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Llegaron al hotel
sobre las doce y media. Después de registrarse y tomar la copa de bienvenida,
subieron las maletas a la habitación. Se cambiaron deprisa y ya con los bikinis
puestos, bajaron a la piscina. Tania llevaba un vestido corto playero, sus
chanclas y un bolso grande para las toallas. Luna se puso un pantalón corto y
una camiseta de tirantes holgada y abierta por los costados, lo que dejaba al
descubierto buena parte de su abdomen y espalda. El bikini era el típico de
triángulos, así que no le importaba que se viera, además, iban a la piscina,
tampoco tenía que ponerse un albornoz para pasear dentro del hotel, se dijo.
Un grupo de chicos
jóvenes se las comieron con los ojos en uno de los pasillos y Tania sonrió.
—No sé cómo aguantas
tanto tiempo soltera. Los tíos se te rifan. Tienes un tipazo de muerte y no te
esfuerzas nada de nada. En cambio yo —soltó en un tono lastimero—, me paso
meses a régimen para no engordar ni un gramo. Es un suplicio.
—Sobre todo cuando hay
una tarta de chocolate de por medio… —bromeó Luna.
—¿Qué? ¿Tarta de
chocolate? ¿Dónde?
Las dos se rieron a
carcajadas por el camino y los chicos que se habían quedado mirando, las
observaron con más interés.
Llegaron a la puerta
que conducía a la piscina y Tania la abrió. Esta se dio cuenta de que los tres
chicos se habían detenido, y muy coqueta, dejó la puerta abierta para que Luna
pasara antes y así dedicarles una mirada con una clara invitación.
Entró sin más, dejando
que ellos tomaran la iniciativa de seguirlas o pasar del tema.
—Es posible que
tengamos compañía. ¿Te apuntas si nos proponen algún plan?
—Qué pereza. La verdad
es que paso de tíos —dijo con una mirada calculadora—. Puedes quedártelos todos
—concluyó.
—Venga ya. Sabes que a
mí me gusta ir de uno en uno… —bromeó.
—Bueno, ya se sabe. En
vacaciones todo puede pasar —murmuró arqueando ambas cejas.
Oyeron alboroto y
vieron a los chicos acercarse a ellas. No tenían aspecto de ir en la piscina,
pues vestían con vaqueros y camisa. Sin embargo, parecían claramente
interesados en conocerlas y tras una breve presentación y una conversación condescendiente,
quedaron allí mismo al cabo de un rato.
—No nos moveremos de
aquí —aseguró Tania, recogiendo su corto pelo rubio tras las orejas y
pestañeando de manera exagerada e intencionada en dirección a su amiga.
Esta bufó y cuando los
admiradores de Tania desaparecieron, ella se quedó en bikini y se sumergió en
la piscina. Se recogió su larga cabellera castaña en un moño muy cómodo para
nadar y allí se quedó un buen rato.
No le apetecía
demasiado alternar con esos tipos que debían ser más jóvenes que ellas. Vamos,
unos chicos de veintipocos años, que no eran ni adolescentes ni tampoco hombres
maduros con los que se pudiera conversar de algo interesante. Una extraña
mezcla de hormonas y encanto superficial que no le atraía especialmente. En
general era el sexo masculino el que no le interesaba nada últimamente.
No había mucho más
donde elegir, puesto que el resto de personas que había por allí eran de la
tercera edad haciendo ejercicios con una monitora, que incluso de lejos,
desprendía energía para dar y tomar.
Luna siguió haciendo
largos. Pensó que se estaba muy bien en una piscina donde no sintiera
escalofríos cada dos por tres. Como cerca de ella no había nadie, se echó hacia
atrás y cerró los ojos sintiéndose relajada por primera vez en mucho tiempo. Un
ruido cercano le hizo abrirlos de golpe y se encontró con los brillantes ojos
de su mejor amiga. Su azul chispeante le indicó que tenía algún proyecto en
mente. Le entró miedo.
—Oye —susurró
acercándose al borde de la piscina—, resulta que van a ir a la playa a comer y
nos han invitado. ¿Quieres que vayamos?
Luna suspiró. No le
apetecía nada, pero claro, se lo estaba pidiendo Tania. Decir que no, era
imposible, y no porque se fuera a molestar, sino porque para eso están las
amigas: para apoyar los planes si una de ellas lo necesitaba. Al parecer Tania le
había echado el ojo a uno de ellos.
Ahora que estaban a
cierta distancia, Tania pudo detallarle que uno de ellos tenía veintiún años, y
los otros dos tenían veinticinco. Al menos no eran unos niñatos. Tania era su
misma edad y Luna uno año mayor. Al parecer compartían más cosas de las que
parecía en un principio.
Tania se sumergió en
el agua para poder cotillear con ella. Le aseguró que el que le gustaba era
bastante interesante, se llamaba Rubén Aranda; era gerente de un famoso
restaurante de la zona y al parecer, también un buen amigo del dueño del hotel
en el que estaban hospedadas.
—Al menos es mejor que
tu último ligue —soltó Luna sin apenas contener la risa.
—Ni me lo recuerdes
—espetó quedándose blanca.
Diego había sido su
peor fracaso. Y no porque hubiera sido traumático ni nada de eso. El motivo por
el que se sintiera asqueada al recordarle, era que había descubierto, un día
que se quedó a dormir en su casa, que guardaba fotos de todas las chicas con
las que se había acostado. Y no unas fotos cualquiera. No. Las chicas aparecían
completamente desnudas y en posturas demasiado indecentes para su tranquilidad.
Tania no deseaba formar parte de esa caja repleta de chicas que se habían
dejado fotografiar como si quisieran aparecer en calendarios X. Ella no era
así. Buscaba un chico decente con el que tener una relación estable y sana.
Algo que pudiera tener fututo. A sus veinticinco años, deseaba a alguien con
quien poder compartir su vida, a quien poder presentar a sus padres. Y no un
coleccionista de trofeos femeninos… a saber qué hacía luego con esas imágenes,
meditó consternada.
Una voz masculina
despertó a Tania de sus cavilaciones internas. Miró a Luna y sonrió. Tenía un
buen presentimiento para estas vacaciones. Sentía que algo especial estaba a
punto de suceder. ¿Sería a ella? ¿A las dos?
Pronto lo sabría.
Después de un buen
remojón en la piscina, fueron a cambiarse. Hacía calor, así que se pusieron
unos vestidos cortos y las gafas de sol. Si no fuese porque eran tan distintas
físicamente, todo el mundo pensaría que eran hermanas siamesas. Les gustaban
las mismas cosas, salvo quizás, en el tema de los hombres.
Comieron en un
chiringuito muy bueno y para asombro de Luna, fue un rato muy agradable.
Pasearon por la playa y por la noche decidieron que irían a la discoteca del
hotel, que estaba muy de moda, según comentaron. Los chicos vivían a poca
distancia en Almuñécar, así que quedaron en encontrarse allí, lo que daba
tiempo a ellas para ponerse guapísimas antes de salir.
Tania estaba loca de
contenta con la invitación porque Rubén le prestaba toda su atención y además,
parecía un buen tipo. Luna aplaudió su elección, ya que los otros dos chicos,
Gabriel y Pablo, no hacían más que hablar de mujeres y baloncesto. Como si no
existiera en el mundo nada más. Luna intentaba sonreír para no parecer una
maleducada o una borde, pero le hubiese gustado gritarles que cerraran el pico
por un rato. Por otro lado, habría arruinado los planes de su amiga con Rubén,
ya que los tres parecían muy amigos y eso hubiese acabado con el buen rollo
general −y en
especial con Tania−,
y no deseaba privarle de ese placer. Sus ojos parecían brillar a kilómetros y
como no era nada frecuente que le sucediera con el sexo opuesto, no sería ella
la que le fastidiara el ligue de primavera.
La discoteca era mucho
más moderna de lo que habría imaginado. Luna había estado en otras similares
cuando iba a las bodas de sus familiares, pero esta, además de tener una marcha
increíble, estaba llena de gente joven. Casi como las discotecas más famosas
del centro de Granada. Esas que llevaba sin pisar más de un año… incluso más de
dos, ya que cuando estaba con Hugo, irónicamente, dejaron de salir tanto como
les gustaba hacer al principio.
Decidió no ir por ese
camino y olvidarse de lo triste. Estaba de marcha, por el amor de Dios…
Un buen copazo
ayudaría.
Pidieron una ronda de
chupitos en un reservado que según Rubén, les había dejado libre el dueño del
hotel.
—Tendremos que darle
las gracias a tu amigo. Este lugar es increíble —comentó Tania.
—Creo que está por
aquí. Ligando, eso seguro.
—¿En serio? ¿No será
un poco mayor para estar de discotecas? —inquirió Tania, sin duda imaginando a
un viejo verde detrás de cualquier falda.
Rubén se rió con ganas
y negó con la cabeza sin decir una palabra más. No le dieron mayor importancia
y siguieron pidiendo rondas sin parar. El alcohol circulaba de manera
peligrosa, pero lo estaban pasando tan bien, que no pensaron en nada más.
Luna incluso pensaba
que Gabriel, el otro chico que tenía casi la misma edad que ella, era muy
guapo, pero al cabo de un rato lo descartó. Tenía pocas reglas cuando decidía
lanzarse a la piscina y tener algún rollo o relación, y es que no lo intentaba
siquiera con esos tipos que cuando ven una minifalda, se quedan babeando hasta
que la pierden de vista. Y eso fue justo lo que pasó para descartarle de manera
tajante.
Claro que por esa
regla de tres, no iba a encontrar a nadie en su vida, pero era lo que pensaba y
no iba a cambiarlo a estas alturas.
Se acercó a la barra a
pedir agua, estaba empezando a sentir que estaba más borracha de lo que había
estado jamás y eso no podía ser bueno. No quería hacer ninguna estupidez.
Arrepentirse de las cosas es lo peor del mundo, bien lo sabía ella. Sobre todo
porque una vez que ha pasado, no hay forma de volver atrás. Nunca la hay.
Luna estaba apoyada
esperando a que la atendieran y suspirando porque pensaba que eso no ocurriría
hasta el año que viene. Había tanta gente que los camareros no daban a basto.
De repente, un cálido y musculoso brazo bronceado rozó el suyo, mucho más
pálido en contraste.
—Perdona —susurró el
susodicho dueño del brazo.
Ella se quedó con la
boca abierta un instante. Parpadeó con fuerza para salir de su estupor y
sonrió.
—No pasa nada.
Sonrió y él hizo lo
mismo. Sus ojos azules se iluminaron como las luces de Navidad. Ella se quedó
hipnotizada un momento.
—¿Cómo te llamas?
—Luna. ¿Y tú?
—Soy Adrián. Es un
placer —al pronunciar la última palabra, Luna se derritió. Este le tendió la
mano y ella se la estrechó, sintiendo un estremecimiento por todo el cuerpo—.
Eh, Roberto. Ven un momento —llamó al camarero.
El tal Roberto, se
giró como un robot y llegó en un segundo a su posición junto a Luna. Ella se
quedó pasmada. Se preguntó quién sería. Un habitual, imaginó.
—Me pones dos mojitos
y… —miró a Luna y esta se sintió avergonzada por pedir un simple vaso de agua.
No por nada, pero estar esperando media hora para solo eso, era ridículo. Se lo
pensó un instante y dijo que quería lo mismo—. Pues tres entonces.
El camarero asintió
con una sonrisa complaciente y los preparó en un tiempo récord. Los dejó sobre
la barra y cuando Adrián le dio su gesto de aprobado con el dedo pulgar antes
de coger las copas, este se marchó muy satisfecho. Le tendió el vaso a Luna y
ella miró contrariada, sin saber muy bien qué decirle.
—Estás invitada.
—Ah, esto… gracias.
Adrián le guiñó el ojo
y entonces una mujer impresionante apareció por detrás y le abrazó por la
cintura. Su melena rubia cayó hacia delante, como envolviendo el hombro de
Adrián y este desvió la mirada hacia ella. Sonrió de manera lasciva y Luna no
pudo por menos que arrugar el entrecejo. Vaya con el depredador de mujeres,
pensó. Puso los ojos en blanco y carraspeó.
—Gracias por la copa
—soltó en un tono hosco.
Se marchó y él se
despidió con un: no hay de qué, en un tono burlón. Luna se giró al oír a la
mujer rubia preguntarle a qué venía eso.
Adrián la ignoró y
miró directamente a Luna que se había vuelto hacia él. Su expresión provocadora
hizo que se molestara aún más. No podía creer que un tío, por muy bueno que
estuviera, se dedicara a coquetear con todas a la vez sin importarle nada.
Detestaba a los hombres así.
Cuando Luna volvió al
reservado, se encontró con una Tania muy acaramelada con Rubén. Los otros dos
seguían de charla y ella empezaba a aburrirse.
Al quedarse sola con
la parejita, que no paraba de comerse los morros, decidió que había tenido
bastante por ahora. No le apetecía quedarse para sujetar velas. Se despidió y
para que su amiga no se sintiera mal, le dijo que se encontraba cansada.
Se tumbó en la cama y
en la soledad de la habitación, se quedó dormida. La intacta cama de Tania,
indicó que esta no fue a dormir a su habitación esa noche.
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