Capítulo 2
Condujo con la música a todo
volumen, canturreando y tamborileando los dedos sobre el volante sin parar.
Estaba excitada, y en más de un sentido.
Le quedaba una hora justa para
llegar, prepararlo todo, y darse una ducha rápida antes de que Román llegara a
casa. Se recordó lo que tenía que ir haciendo, y así optimizar cada minuto al
máximo. Todo tenía que estar perfecto. No se merecían menos. Sonrió.
Al llegar al barrio del Serrallo,
donde residían desde hacía más de un año, pensó, y no por primera vez, en lo
exagerada que era la vivienda para los dos solos. Era una enorme mansión,
preciosa, eso sí, de ocho dormitorios, cinco baños, piscina y una gran parcela.
A ella le encantaba su estilo rústico y a la vez moderno; y si bien era muy
consciente de que podría vivir perfectamente con un tercio de todo aquello, se
había enamorado por completo de ese lugar. Y claro, ese era el único motivo por
el que su marido no la había vendido para sacar beneficios con aquel pequeño
negocio. Además de ser gerente de un conocido banco en un céntrico barrio de
Granada, se dedicaba a restaurar y modernizar viviendas (junto con un socio y
buen amigo), y sacarles unos cuantos miles de euros. En ocasiones, Elsa creía
que su mentalidad mercantil era exasperante, pero bueno, le aceptaba con sus
pequeños defectos, como solía decirle a él a veces. Ella tampoco era perfecta,
bien que lo sabía; sus cambios de humor eran la perdición de los dos; pero en
eso consistía su relación, en una unión sincera, y en la aceptación de la otra
persona, con sus virtudes y defectos.
Así, con sus más y sus menos,
hacían buena pareja; eran los mejores amigos, y se llevaban de maravilla tanto
dentro como fuera del dormitorio; ambos eran pragmáticos en cuanto a eso, no
necesitaban más para creer que su matrimonio fue una excelente idea. Elsa
estaba más que convencida de que así era. También lo estaba en que ambos
pensaban igual desde que se conocieron: disfrutar de la vida al máximo era una
filosofía que compartían.
Dejó el coche fuera, por si después
de su celebración privada querían salir a cenar algo, y entró en casa. Fue
directa al salón a buscar unas velas que compró especialmente para la ocasión.
La fragancia de canela, junto con el color rojo apagado, le gustaba mucho, y le
daban al ambiente un toque muy sensual. Perfecto para despertar los sentidos. Todos
ellos, pensó con regocijo carnal.
Cualquiera podría haber dicho que
estaba decidida a crear un ambiente romántico, pero en realidad, lo hacía
únicamente porque la fragancia era considerada como un afrodisíaco. Siempre se
decantaba por el lado lujurioso de una relación; en cierto modo, Elsa se
parecía más a un hombre que a la típica mujer, puesto que ella siempre buscó
algo físico por encima de algo más profundo. Cuando conoció a Román, le pareció
increíble que pudieran compartir la misma mentalidad en cuanto a eso. Todo era
mucho más fácil si los implicados en una relación buscaban y esperaban lo mismo
de una unión. Ellos se parecían mucho: se compenetraban muy bien, les encantaba
el sexo y odiaban los dramas griegos.
Las fue colocando por todas partes.
Sin pasarse, claro, porque luego les tocaría ir apagando velas aquí y allá. Y
estaba segura de que dentro de un rato, lo último en lo que pensarían era en
que se podría incendiar la casa; ya que estarían muy pendientes de otra clase
de fuego: el que provocaban ellos cuando sus cuerpos entraban en contacto.
Cuando hubo terminado, subió la
escalera hacia el dormitorio principal, se desnudó con rapidez, y se metió en
la ducha. El agua caliente templó sus nervios, aunque no su excitación. Salió a
los pocos minutos y, después de echarse crema y un perfume muy caro, se puso su
nueva lencería, aunque con una mueca en sus carnosos y rosados labios, porque
se veía en el espejo como la novia traviesa de tarzán. Todo fuera por su marido,
refunfuñó para sus adentros. Se colocó su vestido negro ceñido que solo lo
había llevado en otra ocasión y además, era su favorito. Al menos esa prenda sí
era de su estilo, pensó. Ajustado, realzaba sus curvas como a ella le gustaba,
en los lugares perfectos. Al diablo con Román y con su gusto por la lencería
con estampado animal, se dijo; después de esa noche, la tiraría.
Posiblemente hasta la quemaría en
el jardín… Tal vez incluso tostaría unas ricas nubes en su memoria.
Se calzó unos altos tacones negros
y peinó su cabello para dejarlo suelto y hacia atrás, con un estilo desenfadado
y un poquito salvaje. Sonrió al espejo. El resultado era increíble, y estaba
segura de que Román estaría encantado. Sus medianamente generosos pechos le dejaban
a la vista un escote impresionante por el estilo corazón. Elsa estaba segura de
que sería lo primero en lo que se fijaría y compuso una sonrisa juguetona. Al
menos el sujetador realzaba lo que tenía que ser realzado. Solo un poco.
Tampoco estaba tan mal dotada, se dijo.
En esta ocasión, dejó las gafas
guardadas; era lo más seguro para mantenerlas intactas, pensó. No era la
primera vez que estas acababan en el suelo después de un arrebato de pasión.
Estaba harta de renovar cristales debido a la efusividad de sus encuentros sexuales.
Román no se andaba con tonterías, y tampoco era un blandito, sino más bien al
revés, una verdadera bestia del sexo. Elsa adoraba eso en él desde la noche que
tuvo el placer de descubrir su voraz apetito.
Bajó hacia el salón y después de
mirar el reloj y comprobar que quedaban cinco minutos para que llegara, se
dirigió al equipo de música para ir ultimando detalles. La música era perfecta,
y aunque posiblemente estaba más que oída, era la que mejor le iba a su plan
del striptease. No pudo dejar de
pensar en ello cuando la encontró en su ordenador hacía unas semanas; cada vez
que la escuchaba, se veía a sí misma quitándose toda la ropa para su marido.
Fue una señal, desde luego; una definitiva.
Sacó una cara botella de vino y dos
copas de un mueble bar junto a la sala, y las dejó encima de la mesa. En cuanto
oyera el coche de Román, las serviría, aunque no sabía si al final lo tomarían
o irían directos al grano, como solían hacer siempre. Impacientes e insaciables
eran dos palabras que les definían a la perfección.
El cuerpo de Elsa se estremeció al
recordar las proezas de Román. Tanta práctica, le habían hecho un experto en
dar placer a las mujeres y sabía exactamente qué hacer, cómo, y dónde hacerlo,
para que gritara mientras disfrutaba de sus encuentros. Su técnica era
infalible.
Al cabo de unos minutos advirtió un
ruido de motor fuera y se dispuso a servir el vino y apagar su teléfono móvil.
El fijo de casa estaba silenciado también. Era un día especial, una noche para
ellos, y no estaban dispuestos a atender a nadie en esos momentos. Era una
norma no escrita.
Román entró por la puerta que daba
al garaje y la buscó con la mirada. Estaba todo a oscuras, a excepción de
algunas velas, y la poca luz de la luna que se filtraba por las ventanas.
La música suave y sensual que se
oía, le hizo suponer que Elsa estaba en el salón y, cuando dejó su maletín en
la isla de la cocina que era abierta al resto de la casa, se dirigió allí con
una perversa sonrisa en sus labios. No tardó ni un segundo en localizarla.
Estaba sentada en el sofá principal, con las piernas cruzadas y una copa en la
mano. Llevaba el pelo diferente, menos formal que de costumbre, y suelto. Le
encantó su pose sexy, Estaba guapísima. Su expresión le indicó que iba a ser
una noche memorable. Los ojos se le fueron directos hacia sus hinchados pechos,
y su miembro palpitó de deseo al instante dentro de su pantalón de vestir. Con
una mano, desató la corbata y la deslizó por su cabeza. La tiró en el suelo,
sin preocuparse por eso en lo más mínimo. Solo tenía ojos para ella. Esa noche
tenía algo diferente, desprendía un fuego que, aunque siempre estaba allí, pues
Elsa era una mujer muy apasionada, estaba desatado de algún modo. Podía
sentirlo desde que entró en la casa. Todo el ambiente era embriagador. Su
sangre empezó a calentarse con rapidez. Tampoco es que le hiciera falta nada
para ponerse a cien. Era una persona muy sexual.
Fue hasta ella y se inclinó para
besarla en los labios. Los sintió suaves, deliciosos, exigentes. Su perfume le envolvió.
Ella le sujetó con ímpetu por los hombros para sentirle más cerca. Abrió sus
labios para dejarle libre acceso y sus lenguas se encontraron. Estaban
hambrientos el uno del otro. Román apoyó ambas manos en el respaldo del sofá,
quedando Elsa justo en medio, atrapada. La saboreó con ansias, y sus ganas de
ella aumentaron cuando oyó un pequeño jadeo salir por sus labios. Se separó de
ella un segundo para coger aire y buscar una postura más cómoda, donde pudiera
acceder a su cuerpo con mayor facilidad. Quería sentirla por completo, todo su
deliciosa piel aterciopelada.
—Estás preciosa, nena —murmuró con
deseo junto a su boca. Le lamió el labio superior despacio, degustándola—. ¿Qué
se celebra?
Le dio un rápido beso antes de
sentarse a su lado, y colocó una mano en su muslo. Sus dedos se movieron hacia
arriba despacio, deleitándose en la suavidad y calidez de su piel. Notó que se
había tensado ante sus palabras, y la miró interrogante sin saber el por qué de
su reacción.
Elsa abrió mucho los ojos ante
aquel comentario y Román dejó quietas sus manos. Desde que le había visto aparecer,
le dieron ganas de lanzarse sobre él para devorarlo entero. Estaba tan guapo como
cada día, vestido con traje y corbata, aunque sabía que habría dejado la
chaqueta en el coche; con su castaño pelo ligeramente engominado hacia atrás, y
esa mirada de ojos azul oscuro, tan tierna como pícara, era un auténtico
bombón, y sabía bien que sin esa camisa y sin la corbata, estaba aún más bueno…
Tenía un cuerpo fuerte, escultural, que le hacía la boca agua y la ponía a cien
por hora. Pero después de haberle escuchado, se sintió algo descolocada. ¿Se
había olvidado de su aniversario?
Bien, Elsa no era la típica esposa
complaciente y sumisa, esperando flores y bombones en los días señalados; sin
embargo, la celebración de su aniversario era importante para ella. Pasaba por
completo de San Valentín, pero esto era diferente. Se sintió decepcionada, pero
no quería estropear el momento, porque tampoco sabía si se estaba quedando con
ella, de modo que sonrió coqueta y tanteó el terreno para saber porqué no se
había acordado de ese día. Igual le estaba tomando el pelo.
—Te he preparado una cosita
—susurró con sensualidad en su oído, aspiró su masculino olor y se estremeció
por dentro—. Es una fecha especial —añadió en voz baja y seductora.
Román se retiró y la miró sin
comprender. Entonces Elsa se dio cuenta: se le había olvidado por completo.
Vaya chasco, pensó con una ligera irritación.
Para todo hay una primera vez, se
dijo. Ignoró ese malestar que notó en lo más profundo de su corazón, y habló
tras aclararse la garganta.
Hizo lo posible por aparentar
calma.
—Es nuestro aniversario —declaró
mostrando una sonrisa que esperaba, no mostrara que se sentía un poquito
desilusionada.
Vio que Román estaba claramente sorprendido.
Se sentó recto y entonces se inclinó hacia delante, se masajeó el pelo con ambas
manos y suspiró antes de mirarla con el rostro contraído por la culpabilidad.
—Vaya, lo siento muchísimo cariño
—musitó—. Con tanto trabajo, ni me he acordado de que estamos a… ¿hoy es día veinte?
—preguntó contrariado y pensativo. Parecía estar muy lejos de allí.
—Pues sí, veinte de abril —aclaró
ella sin dejar de sonreír de una manera poco auténtica.
Román se frotó la cara con las
manos cuando se irguió, claramente agobiado, y Elsa trató de quitar hierro al
asunto. Se dijo que no era tan importante; podía pasarle a cualquiera.
—Vamos, no hay que ponerse así.
Podemos divertirnos como hacemos siempre —sugirió con una clara invitación y un
insinuante arqueo de cejas.
Él le dirigió una mirada entre
culpable y curiosa. Era obvio que tenía ganas de averiguar qué tramaba.
Carraspeó para decir algo, e intentó relegar algunos de sus pensamientos más
sombríos en aquel instante, a un lugar oculto de su mente. No era momento para
ponerse serios; ya hablarían al día siguiente de lo que le preocupaba de verdad,
decidió Román. Tenía que hacerlo, se dijo a sí mismo. Lo que estaba haciendo y
sintiendo, no podía excusarse. Ya no más.
—Perdóname —dijo Román con la voz
quebrada.
Elsa le miró unos segundos. Esa
disculpa parecía transmitir más de lo que parecía y quiso que le hablara, que
le dijera a qué venía ese tono, pero no deseaba estropear aún más las cosas. Ignoró
el incómodo nudo que se formó en su estómago y respiró hondo. Su inicial
excitación se había enfriado un poco, pero estaba dispuesta a avivarla. Nada
podía hacer que su noche acabara de mala manera.
Tenía el brazo echado en el
respaldo del sofá y acercó unos centímetros su mano para acariciarle el pelo.
Era tan suave, que sintió hormiguear sus dedos. Se acercó a él y le plantó un
beso posesivo en sus apetitosos labios. Su lengua rozó la suya solo unos
segundos y la temperatura pareció subir un par de grados en cuestión de
segundos. Sin embargo, Elsa tenía que marcar un ritmo más lento, no podía
dejarse llevar de ese modo, o Román tendría sus bragas en las manos en un
instante, y muy al contrario, estaba dispuesta a hacer su papel esa noche. Lo
había planeado así, y quería que él disfrutara. Postergar el placer era difícil,
pero sabía que de esa manera, el final sería explosivo. Enloquecedor. Eso le
encantaba, y sabía que a Román también.
Se separó a duras penas, casi sin
aliento. Román la tenía ahora sujeta con posesión, con sus manos enredadas en
su pelo y su espalda; Elsa se deshizo de él con suavidad, sin dejar de sonreír,
y pudo ver cómo él mostraba su confusión, aunque parecía dispuesto a
complacerla con su silenciosa petición. Soltó un suspiro entrecortado y la miró
con deseo.
—Quédate bien quieto en el sofá —pidió
con voz seductora—, y haz lo que te diga —exigió señalándole con el dedo índice.
Le dio un último y húmedo beso
antes de incorporarse y ponerse frente a él. Miró a su entrepierna y pudo notar
a la perfección, que estaba muy excitado. Eso la encendió un poquito más. Pudo
notar que las paredes de su deseosa y ansiosa vagina se contraían, y cogió
aire. Qué difícil era retrasar y desterrar sus instintos, sobre todo cuando
estos eran salvajes y lo único que querían era que la penetrara con posesión y
desenfreno. Lo que Román le provocaba era tan fuerte, que a menudo se
preguntaba cómo no estaban siempre desnudos haciendo el amor como posesos.
Aunque lo cierto era que muy a menudo, cuando no estaban en el trabajo, estaban
dándole al sexo. Eran dos personas muy fogosas, con gran apetito carnal.
Elsa bajó sus manos hacia su
pantalón y abrió el botón y la cremallera por completo. No le tocó a él en
ningún momento, pero deslizó la tela de sus calzoncillos cuando él colaboró
levantando el trasero del sofá, y liberó su hinchado miembro. Esa parte le
costó mucho más, porque lo único que deseaba era hundirle en su boca para
degustarle, lamerle de arriba abajo, sentir su aterciopelada piel y su dureza,
y saber que podía provocarle un inmenso placer solo con la destreza de su
lengua. Hizo un gran esfuerzo por contenerse y se lo comió con la vista cuando
se puso de pie frente a él.
—No te toques. Mantén tus manos quietas
al lado de tus piernas. Haz lo que quieras con ellas, pero no te des placer
—ordenó con voz firme, y a la vez, cargada de deseo.
Román la miró comprendiendo el
juego a la perfección, con una expresión totalmente lasciva, y dispuesto a
hacer cuanto ella quisiera. Estaba convencido de que iba a pasarlo en grande.
Siempre lo hacían, y de mil maneras diferentes. Sonrió y asintió con la cabeza.
—Está bien, soy todo tuyo, cariño
—dijo con una sonrisa perversa.
Elsa acercó su rostro al suyo y
sonrió ante su acertado comentario. Los labios de Román estaban entreabiertos,
y ella le acarició con suavidad con la lengua. Atrapó su labio inferior y lo
mordisqueó sin hacerle daño. Vio que sus ojos se oscurecían, y la miraban con
intensidad.
—Me encanta que digas eso —murmuró
Elsa junto a su oído. Jugueteó con el lóbulo de su oreja y oyó que soltaba un
gruñido de placer.
Eso la hizo vibrar por dentro y por
fuera. Se dijo que si no comenzaba, al final se dejaría llevar, le permitiría
que la penetrara sin compasión y la follara hasta perder el sentido, hasta que
gritara su nombre una y otra vez a pleno pulmón. La idea era de lo más
tentadora, pero deseaba que Román tuviera su regalo; aún cuando su cuerpo
pidiera a gritos la liberación que tanto ansiaba.
Le dedicó una perversa sonrisa y se
separó de él.
Con un pequeño mando a distancia
que había en la mesilla, subió el volumen de la música, y después dejó el
aparato donde estaba. Se giró para darle la espalda, pero echó un rápido
vistazo a su pene erecto; le lanzó una sonrisa de suficiencia y tras mirarle a
los ojos, que él tenía entrecerrados, se preparó para dar comienzo al
espectáculo. Cogió aire para calmar su agitada respiración y sus ansias.
Puso sus manos en sus caderas, de
manera que fueran visibles para él. Estaban a poca distancia, apenas a unos dos
metros; cualquier sonido sensual que escapara de sus labios, lo escucharía, y
cuando empezó a subir sus manos con lentitud por todo el contorno de su
vestido, dejó escapar un erótico gemido por sus labios. Llegó hasta su pecho y
siguió subiendo hasta su pelo. Lo recogió con las manos y lo pasó por su hombro
izquierdo, para dejar su espalda al descubierto. El vestido le llegaba por
debajo de los omóplatos, por lo que no tuvo que hacer ningún esfuerzo para
coger el inicio de la cremallera y empezar a bajar con lentitud, dejando su
piel clara al descubierto. Era una sensación muy erótica estar desnudándose
para alguien, sobre todo cuando la otra persona, tenía los ojos clavados en
ella, y la miraba con esa lascivia.
Pensó quitarse los tacones, pero
sabía que a Román le parecerían un toque muy sensual, así que se los dejó
puestos. Pudo oír que se removía en su asiento, y le encantó saber que estaba
inquieto, y muy excitado. No habría esperado otra cosa de él, porque era un
hombre muy apasionado, y sabía que disfrutaba con su cuerpo desnudo. Siempre le
decía lo mucho que le gustaba verla como Dios la trajo al mundo. Apenas podía
apartar las manos de ella cuando la tenía cerca, y Elsa disfrutaba siempre con
su contacto. Y con el cuerpo de Román. Estaba tan bueno que quitaba el aliento.
La música continuaba con su provocadora
melodía y Elsa contoneó sus caderas al compás. Empezó a sentir electricidad en
el ambiente y sonrió para sí misma. Cuando bajó del todo la cremallera, en
lugar de quitarse el vestido, se giró hacia él con una mirada hambrienta.
Vio a Román muy concentrado en su
exhibición, con sus manos apretadas en fuertes puños. Sabía que le costaba
contenerse. No era un tío que disfrutara manteniéndose quieto, pasivo; muy al
contrario, era un hombre de acción.
Bajó los tirantes con suavidad,
rozando su propia piel con sus dedos. El sujetador era sin tirantes, de modo
que aún estaba oculto. Cuando tuvo los dos hombros desnudos, y mientras bailaba,
se inclinó hacia delante, para que su excitado marido, tuviera una buena visión
casi completa de sus pechos. Su mirada por su cuerpo era como una sensual
caricia, pudo sentir sus manos aunque en ese instante no la estuviera tocando,
y su propia respiración se volvió errática, superficial. Estaba muy excitada, y
deseosa de tenerle dentro, de disfrutar de todo él.
Jugueteó con su pelo y decidió
provocarle un poquito más. Giró la cabeza hacia el lado derecho y lamió con
sensualidad su hombro desnudo. Dejó escapar de sus labios un jadeo y en
respuesta, oyó que Román cambiaba de posición en el sofá y se inclinó hacia
delante.
Elsa le miró directamente a los
ojos, que revelaban un elevado grado de exaltación, y puso un dedo en sus
labios, para indicarle que guardara silencio, pero sin dejar su pose
provocativa.
—Shhh… cariño, relájate —ronroneó—.
Esto acaba de empezar.
Sonrió con satisfacción.
—Me estás matando, nena —siseó este
con voz grave, cargada de deseo—. Cuando te coja, te voy a destrozar —sentenció
con voz ronca sin dejar de observar todos sus movimientos.
Le encantó su directa amenaza.
Ella soltó un suave grito
complacido y ahora lamió su dedo con la lengua, muy lentamente, de manera
perversa. Después lo mordisqueó con una ligera sonrisa juguetona. Pudo
comprobar que Román se tensaba, y buscaba una posición más cómoda. Este miró
hacia su entrepierna y luego a ella, sonriendo a su vez de manera intencionada,
sabía que apenas podía contenerse y que deseaba coger su pene y aliviar toda la
tensión que iba acumulando. Elsa miró hacia su erección y su calor interior
aumentó varios grados en cuestión de segundos. Estaban al límite. Ella lo
sabía, él lo sabía. El juego pronto acabaría. Moría de ganas por tocarle, como
estaba segura que le ocurría a él, pero estaba siendo muy divertido y no tenía
intención de pararlo ahora. Los preliminares podían ser tan excitantes como la
penetración, aunque ahora mismo deseaba que la poseyera una y otra vez sin
contenciones. Ella misma notaba que su vagina se humedecía, estaba deseando una
pronta liberación, y respiró hondo para intentar calmarse, aunque era tan
difícil como decirle a un volcán en erupción que dejara de soltar lava.
Comenzó a bajar el vestido hasta su
cintura y así, Román pudo apreciar su conjunto de ropa interior. Este dejó
escapar una risa ahogada. Elsa mordió su labio inferior con lascivia y paseó su
lengua por el superior. Sabía que eso lo mataba, pero en el buen sentido.
Estaba segura de que había acertado en su elección, aunque a ella misma no le
gustara demasiado ese tipo de lencería.
—¿Qué te parece? —musitó con la voz
entrecortada.
—Mmm… me gusta más de lo que te imaginas…
—comentó él con aire distraído y la voz ronca, sin dejar de contemplar sus
movimientos y gestos.
Antes de seguir bajando, Elsa
olvidó el vestido y masajeó sus pechos por encima de la tela. Le encantaba
provocarle, y estaba convencida de que Román estaba a punto de estallar. No le
dio ninguna pena, porque ella misma estaba en el mismo estado: abrumada por las
sensaciones que la situación les estaba provocando a ambos.
Sin embargo, cuando percibió lo
agitado que estaba, se apiadó de él, y quiso permitirle un pequeño aliciente.
—Ahora puedes tocarte —concedió con
un susurro.
Esa visión la dejó sin aliento.
Tuvo que concentrarse para seguir con su baile erótico, de ese modo llegarían
al punto que los dos buscaban, aunque era difícil, puesto que le encantaba
admirar cómo movía su mano por toda su dura longitud. Quería ser ella la que
acariciara su pene de arriba abajo, despacio, gozando de tenerle a su merced.
Colocó sus dedos en el borde del
vestido que estaba arremolinado en su cintura y comenzó a bajar despacio, sin
dejar de moverse y de mirarle, mientras bailaba y le sonreía a la vez. Al
final, dejó su vestido convertido en un charco de tela negra en el suelo y con
un pie, lo envió de una patada a unos metros de distancia. Ahora estaba casi
desnuda, mostrando su excitado cuerpo.
Sus caderas se contoneaban y
deslizó sus manos, con una leve caricia desde su cuello hasta sus pechos, y de
ahí, hasta su ya húmeda entrepierna. El tanga que llevaba era semi transparente,
así que sabía perfectamente que Román estaba teniendo una detallada visión de
su depilado pubis. Paseó sus manos por allí con suavidad y lentitud.
Román tenía la boca ligeramente
abierta, y Elsa pudo ver con claridad que estaba asombrado; no sabía si por su
exhibición, o por el bailecito que le dedicaba, ya que era algo que no había
hecho antes, pero le encantó que estuviera disfrutando. Se sintió sexy,
poderosa, y muy, pero que muy caliente. Había llegado el momento de subir el
nivel. Jugueteó con la fina tira del tanga, pero sin moverla del sitio, para
provocarle. Paseó sus dedos por su centro, aunque por encima de la tela,
mientras que con la otra mano, seguía acariciando su cuerpo. Se giró para que
tuviera una visión completa de su semi desnudo cuerpo, y aprovechó para rozar
con suavidad sus muslos y glúteos. En esta posición, podía seguir moviéndose,
para que él no perdiera detalle de sus partes más íntimas y fue entonces cuando
decidió que ya era hora de desvelar la mejor parte. Bajó la delicada prenda
hasta el suelo y sus manos subieron por sus piernas con delicadeza. Elsa hizo
un sonido de placer para que Román supiera que gozaba con aquello también,
incluso sin apenas tocarse. Echó hacia un lado la fina tela de encaje para no
pisarla y se dio la vuelta despacio, para quedar de frente.
En ese instante le dieron ganas de
saltar sobre él. Los movimientos de Román también eran lentos mientras subía y
bajaba su mano por su pene erecto, y a Elsa se le hizo la boca agua. Quería más.
A él. Y lo quería ya.
Deshizo el cierre del sujetador y
sus pechos quedaron libres. Los masajeó y dio pequeños tirones a sus pezones
que quedaron totalmente duros y erectos. Los sujetó con las manos y se inclinó
para pasar su lengua por sus sensibles montículos y degustarlos. Sabía que a él
le gustaría, de modo que les dedicó unos minutos para mimarlos, los rozó con
suavidad y, en ocasiones, los pellizcó con delicadeza.
Román no le quitaba ojo. Se detuvo
un instante para apreciar su completa desnudez y continuó masturbándose,
disfrutando del espectáculo que Elsa le dedicaba.
—Nena, estás tan buena… —masculló
casi sin aliento.
—Mmm… igual que tú, cariño.
Dio por acabado el juego sensual.
No aguantaba más. Se aproximó a él y le hizo apartar sus fuertes manos. Quedó
sentada a horcajadas sobre sus piernas y su pene entró en contacto con la
excitada entrada de su vagina. Ambos soltaron un grito entrecortado. Elsa se
apoyó en sus hombros para empezar su rítmico movimiento, pero sin llegar a
producir más que un leve roce entre ellos. Román la sujetó por la cadera y la
ayudó para crear más fricción entre ellos, aumentando poco a poco el ritmo. Cuando
alguna vez dijo que le gustaban mucho los juegos, lo decía muy en serio. Ir
despacio aumentaba el placer cuando llegaban al orgasmo, y estaba dispuesta a estallar
en un cataclismo de lujuria y pasión desenfrenada.
Deseaba que el orgasmo fuera
explosivo, y se iba a esmerar con todas sus ganas.
También se sentía agradecida por el
empeño que él ponía para que ella obtuviera siempre el máximo placer en la
cama. Siempre se entregaban sin reservas.
Román se abalanzó sobre su boca y
ella respondió al instante. Empezó a abrir su camisa y la echó hacia atrás. No
llevaba nada debajo, de modo que pudo acariciar su esculpido pecho. Su piel era
suave y caliente bajo sus dedos y se recreó tocando sus trabajados abdominales sin
una pizca de vello corporal. Siempre se alegraba de tener un pequeño gimnasio
en casa, porque Román estaba en muy buena forma y le resultaba muy excitante
verle ejercitándose, como también lo era ver los resultados de sus horas entrenándose.
Era un verdadero dios griego, y también un dios del sexo. ¿Quién podría pedir
más?
Desde luego Elsa estaba más que
satisfecha.
La habitación se llenó de jadeos
entrecortados y la música dejó de ser el sonido ambiente. Ninguno de los dos la
oía ya; estaban muy ocupados con lo que tenían entre manos.
Elsa sintió que su excitación
aumentaba a pasos agigantados. No podía esperar más. Necesitaba sentirle
dentro. Deseaba su liberación ya, porque sentía que todo su ser ardía, cada
nervio, cada centímetro de su piel. Toda ella. Su marido la volvía loca.
Román, por otro lado, estaba
recreándose en el fantástico cuerpo femenino que tanto adoraba. Paseó sus manos
por todo su cuerpo, empezando por apretarla contra él para profundizar el beso.
Bajó sus manos hacia sus pechos y, los rosados y turgentes pezones de Elsa, se
endurecieron al instante en respuesta. Sentía la humedad del sexo femenino
contra el suyo, y Román pensó que llegaría al orgasmo en cuestión de segundos,
porque le había puesto a mil por hora con ese provocador bailecito. Qué sensual
era siempre, pensó.
El juego se ponía muy serio y las
caricias dejaron de ser suaves. Ambos empezaron a sentir un hambre voraz por el
otro. Ya no valían las contenciones e insinuaciones, sino el deseo y la
profunda necesidad que experimentaban sus sobreexcitados cuerpos.
Elsa se acomodó sobre su erección;
estaba húmeda y preparada para su invasión, y dejó escapar un sensual grito
cuando le sintió profundamente hundido en su interior. Habría querido ir
despacio, poco a poco, pero no pudo, así de simple. En pocos segundos, se
encontraban llevando un compás desatado, moviéndose contra el otro, casi como
si el mundo fuera a terminarse enseguida.
Elsa se balanceaba sobre él, y se
arqueó hacia atrás, lo que hizo que Román pudiera llenarla de besos por su
clavícula, cuello y mandíbula. Llegó hasta sus labios y se recreó en ellos
mientras entraba una y otra vez en su palpitante y ávido sexo. Estaban a punto
de estallar. Sus respiraciones eran agitadas cuando se separaron apenas unos
centímetros para recuperar el aliento. Aumentaron a un ritmo vertiginoso y
unieron sus labios de nuevo, mezclando sus alientos, y sus ansias. Elsa estaba
fuertemente agarrada al sofá para poder imponer una mejor fricción entre sus
cuerpos íntimamente unidos. Su hinchado clítoris recibía el impacto del roce
contra él, y Elsa sintió que su cuerpo temblaba, notando cómo una tremenda
explosión se acercaba rápido para arrollarla.
Román pudo sentir el momento exacto
en que Elsa se dejó llevar, y la sujetó con fuerza contra sí mismo para
proporcionarle más placer.
—Oh, no pares. ¡No pares! —gritó
ella.
Román casi sonrió entonces. No
pararía ni aunque los sacudiera un terremoto de nivel máximo.
—No pienso parar, nena —gruñó él
casi sin aliento—. Eso es… disfruta.
Entraba y salía de su interior sin
descanso, haciéndola gritar. Su sexo se contraía sobre su pene y pensó que
moriría de gusto. Sabía cómo le gustaba a Elsa y no hizo más que aumentar la
velocidad. La penetró duro y profundo, y así lo hizo una y otra vez, hasta que
su propio orgasmo llegó con fuerza y se derramó en su interior. Elsa, que
conocía su cuerpo como el propio, pudo notar cómo alcazaba el clímax y se
contoneó sobre él, dejando entrar y salir su potente erección, notando que
Román disfrutaba más cuando ella movía sus caderas en círculos y se empalaba a
la vez contra su miembro. Satisfecha después de semejante orgasmo, sintiendo
aún la invasión de él, le dio un largo y profundo beso, que los dejó a los dos
sin respiración, sudorosos y jadeantes.
Elsa apoyó la cabeza sobre su
hombro y se dejó abrazar por Román durante unos minutos, sin moverse demasiado,
por lo que él estaba aún dentro de ella. Poco a poco sus cuerpos se fueron
relajando, y cuando se separó para besarle, notó algo extraño en su mirada. No
supo qué era, pero de algún modo, sintió que algo había cambiado aquella noche.
No tenía idea de qué, y una extraña idea se apoderó de ella. En el fondo, no
estaba segura de querer saberlo.
—¿Sabes? Podríamos pasar este fin
de semana por el Club Lovers
—propuso. Como no dijo nada enseguida, tan solo compuso una media sonrisa
pensativa, ella trazó círculos sobre su pecho con aire distraído y se planteó
tentarlo—. Hace mucho que no vamos, así que si te apetece, puede que incluso
ahora…
Román levantó la mirada de repente.
Elsa calló.
—No sé, cariño. Estoy agotado —dijo
con desgana.
Elsa se tragó su incomodidad, y su irritación.
No era un buen plan montar un numerito que acabara con su momento de
satisfacción total después del sexo, y de todos modos, aunque hacía tiempo que
no pasaban por el Club de intercambio de parejas, tampoco era algo que hicieran
todos los fines de semana, ni siquiera todos los meses. Si ahora mismo no le apetecía,
a pesar de no poder comprenderlo, lo aceptaría. De todos modos, era algo que
debían hacer juntos como pareja, y lo respetaba, por supuesto.
Si bien su actitud era algo rara,
un mal día podía tenerlo cualquiera. Ella los tenía a menudo, así que no era
quién para cuestionar su Román se había levantado con el pie izquierdo.
Decidió que lo mejor era dejarlo
estar por ahora.
Apagaron todas las velas y cada uno
se dispuso a darse una ducha templada antes de dormir.
Al cabo de unos minutos, Elsa se
metió en la cama con su marido, que ya estaba dormido después de haberse
duchado en otra de las habitaciones de invitados. Esto también confundió a
Elsa. Román solía meterse en el baño con ella después de una placentera sesión
de sexo alucinante. Sobre todo para repetir. No sabía qué ocurría con él.
Pensó, no sin cierto sentimiento de impotencia, que al final tendría que
preguntarle. Podría decirse que las charlas sobre sentimientos u otras preocupaciones,
no eran su punto fuerte; de hecho, las detestaba profundamente; sin embargo, le
veía turbado por algún motivo y dado que su relación se basaba en la sinceridad
desde el principio, Román debía ser claro con respecto a esa inusual actitud.
Y ya no solo porque ella tuviera
todo el derecho del mundo a saberlo, que lo tenía, sino porque convivían
juntos. Tenían una relación y se querían. Guardar secretos no entraba en esa
ecuación.
Nada podía minar más una relación
que el hecho de mentir y ocultar cosas.
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