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Luna García estaba
mirando por la ventana, con gesto aburrido, cuando alguien llamó su atención.
Le costó varios minutos reaccionar. Estaba tan ensimismada en sus recuerdos,
que ni siquiera se percató de que su jefa la observaba con preocupación y su
tono de voz no podía ocultar cierto tono reprobatorio.
Desde que empezó a
trabajar en la inmobiliaria, la relación con Belinda y Fabián, dueños de la
agencia y también padres de su mejor amiga, habían sido como unos segundos
padres para ella. No es que no lo fueran antes, pues ella y Tania Sánchez se
conocían desde que eran niñas; pero la relación se había estrechado aún más
desde que se veían cada día. Luna tuvo sus dudas en un principio… ya se sabe,
la confianza a veces es demasiado… pero no fue el caso. Eran como una segunda
familia sin contar con la abuela Aurora. Madre de su madre, la había criado
desde que sus padres fallecieran en un incendio que arrasó su hogar cuando ella
apenas era una adolescente.
Ahora a sus veintiséis
años, había pasado por algo parecido. Igualmente traumático, ya que su novio,
con el que llevaba saliendo dos años, había sufrido un accidente al saltar
desde unas rocas en el mar. Aunque todo apuntó al principio a que se
recuperaría, no sobrevivió y Luna llevaba sin ir a la playa desde entonces.
Tampoco había vuelto a salir con nadie, a pesar de que desde la muerte de Hugo
ya habían pasado más de once meses. De hecho, en dos semanas sería el
aniversario del fatídico día y por eso su mente divagaba con más frecuencia de
lo normal.
No era nada extraño
porque había estado muy enamorada. Conoció a Hugo Vidal en una discoteca y
congeniaron de inmediato, era de esas personas que caen bien a todo el mundo,
atractivo y muy divertido. Desde que le puso los ojos encima, estuvo segura de
que ese chico era para ella, y como solo se llevaban unos meses, pues también
tenían en común muchas cosas, como las ganas de salir y pasarlo bien, sin
pensar demasiado en el futuro.
Hugo era demasiado
temerario para el gusto de Luna, pero siempre le gustó esa faceta de su
personalidad. No le temía a nada y aunque eso le hacía ser tan especial,
también fue su perdición. Le apenaba recordar que ese fin de semana habían
discutido porque ella pensaba que se estaba pasando con tanta aventura. Él le
espetó de malos modos que era su manera de ser, le gustaba la adrenalina y sin
ella no pensaba vivir. Muy a su pesar, se dio cuenta de que Hugo podría vivir
perfectamente sin ella, pero no sin sus actividades de alto riesgo. Sin
embargo, como siempre, se había resignado y se despidió con un «Adiós» sin mucho sentimiento.
Él ni siquiera respondió. Detestaban discutir y cuando eso sucedía, a menudo
Hugo se iba durante días para que el ambiente se relajara entre ellos. Así
funcionaba él la mayoría del tiempo.
Como estaba enamorada,
procuraba tomarse a bien sus arrebatos, pero no podía evitar sufrir ataques de
ansiedad cada vez que este le anunciaba que pensaba hacer parapente o alguna de
sus locuras. Lo que al principio le pareció alucinante, pronto se convirtió en
una dura carga que soportar.
No siempre fue así; cuando
estaban juntos, Luna se sentía en una burbuja. Era feliz a su lado. Pero era
más que eso, no podía vivir sin él, porque era parte de ella misma. Se sentía
comprendida y querida, y aunque a veces discutían, como todas las parejas, no
podía imaginarse con otra persona que no fuera él.
Ahora ya nada de eso
era posible y después de todo este tiempo sola, se daba cuenta de muchas cosas.
Algunas que a ella misma le costaba entender, pero al no tener a Hugo a su
lado, podía ver con perspectiva su noviazgo. No sabía si era justa, porque solo
era su visión parcial de la relación, pero se sentía un poco vacía. Y no por
echarle de menos, lo cual era mucho peor.
—¿Te encuentras bien,
cielo? —inquirió Belinda.
—Lo siento, estoy algo
distraída.
—Ya veo. Si quieres
puedes irte a casa —comentó con ternura—. Tania está a punto de llegar, así que
puede quedarse a cerrar por ti.
—Gracias, me vendrá
bien descansar un poco.
Ante su comentario,
Belinda asintió con tristeza. A nadie se le escapaba el detalle de que pronto
era el aniversario de la muerte de Hugo y a menudo la trataban como si fuera a
romperse. A Luna eso le partía el corazón, porque ninguno sabía cómo era Hugo
en realidad. Y no lo sabrían nunca. Era lo mejor. De ser así, aparte de sentir
pena por ella, la compadecerían y no tenía ganas de despertar eso en personas a
las que apreciaba. Era humillante y no deseaba otra cosa que olvidar.
Si fuera tan fácil…
Estaba ya en la cama y
se sobresaltó al oír el teléfono móvil. Maldijo su mala memoria, porque si se
hubiera acordado de apagarlo o de quitarle el sonido, ahora podría continuar
soñando con ese hombre misterioso de ojos azules y profundos.
Con el corazón palpitando
sin control, alargó la mano y acabó por estrellarlo contra el suelo. La batería
salió volando y Luna sonrió con ironía: justo donde la quería. Así la dejarían
en paz. Solo que… podía ser Tania. Aunque era bastante tarde, era su mejor
amiga y ella no la dejaría en la estacada si necesitaba algo. Si se equivocaba,
siempre podía volver a tirar el teléfono al suelo y volver a soñar.
Acababa de montarlo de
nuevo y encenderlo cuando entró otra llamada. No se equivocó al imaginar que
sería su mejor amiga. Respondió enseguida.
—Te fuiste pronto, ¿te
pasa algo?
—Hola a ti también.
Solo estoy cansada —dijo con voz pastosa.
—¿Estabas acostada?
—Claro que sí, tengo
la costumbre de dormir por las noches —comentó sarcástica.
Luna oyó una risita al
otro lado de la línea.
—Me preocupas.
—Pues no debería, ya
soy mayorcita, se me pasará.
—No es eso, es que
cada vez te pareces más a tu abuela —dijo—. Y no es que no adore a Aurora, pero
es que sus costumbres se te están pegando más con los años.
—No sé a qué viene eso
—dijo algo crispada.
—Viene, a que solo son
las diez y ya estabas acostada como una niña de ocho años. No puedes seguir así
—el tono de su voz denotaba preocupación y Luna tuvo que respirar hondo para no
echarse a llorar—. Mira, te llamaba porque he hablado con mis padres y nos van
a dar vacaciones a las dos. Nos iremos quince días aprovechando que aún es
temporada baja. Es poco tiempo, así que pensé ir a Almuñécar. Si mis padres
necesitan algo, podemos subir enseguida. Al fin y al cabo, la playa queda a una
hora y media más o menos. Claro que ya les tengo dicho que si no es cuestión de
vida o muerte, no me llamen para nada.
—No creo que pueda ir
a la playa, la verdad es que no quiero dejar sola a la abuela y…
—Excusas —cortó a
Luna—. Me ha costado mucho convencer a mis padres de que nos den dos semanas
seguidas a las dos a la vez. No puedes negarme este pequeño placer. Hemos
trabajado tanto —terminó la frase con un tono infantil y Luna la imaginó
haciendo pucheros ella sola.
Suspiró de manera
sonora, para que no se le fuera a escapar ese detalle a Tania, y sonrió a su
pesar.
—Está bien —claudicó.
La verdad es que le
apetecía desconectar. Sabía que la playa le traería recuerdos, pero debía
superarlo. Quizás era lo que le hacía falta para empezar de nuevo aunque no lo
viera muy claro.
De repente se dio
cuenta de que le hacía ilusión pasar un tiempo fuera de Granada y el bullicio
de coches y gente que va con prisas a todas partes. Ella incluida.
Tania se puso a
explicarle que mientras hablaban, estaba haciendo una reserva en un hotel de la
zona que estaba muy bien. Tenía spa, piscina
climatizada y unas instalaciones impresionantes. Ella, por otro lado, solo
tenía en mente una palabra: vacaciones. Algo que no disfrutaba en condiciones
desde hacía años en realidad.
Con una enorme sonrisa
en la cara, empezó a pensar en todas las cosas que quería comprar para
marcharse al cabo de unos días.
El viernes siguiente,
con las maletas en el coche de Tania y con sus padres en la puerta de casa
abrazados como si estas se fueran a ir a la guerra, se despidieron con la mano
por tercera vez y ocuparon sus asientos. Con los cinturones abrochados, ambas
sonrieron con nerviosismo y alegría y salieron a toda marcha.
Luna tenía el estómago
encogido. No por las vacaciones, en realidad estaba entusiasmada. Sino porque
el día del fatídico aniversario era al cabo de tres días y ella, en lugar de
estar triste por ello, se encontraba extasiada. Parte de su ser, le hacía notar
que estaba siendo egoísta, pero trató de ignorarlo, ya estaba bien de tanto
melodrama. Era momento de disfrutar, de pasar página.
Con la música a toda
pastilla para amenizar el trayecto, fueron cantando como dos locas de remate.
Era justo lo que necesitaban después de muchos meses de tedio y trabajo duro.
La monotonía acababa volviendo grises los días, y ahora que la primavera estaba
en su apogeo, era momento de disfrutar de la vida y de los días de sol.
El aire que entraba
por las ventanillas, revolvía el cabello de Luna que se lo había dejado suelto
y aunque lo tenía muy largo y le azotaba en la cara, no le importaba para nada.
Incluso pensó en darse mechas de algún color para acabar con su inamovible
castaño de siempre. Pero quizás sí era una locura teñirse el pelo en un
arrebato. No lo había hecho nunca antes, aunque siempre hay una primera vez
para todo. Quizás era momento de experimentar cosas nuevas. Siempre había sido
algo comedida con todo lo relacionado con su vida. Muy posiblemente por haber
sido criada desde pequeña por su abuela, pero no era algo que la preocupara
demasiado. Ella hacía las cosas que le gustaban.
¿O estaba equivocada?
Meditó en silencio.
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