2
Sara abrió los
ojos cuando sonó el despertador de su mesilla. Tenía dolor de cabeza y la boca
un poco seca, y entonces se acordó del vino que estuvieron tomando juntos hasta
altas horas de la noche. Cogió su camisón y se lo puso. Se dirigió directamente
al cuarto de baño y cuando salió se dio cuenta de que Alex estaba dormido. Le
encantaba observarlo tan relajado y tenerlo tan cerca, porque al parecer era la
única forma de que sus preocupaciones desaparecieran, al menos de momento.
Bajó a preparar
café y mientras la cafetera trabajaba volvió a subir al dormitorio y entró en
su vestidor procurando no hacer ruido al pasar junto a la cama.
El día anterior
no se acordó de elegir la ropa adecuada para visitar a sus padres y amigos, así
que escogió un vestido que le encantaba. En realidad había sido una elección de
Paula. La semana anterior habían ido juntas de compras y después de su tremenda
insistencia y como sabía que su amiga tenía muy buen gusto para la moda, no lo
dudó por mucho tiempo y lo compró.
Era de color
rosa claro y tenía un escote asimétrico que dejaba un hombro al descubierto.
Llevaba un fino cinturón de un tono más oscuro que quedaba por la cintura y la
falda tenía el volumen adecuado para que no se ciñera demasiado a sus piernas.
Era perfecto
para ponerse el colgante que le regaló Alex la noche anterior, buscó la caja
que había dejado entre su ropa la noche anterior y deslizó el precioso colgante
por su cuello.
Una vez
vestida, Sara se acercó a la cama para despertarle y suavemente le rozó la cara
con los dedos. Alex abrió los ojos y frunció el ceño.
A Sara se le
escapó una risilla porque parecía confuso o enfadado, posiblemente ambas cosas.
Se imaginó que podría estar soñando con algo en ese momento.
—Buenos días.
Son las doce y media —informó.
—Muy temprano —se
dio la vuelta y murmuró algo incomprensible.
—¿Estás bien? —Se
dio cuenta de que estaba más gruñón que de costumbre—. Estoy haciendo café. Y
tenemos que salir ya mismo, nos esperan a la una y media.
—Ya me levanto
—se incorporó despacio y malhumorado. Se metió en el baño farfullando en voz baja.
Sara
desalentada, tenía que terminar de arreglarse así que decidida a no empeorar el
mal humor de su amado entrando en el baño con él, bajó rápidamente la escalera
y se dirigió al aseo de su despacho.
Había escogido una de las habitaciones de la
planta baja para tener su espacio propio y poder trabajar desde casa. Estaba
junto a la cocina y tenía vistas al jardín trasero donde además estaba la
piscina cubierta.
Cuando creyó
que Alex estaría ya en la cocina salió para tomar café con él. Pensó que de ese
modo tendría tiempo de preguntarle cómo iba en el trabajo, ya que hacía semanas
que no tenía noticias sobre su búsqueda de personal.
Cuando salió de
su despacho se lo encontró bajando la escalera con un pantalón vaquero y una
camisa blanca. Estaba tan guapísimo como siempre, daba igual lo que se llevase
puesto. Incluso con el pijama y su pelo oscuro revuelto parecía un modelo de
revista. A Sara se le hizo la boca agua y observó la agilidad con que movía su
escultural cuerpo.
Alex llevaba en
la mano un jersey verde de un tono más oscuro que sus ojos, y lo dejó en uno de
los sofás del salón antes de entrar en la cocina. Se sentaron en los taburetes
uno al lado del otro y estuvieron en silencio unos instantes.
Sara decidió
que era el momento de intentar hablar con él de nuevo.
Pensó que era
mejor interesarse por su trabajo que hablarle de lo que le preocupaba
realmente. No le gustaba pensar en la posibilidad de que él no quisiera pasar
tiempo con ella y a menudo descartaba la idea porque le dolía demasiado que
pudiera ser verdad. Pensó que ella también estuvo demasiado centrada en el
trabajo cuando entró en la empresa de su padre y Alex nunca se lo reprochó.
—¿Qué tal te ha
ido últimamente? —Alex se quedó quieto con la taza del café en la mano y la volvió
a dejar en la encimera. Volvió la cara y Sara se sorprendió porque parecía
perplejo por la pregunta— En el trabajo —aclaró Sara.
—Muy bien. ¿Por
qué me lo preguntas?
—Tenía interés.
Me dijiste que te habían pedido más horas de entrenamiento, ¿has encontrado ya
a alguien que te ayude?
—Conozco a uno
que quiere asociarse conmigo, pero me lo estoy pensando —no parecía muy
convencido mientras se frotaba la frente con las manos.
Sara se
inquietó, sabía que solía hacer eso cuando no quería hablar sobre alguna cosa.
—¿No era eso lo
que necesitabas? Así podrías tener algún día libre durante la semana.
Sara pensó que
se estaba pasando con el interrogatorio al escuchar el resoplido de impaciencia
de Alex. No sabía por dónde iría la conversación y no tenía ganas de más preocupaciones,
al menos ese día. Se dijo a sí misma que ya mejoraría la situación. Si Alex no
encontraba a nadie con quien compartir las responsabilidades de llevar el
gimnasio, que no fuese uno de los monitores que ya trabajaban para él, ella
podría encontrarle a alguien.
Terminaron de
tomar el café y se dio cuenta de que aún estaba esperando la respuesta a su pregunta.
Como parecía pensativo decidió que lo dejaría de momento, pero no le hacía
gracia que las conversaciones se quedaran a medias. Creyó que Alex podría tener
algún problema y no querría preocuparla. Sabía de sobra que ella también estaba
muy liada con la boda y la reforma de la casa.
Salieron de la
cocina y mientras Alex recogía las llaves del coche y el jersey que había
dejado en el salón, Sara se acercó a recoger su bolso y el móvil que estaban en
su despacho. Tenía que avisar a sus padres de que ya iban de camino.
La urbanización
donde residían sus padres también se encontraba en la zona norte de Madrid. No
vivían lejos y apenas tardarían veinte minutos en estar allí, pero Sara siempre
repetía ese ritual antes de ir.
Mientras hacía
una llamada rápida a casa de sus padres se acercaron al garaje y se dio cuenta,
por la expresión de Alex, que estaba un poco inquieto. Tecleaba algo en el
móvil antes de subir a su coche y Sara sospechaba que, o bien tenía muchas
ganas de llegar, o no tenía ganas de ir en absoluto.
Sabía por
experiencia que no se divertía mucho en las comidas que preparaban sus padres,
pero como cada mes organizaban una como mínimo ya debía de haberse
acostumbrado. Normalmente invitaban a algunos compañeros de la profesión y a
algunos socios o amigos de sus padres, así que solían ser mayores que ellos,
pero también estaría su hermana y su marido Javier, que parecía ser el único de
la familia con el que Alex se encontraba realmente cómodo. En cierto modo Sara
no sabía cómo tomarse la actitud que estaba teniendo su prometido con su casi
familia política y bastante a menudo se angustiaba pensando que nunca iba a
cambiar.
Iban en el coche
y Sara tenía sus pensamientos a años luz de allí. Estaba repasando mentalmente
las cosas que tenía pendientes para la boda: como el ramo de flores, la música
del banquete, los menús y las fotos entre otros pequeños detalles. Todavía le
quedaban varias visitas a la modista que le había hecho el vestido y estaba más
que encantada con el estilo que había elegido. En realidad era el vestido con
el que había soñado desde que era pequeña y estaba tan feliz cada vez que
recordaba ese detalle que no podía reprimir su sonrisa. Cada vez que se lo
ponía se sentía como una niña a la que le han hecho el regalo más maravilloso
del mundo.
Iba tan sumida
en sus pensamientos que no se percató de las miradas furtivas que le dirigía su
prometido.
A los veinte
minutos estaban cruzando las rejas de color negro que rodeaba la enorme
propiedad de sus padres. En cuanto las traspasaron se dieron cuenta de la
cantidad de coches que había. Bastantes más que de costumbre. Aparcaron el
coche junto a la glorieta que había a la derecha de la entrada y salieron.
Se dirigieron
hacia la casa y llamaron al timbre para que Marta, el ama de llaves de sus
padres, les recibiera. A los pocos segundos estaba abriendo la puerta principal
una mujer de unos cincuenta años. Era rubia y con los ojos marrones, tenía una
apariencia impecable y una expresión siempre amable. Sara se alegraba siempre
de verla.
—Hola Sara. Qué
guapa estás, como siempre —dijo sonriendo.
—Hola Marta, ¿cómo
estás? —Sara quería mucho a la mujer, que formaba parte de su familia, tanto
como cualquier otro miembro.
—Muy bien,
gracias. ¿Qué tal si vais al jardín? —Le pasó una mano por la cintura y la hizo
entrar—. En seguida estoy con vosotros.
Dicho esto
desapareció por el pasillo hacia la cocina. Los dos se quedaron un poco extrañados
y en silencio unos instantes.
Los padres de
Sara compraron la casa unos años antes de casarse, hacía actualmente treinta y
un años. Era una casa imponente que a Sara le encantaba. Siempre había soñado
con tener una casa como la de sus padres para ella misma y, aunque la que había
comprado con Alex no era tan grande, era perfecta para la familia que quería
llegar a formar. Como la que ella había tenido.
Atravesaron el
amplio recibidor que daba paso al salón principal. Estaba decorado en tonos pastel,
tenía suelos de mármol y varias columnas en los extremos de la gran habitación.
Tres grandes sofás ocupaban la parte derecha del salón y un conjunto de comedor
para diez personas ocupaba la parte izquierda. Eran unas piezas únicas del
siglo XIX y varias vitrinas de un estilo similar completaban la estancia. Con
el paso del tiempo la madre de Sara había coleccionado piezas de arte que exponía
en su casa. Igual que su madre, Sara tenía una gran pasión por el arte y admiraba
los cuadros que Olga había pintado y distribuido en diferentes estancias de la
casa.
Tres enormes
ventanales daban a la habitación una gran luminosidad y en el extremo derecho
del salón había una puerta doble que comunicaba con una terraza de piedra de
forma circular, que a su vez, daba paso a un jardín que ocupaba más de
trescientos metros de la propiedad. Contaba con una piscina junto a la terraza
y un espacio cubierto a la izquierda que utilizaban para reuniones familiares,
ya que siempre tenían montada una gran carpa blanca. Allí solían comer a menudo
cuando el tiempo lo permitía. A Olga, la madre de Sara, le encantaba el aire
libre casi tanto como a su hija menor. A su padre y a su hermana mayor no les
atraía tanto, pero siempre que tenían tiempo se reunían y salían al jardín,
porque las vistas eran preciosas y las plantas, a las que adoraban y cuidaban,
desprendían un olor fresco y atrayente la mayor parte del año.
Como no se oía
ningún ruido fuera, Sara se imaginó que los invitados aún estarían dentro de la
casa, posiblemente en la bodega. Eso le extrañó un poco porque hacía un tiempo
estupendo y nunca perderían la oportunidad de disfrutarlo.
La carpa se
veía cerrada desde donde estaban ellos dos y se dirigieron directamente hacia
ella para poder disfrutar de unos minutos de relajación en el jardín.
Iban caminando
en silencio cuando de repente Sara notó que algo tocaba su hombro descubierto.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Se asustó por
un instante y se giró deprisa. En ese momento se dio cuenta de tres cosas: Alex
sonreía divertido, lo que había tocado su hombro no era ningún objeto extraño,
era su hermana mayor y la carpa no estaba cerrada en absoluto. Todos los
invitados estaban en el espacioso interior.
—¡Sorpresa! —gritaron
todos a la vez.
Muchos de sus
conocidos se habían reunido para celebrar su cumpleaños.
Se quedó un
momento con la boca abierta y una expresión de asombro. A Sara nunca le habían
preparado una fiesta sorpresa. Estaba exultante de felicidad.
Su hermana
Esther le dio un fuerte abrazo y enseguida se les acercaron los demás y recibió
más abrazos cariñosos y besos en las mejillas por parte de sus familiares y
amigos.
Habían invitado
a sus amigas de la universidad: Diana, Blanca y Rebeca, a las que no veía desde
hacía meses; a sus compañeros y compañeras del trabajo, entre ellos Jorge que
además era un buen amigo de Sara; a sus dos tíos, Roberto y Nicolás con sus
respectivas mujeres, Virginia y Ana y a alguien que no podía faltar: Miranda,
la única hermana de su madre y su tía favorita. Se dio cuenta de que no estaban
ninguna de sus dos primas adolescentes, aunque si su primo Emilio de
veinticinco años. Sara pensó que Almudena y Lourdes estarían en casa a causa de
los resfriados que sabía que tenían ambas. Disfrutaba de la compañía de sus
primas menores y no tenerlas en su fiesta fue una decepción para Sara, porque
adoraba a esas jóvenes de dieciséis y catorce años.
Cuando se
estaban acercando sus padres, Sara se emocionó tanto que empezó a notar las
inevitables lágrimas corriendo por sus mejillas. Los envolvió a los dos en un
fuerte y emotivo abrazo. En ese momento se sintió feliz y muy querida. Todas
las personas a las que más apreciaba en el mundo estaban allí por ella.
Paula y su
novio Eric estaban presentes y se fue directa hacia ellos para saludarlos.
—Vaya sorpresa.
No me lo esperaba. Así que eso era lo que me escondías ayer, ¿no? —Sara se
acordó de la sonrisa que apreció en el rostro de Paula el día anterior.
—Sí, la verdad
es que fue idea mía, no sabes lo que me costó ocultártelo —confesó Paula entre
risas.
Nunca habían
tenido secretos la una con la otra y por eso se llevaban tan bien. Su amistad
era sincera y sabían que siempre se tenían cuando se necesitaban.
Una vez
terminaron de saludar a todos, se sentaron a la mesa y mientras Sara se ponía
al día con sus antiguas compañeras de estudios pasó la hora de la comida. No
recordaba haberlo pasado tan bien en muchas semanas. Se sentía relajada y
ociosa, y hacía tiempo que no experimentaba esa sensación tan agradable.
Sara observó
que las agujas de su reloj marcaban las seis de la tarde y se alegró de poder
estar con sus amigos y compañeros de trabajo tomando café sin prisas y
charlando animadamente. Entonces apareció Marta con una tarta espectacular de
chocolate y nata con forma rectangular. Tenía diminutas flores azules a todo
alrededor y con letra cursiva se podía leer en la parte superior: “Feliz 27
Cumpleaños”. Sara aplaudió con entusiasmo y sintió deseos de pasar un dedo para
probar la nata que tenía un aspecto delicioso.
Una vela blanca
colocada en una rosa azul muy elaborada estaba encendida en el centro y Sara la
sopló mientras formulaba su deseo.
Todos
aplaudieron y le desearon de nuevo un feliz cumpleaños a la mujer, que solo
esperaba que su deseo más ansiado en la vida se cumpliera muy pronto.
Estaba abriendo
muy entusiasmada algunos regalos, la mayoría de ellos eran las cosas que más le
gustaban: joyas, complementos, vales para sus tiendas y centros de belleza
favoritos… Y entonces Sara se percató de que entre los últimos que quedaban por
abrir había uno envuelto en un papel de regalo marrón claro que conocía muy
bien. Era de parte de Jorge, un socio de su padre y un buen amigo suyo desde
que se conocieran cinco años atrás.
Desde que se lo
presentaron, le había demostrado ser una de las mejores personas que conocía y
cuando ella entró a formar parte de la empresa, Jorge la había ayudado mucho.
El padre de
Sara le admiraba y confiaba ciegamente en él y con eso estaba todo dicho.
No muchas
personas lograban impresionarle y ganarse su respeto.
Sara siempre se
había llevado bien con él. Desde el principio se dio cuenta de que tenían
muchas cosas en común y se sentía cómoda trabajando con él.
Aunque no todo
había sido maravilloso.
Alex lo conoció
un día que organizaron una cena de trabajo en casa de los padres de Sara. En
cuanto lo vio pensó que no le hacía gracia que su prometida trabajara cada día
con él. Era atractivo, alto, con su metro ochenta y cinco, pelo rubio y ojos
azules como el océano al atardecer.
Se llevaba muy
bien con todo el mundo y era la clase de hombre que tiene siempre a unas
cuantas mujeres a su alrededor deseando de él algo más que una amistad.
El hecho de que
Sara fuese una de las mujeres que estaban siempre al lado de Jorge, aunque solo
en el sentido profesional, hacía que Alex se sintiera inseguro cuando le veía y
evitaba estar cerca de él siempre que podía. Incluso llegó a comentarle a Sara
que no se fiara de sus intenciones. Siempre que Sara salía a tomar algo con los
compañeros del trabajo Alex le preguntaba si su “amigo” iba a ir también con
ellos. No sabía por qué lo detestaba de ese modo cuando apenas se conocían.
Tampoco tenía por qué estar celoso, ya que ninguno de los dos había insinuado
jamás que su relación fuese algo más que una sana relación profesional y una
buena amistad. Aun así Alex siempre pensaba mal de él y Sara detestaba esa
reacción tan desmedida e infantil.
Un día
casualmente los vio juntos en el despacho de Sara mientras estaban trabajando y
creyó ver que Jorge la miraba y hablaba con ella de una forma diferente a como lo
hacía con las demás, aunque la verdad es que no le era posible saberlo con
seguridad, ya que pasaba poco tiempo visitándola en el trabajo. Los celos que
sentía Alex eran del todo infundados y a Sara no le gustaba nada la actitud
hacia su compañero, pero no podía evitar que su novio no quisiera relacionarse
con él.
Cada vez que
los veía juntos sentía podía cortar con un cuchillo la tensión que había entre
los dos y la única opción que le quedaba era intentar ignorar esa molesta
rivalidad tan ridícula -sobre
todo por parte de Alex-
de la mejor forma que podía.
Bajo la atenta
mirada de Alex sentado a su derecha y temiendo alguna reacción desmesurada, como
ocurría ocasionalmente, Sara cogió el regalo y se dio cuenta de que pesaba
bastante, ya sospechaba lo que había dentro pero cuando lo abrió se quedó sin
respiración.
En realidad no
era lo que esperaba encontrar. Eran una serie de libros, pero ni de lejos los
que ella habría imaginado tener en sus manos algún día. Se trataba de seis obras
de Tobías Farrell, su escritor favorito. Eran primeras ediciones, lo que
significaba que debían de haberle costado una fortuna y mucho esfuerzo
conseguirlos. Y los únicos que nunca había podido encontrar para su colección.
Acarició los libros casi con veneración.
Se quedó mirando
en su dirección. Jorge se encontraba casi en el otro extremo de la mesa y se
emocionó al ver que le sonreía con cariño. Se acordó de una conversación que
habían tenido en las oficinas acerca de los gustos literarios de ambos. A los
dos les gustaban las novelas históricas de misterio y sus libros y escritores
favoritos eran los mismos.
Cuando un día
Sara entró en el despacho de Jorge para entregarle unos papeles, se dio cuenta
de que tenía la colección completa en su estantería entre montones de libros de
arquitectura. Bromeando le dijo que algún día serían suyos, pero no se imaginó
que unos años más tarde, él mismo se los regalaría.
—Tengo un hueco
vacío en mi despacho —le dijo él con una sonrisa y arqueando las cejas.
Sara se quedó sin
aliento. No podía creer que le hubiera regalado los libros de su preciada colección.
Pensó que los habría comprado para ella.
—Muchas gracias
—dijo con voz suave. Casi no podía hablar de la emoción—. Pero no tenías por
qué regalármelos. Podría haberlos conseguido de alguna manera.
—Eso es
imposible. Lo he intentado durante mucho tiempo pero sin resultados.
A Sara se le
saltaron las lágrimas y en ese momento se dio cuenta de que algunos invitados
estaban pendientes de su conversación. Entre ellos: sus padres, Paula y Alex,
por supuesto, que cada vez estaba más tenso. Algunos de los presentes estaban
charlando y no notaron nada extraño en la conversación que tenía lugar entre
los dos. Sara se puso nerviosa y tuvo ganas de salir corriendo y esconderse
aunque no sabía por qué.
Volvió a darle
las gracias intentando ocultar lo mucho que le había impresionado ese regalo en
concreto y se dedicó a abrir algunos más. Mientras agradecía a todos el detalle
y el hecho de que la conocían muy bien por comprarle regalos que a ella le encantaban,
no dejaba de pensar que esos libros le habían gustado más que todo lo que le
habían regalado en su vida.
Nunca había
hablado con nadie más de sus preferencias literarias, porque no conocía a nadie
que las compartiera, exceptuando a Jorge, pero algunos de los presentes se
habían dado cuenta de que no había demostrado el mismo interés por esos libros
que por todos los otros regalos que le habían hecho. A Sara no le preocupaba de
que pudieran sacar sus propias conclusiones porque sabía de sobra que ninguno
más que Alex podría pensar mal de un regalo hecho con buena intención.
Paula y el
hombre que la abrazaba con cariño eran las otras dos personas que habían
captado algo más que había pasado desapercibido para el resto.
Sara se sintió
repentinamente incómoda así que se disculpó y se dirigió al baño. Alex la
siguió inmediatamente al interior de la casa y la interceptó justo cuando iba a
subir las escaleras.
—¿A dónde vas?
—le preguntó en un tono brusco pero bajo.
—Voy al baño —se
dio cuenta de que estaba enfadado y Sara no quería discutir, no en casa de sus
padres y donde alguien pudiera oírles.
—¿Estás
teniendo algo con él? —preguntó Alex con voz grave y el ceño fruncido.
Sara se quedó
con la boca abierta. No sabía cómo responder a una pregunta tan estúpida y
ridícula. Ella jamás haría algo parecido y le molestó que Alex la creyera ese
tipo de persona.
—La respuesta
es obvia. No sé qué clase de monstruo crees que soy para preguntarme eso cuando
nos vamos a casar dentro de cuatro meses. Si a estas alturas crees que sería
capaz de engañarte, no sé a qué estamos jugando —su tono resuelto no dejó
relucir la inquietud que sentía por dentro y que casi la hace desmayarse.
En el momento
de decir esas palabras, se dio cuenta de que lo pensaba de verdad. Más de una
vez Alex le había dejado entrever que no le gustaba su compañero o no se fiaba
de él, pero nunca le había preguntado de forma tan clara y directa si estaba
teniendo una aventura con él. No podía imaginar que la creyera capaz de hacer
algo semejante cuando algo así le resultaba una de las cosas más despreciables
del mundo.
Sara se
arrepintió de haber tenido esa conversación con Jorge delante de todos, ya que
nadie podía entender que su amistad con él era algo importante para ella. Nunca
había compartido las mismas aficiones con nadie, ni siquiera con su mejor
amiga. Y le gustaba poder hablar de las cosas que más le gustaban con una persona
que la entendía tan bien. Se dijo a sí misma que su amistad con cualquier mujer
del mundo sería menos conflictiva, lo cual era absurdo y algo pasado de moda en
el siglo en el que vivían.
Por la
expresión de asombro de Alex, se dijo que igual se había pasado con la
contestación que le había dado y casi se arrepintió aunque de todos modos pensó
que era mejor que supiera cómo se sentía en realidad.
—Lo siento. No
tenía que haber dicho algo así, pero ya te he asegurado alguna vez que nunca te
haría algo parecido. Yo te quiero a ti y a nadie más. Ya deberías saberlo —dijo
cansinamente. Sara se estaba preocupando más por momentos porque Alex la miraba
sin decir una palabra—. Puedes estar seguro de algo, el engaño es algo
imperdonable desde mi punto de vista y nunca haría nada que pudiera poner en
peligro nuestra relación —le cogió de la mano y notó que Alex estaba a punto de
retirarla.
—Ya… siento
haberme puesto así —la miró a los ojos un momento, pero Sara tenía la sensación
de que estuviera pensando en otra cosa.
Se acercó a él
y le dio un suave beso en los labios, le abrazó unos segundos y se apartó.
Fingió una sonrisa como pudo y subió al baño que había dentro de su antigua
habitación. Una vez allí suspiró y se acercó al espejo. Se quedó mirándose un
rato en él y pensó que ojalá pudiera irse y estar a solas para pensar en lo sucedido.
Cuando se calmó lo suficiente como para poder volver a la fiesta salió del baño
y bajó la escalera. En ese momento entró Jorge por el pasillo y la miró
preocupado.
—¿Qué te ha
pasado? —Le frotó suavemente el brazo—. Has salido corriendo.
—Sí, lo siento.
Yo…
—¿No te han
gustado? —Jorge le hizo la pregunta con una cara tan seria que por un momento Sara
no supo qué estaba preguntando.
—Claro que sí —enseguida
se dio cuenta de que le preguntaba por su regalo.
Su conversación
con Alex le había dejado más trastocada de lo que ella deseaba. Tenía que arreglar
las cosas con él como fuera. No sabía qué les estaba pasando. Siempre habían
estado muy unidos pero en los últimos meses había cambiado su relación como
pareja y no para mejor. Algo estaba escapando a su control por mucho que
detestara eso. Sara sabía en su fuero interno que podían tener problemas, pero
su deseo intenso de que nada fuera mal entre ellos, le impedía ser consciente
de que realmente tenían conflictos que tratar y solucionar. Se querían mucho,
de eso si estaba segura y esperaba que fuera suficiente para superar el bache
que estaban atravesando aunque desconociera el motivo por el que estaban así.
—Es el mejor
regalo que me han hecho nunca —dijo intentando no llorar—. Gracias en serio.
—Muy bien. Si
de verdad estás bien, me despido. Tengo que ir a casa a terminar con unos
papeles. ¿Te veo mañana?
—Claro. Tengo
algunos compromisos pero me pasaré a primera hora.
Se despidieron
con un abrazo y Jorge le dio un apretón en la mano derecha. Notaba que estaba alterada
pero no quería entrometerse. Sabía que se lo contaría si deseaba hacerlo.
Sara se quedó
mirando la puerta principal que se cerraba despacio. Notó que había alguien en
el pasillo que había debajo de la escalera y llevaba a la cocina y a un comedor
pequeño. No quería cotillear pero se dio cuenta por la voz, de que una de las
personas era Alex y quiso saber qué hacía allí. Se acercó.
Alex estaba
hablando con Rebeca y cuando la vieron inmediatamente se callaron y no pudo
saber de qué hablaban. Ella parecía enfadada y él preocupado. Sabía que Rebeca
iba al gimnasio de Alex y Sara imaginó que la conversación posiblemente tendría
que ver con eso. Aunque se sorprendiera al verlos no le quiso dar ninguna
importancia. Enseguida se arrepintió de haberse acercado hasta allí y
disculpándose continuó por el pasillo hacia la cocina.
Marta estaba
preparando algo, como hacía siempre. Sabía que le encantaba cocinar y gracias a
ello Sara pudo aprender algunas valiosas lecciones. Siempre le estaría
agradecida por ello. Deseaba pasar unos minutos con ella y relajarse para poder
volver con el resto de los invitados. Sin embargo lo único que le apetecía era
irse a casa y trabajar un poco o dormir, lo que le hiciera falta para
desconectar por un rato.
—¿Te aburres de
tu fiesta? —preguntó Marta preocupada—. Tu amiga Paula se ha esforzado mucho
para preparártela. Ha estado como un sargento una semana. Es un encanto pero ya
me estaba volviendo un poco loca —dijo sonriendo.
—Te agradezco
mucho todo el trabajo —le contestó sin dejar que viera que estaba un poco alterada—.
Solo quería un poco de agua —se le daba mal mentir y Marta notó que le pasaba
algo.
—Ya, claro —dijo
sin mucho convencimiento.
Sara siempre le
había contado sus problemas. Cuando le pasaba algo que no podía, o no se
atrevía a contarles a sus padres, siempre acudía a ella en busca de consejo o
consuelo. Había sido como una segunda madre para ella y ahora seguían
conservando su amistad.
—Yo… —Sara se
detuvo inmediatamente antes de seguir hablando porque Alex entró y se acercó a
ella.
—Tu padre me ha
dicho que ya se van todos. Están en el recibidor esperándote —notaba que quería
decirle algo más pero no podía porque no estaban solos.
Se dirigieron a
la entrada y Sara se despidió de sus amigos y familiares agradeciendo a todos
que hubiesen ido a su fiesta. Entonces se acercaron Paula y Eric. Los padres de
Sara se alejaron y entraron en el salón para dejarles intimidad y pudieran
charlar. Como Alex estaba presente, Paula solo le dedicó una mirada significativa
a Sara y se despidieron hasta el día siguiente. Sara abrazó a su amiga.
—Tenemos que
hablar —dijo Paula susurrando para que solo Sara la escuchara.
—De acuerdo
—Sara no se imaginó de qué querría hablar su amiga. Normalmente no se hacía la
misteriosa y eso le provocó curiosidad.
Eric se
despidió de Sara con un abrazo amistoso y estrechó la mano de Alex.
Una vez que
todo el mundo se hubo marchado, se quedaron a solas y en un silencio incómodo.
Sara se sintió tremendamente cansada, como si en lugar de haber pasado el día
tranquilamente, hubiera estado haciendo ejercicio hasta desfallecer. Alex no
dijo ni una palabra para romper la tensión entre los dos y Sara en ese momento
no quería hacer preguntas ni tampoco saber sus respuestas.
—Voy a ir con
unos colegas a tomar unas cervezas. Mañana tengo que trabajar temprano así que
me quedo en mi apartamento esta noche —dijo Alex como si nada.
Sara no sabía
qué responder a eso y le dolió que se mostrara tan frío con ella.
De repente se
dio cuenta de su actitud indiferente y distante. Pensó que era una ironía que
algunos meses atrás hubiera estado pensando que la relación entre ambos no era
igual que al principio. Aparentemente en ese instante Alex había pasado a ser
como otra persona distinta, casi un desconocido para ella. Notó un escalofrío
en su interior y se dijo a sí misma que algo no iba nada bien. Sara no sabía
qué era, pero por primera vez desde que empezara a cambiar la actitud de Alex
hacia ella se permitió pensar que realmente tenían serios problemas que
solucionar.
Su prometido se
despidió con una mirada apagada en su rostro y sin llegar a tocarla se alejó de
ella.
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