¡Buenos días!
Aquí os dejo un nuevo capítulo de "Mis besos para ti". Espero que lo disfrutéis mucho.
Podéis ver el book tráiler aquí.
Capítulo 3
El domingo había llegado con prontitud. Luna fue a
comer con Adrián y sus padres en casa de estos. Su madrastra Lorena, los
esperaba con una gran sonrisa. Decir que la mujer estaba encantada con la
relación, sería quedarse corto. Era más que feliz por ver que su hijastro tenía
una relación seria y había olvidado las fiestas y las noches de sexo sin compromiso.
Si bien era cierto que aún salían a pasárselo bien, eso carecía de importancia
cuando Lorena pensaba que Adrián por fin había sentado cabeza.
Por supuesto había puesto a Luna en un pedestal
porque había sido la mujer que lo había conseguido. Esta se quitaba mérito cada
vez que sacaba el tema, porque era consciente de que su hombre no tenía precio,
sino que era un auténtico tesoro para ella. Cuando sus padres les oían y veían
lo mucho que se querían, se sentían llenos de orgullo.
Luna adoraba esas reuniones familiares, se notaba
que se respiraba mucho amor allí. A pesar de que Lorena no fuera su madre
natural, a pesar de que el Manuel, el padre de Adrián, había puesto grandes
responsabilidades en sus manos, se notaba que había entre ellos mucho más que
pesadas cargas y negocios. Eran una familia muy unida y Luna sentía que añoraba
a sus propios padres cada vez que estaba en esa casa.
Aún con ese desgarro en el corazón, le encantaba ir
de visita. Los dos la apreciaban, y pasaba muy buenos ratos en su compañía.
Casi podía considerarlos como una segunda familia,
pero aquello también le daba un poco de miedo. No sabía qué ocurriría en el
futuro. ¿Y si les cogía mucho cariño y por alguna razón su relación se acababa?
Estaba muy familiarizada con el sentimiento de
pérdida, y precisamente por aquello, sabía que haría lo que estuviera en su
mano por no volver a pasar por lo mismo. Y si bien era cierto que el apego por
las personas no era algo controlable, a veces deseaba poder ser tan fuerte como
para reconstruir el muro de su corazón que cayó cuando Adrián lo atravesó.
Si fuera tan fácil.
Los padres de Adrián protestaron cuando estos
dijeron que debían marcharse.
—Tenemos que ir a recoger sus cosas o llegará a Granada
de noche —dijo Adrián con Luna de la mano. Tiró de ella con suavidad para ir
hacia el coche que estaba aparcado a poca distancia de la puerta principal de
la casa—. Además, la semana que viene se vendrá otra vez, ¿o lo habéis
olvidado?
—Es cierto, la fiesta de negro —dijo Lorena con
entusiasmo.
—Claro, no me perdería la fiesta de aniversario del
hotel por nada del mundo —aseguró Luna.
Cuando se subieron en el coche de Adrián, volvieron
a despedirse de ellos con la mano. Él tocó el claxon y se dirigieron hasta el
hotel.
Aunque Luna y Tania iban a subir a Granada cada una
en su coche, habían quedado en ir juntas. A pesar de que la distancia no era
muy larga, siempre era mejor sentir que alguien podía estar cerca en caso de
emergencia.
Ahora sin embargo, la emergencia que tenían entre
manos ellos dos era otra bien distinta. No habían mentido exactamente a sus
padres, pero tenían pensado despedirse en privado antes de que Luna se marchara.
Disponían de media hora antes de que Tania llegara, así que cuando Adrián
aparcó cerca de la puerta, salieron disparados hacia dentro.
Cruzaron las puertas solo cogidos de la mano para
evitar mostrar un espectáculo, pero los dos tenían unas ganas locas de besarse
con pasión y de despojarse de todas las prendas que les estorbaban. Pasaron de
largo por la recepción y esperaron con impaciencia a que el ascensor abriera
sus puertas.
Las ansias de los dos eran casi insoportables.
Cuando las puertas metálicas abrieron con un
pequeño timbre, entraron tan aprisa como sus piernas les permitieron. Al
cerrarse, solo dos personas quedaron en la recepción, mirando el lugar por el
que Adrián y Luna habían desaparecido.
La mujer que esperaba registrarse en ese mismo
instante, sintió un vuelco en el corazón con lo que había presenciado, pero trató
de reprimir sus emociones cuando se volvió hacia la recepcionista. Ella parecía
igual de estupefacta por haber visto a la pareja tan acaramelada. Soltó una
pequeña risita nerviosa y negó con la cabeza antes de volver a hablarle.
—¿Puede dejarme su DNI por favor?
—Por supuesto, aquí tienes —lo dejó en el mostrador
y se acercó para hablarle. No había nadie cerca, pero siempre era mejor tener
cuidado, y más aún porque su curiosidad podría acarrearle a ella algún
inconveniente—. Tengo la impresión de que conoces al hombre que acaba de
entrar.
La recepcionista sonrió para no mostrar su
disgusto.
—Es el dueño del hotel, señorita Acosta —dijo de
manera escueta.
—Oh, conozco muy bien a Adrián, Ivonne Lago —dijo
mirando la chapa que tenía la joven en el uniforme de trabajo—. Puedes llamarme
Yolanda, por cierto.
A pesar de su altivez inicial, y a la prematura
confianza que intentaba mostrar ante una desconocida que trabajaba en el hotel,
se notaba que quería congraciarse con ella para sacar información. Ivonne sabía
muy bien por qué lo hacía y no podía culparla.
—Bien, Yolanda —dijo Ivonne mostrando una sonrisa
comprensiva. Seguro que se trataba de algún pasado ligue de su jefe, imaginó—. Supongo
que hace bastante que no pasas por aquí, pero el señor Hidalgo tiene ahora una
relación seria con esa chica que ha entrado con él.
—Sí. Ya veo —musitó pensativa—. No sabía que
ninguna mujer pudiera hacerle cambiar su forma de ser —soltó con aire
confidente.
No pudo ocultar del todo su desprecio en su voz.
—No creo que en cinco meses nadie sea capaz de
cambiar, por muy enamorado que se crea que está —cuchicheó la recepcionista.
Los ojos de Yolanda se abrieron como platos. Aunque
reticente, sonrió a su nueva compañera de cotilleo. Quería tenerla de su lado
durante su estancia, pero no le hacía ninguna gracia que también pareciera
estar encaprichada de él, ni que Adrián tuviera una novia. Su viaje no empezaba
especialmente bien.
—También te gusta, ¿verdad?
Ivonne se sonrojó. Trató de disimular haciendo su
trabajo y centrando su atención en el ordenador, pero se le notaba demasiado.
Dejó la llave de la habitación de la nueva huésped en el mostrador y al final
la miró a los ojos.
—Da igual si me gusta o no. La verdad es que me
gusta mi trabajo, y las relaciones entre trabajadores aquí están prohibidas,
así que…
Dejó la frase a medias, pero tampoco necesitaba
explicar más. Quería conservar el trabajo, pero eso no le impedía emitir
juicios sobre la vida privada de su jefe, lo que a su vez también podía
acarrearle algunos problemas; algo que pudo comprobar en el pasado.
Alfred Cox, el gerente, apareció tras ella y
escuchó la última parte de la conversación. No hacía falta hacer muchas averiguaciones
para saber qué pasaba, puesto que casi todas las empleadas del hotel suspiraban
por el apuesto y hasta hacía poco soltero dueño.
—Buenas tardes, señoritas, ¿va todo bien?
—Sí, señor. Acabo de hacer un nuevo registro y la
señorita Yolanda Acosta ya tiene su llave. Espero que disfrute de su estancia
—dijo a modo de despedida.
La aludida sonrió al gerente, al que ya había visto
en otras ocasiones, al fin y al cabo, su padre era un buen amigo del padre de
Adrián y los dos se habían hospedado muchas veces allí.
—Encantado de saludarla de nuevo. Estoy seguro de
que viene para la fiesta de negro, ¿no es cierto? —se interesó con voz amable.
—Sí, por supuesto. No puedo faltar a un evento como
este —dijo con cierto tono reprobatorio por su intromisión. No estaba de humor
para formalismos.
—¿Sus padres vienen también? Será un placer atenderles
en todo lo que pueda, como siempre —dijo con la profesionalidad que le
caracterizaba e ignorando su tono.
—Ellos llegan el viernes, justo antes de la fiesta.
Están atendiendo sus negocios y no pueden venir antes —explicó de forma vaga.
Recogió las llaves y tras lanzarle una mirada
agradecida e intencionada a Ivonne, se despidió de los dos y se dirigió hasta
la sexta planta, hasta su ático de lujo con terraza, el que siempre reservaba.
Tenía unas vistas impresionantes, pero algo le decía que esta vez no las
compartiría con uno de los hombres más sexys con el que había estado en su vida,
Adrián. Solo habían estado juntos en algunas contadas ocasiones, pero fue el
sexo más ardiente que tuvo jamás. ¿Y quién le decía que no podría repetir? Ella
era una mujer de su nivel: rica, atractiva, con una espléndida cabellera rubia
hasta la cintura y un cuerpo de infarto, y que podía tener al hombre que
quisiera. Tras mucho tiempo sin verle, le quería de nuevo para disfrutar de los
pequeños placeres de la vida. Y lo que ella deseaba, lo tenía, así de sencillo.
Esta vez no iba a ser menos. Nadie, y mucho menos una jovencita cualquiera, lo
impediría.
No se podía decir que estuviera enamorada de
Adrián, pero él era como una droga para Yolanda, como un juguete con el que le
apetecía volver a jugar.
Ya vería si era capaz de negarse a ella cuando
usara todas sus armas para seducirle. Nunca le habían fallado para conseguir
hombres atractivos, y ahora tampoco lo harían.
Luna se aferraba a Adrián como si le fuera la vida
en ello. El agua de la enorme ducha caía por sus cuerpos, humedeciéndolos y
calentándolos un poco más, mientras él la penetraba con fuerza y la apretaba
contra la pared. Sus labios estaban unidos en un tórrido beso que les dejaba
casi sin aliento; una clara muestra de la desesperación que sentían cuando
notaban que tenían que despedirse por un período largo de tiempo. Ni todo el
trabajo en el que se sumergían durante la semana, les ayudaba a consolarse por
no tenerse cerca, y si bien era algo que ninguno estaba preparado para hablar,
lo demostraban del único modo que sabían: entregándose en un frenesí de sexo
salvaje.
Adrián notaba que Luna estaba a punto de correrse y
dejó de besarla para mirarla a los ojos, esos ojos castaños que le robaban el
corazón y el alma.
—Vamos nena, quiero sentirlo todo —masculló con
resuello.
Ella se estremeció ante sus palabras, ante su
intensa y azulada mirada. Su voz era un potente afrodisíaco, tanto como su
perfecto y torneado cuerpo, y esa fogosidad que le caracterizaba. Era
insaciable, y eso le encantaba. Ella tampoco tenía nunca bastante de él, pero
trató de dejar todo pensamiento a un lado y se dejó llevar por la arrolladora
pasión del momento. Adrián empujaba con fuerza una y otra vez en su interior y
los jadeos escapaban sin control de sus labios. Adoraba cuando se desataba,
cuando su deseo crecía sin control. Eso le hacía perder el suyo. No podía ser
más excitante.
Adrián la siguió al instante, derramándose en su
interior con las últimas estocadas. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que el
agua cayera en su cara. Luna levantó sus manos y acarició sus mejillas cuando
él la dejó con cuidado sobre el plato de ducha. El beso que se dieron era un
adiós, una despedida temporal, y trataron de dejar en él todo el cariño que se
tenían, sabiendo que se echarían mucho de menos.
Se lavaron el uno al otro y Luna tembló de gusto
cuando él le enjabonó su largo pelo castaño. Le encantaba sentir sus manos por
cada parte de su cuerpo, y cuando le masajeaba con suavidad por las sienes y el
cuello, casi se derretía. Daba igual dónde posara sus manos, porque parecían
mágicas.
Bromearon unos minutos mientras se envolvían en las
toallas y se vestían, y cuando ella fue a secarse el pelo, él aprovechó para
terminar de recoger sus cosas. Cuando tuvo la maleta abierta sobre la enorme
cama, se le ocurrió lo que creyó que nunca consentiría de una mujer. Sacó una
de sus camiseta, la de color rojo oscuro de manga larga y la dejó donde estaba
antes, en el armario. Hasta ahora Luna no había dejado ni un mísero cepillo de
dientes, pensó, e imaginó que lo haría por él, porque en su casa jamás había
dejado que ninguna mujer entrara para ponerse cómoda, y ni mucho menos para
quedarse, pero creía que era el momento de dar un paso. Podría parecer una
tontería para cualquiera, pero para él, era algo importante.
Le daba un poco de miedo, pero en el buen sentido.
Luna, su Luna, no era cualquier mujer, y ella se
merecía siempre más. Él estaba dispuesto a dárselo poco a poco; jamás había
tenido una relación seria, de modo que también tenía que ir aprendiendo.
Salió del cuarto de baño con un vaquero, zapatillas
cómodas y un jersey, y cuando la vio, le pareció la mujer más sexy del mundo.
Le dio la chaqueta y un fular que le gustaba ponerse en lugar de una bufanda, y
él cogió la maleta y su bolso. Con todo su pesar, había llegado el momento de
despedirse hasta el fin de semana siguiente.
Ya estaba deseando que pasaran rápido los días.
Cargó las cosas en el maletero de su coche y juntos
esperaron la llegada de Tania, que fue muy puntual.
—Te quiero mucho, preciosa.
—Y yo a ti, cariño —musitó ella junto a sus
apetitosos labios.
Sintió un nudo en la garganta, pero hizo un
esfuerzo para mostrarle una sonrisa. No quería ponerse a llorar cada vez que
llegaba una despedida, aunque eso fuera lo que le apetecía en realidad.
Los dos tenían responsabilidades que atender, y la
distancia sería algo temporal, estaban seguros. Algún día estarían preparados
para dar ese paso.
Luna llegó a Granada algo cansada. En lugar de
parar a tomar algo con Tania, cada una se fue directa a casa. Al día siguiente
se verían en el trabajo y ya tendrían tiempo de charlar.
Envió un rápido mensaje a Adrián para avisar de que
había llegado, y fue hasta el salón. Sabía que la abuela estaría viendo la
televisión
—Hola abu.
¿Qué tal el fin de semana? ¿Se pasaron a verte Belida y Félix?
—Hola mi niña. Sí, se llegaron ayer a traerme unas
galletas muy ricas —dijo con una sonrisa. La madre de Tania tenía mano con la
repostería y solía llevarles galletas caseras de vez en cuando—. Pero ya sabes
que no hace falta que nadie venga a vigilarme —se quejó sin dejar de sonreír.
Luna le dio un sonoro beso en la mejilla y se sentó
a su lado en el sofá.
—No me gusta dejarte sola tanto tiempo, ya lo
sabes, así que no protestes —la reprendió como si fuera una muchachita
traviesa.
Aurora negó con la cabeza. Y luego le decían que
ella era cabezota, pensó. Su nieta no dejaba algo si se le metía la idea entre
ceja y ceja, y cuidarla, a pesar de que se desenvolvía bastante bien, se había
convertido en su nueva razón de ser.
—¿Pero cuánto tiempo crees que me dejas sola? Si
apenas llegas cuando te acabas de marchar. Deberías disfrutar de tu juventud y
de ese nuevo novio tuyo tan guapetón. Que la vida son solo dos días… —dijo por
millonésima vez.
Luna sonrió. Tan pronto le decía que no le gustaba
que estuviera conduciendo los fines de semana que iba a Almuñécar, como la
animaba a salir más.
—Tú has cuidado de mí toda la vida. Ahora me toca
hacer lo mismo —le dijo con cariño.
Luna notó que se había quedado muy callada y se
giró para mirarla a la cara. Había vuelto la vista al televisor, pero solo para
que no viera que las lágrimas habían hecho acto de presencia.
Abrazó a su abuela con ternura, a la mujer que más
adoraba en el mundo entero, y se quedaron así un rato. Más tarde preparó algo
de cena y se demoraron mucho a la hora de irse a dormir. Al día siguiente Luna
tenía trabajo por delante. Aurora, como siempre, tenía que atender miles de
tareas domésticas. Le gustaba tenerlo todo limpio y ordenado. A su nieta aún le
asombraba cómo se preocupaba por cada detalle de su pequeño piso; podía ser
viejo y algo destartalado, pero para las dos era un hogar, un buen hogar lleno
de cariño.
Luna salió de casa con un poco de retraso. Cuando
llegó a la cafetería, Tania ya estaba esperando con su taza de café en la mesa.
Entró en el local y después de saludar a su amiga y compañera, hizo un gesto a
la camarera que enseguida le preparó su café con leche habitual.
—He encontrado unos zapatos de tacón alto
impresionantes por internet —dijo Tania enseñándole la pantalla de su teléfono
móvil—. Deberías mirarlos, esta página que anuncian en la tele es genial.
—¿De verdad? No sé qué decirte. Como no me queden
bien cuando lleguen a casa… voy a tener un problema. Solo tenemos cuatro días
—se lamentó.
—No te preocupes por eso, te lo mandan muy rápido,
y de todos modos, ya no tenemos mucho tiempo libre para ir de tiendas. Creo que
es una buena solución si es que quieres llevar algo espectacular a la fiesta
—aludió de manera intencionada.
Luna tragó saliva con dificultad. La fiesta de
negro era mucho más que la típica celebración temática de Halloween, aunque
esta la fueran a adelantar al día treinta; era el aniversario del hotel, y
habría un montón de gente famosa: como los conocidos y amigos de Adrián y de su
familia. Estaba de los nervios por el hecho de querer causar una buena primera
impresión como su novia. Aunque él intentaba quitarle hierro al asunto, sabía
muy bien que los invitados estarían pendientes de ellos. Ya ocurría con los
empleados del hotel, así que sus conocidos no iban a ser menos. Todos tendrían
curiosidad por la mujer que había sacado al famoso Donjuán de la soltería.
—Bien, envíame el enlace y cuando vaya a casa a
comer, intentaré buscar algo que le vaya bien al vestido.
Tania la miró comprensiva y le sonrió con cariño.
—El vestido es precioso, y seguro que los zapatos
serán igual. No he conocido a una mujer a la que le quede mejor la ropa que a
ti. Eres como la modelo perfecta —alabó. Puso su mano sobre la de ella y la
apretó con suavidad—. Estarás increíble y Adrián se derretirá. Seguro que no
podrá evitar llevarte a esa suite del hotel para hacer travesuras.
Luna se carcajeó y se sonrojó.
—Prefiero mil veces eso. Estoy de los nervios por
culpa de la maldita fiesta —masculló alterada.
—Mmm… yo nunca he estado en una fiesta así, y
seguro que será divertida. ¡Vamos! Seguro que eres la envidia de todas las
mujeres —bromeó con una amplia sonrisa.
—Bueno, eso no lo sé —dijo temblando por dentro—. Empecemos
a trabajar y luego te vienes a comer a casa y me ayudas, ¿vale?
—Por supuesto —dijo enseguida.
Se acabaron los cafés, pagaron y salieron al frío
otoñal de Granada.
—Hemos quedado con una pareja que busca un piso en
la avenida de América, así que en marcha.
—¿Has recogido las tablets y las llaves ya? —inquirió Luna con curiosidad.
—Sí, esta mañana me levanté muy temprano y ya he
pasado por la agencia. Estamos listas. Mis padres llegarán enseguida, pero no
podía esperar —dijo con cierto nerviosismo.
—¿Ha ocurrido algo de lo que no esté enterada?
—preguntó sin dejar de mirarla.
Tania mostró una sonrisa radiante.
—¡Rubén me ha pedido que me vaya a vivir con él!
—gritó con entusiasmo.
Luna se quedó con la boca abierta un instante y no
tardó en abrazar a su amiga con efusividad.
Sabía que habían empezado a hacer planes cuando
Rubén les dio la noticia de su adquisición del restaurante, pero no que estos
fueran tan formales y tan rápidos.
Sí que se había perdido algo importante al parecer,
pensó Luna.
—Me alegro muchísimo por ti, guapísima —dijo con
sinceridad, contenta por los dos—. Supongo que eso es lo que te ha causado
insomnio, ¿no? —bromeó.
—Ya te digo, aunque más que por eso… creo que es
por la idea de tener que decírselo a mis padres —confesó con una mueca de
disgusto.
Luna la miró. Era evidente que al ser hija única,
al igual que ella, le iba a costar un mar de lágrimas dar la noticia de que iba
a volar del nido, pero era ley de vida. Belinda y Félix tendrían que aceptarlo.
—Tranquila, apuesto que no se lo tomarán tan mal.
Rubén es un hombre maravilloso, y seguro que os irá muy bien juntos —aseguró
convencida de sus palabras.
—Gracias —musitó ella emocionada.
Caminaron cogidas del brazo hasta llegar al lugar
acordado con sus clientes, y sin dejar de hablar del enorme cambio que se iba a
producir en la vida de Tania en breve. Aún no tenían una fecha concretada, pero
ya estaba deseando hacer las maletas.
Todo era muy emocionante, y Luna la comprendía muy
bien. A ella también le había pasado esa idea por la cabeza en algunas
ocasiones, y si bien Adrián no había hablado del asunto, sabía que en el
futuro, tendrían que plantearse dar ese paso también. Ella no quería tener una
relación a distancia para siempre, y esperaba que él tampoco. Había muchas
cosas que replantear, desde luego, y no sería fácil, así que ese tema quedaba
estancado de momento.
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