
examinar la zona a fondo, no deseaba que su conversación con Samantha fuera
escuchada por oídos indeseados.
—¿Estás
completamente segura?
—Sí,
tranquila, no hay nadie cerca que pueda oír nada, y si pasa alguien puedo notar
si es un vampiro o no.
—Es
una locura… —murmuró una fascinada y nerviosa Samantha—. Bueno lo que tienes
que hacer esta noche, digamos a las diez, para asegurarte que yo haya llegado a
mi casa, es poner dos velas normales a cada lado de los objetos que necesites
ocultar. Yo me encargaré de establecer contacto contigo. —Dicho esto, le dio su
colgante a Edith—. Llévalo encima. No hace falta que hagas nada, aunque me
serviría de ayuda que permanecieras junto a las velas unos minutos. Seguramente
percibirás la energía, así que sabrás el momento en que yo haya terminado el
ritual.
—Así
lo haré.
Se
quedó pensativa y miró el colgante dorado de estrella de su amiga,
preguntándose si tenía algún significado especial para Samantha, ya que lo
llevaba siempre. Consideró todo un gesto de confianza, que se lo entregara,
pues sabía lo difícil que resultaba desprenderse de las cosas que tienen valor
sentimental.
—Fue
un regalo de una bruja mucho más poderosa que yo —explicó sin necesidad de oír
la pregunta—, y como lo llevo desde hace muchos años, servirá de amuleto y me
ayudará a conectar mejor contigo aunque estemos lejos.
—Gracias
por hacer esto por mí. Muy pocas personas me han ayudado a lo largo de toda mi
vida, y menos sin apenas conocerme.
—No
te preocupes por nada, el hechizo de ocultación saldrá bien.
La
miró con cariño y aunque conocía lo suficiente de Edith para saber que no se
abría fácilmente, supo que desde ese momento su relación de amistad sería muy
distinta.
Sería
mejor.
Edith
caminó unas pocas manzanas hasta su ático del Upper East Side. Hacía ya diez
años que vivía en la zona, aunque no tenía muy claro que pudiera quedarse mucho
más, teniendo en cuenta que las personas que la veían a diario, pronto
empezarían a notar que no envejecía absolutamente nada. Y no es que fuera algo
tan extraño, pues las mujeres adineradas pagaban una fortuna por tener una
apariencia perfecta y joven, pero dado que ella solo tenía veintiún años, sí
que resultaría extraño, que su imperturbable apariencia juvenil pasara
desapercibida por demasiado tiempo.
Saludó
al señor Gilbert, el portero del edificio, y se encaminó hacia el ascensor.
Estaba pensando en el vestido que se iba a poner esa noche para salir, cuando
al abrirse las puertas se encontró con un par de ojos verdes que la miraban con
intensidad. Una inoportuna oleada de placer la recorrió cuando vio que llevaba
un traje imponente de color negro con una corbata oscura. Ensimismada con el
irresistible atractivo del vampiro, se dio cuenta de que en realidad prefería
verle con su look de tío peligroso: vaqueros y chaqueta de cuero oscura.
—¿Qué
quieres? —espetó furiosa consigo misma.
—Ya
sabes lo que quiero.
Alargó
tanto la última palabra, que Edith pensó que en realidad lo que quería decir
era algo distinto y mucho más íntimo, que la recuperación de los objetos. Posiblemente
a ella, por la mirada lasciva que le dirigía. Pero no estaba dispuesta a
dejarse llevar por una cara bonita.
Estaba
cansada de pasar por alto la desconfianza que la alertaba cuando estaba en
presencia de un hombre o vampiro que guardaba secretos y mentía descaradamente.
Aunque muchas veces lo hacían para protegerse a sí mismos y su intimidad, Edith
también sabía que en muchas ocasiones, solo deseaban ocultarle lo peor que
había en sus interiores y así lograr que cayera en sus redes.
Todo
el mundo tenía secretos, incluso ella misma, pero lo peor de todo no era eso,
sino las intenciones que llevan a la gente a ocultar ciertas cosas. Cuando se
hace por puro egoísmo y para lograr sus objetivos sin importar quién pueda
salir herido, al ser desvelados de forma inevitable tarde o temprano, el dolor
que causa puede ser devastador. Edith detestaba esa sensación de traición, de
sentirse utilizada, engañada y manipulada.
Llevaba
mucho tiempo protegiéndose de los demás y sobretodo de los hombres, pero el
escalofrío que recorría su cuerpo cuando Jonathan estaba cerca, le hacía pensar
que volvía a estar en serio peligro. La última vez que se permitió sentirse
vulnerable de ese modo ante un hombre, acabó en un baño de sangre.
—Será
mejor que te vayas, y que no se te ocurra acercarte por aquí nunca más
—advirtió Edith.
—¿Por
qué estás tan nerviosa?
La
voz del vampiro era apenas un murmullo ronco. Edith notaba la excitación de él
y la estaba enervando de una manera que casi no podía controlar. No dejaba de
luchar por sus propios sentimientos, ya que al parecer su cuerpo no estaba en
sintonía con su mente, que se negaba a consentir cualquier atracción ante el
atractivo hombre que se acercaba de manera peligrosa.
—Lárgate
de mi casa.
—Tengo
que hablar contigo.
—Por
favor vete, tengo cosas que hacer y no deseo tenerte por aquí merodeando.
Su
tono de súplica y casi desesperado, le ablandó lo suficiente para desistir por
el momento.
Jonathan
percibía tal tumulto de sentimientos encontrados que no sabía cómo interpretarlos.
Notaba que ella también era consciente de la atracción entre los dos, pero por
alguna razón que desconocía, ella luchaba contra ello. Y eso solo le hacía
desear desentrañar el misterio.
Nunca
había conocido a una mujer que fuera una fuente de contradicciones tan
manifiesta como Edith. Quizás fuera, porque al ser una vampira, le costaba menos
leer en ella. Aunque sin duda podía ver que, tanto su interior como su exterior
-perfectamente estudiado-, eran como un libro abierto.
Estaba seguro de que esa era unas de las mejores cualidades que Edith había conservado
cuando se hubo convertido.
Una
vez más, sus obligaciones le devolvieron a la cruda realidad. Callaghan deseaba
resultados y se suponía que él estaba allí para lograr lo que su jefe deseaba. Aunque
su último descubrimiento esa noche, había sido el enterarse de que no era el
único que estaba tras la pista de los objetos perdidos, robados y recuperados
por Edith.
Jonathan
pensó que ella estaría nerviosa porque los tenía guardados en su casa. Debió
imaginar que nadie la localizaría allí, pero él no era cualquiera. Era un
investigador experimentado y pocas cosas escapaban a su control, menos aún si
le interesaban personalmente, como era el caso de la vampira que tenía delante.
Cuando
ella abrió la puerta, le miró con los ojos entrecerrados, como midiendo si
debía usar la fuerza con él para que se fuera, y eso le hizo gracia a Jonathan.
Pocas personas eran capaces de enfrentarle. No podía por menos, que admirarla
aún más por ello. Claro que ella era mucho más fuerte por los años que le
superaba como vampira, pero él había practicado y entrenado durante años y
sabía cómo defenderse y desde luego, como devolver un golpe. Aunque no estaba
allí para eso.
—Tengo
que advertirte…
—¿En
serio? ¿Me vas a advertir sobre Adolf o sobre ti? —le cortó ella.
No
se esperaba aquella salida y menos aún a la sonrisa traviesa que asomó a los
carnosos labios rosados de Edith. Se quedó mirando en aquella dirección lo que
le pareció una eternidad y cuando quiso darse cuenta, ella le había cerrado la
puerta en las narices.
Maldijo
en voz baja para no llamar la atención. Sabía que ella le habría oído, desde
luego. El sentido del oído vampírico era capaz de captar muchos sonidos que
escapaban a los humanos. Miró la puerta y Jonathan se dio cuenta de que ella
había usado su mejor arma contra él. Ese precioso rostro que le tenía
encandilado desde que lo vio por primera vez, iba a ser todo un problema, pues
le resultaba irresistible y ella era muy consciente del poder que tenía sobre
los hombres. Debía de andarse con cuidado o se metería en un buen lío: su jefe
no toleraba los fracasos y era propenso a deshacerse de aquellos que le
defraudaban. No sabía el motivo, pero pensó que si no era capaz de manejar bien
la situación con Edith, sería mucho peor de lo que hubiera imaginado nunca.
Se
alejó de la puerta y fue directa a su habitación, porque sabía que el vampiro
aún andaba cerca y no quería que notara que su pulso latía a toda velocidad por
su culpa. Había intentado sonar despreocupada, pero sabía que su fachada no
servía de nada ante un vampiro.
Edith
se deshizo de su vestido de punto y lo puso en una percha a un lado del
armario, para que Roxanne Wilson lo llevara al tinte. La señorita Wilson era la
mujer que llevaba su apartamento en una de las calles más prominentes de
Manhattan, tenía treinta años y era educada y eficaz. Edith a menudo se
preguntaba qué haría si no la tuviera a su disposición, así que la cuidaba casi
como si Roxanne fuera su hermana pequeña. Sabía que la echaría de menos cuando
tuviera que marcharse, pero era inevitable y más pronto que tarde, ocurriría.
Se
metió en la ducha y mientras el agua caía por su tersa piel nívea, su mente
conjuró la imagen de Jonathan una vez más ese día. Se preguntó cómo sería
sentir sus manos por todo su cuerpo, acariciándola y haciéndola estremecer.
Un
suspiro ahogado salió de sus labios y entonces se dio cuenta de que se estaba
comportando como una demente. No sabía cómo era posible que ese hombre
desconocido se estuviera metiendo en su cabeza de esa manera. Se puso alerta
para detectar si aún estaba cerca y por alguna casualidad, lo estaba haciendo a
propósito entrando en su mente sin ser invitado, pero no fue capaz de notar
nada fuera de lo común en su casa o alrededores.
Escuchó
su móvil y con una velocidad pasmosa, se secó con una toalla y fue a por él.
Era un mensaje de Samantha para avisarla que estaba a punto de comenzar el
ritual de ocultación de los objetos. Ese fin de semana realizarían uno de
protección cuando estuvieran ocultos en casa de su amiga, pero como no deseaba
transportarlos por el riesgo de ser descubiertos por personas indeseadas,
tenían que tomar ciertas precauciones. Para ello, Edith y Samantha serían las
únicas que podrían verlos y establecer contacto con ellos.
Se
vistió rápidamente con un vestido negro corto de tirantes y colocó en la puerta
del armario una chaqueta larga muy elegante para ponérsela cuando fuera a
salir. Dejó sus zapatos de tacón y el bolso junto a la chaqueta.
Edith
cogió el colgante de su amiga y fue como un rayo a por unas velas que había en
el salón. Le gustaba dar rienda suelta a sus poderes de vampira cuando estaba
sola en casa, porque era agotador tener que fingir todo el tiempo que había
humanos alrededor y pocas veces podía ser ella misma.
Tenía
un tocador en su dormitorio, una pieza antigua que restauró, porque le traía
recuerdos de su infancia y pensó que era el lugar ideal para colocar el joyero
con el anillo de su madre dentro. Según le contó, ese anillo fue pasando de
generación en generación, aunque Margaret no supo nunca asegurarle cuántos años
tenía. Y ella nunca quiso investigarlo, porque habría tenido que hablarle de él
a alguien y no se veía capaz de hacerlo por miedo a que se lo robaran. Aunque
eso mismo ocurrió cuando conoció a Adolf y éste lo vio por primera vez. Nunca
supo interpretar el interés de él por ese anillo, pero supuso que era de gran
valor económico también, y por eso deseaba recuperarlo.
Con
las velas encendidas y el colgante de Samantha en la mano, puso el joyero justo
entre las dos velas. Con una sonrisa, Edith añoró los tiempos en que esas velas
eran lo único que iluminaban el espejo donde se observaba mientras se peinaba
su largo cabello moreno.
Supo
con exactitud cuándo comenzó el ritual de su amiga, pues una energía muy
poderosa invadió la estancia. En ese momento sintió algo más, aunque no demasiado
cerca para saber qué era. Edith se mantuvo quieta mirando la llama de una de
las velas y esperó a que terminara.
Sintió
una presencia en la habitación. Demasiado cerca de donde estaba ella, su
corazón empezó a latir de forma desbocada y el miedo casi la paraliza, no
porque la asustara la persona que estaba justo detrás de ella, pues sabía muy
bien de quién se trataba, sino porque había faltado muy poco para que
descubriera lo que estaba haciendo ella en ese momento. Dio gracias en silencio
a Samanta por haber terminado el conjuro justo a tiempo. Se puso el colgante al
cuello y se giró.
Allí
estaba Adolf Callaghan.
Muy pronto más...
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