Capítulo 1
Elsa no pudo evitar tamborilear los
dedos en su mesa de trabajo mientras sus clientes miraban los folletos
informativos del viaje de novios que pensaban contratar. Y no es que estuviera nerviosa,
no mucho al menos. Lo que ocurría era solo que estaba deseando salir del
trabajo para ver a su marido. Aún quedaban unas horas, pero tenía unas ganas
locas de sorprenderlo esa noche.
Sintió un hormigueo en la parte
baja del estómago al imaginar la cara que pondría él cuando llegara a casa por
la noche.
No era una mujer de sorpresas, pero
cada año, en su aniversario, preparaba algo especial. Estaban a 20 de abril,
lunes; es decir, un rollo porque caía justo en el inicio de la semana, pero eso
le daba igual. La agencia de viajes donde trabajaba cerraba a las ocho, de modo
que tenía tiempo de sobra para llegar a casa, prepararse y también arreglarlo
todo.
La pareja que estaba sentada en el
otro lado de su mesa la miró de soslayo; ella dejó sus manos quietas y les
dedicó una pequeña sonrisa como disculpa, aunque tampoco iba a ponerse de
rodillas por mostrar su impaciencia. Lo último que necesitaban era que les
metiera prisa, porque el viaje de novios era algo que se debía pensar con
tranquilidad. Si bien Elsa no era tan indecisa, sino más bien algo impulsiva,
sabía que otras personas lo eran mucho más que ella, y necesitaban su tiempo
para tomar decisiones.
Se puso a recordar su luna de miel
con Román; fueron a Estados Unidos, pasaron una semana entera en Barbados y
durante las casi tres semanas restantes, se dedicaron a visitar los lugares más
conocidos del país: la Estatua de la Libertad, El Empire State Building… y un millón de lugares más (no
literalmente, claro). Se lo pasaron en grande, y lo mejor fue que disfrutaron
el uno del otro. Estaban enamorados, así de simple. A los dos les hubiera dado
igual haberse quedado en Granada, de donde eran, y donde vivían; lo único que
les importaba era estar juntos. Divirtiéndose. Ese punto sí era importante.
Imprescindible en realidad.
—Usted está casada —comentó la
joven de mirada brillante, para atraer su atención. Había visto su alianza y no
le preguntó lo que le parecía obvio—. ¿Nos recomienda algún lugar que tenga
playa y sea muy romántico? —preguntó con una amplia sonrisa expectante.
—Claro, a ver… —comentó pensativa—.
Si la playa es indispensable, os dejo algunos folletos más, y estos —dijo,
retirando los que hacían publicidad de lugares de montaña— los guardamos.
Se quedó un rato pensando en eso de
“romántico”. Desde luego ella no creía en el amor, aunque no negara en rotundo
su existencia, y no porque su apellido fuera justo ese, Amor; sino porque
realmente estaba enamorada de Román, estaba convencida. Sin embargo, el
romanticismo ya era otro tema. Y ella no se consideraba en una experta en él. Flores,
bombones y frases cursis eran todo lo que no soportaba en una relación.
Elsa y Román eran una pareja
acomodada, práctica y no muy tradicional en el dormitorio. Así que, pensando en
eso del lugar romántico para el viaje de sus soñadores clientes, le dirigió una
rápida mirada socarrona a su jefa y amiga: Iris Guerrero, y un segundo después,
les sonrió a los novios con dulzura, intentando ocultar sus pensamientos.
Iris, por su parte, carraspeó de
manera intencionada y siguió a lo suyo, aunque Elsa sabía que en su interior,
estaba riéndose de su situación. La conocía bien desde hacía años. Sabía que
cada vez que alguien le preguntaba cuál era su secreto para estar felizmente
casada, Elsa respondía que lo mejor era tener una sana y activa vida sexual que
no cayera en la monotonía.
Lo que descolocaba a la mayoría de
personas, para ella era una filosofía, y los que la conocían bien, sabían que
lo decía en serio; era su forma de verlo, y no le importaba demasiado lo que
los demás opinaran.
Cada uno era libre de vivir su vida
como quisiera.
Era muy consciente de que, aunque
se había casado por la iglesia y adoraba a su marido, hizo lo primero más bien
por ambas familias, para no defraudarlas. Ellos se habrían escapado una mañana
al juzgado, firmado los papeles, y listo; pero pensando en los padres, los
suegros, tíos y amigos, al final decidieron ir por el camino que agradaría a
todos. Su viaje de novios fue algo que planearon con mucha ilusión también,
porque los dos tenían ganas de visitar todos esos lugares, y en realidad, en
ningún momento pensaron que sería de lo más romántico, sino que lo pasarían
bien y de paso, harían algo de turismo. Claro que del mismo modo, cada año viajaban
para la fecha de su aniversario, pero unas vacaciones eran simplemente eso:
unas vacaciones, un descanso de la rutina, del día a día. Eso sí era algo que
no soportaban, las cosas repetitivas y aburridas.
Ellos por el contrario, adoraban
las aventuras, y por qué no, también hacer algunas locuras.
Su luna de miel fue, sencillamente,
algo para recordar siempre. Lo pasaron en grande y disfrutaron de un estupendo
tiempo juntos y a solas, alejados de todos y de todo.
—Y bueno —prosiguió, dejando sus
pensamientos a un lado—, la elección que hagáis puede ser igual de romántica.
Lo importante es que estaréis juntos —añadió con una amplia sonrisa llena de
convencimiento. Lo que mejor funcionaba—. No os equivocaréis decidáis lo que
decidáis.
Con esa breve y sencilla
explicación, Elsa salió del paso airosa. La pareja se miró a los ojos con
cariño, se sonrojó, y continuó charlando acerca de los hoteles entre los que
escogerían. Una enorme cama de matrimonio, grandes espejos, vistas al mar, enormes
ventanales para dejar pasar la luz de la luna… Elsa desconectó a ratos, y en
ocasiones les fue hablando brevemente de cada uno de ellos, les enseñó fotos en
el ordenador, resolvió sus dudas, e hizo cantidad de anotaciones sobre el
alojamiento, precios y otros detalles, en unas hojas que guardó en una pequeña
carpeta para que se las llevaran y las ojearan tranquilamente en casa.
Al cabo de un rato se marcharon muy
sonrientes, satisfechos con la información, y asegurando que volverían al cabo
de una semana o dos, cuando hubieran tomado la decisión.
—Os esperamos. Buenas tardes —se
despidió Elsa cuando alcanzaron la puerta.
Iris había salido un instante a por
unos cafés y no tardó en regresar. Era su costumbre ir a la cafetería que
estaba al lado y comprar algo para tomar a media tarde. Dos capuchinos y unas
magdalenas con perlitas de chocolate. Si bien para cualquier mujer eso sería un
consumo de calorías inaceptable, a ellas les daba igual. No porque no les
importaran esas nimiedades, ni hablar, sino porque cuando salían del trabajo,
siempre se quedaban en un gimnasio cercano para quemar el exceso de grasa, y
para evitar que sus traseros quedaran con la forma de las sillas de la oficina.
Trabajar todo el día sentada también tenía sus inconvenientes, pero nada que no
tuviera solución, por supuesto.
Elsa le dio las gracias por el café
y se acomodó en su silla mientras lo tomaba. Estaban solas, así que podían
descansar y desconectar un rato. Iris se sentó en la mesa de Elsa mirando hacia
ella, y cruzó las piernas dejando a la vista una buena porción de sus bonitas e
interminables piernas. Su falda no era muy corta, pero sí tenía una pronunciada
abertura a un lado. Si llegaba a inclinarse solo unos centímetros más, podría
verse perfectamente la tela de su ropa interior.
A ninguna le importó aquel detalle.
Elsa no se iba a escandalizar, y a Iris le gustaba que todo el mundo
contemplara su exuberante cuerpo. No tenía complejos de ningún tipo, y la
verdad es que no tenía porqué. Era como una modelo de Victoria Secret, solo que ella tenía el cuerpo más rellenito (y con
el pecho operado para aumentar varias tallas), no era, ni mucho menos, tan
esquelética como se veían algunas en televisión y en las revistas de moda. Su
pelo dorado, sedoso, y ondulado, caía por su espalda hasta la cintura, tenía
unos preciosos, grandes y sesgados ojos azul claro, y unos labios carnosos,
diseñados para susurrar obscenidades a los hombres, y por qué no, también a las
mujeres. Estaba orgullosa de ser bisexual, y Elsa, orgullosa de que no lo
escondiera. Francamente, le molestaban las personas que se avergonzaban de su
sexualidad, y creía que por ese motivo, cuando empezó a trabajar con Iris, le
cayó bien al instante; era sincera, directa, extrovertida y simpática. No
entendía cómo estaba soltera, porque además, su belleza exterior tampoco dejaba
indiferente a nadie. La consideraba como una de sus mejores amigas, ya que
siempre podría hablarle de todo sin tener que medir sus palabras. Para ella, era
como un soplo de aire fresco, y algo que adoraba de su sincera amistad; podían
ser ellas mismas, y contarse sus secretos más íntimos y personales, aquellos
que resultarían escandalosos a personas con la mente cerrada.
Elsa tampoco era una mujer fea,
para nada. Tenía el pelo castaño claro, aunque le gustaba ponerse reflejos
rubios. Sus ojos eran de un azul claro muy bonito, y sus curvas eran algo más
suaves que las de Iris, pero su constitución delgada también era firme, y no
estaba a disgusto con su apariencia. Claro que tampoco hacía por verse
despampanante. Le gustaba el maquillaje suave y las ropas sencillas, mientras
que a su amiga le gustaban los pintalabios rojos y los vestidos y faldas un
poco más provocativas. Sus gafas de pasta negra, además, le daban un aire de
secretaria sexy que su jefa no poseía, aunque por otro lado, Elsa pensaba que ya
era lo bastante sensual sin la necesidad de tener que llevar ningún otro
complemento.
—Y dime, ¿qué has pensado para esta
noche? —preguntó Iris con un tono socarrón y las cejas arqueadas.
Elsa suspiró sin dejar de sonreír
abiertamente.
—Pues verás, es complicado poder
hacer algo diferente cuando llevamos nueve años juntos y ocho de casados… Tengo
imaginación, pero créeme, hasta a mí me cuesta —confesó más pensativa que
molesta—. ¿Sabes que nunca he hecho un striptease
para él?
—¿No? —inquirió Iris con diversión.
—Pues no —musitó ella—. Y no sé
porqué. Seguro que le gustará —dijo convencida.
—Estoy segura —convino Iris con una
sonrisa.
Las dos sonrieron con picardía.
—En fin, me he comprado un conjunto
de ropa interior que le va a dejar babeando… —dijo antes de tomar un sorbo de
su café.
—¿Está hecho de perritos calientes?
—inquirió esta, echándose a reír.
Elsa hizo lo mismo, y agradeció
haber dejado el vaso en la mesa antes de oír eso, de lo contrario, lo habría
tirado o escupido por el ataque de risa que le dio. Desde luego, meditó, sería
todo un espectáculo, y siendo la comida basura favorita de Román, la devoraría
en un abrir y cerrar de ojos, lo que no dejaba de ser una brillante y tentadora
idea, pensó.
Cuando pudo volver a respirar,
después del arranque de risa, Elsa respiró hondo.
—No es mala idea, así que me la
apunto —dijo guiñando un ojo—. Pero para esta ocasión he comprado un conjunto
muy sensual de estampado de leopardo con encaje negro. Sé que es su favorito,
aunque no pueda entender el motivo —añadió con exasperación.
—A mí sí que me gusta, ya lo sabes
—repuso.
—Sí, pero es que no consigo hacer
que me guste tanto como a él, o a ti —añadió con un resoplido—. Quizás deberías
haber venido a comprar conmigo. Siempre me ayudas a escoger unos buenos
modelitos —dijo alabando su gusto en lencería.
—Tendrías que haberme avisado para
ir al centro comercial, porque quiero ir un día de estos —meditó esta con la
mente en otra parte.
—Podemos ir la semana que viene,
aunque solo hace un mes que estuvimos de tiendas y surtimos bastante bien
nuestros armarios —murmuró Elsa sin dejar de mirarla—. ¿Es que acaso…? —dejó la
frase a medias al comprender su repentino deseo de ir a su tienda favorita de
ropa provocadora—. Quieres ponerte sexy para ese novio tuyo tan misterioso —afirmó
entonces con tono socarrón.
—Mmm… sí, algo así —confirmó Iris vacilante.
Elsa nunca la había visto de aquel
modo. No exactamente insegura, porque ella no era así, pero sí se le parecía
bastante, y lamentó que tuviera problemas con aquel ligue suyo. Era extraño que
un tío la trastocara de aquella manera. Cuando sacaba el tema, se la veía más
nerviosa de lo normal, y eso la inquietaba.
—¿Qué ocurre? —inquirió seria y preocupada.
Iris hizo un gesto para restar
importancia, pero Elsa pudo percibir un atisbo de… ¿miedo, tal vez? No supo
distinguir aquel sentimiento que nubló la expresión de su amiga por un breve
instante, y enseguida su preocupación se tornó en algo distinto, en un instinto
de protección hacia ella. Era buena persona, jamás había hecho daño a nadie, y
no merecía que se lo hicieran. Tenía que aclarar aquello como fuera.
—Oye —empezó, colocando una mano
sobre su falda—, puedes confiar en mí, ya lo sabes. ¿Qué ha pasado? —exigió con
un atisbo de impaciencia.
Iris se aclaró la garganta y
compuso una sonrisa que Elsa no pudo apreciar como auténtica. Vaya, aquello sí
que era una sorpresa. Algo iba muy mal, y solo deseó poder ayudarla. O que se
dejara ayudar. Había suficiente confianza entre las dos como para que su amiga
se abriera a ella, y no entendía el motivo de esa reacción. ¿Por qué no quería
contárselo?
Tampoco es que se ocultaran muchos
secretos, y por esa razón, Elsa creyó que era algo importante.
—Yo, es que… verás —balbuceó con el
rostro más serio que antes—, él está viéndose con otra y… no sé qué hacer. Es
bastante complicada su situación; y también la mía.
Trató de meditar a fondo sobre sus
palabras, ya que le estaba costando sonsacarle las cosas, y solo se le ocurrió
algo que no hubiera esperado de ella: Iris estaba enamorada de aquel hombre. Que
estuviera casado no era posible, de lo contrario, no habría dicho que él se
estaba viendo con otra, sino que estaba con otra. Tenía que ser que sus
sentimientos fueran más profundos de lo que habría deseado. Seguro. Casi no lo
podía creer, sin embargo, su forma de hablar, su mirada y su momentánea rigidez,
le dio a entender que estaba en lo cierto. Procuró decir algo que la
confortara, pero no sabía muy bien el qué. Su amiga no era de las que se
enamoraban. Nunca lo había hecho, según le contó. Ella sí que odiaba todo lo
relacionado con el romanticismo y el compromiso. Era una mujer de aventuras sin
ataduras de ningún tipo, le gustaba jugar y solo eso. Al menos hasta ahora.
—Eh, seguro que tú le gustas mucho
más. ¿Cómo puede ser de otro modo? —formuló la pregunta sin esperar respuesta
alguna y sonrió para infundirle ánimos, pero logró todo lo contrario.
Su amiga frunció el ceño, su rostro
se descompuso, y sus ojos tenían todo el aspecto de querer derramar una buena
cantidad de lágrimas en cualquier momento. Otra sorpresa inesperada. Iris no
lloraba por nada.
Elsa estaba más preocupada por
momentos y se sintió mal por mencionar el tema, aunque la verdad era que nunca
conseguía sacar nada en claro cuando surgía la conversación. Nada de aquello
era normal. Se entristeció solo con pensar en su situación. Tenía que ser
horrible, aunque tampoco sabía cómo se encontraría esa otra mujer desconocida.
Qué difícil. Menudo dilema debía tener Iris, pensó. Empezaba a comprender cómo
debía sentirse, aunque Elsa jamás había estado en una posición similar. Román y
ella tenían una sincera relación intensa, arrolladora y apasionada, donde solo
tenían cabida sus más ardientes fantasías, pero juntos eran como una roca
irrompible. Él nunca le sería infiel. Nunca se enamoraría de otra. Estaba
segura.
Se levantó y le dio un abrazo,
ignorando por completo el café que Iris tenía en la mano y que quedó aplastado
entre los pechos de las dos. Por suerte no se derramó.
Pasó una mano por su espalda para
tranquilizarla, porque se la veía en completa tensión desde que empezaron a
hablar de ello. Ahora lamentaba haberlo aludido. Pero claro, no podía
retroceder en el tiempo.
—Tranquila, cariño. Estoy segura de
que su corazón es tuyo, y de ninguna otra —susurró con ternura.
Iris se puso aún más tensa si eso
era posible, pero Elsa no hizo ningún otro comentario, puesto que parecía que
no hacía sino empeorarlo por momentos. Estaba convencida de que tarde o
temprano, le contaría los pormenores de su relación con ese hombre. Aún no
comprendía por qué no había confiado en ella lo suficiente como para
compartirlo, y aunque le dolía que no le hablara sobre ello, también podía
entenderla.
Quiso romper el momento de malestar
que había causado entre las dos y cuando se separaron, le sonrió con picardía.
—¿Es bueno en la cama, por lo
menos? —inquirió interesada, arqueando las cejas.
Esta soltó una risa ahogada y
sonrió también, algo más animada que antes. Parecía que parte de esa horrible
tensión que llevaba a la espalda, se esfumó en pocos segundos.
—Es un dios del sexo, te lo aseguro
—dijo en voz baja, con una nota avergonzada en su voz.
Elsa la observó mientras esta
terminaba el café sin mirarla. No había dicho aquello como solía hacerlo: con
gran dramatismo, y dándole énfasis a su confesión, sino casi como si el hecho
de que su amante fuera un verdadero portento entre las sábanas, la hiciera
sentir culpable. Pero, ¿culpable por qué? Tal vez porque él estaba con aquella
otra mujer al mismo tiempo…
Bueno, estaba claro que no entendía
nada de esa difícil situación, y a menos que Iris le contara los detalles,
prefería no pesar mucho en todo eso.
De todos modos, estaba segura de
que al final se arreglaría. Tenía que ser así. Su jefa y amiga se merecía tener
algo bonito y duradero. Como lo que ella tenía con Román.
Aunque consideraba el amor como
algo demasiado abstracto, más una ilusión que algo tangible, sabía que lo suyo con
su marido era real, inquebrantable. Estaban de maravilla juntos, así de simple.
Amistad, deseo y respeto eran fuerzas poderosas, y su relación estaba sujeta
con esos fundamentales pilares, la mejor combinación posible.
No pudo evitar soltar un largo
suspiro de añoranza. Estaba deseando verle, tocarle, sentirle, fundirse con él.
Pero no era el mejor sitio para que su imaginación volara tan lejos o todo el
mundo sabría en qué estaba pensando, su rubor la delataría, así que aterrizó en
la tierra muy a su pesar.
Mientras acababa su café y ordenaba
su mesa, Iris hizo lo mismo. Se puso a llamar por teléfono a algunos clientes y
a varios hoteles. Tenían que volver al trabajo.
Elsa, por otro lado, no podía dejar
de pensar en la cara que pondría su marido cuando hiciera de aquella pequeña
fantasía, una realidad. Repasó mentalmente los detalles de todo lo que quería
preparar en casa, y con una perversa sonrisa de satisfacción al imaginarse el
resultado, se le pasó más rápidamente el resto de la tarde.
Solo entraron un par de hombres
para coger algunos folletos para unos viajes y se marcharon enseguida, de modo
que pudo dejar vagar su mente durante aquel rato antes de terminar la jornada
de trabajo.
Cuando cerraron y se despidió de
Iris, solo podía pensar en una cosa: lo bien que lo iban a pasar esa noche
Román y ella.
Todo su cuerpo se agitó de
anticipación.
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