Para los que aún no conozcáis mi primera novela, os dejo el primer capítulo. Espero que lo disfrutéis. Buen fin de semana a todos!
Hacía una tarde
perfecta de primavera. El sol brillaba con fuerza y emitía un calor propio del
verano. Pese a estar deliciosamente adormilada en una de las hamacas del jardín
de su casa, Sara Ferrer Ortiz apenas había podido relajarse un momento desde
hacía meses. Concretamente, en el último año de su vida.
Un gran
acontecimiento había trastocado por completo su rutina diaria. No sabía que una
palabra tan corta como un: “Sí”, pudiera cambiar tanto la vida de una persona.
Estaba
comprometida. Alex Jordán Lara era la persona que había logrado enamorarla con
su carisma y su increíble físico.
Sara conoció a
Alex estando en su segundo año en la universidad cuando estudiaba arquitectura
y enseguida se sintió atraída por él. Hacía ya seis años y desde entonces
estaban muy unidos. Diez meses antes, Alex le propuso matrimonio y como Sara
había esperado toda su vida ese momento, se sintió la mujer más afortunada del
mundo.
Apenas faltaban
cuatro meses para la boda y Sara no tenía ni idea de si llegaría por fin el
gran día. Entre el trabajo, la organización de la boda y la mudanza a la nueva
casa que se habían comprado juntos, no le quedaba tiempo para nada que no
tuviese que ver con esas tres ocupaciones. A pesar de la emoción por la boda,
no podía dejar de desear el hecho de poder tener un poco de tiempo para ella
misma.
Ese día de
mediados de mayo se había tomado un respiro y siendo sábado no tenía que ir a
la oficina si no era estrictamente necesario. Su padre era el fundador y dueño
de la empresa en la que trabajaba y como hija suya y parte de la dirección,
podía disfrutar de ciertas ventajas, aunque no siempre gozaba de ellas. Le
encantaba su trabajo y a menudo encontraba consuelo en él cuando lo necesitaba.
Esa tarde había
pensado encargarse de algunos detalles de la boda y como no podía ser de otra
manera, llamó a su mejor amiga y ayudante personal Paula Beltrán.
Estaba a punto
de sonar el timbre para anunciar que su amiga había llegado cuando de mala gana
Sara se levantó, se enfundó un vestido cómodo que estilizaba su bonito cuerpo y
se recogió el pelo rápidamente.
Tenía un pelo
precioso que era el sueño de todos los peluqueros por los que –por fortuna para
ellos– había pasado, y no eran muchos. Los rizos suaves y brillantes de color
castaño muy claro le rozaban apenas los hombros y permanecían siempre en su lugar,
algo que encajaba muy bien con su personalidad, seria y organizada.
A menudo lo
llevaba suelto, sobre todo en el trabajo, pero estando en casa no le resultaba
tan cómodo.
No le apetecía
en absoluto hacer nada en ese momento, porque se estaba muy bien tomando el sol
en la terraza, pero algunos asuntos no podían esperar, no si se trataba de su
propia boda. Con resignación abandonó su lugar predilecto para descansar en el
jardín.
Al volver a
entrar en casa y ver el montón de cajas que quedaban aún por desembalar, su
estado de ánimo bajó un poco más en su listón mental.
Como
profesional en el campo, ella quería estudiar y diseñar su propia casa en cada
detalle, porque quería que fuese exactamente lo que siempre había soñado y
tenía ideas bastante concretas al respecto.
No le gustaba
que nadie, excepto Alex, le diera su opinión con relación a las reformas que
estaban haciendo. Tanto los trabajadores que había contratado, como sus
ayudantes o su propio padre, estaban avisados de que la casa estaría
enteramente al gusto de ellos dos, especialmente al de Sara.
Aceptaba
sugerencias de la familia y amigos, porque era inevitable que las hicieran,
pero la última palabra la tenían ellos dos, aunque como Alex tenía mucho
trabajo últimamente, casi todo el trabajo acababa recayendo en Sara. Pese a que
disfrutaba planificando y revisando cada paso a seguir, le hubiese gustado que
su prometido se implicara más, ya que iban a vivir juntos en esa casa muy pronto.
Para la llegada
del verano la reforma estaría acabada por completo, o eso esperaba. Como los
cambios de mayor envergadura ya estaban terminados, solo quedaba dar los
últimos retoques y amueblar las habitaciones, convirtiendo la vivienda casi
vacía en el hogar que siempre había querido tener.
Los últimos
días habían recibido la mayoría del mobiliario y quiso instalarse en la casa
para poder ver con claridad los cambios que tenía que hacer. En un principio
creyó que sería buena idea mudarse allí para poder visualizar lo que quería
conseguir con la casa, pero era agotador. Tenía que trabajar en la reforma de
su propio hogar y además llevar a cabo los trabajos que hacía para la empresa.
Era tan perfeccionista que no paraba ni un momento y últimamente casi se
olvidaba de comer. Sara sabía que el proceso iba a ser difícil, pero no se
imaginó hasta que punto.
Suspiró y se
puso a estudiar los planos que confeccionó con ayuda de su padre mientras
esperaba a Paula. Sabía que llegaría en un par de minutos y le encantaba que
fuese la persona más puntual de la Tierra. La quería muchísimo y además le
facilitaba el trabajo enormemente.
De repente sonó
el interfono de la verja exterior y Sara alegremente fue a abrir. Unos segundos
después sonaba el timbre de la puerta principal.
Sara fue a
recibirla.
—Hola —saludó
con una gran sonrisa—. Gracias por venir hoy, sé que tenías planes con Eric
—Sara le dio un fuerte abrazo.
—No pasa nada.
Su respuesta
iba acompañada por una enorme sonrisa -algo
sospechosa- que no pasó
desapercibida para su amiga.
—¿Ocurre algo?
—dijo Sara entrecerrando los ojos.
Sabía que esa
sonrisa era, sin duda, por algo bueno y no pudo ocultar su curiosidad.
Paula negó de
forma distraída con la cabeza y entraron en la casa. Se acomodaron en los
nuevos sofás de piel que Sara había comprado recientemente. Eran de color
blanco de dos y tres plazas respectivamente y Sara anotó mentalmente que
quedarían bien con unos cojines llamativos y con una mesa de centro del mismo
color que los sofás.
Le preguntó a
su amiga si quería tomar algo y fue a la cocina, uno de los pocos lugares que
estaban completamente amueblados. Preparó un tentempié y volvió al salón, donde
depositó la bandeja con dos Coca-colas light, unos saladitos y unos posavasos
en la mesa de comedor.
—Espera, antes
de nada… —Sara miró a Paula emocionada— ven a ver la cocina, por fin está acabada.
Ayer estuvieron trayendo algunos muebles y por fin la han terminado —Paula se
dejó llevar por su amiga que la tenía cogida del brazo—. No puedo creer que
vaya a dejar de pedir comida por teléfono o salir a comer fuera todos los días.
Cogió a su
amiga de la mano y la llevó casi corriendo por el pasillo.
Estaba
entusiasmada porque era la cocina más fantástica que había visto en su vida,
incluyendo en las revistas de decoración que leía a diario, que eran muchas.
Una vez que
entraron en la cocina se quedaron admirándola. Sara estaba orgullosa del
trabajo que habían realizado y una embriagadora sensación de bienestar le
recorrió el cuerpo como una ola expansiva. Era algo que le ocurría a menudo
cuando después de un duro trabajo, quedaba satisfecha con el resultado.
La cocina era
una de las habitaciones más amplias de la casa. La pared estaba pintada en
color crudo, el mobiliario era de color negro alto brillo y las encimeras de un
material resistente y antibacteriano de color grisáceo. La pared frontal tenía
una gran ventana orientada al patio trasero que daba mucha luminosidad.
Los muebles y
armarios ocupaban la pared izquierda y frontal y en el centro de la cocina
había una gran isla rectangular iluminada con una lámpara colgante casi del
mismo tamaño de la encimera. Había cuatro taburetes de piel sintética de color
blanco en uno de los laterales de la isla. Todos los electrodomésticos de acero
inoxidable estaban integrados, eran de último modelo y algo más respetuosos con
el medio ambiente que otros.
—Madre mía,
debería instalarme en esta casa. Dile a tu querido Alex que pasas de él y me
caso yo contigo —Paula le guiñó el ojo a su amiga y empezaron a reír.
—La verdad es
que es increíble —dijo orgullosa—. Pero aún queda mucho por hacer —Sara hizo
una mueca de disgusto aunque el hecho era que estaba disfrutando con todo el
trabajo.
—Por cierto,
¿dónde está Alex? —Paula tenía una expresión entre curiosa y preocupada— Creía
que hoy no tendría que trabajar. Es casi el único día libre que has tenido en
meses.
Sara se quedó
una vez más pensativa, últimamente casi no veía a su prometido porque tenía más
trabajo que nunca. Arrugó el entrecejo y una vez más se vio presa de la
preocupación.
Alex trabajaba
en un gimnasio y como dueño del negocio, podía ir y venir a su antojo, pero
desde hacía dos años también trabajaba como entrenador personal. Muchos de sus clientes
eran deportistas reconocidos así que Sara se alegró de que el negocio de su
novio prosperase, pero eso también le estaba haciendo sentir un poco sola.
Cuando
estuvieron compartiendo piso en el centro ella había hecho todo lo posible para
trabajar desde casa, pero sabía que no podía pedirle lo mismo a él. Eso
supondría vivir con un montón de material deportivo y esterillas de yoga por
todas partes, aunque también echaba de menos el tiempo en que Alex trabajaba solo
unas horas y estaban juntos la mayor parte del día.
Contestó de
forma evasiva a la pregunta de su amiga como hacía a menudo últimamente cuando
alguien tocaba ese tema. Estaba algo inquieta y siempre que lo hablaba con Alex
le decía que no se preocupara, que solo se trataba de una época de más trabajo,
que muy pronto encontraría a alguien de confianza para que le ayudara a llevar
el gimnasio y tendría más tiempo libre. Intentaba creerle, pero llevaban así
bastante tiempo y nunca obtenía una respuesta distinta.
Con esfuerzo,
apartó el tema de sus pensamientos para poder centrarse. Quería comentar con su
amiga algunos detalles sobre la boda. Todavía quedaban decisiones que tomar y
necesitaba el sabio consejo de la persona en quién más confiaba en el mundo,
exceptuando a Alex, se dijo Sara para sí misma.
—Bueno, una de
las cosas que aún falta por concretar son las fotos. Me dijiste que un amigo
tuyo tiene un estudio en el centro. Cuando vayamos el lunes a la prueba del
vestido me gustaría ir a hablar con él.
—Eso está
hecho, se lo dije hace unos días y está esperando a que lo llames. Como es un
buen amigo me dijo que cancelaría cualquier compromiso que tuviera.
—Bien, gracias
—no podía evitar relajarse al oír eso y sonrió a su amiga.
Le encantaba
poder contar con Paula para todo. Cuando comenzó a trabajar con su padre supo
que no podría hacerlo sin su amiga y al cabo de un año ya estaban trabajando
juntas. La contrató como ayudante hasta que pudiera establecerse por su cuenta
como arquitecto, pero trabajaban tan bien juntas que Paula no tenía pensamientos
de marcharse de momento. En los tiempos que corrían era difícil encontrar un
trabajo para el que has estado preparándote durante cinco años en la
universidad y que además tuvieras la oportunidad de estar cada día con tu mejor
amiga.
Se conocían desde
que eran niñas porque sus familias siempre habían vivido muy cerca en unos de
los barrios más lujosos de Madrid. Habían ido juntas a un colegio privado, se
hicieron amigas siendo muy pequeñas y desde entonces eran casi como hermanas.
Fueron juntas a
la universidad y ambas estudiaron arquitectura. Mientras Paula se marchaba a Londres
durante un año y conocía a su media naranja, Sara estudió la especialidad en
diseño de interiores, y como era de esperar se fue a trabajar con su querido
padre. Pedro Ferrer era un arquitecto conocido en toda España. Era un hombre
serio, dedicado a su trabajo y a su empresa, la cual levantó sin ayuda de nadie
y convirtió en un negocio próspero en poco tiempo gracias a su empeño y trabajo
duro. Pedro llevaba una empresa mediana que era una de las más rentables a
nivel nacional y cuando se casó con Olga Ortiz supo que quería formar una familia.
Al nacer Sara y Esther –la hermana mayor de Sara–, Pedro se dedicó enteramente
a su familia, a la que adoraba y por la que haría cualquier sacrificio por su
felicidad.
—Me llamaron
hace unos días del restaurante y me han enviado los menús. El martes tenemos
que ir para decidirlos —dijo Sara haciendo anotaciones en su agenda.
—Tengo que
cancelarte la cita con Claudia. Ya sabes que quiere abrir la tienda en dos
meses y aún tiene que aprobar los cambios que hicimos.
—Lo sé —dijo
Sara exasperada—. No sé a qué está esperando para verlos. Ahora mismo está de
viaje y solo pude sacar en claro que era por un asunto personal —hizo un mohín
de disgusto y su amiga sonrió.
—Bueno,
intentaré llamarla el lunes para posponer la cita al jueves —dijo Paula
haciendo sus propios apuntes—. ¿Lo de las flores es definitivo? Celeste me dijo
que se lo confirmaras y además te iba a preparar tres ramos para finales de
esta semana, solo tienes que decirle cuál de ellos te gusta y listo.
—Definitivamente
quiero las rosas azules, me encantan —exageró su gesto llevándose las manos al
corazón y sonrió—. Vaya, si no fuese por ti creo que ya estaría enloqueciendo.
Alex no está siendo de mucha ayuda últimamente —dijo Sara disgustada, no podía
evitar que su humor cambiara cada vez que lo pensaba.
Paula estaba
empezando a preocuparse por su amiga. Pese a ser una mujer atractiva y tener
una apariencia siempre perfecta, se le estaba empezando a notar el cansancio en
los ojos. Estaba perdiendo peso y la verdad es que no sabía cómo podía
adelgazar más, ya que nunca había tenido exceso de curvas precisamente.
No quería
meterse en medio de los posibles problemas de su amiga. Eso nunca acababa bien.
También pensaba que seguramente se debiera a los nervios por la boda y era algo
muy normal. Tendría que organizar algo para ayudarla a relajarse.
Paula se quedó
un instante mirando los ojos azules de Sara. El brillo que a menudo había
iluminado su mirada cuando estaba feliz se había apagado hasta casi extinguirse
por completo y no pensaba tolerar eso. Tras meditarlo unos instantes, tomó la
decisión.
—Mañana comemos
en casa de tus padres, ¿verdad?
—Sí —afirmó
Sara a la vez que una expresión triste cruzaba por su rostro—, no me digas que
no vienes…
—Claro que voy.
Solo había pensado que me gustaría ir a un Spa —dijo fingiendo que lo estaba
pensando sobre la marcha—, pero puedo ir el fin de semana que viene, ¿te
apuntas?
Sara se quedó
un momento reflexionando. Hizo un repaso mental a los compromisos del fin de
semana siguiente y pensó que la visita a sus suegros podría esperar. No le
apetecía nada ver a la madre de Alex. Esa mujer la miraba con una expresión tan
fría que a Sara le daba miedo con solo recordarlo. Siempre supo que la ex novia
de Alex fue para ella como una hija, era algo que le recordaba cada vez que
podía, pero no llegaba a comprender la mirada de odio que esa mujer no podía,
ni quería disimular cuando estaban juntas. No lograba entenderlo y a la vez que
se entristecía al pensarlo también le preocupaba. Pronto formaría parte de su
familia y tendría que soportar su desdén toda la vida aunque no sabía qué había
hecho para merecerlo. Siempre se había portado muy bien con ella. Decidió que
no iría y que prefería mil veces estar con su querida amiga. Sara pensó que se
lo iba a decir esa noche a Alex, estaba decidida.
—Hecho. Ya me
dirás dónde vamos. Necesito unas sesiones de masajes relajantes —dijo Sara disimulando
su tristeza con una sonrisa radiante. Su expresión se volvió sincera al pensar
lo bien que lo iban a pasar.
—Mmm… —Paula se
quedó mirándola con el ceño fruncido, pero rápidamente sonrió para que no se
notara—. Lo pasaremos genial, ya verás —conocía bien a Sara y no se le escapaba
el significado real de sus palabras. Que afirmara su necesidad de unos momentos
de relajación, era sin duda una señal de que algo iba mal aunque no quisiera
admitirlo ni ante sí misma.
Estuvieron
charlando animadamente durante unas horas y como hacía una tarde tan
fantástica, salieron al jardín. Sara estuvo contándole los planes que tenía
para la casa y le pidió a Paula que le acompañara la semana siguiente a hacer
algunas compras. Quería ir al centro a visitar una galería de arte que
descubrió unos meses antes. Necesitaba comprar unos cuadros para el salón y el
dormitorio y la última vez que pasó cerca del establecimiento, creyó ver
exactamente lo que había buscado durante bastante tiempo. Tenía que ir lo antes
posible para asegurarse de que combinaban bien en el ambiente que le gustaría
crear en ambos espacios. Debía buscar un hueco más en su agenda.
Sin que se
dieran cuenta, había pasado buena parte de la tarde. Se habían encendido las
luces exteriores y ni lo habían notado hasta que Paula recibió una llamada de
su novio. Mientras hablaban por teléfono, Sara miró su reloj y al ver que eran
las ocho y media se preguntó cuánto tardaría Alex en llegar esa noche. Se había
prometido a sí misma que ese fin de semana no pensaría en el trabajo, así que
tendría que planear qué hacer hasta que llegara su prometido a casa.
Decidió que
prepararía algo de cena, hacía meses que no cocinaba nada y lo echaba de menos.
Cuando Paula
volvió de charlar por teléfono tenía una mirada resplandeciente. Se notaba que
estaba enamorada.
Sara se alegró
por ella. Hacía algún tiempo que se la veía realmente feliz y pensó que no
conocía a nadie que se lo mereciera más, y todo gracias a Eric Pearson. Desde
que Paula lo conociera era otra persona diferente y mucho más alegre, lo que
también hacía feliz a Sara.
Le preguntó a
su amiga si quería quedarse a cenar pero ya había quedado para salir fuera con
su amado británico.
Eric era un
chico serio, educado y un poco callado, pero también era cariñoso y atento con
Paula. Según las palabras de su amiga: “nunca había conocido a nadie igual”.
Llevaban casi tres años juntos y cada día se los veía más enamorados. Ninguno
de los dos era propenso a mostrar sus sentimientos efusivamente y ni mucho
menos delante de los demás. Pero desde que estaban juntos habían cambiado mucho
en ese aspecto.
—Tenemos que
quedar los cuatro muy pronto —dijo Sara recordando lo bien que solían pasarlo.
—Claro que sí.
Eric tiene ganas de volver a verte, ya sabes que le caes muy bien.
—Opino lo mismo
—dijo sinceramente. Le dedicó una sonrisa cariñosa a Paula.
Se dirigieron a
la puerta y se despidieron con un abrazo. Sara no tenía ganas de que se fuera.
Cuando se quedaba sola se ponía a pensar y pensar. Últimamente tenía muchas
cosas entre manos y tenía ganas de que pasara la boda para poder concentrarse
en su trabajo de nuevo. Los preparativos le estaban absorbiendo mucho tiempo y
energía.
Era una mujer
muy perfeccionista, siempre se había esforzado por conseguir todo lo que quería
y hasta el momento lo había logrado, pero una vez que cumpliera sus metas,
quería llevar una vida tranquila con Alex y sus respectivos trabajos. Ambos
debían hacer algunos cambios para poder estar tan unidos como lo habían estado
antes de comprometerse, ya que sus planes de futuro también incluían formar una
familia. Tenía claro que no iba a ser inmediatamente, pero desde luego no
quería esperar demasiado. Sabía que le iba a costar trabajo hacerle cambiar de
idea porque Alex ya le había informado de que no tenía ni la más mínima intención
de tener hijos hasta dentro de unos cuantos años. Sara pensaba que era normal
sentir miedo, porque era una decisión importante y estaba bastante convencida
de que con el tiempo ese temor que sentía desaparecería.
Deseaba con
todo su corazón que ocurriera porque no se veía capaz de renunciar a algo tan importante
para ella y Alex lo sabía, como también tenía claro que él no era nada fácil de
convencer. Apenas lograba que pasara más tiempo con ella y se sentía
desasosegada pensando que si no era capaz de convencerle sobre algo tan simple,
no pudiera hacerle cambiar de parecer sobre un tema tan fundamental para ella.
Sabía que Alex
siempre había tenido claras sus preferencias y desde el principio se había
sentido afortunada por estar en el primer puesto, pero desde que le pidió que
se casara con él daba la impresión de que el trabajo en el gimnasio había
pasado a ocupar el primer lugar en su lista de prioridades y no estaba segura
de que él quisiera hacer realidad sus deseos como siempre le prometía. Sara no
podía dejar que sus dudas afectaran a su relación, ya que en poco tiempo iban a
ser marido y mujer, y a partir de ese momento sus vidas estarían más unidas que
nunca.
Cuánto más se
acercaba la fecha, más preocupada estaba por arreglar la situación. Tenía que
hablar con su hermana mayor, porque Esther acababa de casarse y seguro que ella
sabría qué decirle a su preocupada hermana menor. Suerte que al día siguiente
irían a comer a la casa de sus padres, seguro que encontraría el momento de
comentárselo.
Entre reflexiones
y suspiros de pesar se dedicó a preparar una cena rápida. Siempre controlaba
todo lo que comía, sin embargo se dijo que esa noche necesitaba algo
sustancioso. Decidió preparar su comida preferida desde siempre: tallarines con
setas y tarta de chocolate. Hacía años que no la comía y esa noche se dijo que
era un buen momento para romper un poco la dieta.
La cena estaba
preparada y había puesto cubiertos para dos en la isla de la cocina. Se sentó
en uno de los taburetes y cogió una revista de cocina para pasar el tiempo
hasta que llegara Alex. Había dejado la cena en el horno para que no se
enfriara.
De repente sonó
el móvil y supo que sería él por el tono de la llamada.
—¿Sí?
—Hola preciosa
¿estás en casa? —preguntó. Se le notaba entusiasmado y Sara se preguntó por qué
sería.
—Claro, ¿dónde
estás tú?
—Enseguida
estoy ahí —parecía un poco impaciente por llegar. La intriga de Sara aumentó.
—¿Ocurre algo?
—inquirió Sara. Empezó a tamborilear los dedos sobre la encimera.
—Nada malo.
Tengo ganas de verte, ¿tan raro es? —soltó una risa despreocupada.
—Yo también te
he echado de menos. No te distraigas al volante —le reprendió Sara—. Ahora te
veo.
Sara colgó y se
quedó mirando la pantalla de su móvil. Se estaba preguntado qué le pasaría a
Alex y por qué se le notaba tan ansioso.
A los diez
minutos Sara escuchó un motor desde la entrada de la casa y la puerta del
garaje cuando se estaba abriendo.
No consiguió
quedarse sentada y esperar a que entrara en la casa, así que se acercó por el
pasillo a la puerta que daba al garaje y un instante después veía a Alex
saliendo de su flamante coche deportivo, su última adquisición. Sara se
preguntaba por qué los hombres siempre estaban hablando, comprando y pensando
en coches. “Cosas de tíos”, se dijo para sí misma. No es que no le gustaran,
ella misma tenía un Mercedes descapotable que le encantaba, pero desde luego no
estaba todo el día tratándolo como si fuese de carne y hueso.
Se alegraba
mucho de verlo y se acercó a darle un apasionado beso que la hizo temblar por dentro.
Hacía tres días enteros que no se veían y lo echaba tanto de menos que era
incluso doloroso. Sara le abrazaba tan fuerte que apenas le dejaba respirar y
con cariño Alex la cogió de la cintura y la bajó al suelo. Sara era alta, con
su metro setenta y cinco, pero tenía que subir la mirada más de diez
centímetros más para poder mirar a los ojos al hombre al que quería con todo su
corazón.
En seguida se
dio cuenta de que tenía algo entre manos. Conocía esa mirada que decía: “tengo
algo para ti”. Así que se separó lentamente de él, adoptó una postura relajada
apoyada en el coche y esperó a que hablara. Sabía por experiencia que no era
bueno presionarlo. Además a Sara le encantaban las sorpresas. Sobre todo las
que le preparaba Alex.
Era muy
romántico a veces, sin embargo no siempre le gustaba demostrarlo. Ella pese a
su exterior serio, comedido y que no revelaba más allá de sus propias
intenciones, era por dentro una mujer con las inseguridades y las debilidades
de cualquiera. Era una romántica empedernida y no mucha gente conocía ese lado
de su personalidad. Nunca había mostrado a los demás esa parte de sí misma.
Algo que cambió por completo el día que se dio cuenta de que estaba
perdidamente enamorada de su chico.
—Vaya
recibimiento —dijo Alex con un tono cariñoso y socarrón. Le acarició la mejilla
y sonrió.
—Te encanta.
Debería patentarlo —dijo golpeando suavemente su mejilla, fingiendo que lo pensaba.
Sara estaba
feliz y más relajada que en toda la tarde. Sus preocupaciones desaparecían
cuando estaban juntos.
—Tengo una
sorpresa —dijo inclinándose hacia delante y besándole la mejilla.
—¿Y qué es? —preguntó
abriendo mucho los ojos.
—Si te lo digo
no será una sorpresa.
—Bueno… —Sara
estaba impaciente, pero si lo demostraba, no lograría saber de qué se trataba.
—Muy bien,
cierra los ojos —le dijo Alex con una gran sonrisa.
Sara así lo
hizo. Esperó pacientemente a que Alex le dijera que podía abrirlos. Cuando le
dijo que lo hiciera, se encontró con una caja no muy gruesa y de reducido tamaño
envuelta con papel de regalo de color dorado y un lazo muy bonito del mismo
color. La sostenía con sus manos y se la tendió a ella. Enseguida supo que era
el regalo por su cumpleaños. Se sintió inmensamente feliz aunque mientras lo
abría sin poder contenerse más, se acordó de un pequeño detalle.
—Mi cumpleaños
no es hasta el martes.
—Ya lo sé. Pero
había pensado que te gustaría llevarlo mañana.
Se quedó
confusa un momento. Al día siguiente habían quedado para ir a comer con sus
padres. Era como cualquier domingo al que invitan a la familia y a algunos
amigos a pasar el día. Recordaba que su padre le había dicho que iban a preparar
una comida al aire libre si tenían suerte de que hiciera buen tiempo, por supuesto.
Impaciente por
saber lo que era, Sara terminó de quitar el papel que había sido puesto de
forma muy elaborada y lo dejó a un lado. Con cuidado abrió la tapa de la
pequeña caja para ver el contenido y se quedó sin palabras. La sorpresa y la
emoción hicieron que le saltaran lágrimas en los ojos.
Era una
preciosa gargantilla con un colgante ovalado de oro blanco y un pequeño
diamante en el centro. Cerró la caja y la sostuvo con cuidado mientras abrazaba
a su prometido dándole las gracias sin parar. Era exactamente del mismo estilo
que su anillo de compromiso. Una combinación perfecta para llevarlo el día de
su boda.
—Gracias, me
encanta —dijo sin poder dejar de sonreír—. Pero creo que debería llevarlo en la
boda, no mañana —Sara volvió a abrir la caja y con cuidado pasó su dedo índice
por el contorno del precioso colgante.
—Bueno, me
gustaría que lo vieran tus padres. Seguro que les encanta. ¿A qué mujer no le
gustan las joyas, no? —Se puso serio un momento y la observó— Venga, vamos a
comer.
Sara se mostró
de acuerdo. No pensaba que para él fuese tan importante que ella luciese sus
joyas, pero como la gargantilla era maravillosa, pensó que a su madre también
le gustaría verla. Decidió que tendría que llevarla para la prueba del vestido,
no debía olvidarlo.
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