Ha llegado el verano y hace calor... todos lo sabemos pero, ¿que suban las temperaturas tiene que ser siempre tan malo?
Espero poder demostrar que no tiene que ser así 😉
¡Feliz inicio de semana a tod@s!
[...]
Tan puntual
como un reloj, Ashley escuchó que alguien entraba y vio que Gérard atravesaba
la puerta y la cerraba antes de echar el pestillo por dentro.
La garganta se
le secó y forzó una sonrisa educada para que no notara su nerviosismo.
—Buenos días.
—Buenos días
—saludó ella, y le tendió su vaso con el café solo y dos azucarillos.
Este le dedicó
una amplia sonrisa, le dio las gracias y bebió un trago antes de dejar en vaso
en amplia e impoluta isla.
—Bien pues,
empecemos —sugirió.
Se miraron en
silencio unos largos segundos y Ashley tuvo que señalar lo evidente. Los dos
estaban nerviosos, estaba claro, y él se había quedado a cierta distancia.
—Creo que
deberías venir a este lado, o te será difícil cocinar desde fuera de la cocina
—expuso con un tono burlón.
Gérard sonrió
con las mejillas encendidas y se acercó a ella con paso lento. Echó un rápido
vistazo al papel donde ella había escrito la receta y acto seguido se lavó las
manos para empezar. Se dijo a sí mismo que no tenía prisa por acabar, pero
desde luego, tampoco podía fingir que su presencia le pasaba inadvertida.
Porque no era así ni por asomo.
Notaba una
extraña excitación por cada terminación nerviosa de su cuerpo y hasta sus manos
hormigueaban por la necesidad de tocarla; algo que no le había ocurrido nunca
con otra mujer. Pero claro, Ashley no era cualquiera, de eso estaba seguro, o
no reaccionaría de ese modo en su presencia.
Cuando acabaron
sus cafés, tiraron los vasos desechables a la papelera y vio que ella tomaba
aire antes de hablar.
Había llegado
el momento de empezar a trabajar.
—Primero
necesitamos tres moldes redondos de unos quince o dieciocho centímetros —le
dijo con tono neutro—. Cogeremos los ingredientes para tenerlos a mano y
precalentaremos el horno a 180ºC.
Esa parte era
fácil, se dijo Ashley. Se le daba bien la repostería y pocas veces la pifiaba
en realidad. Solo unas pocas veces había tenido que tirar a la basura algo que
sacó del horno, lo que para ella era hasta doloroso. Hacía cada postre y cada
dulce con cariño y esmero, y no le gustaba nada equivocarse, por eso trabajaba
todos los ingredientes con cuidado y atención.
Gérard era un
ayudante muy bien dispuesto y eso le gustaba. Verle moverse por la cocina era
estimulante, y tuvo que reprenderse a sí misma para estar a lo que tenía que
estar y no distrayéndose con el movimiento de esos vaqueros ajustados que tan
bien le sentaban. Al igual que ella, él también llevaba una camiseta de manga
corta, pero de color blanco, y que hacía resaltar un bonito bronceado tostado
gracias a las tardes de piscina y sol que habían disfrutado esos días. Sus
musculosos brazos captaban su atención con cada movimiento, y lo mismo ocurría
con su abdomen plano. Ashley sabía cómo de bien trabajada estaba su tableta de
chocolate, y solo de pensarlo se calentaban partes de su cuerpo que a esas
alturas deberían estar amaestradas para no ponerse a cien a la menor
provocación. Claro que nadie podría culparla por sentir aquello. Gérard tenía
un cuerpo maravilloso y esculpido que merecía ser venerado. ¿Cómo no lo iba a
hacer ella? El pensar en sus besos ya era pasar a otro nivel.
Era humana, y
como tal, tenía sus debilidades.
Al parecer la
suya ahora era un francesito amante de la cocina que en ese preciso instante la
miraba esperando instrucciones.
Tuvo que bajar
de golpe de esa nube de lujuria, y la caída casi la hizo marearse. Volver a la
realidad tenía ese efecto en ella.
—Gracias
—murmuró cuando vio que tenía todo preparado—. Ahora tamizaremos ciento ochenta
gramos de harina, sesenta de cacao y dos cucharaditas de las de café de
levadura.
Dejó que Gérard
se encargara de la tarea y ella echó una pizca de sal en el bol de cristal
donde iban a empezar a trabajar. Se entretuvo unos segundos mirando cómo su
bíceps derecho se movía para mezclar los ingredientes con brío.
Ashley pensó en
salir de allí un momento y darse una ducha fría, o más bien, congelada, porque
eso no era normal. ¿Acaso era una loca del sexo que no podía controlarse? Más
le valía centrarse, se riñó para sus adentros. Respiró hondo varias veces y
prosiguió.
—Batiremos dos
huevos grandes con la mezcladora hasta montarlos y añadiremos doscientos
ochenta gramos de azúcar —iba indicando los pasos y Gérard los seguía al pie de
la letra y a buen ritmo. Ashley estaba orgullosa de su empeño y alabó su
trabajo. Él solo trataba de centrarse y hacerlo bien, pero ella notaba que
estaba algo tenso, y una parte de ella pensó que tal vez era por su cercanía.
Ignoró esa posibilidad y se obligó a seguir—. Ahora ponemos ciento veinte
mililitros de aceite, ciento sesenta de leche y por último, una cucharada de
extracto de vainilla en pasta. El agua la añadiremos al final.
Adquirió un
ritmo algo rápido para él, y se disculpó.
—Lo siento, es
que estoy tan acostumbrada a trabajar sola o con ayudantes con mucha
experiencia, que a veces olvido que debo ir más despacio —su voz se fue
apagando hasta ser un susurro apenas audible.
Estaban tan
cerca, que podían percibir el calor del cuerpo del otro.
—No te
preocupes, lo cierto es que me encanta tu pasión… por tu trabajo —dijo él con
voz ronca.
—La verdad es
que tú no lo haces nada mal —comentó divertida.
—Gracias —dijo
complacido.
Le ayudó con
las medidas de los líquidos y las fueron echando en la mezcladora.
—Vamos a
pararla un momento y a ayudarnos de una espátula para que no se quede todo
pegado en los bordes —se la dio y no puso impedimentos para hacerlo. Al fin y
al cabo, era su labor, y ella estaba haciendo casi todo el trabajo, pensó
Gérard.
Cuando fue a
ponerla en marcha de nuevo, Ashley le recordó que la pusiera a velocidad media,
aunque dudaba que la mezcla fuera a salir despedida por todas partes otra vez,
pero se dijo que era mejor prevenir que curar.
Gérard asintió
con una sonrisa avergonzada y dejó que la máquina hiciera su trabajo. Una vez
que todo estaba mezclado en el mismo bol, sólidos y líquidos, Ashley le dio el
espray antiadherente y lo echó por todo el molde de acero desmontable. Dejó que
fuera él quien vertiera la mezcla homogénea que ya olía de maravilla e
introdujeron los tres recipientes en el horno.
Ashley metió un
dedo en el bol y se lo llevó a la boca. Nunca podía contenerse a probar la masa
de bizcocho cruda, y menos si era de chocolate. Era una golosa sin remedio, y
no la avergonzaba admitirlo.
Gérard la
observó con los ojos muy abiertos. Cuando ella se dio cuenta, se preguntó por
qué la miraba de ese modo, y fue entonces cuando pensó en el espectáculo que
estaba dando. Ahora fue ella la que se sonrojó.
—Está
delicioso, y es que es… irresistible —dijo en voz baja cuando vio que él se
acercaba.
—Ya lo veo
—susurró.
Él imitó su
gesto y se relamió el dedo cubierto de chocolate líquido. A ella se le hizo la
boca agua; quería ser la que relamiera su dedo, y todo su cuerpo, ya puestos…
La mirada de él
estaba oscurecida, y todo su ser tembló por dentro por su escrutinio.
¿Iba a cometer
esa estupidez? Porque lo era, claro que sí, y una muy grande, se recordó.
Cuando percibió
que Gérard se inclinaba hacia ella despacio, sin prisa, supo que lo haría. Se
lanzaría de lleno a ese error, pero decidió que saberlo al menos la salvaba de
ser engullida por él. Tenía claro que no podía ser más que sexo; solo y
exclusivamente un lío pasajero para saciar su deseo, su necesidad. Nada más.
Mientras lo
tuviera claro, y Gérard también, nada podría ir mal. ¿Verdad?
Dejó de pensar
cuando sintió su aliento cerca de sus labios. Se concentró en su masculino y
embriagador aroma. Era una mezcla de loción para después del afeitado y alguna
colonia muy suave y sexy. Y por supuesto el ingrediente secreto, o no tan
secreto; él mismo.
Era una mezcla
explosiva como ninguna otra, y Ashley empezaba a derretirse por completo, a
rendirse a él, a su deseo mutuo. Cuando sus labios se encontraron, ya no pudo
pensar en nada más. Solo sentía, y eso la iba a volver loca por completo. No
sabía cómo era posible sentir tantas cosas a la vez, si apenas se estaban
tocando. Al menos hasta ese momento.
Las manos de
Gérard no la tocaron, sino que se colocaron en la isla de la cocina a ambos
lados de su cintura y así quedó atrapada. Deliciosamente atrapada entre el frío
mármol y el cálido cuerpo de él.
Su pecho subía
y bajaba con rapidez mientras esos expertos y carnosos labios la devoraban con
maestría.
Apenas podía
creer que alguien tan tímido y a veces hasta retraído, pudiera encerrar ese
fuego abrasador en que estaba dispuesta a fundirse por completo. Y cuando dio
un paso hacia ella y sus cuerpos se pegaron, soltó un suave gemido que a Gérard
le llegó muy, muy hondo.
Su beso se
volvió feroz, hambriento, insaciable.
Ashley hacía lo
posible por mantener la cordura, pero fue imposible cuando notó la erección de
Gérard contra su pelvis. Otro gemido incontrolado y algún gruñido por parte de
él era todo lo que se oía.
Se separaron
unos instantes para tomar aire y a ella le costó mantener su mirada fija en la
suya.
—¿Estás bien?
—farfulló con la voz quebrada por la excitación.
Gérard puso su
mano bajo su mentón para que le mirara a los ojos. Lo que vio le preocupó.
—Lo siento
—dijo separándose—. Sé que debíamos olvidar todo esto pero… la verdad es que no
puedo —confesó dando un paso hacia atrás.
Ashley atrapó
su camiseta y tiró de ella para que su cuerpo volviera a donde debía estar:
pegado al suyo, sin que un solo centímetro pudiera separarles.
—Yo tampoco
puedo resistirme, y lo cierto es que eso es lo que me confunde porque… no suele
pasarme —meditó un segundo en silencio— nunca —concluyó.
Soltó una
risita nerviosa que Gérard imitó enseguida.
—Qué
coincidencia —dijo con sorna.
Sonrió para sí
mismo.
—Sí. Menuda
suerte que los dos estemos en ese… mmm… punto —jadeó ella cuando sintió sus
labios en su cuello.
—Hablando de
puntos…
Ashley supo que
sonreía, no sabía cómo, contra esa parte tan sensible bajo su oreja. Se
estremeció con violencia y se abrazó a su espalda. Una espalda fuerte y dura,
meditó con la mente nublada cada vez más.
—Creo que he
encontrado uno muy interesante —bromeó él con un tono ronco y seductor.
—Eso… parece…
—balbuceó jadeante.
Ashley notaba
que casi no podía pensar, ni formular una frase coherente, y se dejó llevar. Si
aquello estaba mal y tampoco podía acabar bien, ya le daba igual.
—Hueles a
canela. Me encanta —susurró contra su oído.
—Se dice que es
afrodisíaco —farfulló cuando sus labios empezaron a descender despacio por el
cuello de su camiseta.
Sus dedos
inquietos rozaron la parte superior de los vaqueros de Gérard y subieron por su
espalda. Notó que él también se estremecía allí por donde le tocaba, y sonrió
para sus adentros.
Gérard se
separó unos centímetros y se quitó la camiseta de un tirón. Ashley se
desprendió de la suya y dejó a la vista un sujetador de encaje negro y gris.
Vio con satisfacción cómo él se recreaba en su semi desnudez y en sus
voluminosos pechos. No eran como esos de las actrices operadas, pero tampoco se
podía quejar de su escote bien puesto.
Ashley pasó sus
manos por sus pectorales y abdomen y se recreó en su buen físico mientras él la
observaba ensimismado. Se humedeció sus labios antes de reclamar los suyos con
vehemencia.
Quería más.
Mucho más.
Gérard bajó con
suavidad los tirantes del sujetador y cuando cayeron, se deshizo del cierre
trasero, dejando expuestos sus perfectos pechos. Apenas tuvo un instante para
contemplarlos antes de devorar su boca con ansias de nuevo. Ashley puso sus
brazos en torno a su cuello y Gérard se excitó aún más al notar sus increíbles
pechos contra él.
Ahora solo los
separaba de la total desnudez, sus vaqueros. Algo a lo que le iba a poner
remedio de inmediato.
Desabrochó el
suyo y Ashley se derritió cuando notó sus manos bajando su pantalón. Cuando lo
tuvo por los tobillos, ella misma se lo terminó de quitar con los pies y
Gérard, agachado en el suelo, la miró con lujuria durante unos largos segundos,
haciendo que esta sintiera un nudo en la garganta. Le encantaba cómo la
devoraba con solo su mirada, y esa expresión de auténtico deseo.
Había estado
con muchos tíos, aunque tampoco con demasiados, y siempre la miraban con avidez,
pero no era ni de lejos lo mismo con Gérard. Casi la observaba con ternura, y
no solo con la necesidad básica por satisfacer su cuerpo.
Gérard alzó sus
manos, sin apartar sus ojos de los suyos, y acarició con delicadeza la parte
superior de su tanga de encaje a juego con el sujetador. Ese pequeño roce le
puso la piel de gallina y le dedicó una pequeña sonrisa nerviosa cuando él
empezó a bajar la prenda sin prisa. Cuando la sacó por sus pies, retiró su
mirada para clavarla en la unión entre sus muslos, y allí se recreó un instante
demasiado largo para ella.
—Te toca a ti
—señaló con sorna.
Él la miró y le
lanzó una pícara sonrisa. Se limitó a negar despacio.
—No tan rápida.
Antes tengo que ocuparme de un asunto por aquí.
Su voz misma
era como una caricia, y cuando sus manos subieron desde sus tobillos hasta sus
glúteos, fueron dejando un rastro de fuego a su paso por su sensible piel.
Amasó con ternura la redondez de su trasero y sus curiosos dedos viajaron hacia
la parte más íntima de su cuerpo desde los dos ángulos.
Ashley no podía
creer que fuera a hacer eso allí mismo, porque no era algo que permitiera a sus
citas de una sola noche, pero con él no le resultaba tan difícil abrirse en más
de un sentido.
Reprimió un
grito cuando sus dedos rozaron su monte de Venus y él le pidió con voz ronca
que abriera un poco las piernas para él.
Lo hizo sin
pensarlo dos veces y se estremeció cuando sus dedos la acariciaron de aquella
forma tan íntima, experta y profunda. Uno de sus dedos viajó hasta su interior
y Ashley pensó que explotaría de placer. Pero Gérard no tenía intención de
dejarlo así, y se acercó aún más para darle placer con su lengua.
Ashley se
mordió la suya para no gritar a pleno pulmón, y se sujetó a la encimera porque
sus piernas empezaron a flaquear.
Después de solo
unos minutos, Ashley creía que terminaría. No era de esas que llegaban al
orgasmo con rapidez, pero tampoco se habían empleado de ese modo con ella, lo
que era raro, ya que tampoco carecía de imaginación entre las sábanas y le
gustaba probar cosas nuevas sin cortarse un pelo.
Esto empezaba a
ser todo un descubrimiento.
—Deberías…
parar ya… o… me correré… enseguida —balbuceó en voz baja, viéndose incapaz de
hablar como un ser humano normal en ese instante.
Gérard soltó
una risita complacida y continuó unos segundos, pero luego se apartó, dejándola
desamparada y deseosa de más.
—Tienes razón
—soltó con aspereza y una mirada intensa—. Ahora prefiero sentirte de otro modo
—dijo al ponerse de pie y desabrocharse los pantalones con rapidez.
Se acercó para
devorarle los labios con ansias y Ashley pudo notar su propio sabor en ellos y
en su cálida y húmeda lengua, que pronto empezó a juguetear con la suya. Gérard
la sujetó por la cintura, sin dejar de besarla, y la depositó en la fresca
encimera. Por suerte, no todo el espacio de trabajo estaba lleno de trastos y
restos de harina. Una vez sentada, él la llevó hasta el borde para tener mejor
acceso a su interior y empezó a juguetear con la punta de su miembro en su ya
húmeda entrada. Iba a explotar de necesidad si no la penetraba, pensó ella.
Y vaya si lo
hizo. De una estocada, la llenó por completo y solo sus besos consiguieron
acallar sus ruidosos e incontrolados jadeos.
Las piernas de
Ashley rodearon sus caderas y Gérard bombeó sin parar y hasta el fondo,
haciéndola enloquecer.
Ashley sintió
que algo muy fuerte empezaba a crecer en su interior, y casi sintió miedo de
dejarse llevar, y sin embargo lo hizo, porque él no iba a dejar que fuera de
otro modo al notar que su cuerpo se tensaba cada vez más.
El ritmo de sus
embestidas fue creciendo, igual que el calor en el ambiente y en el interior de
cada uno. Las respiraciones eran cada vez más superficiales y erráticas, y los
latidos de sus corazones eran frenéticos. Ashley pensó que moriría de placer
cuando le sobrevino un torrente de un intenso placer que explotó, arrasándolo
todo a su paso.
Gérard no
detuvo su movimiento de pelvis y sintió cada espasmo dentro de su vagina, que
apretaba su pene sin descanso, haciendo que fuera muy difícil no dejarse
llevar. Solo su férreo autocontrol le hizo poder acelerar sin correrse allí
mismo, dentro de ella.
Al cabo de un
momento, notó que su cuerpo empezaba a serenarse despacio, y fue entonces
cuando se retiró con rapidez y ya no pudo reprimir por más tiempo sus
instintos. Se derramó fuera, contra el suave muslo de Ashley mientras su frente
estaba contra la suya. Fue arrollador, el momento más intenso de su vida.
Un gruñido muy
sexy escapó de su garganta y Ashley, con las manos sobre sus hombros, bajó de
la encimera cuando él se apartó para dejarle espacio.
Estaban
desnudos, agitados y aún excitados, y cuando se miraron a los ojos, su primera
reacción fue reír con nerviosismo.
—Creo que
tendremos que añadir una limpieza profunda a la tarea para hoy —soltó ella con
sorna.
—Y tan profunda
—apuntó él cuando echó un vistazo al suelo.
Fue entonces
cuando se desató una frenética actividad que nada tenía que ver con el sexo, y
casi no pudieron ni recuperar el aliento.
El horno avisó
de que había pasado media hora y la cocción había terminado; mientras Gérard se
vestía a toda prisa, Ashley se lavó las manos, se puso las manoplas y sacó los
bizcochos. Los puso en la encimera y se dispuso a desmoldar para que se
enfriaran más rápido sobre una rejilla.
Aprovechó para
ponerse su ropa también, ya que no iba a ser un buen método de trabajo andar
por la cocina totalmente desnuda.
Con ayuda de
Gérard, limpiaron el estropicio que habían armado en el suelo y en parte de la
superficie de la isla de la cocina y, con un desinfectante, dejaron el lugar
como si allí no hubiera ocurrido nada. Pero sí que había ocurrido, y poco
podían hacer para obviarlo. Fue un arrebato de pasión desenfrenada que los dos
habían disfrutado, y como adultos, también podían hablar más tarde. Así se lo
comentó a Gérard, y este estuvo de acuerdo. Ahora mismo debían acabar con la
tarta, y ya que era sábado, tocaba celebrar el cumpleaños de Olivia y descansar
un poco. A poder ser, lejos de aparatos electrónicos donde se pudieran leer las
últimas noticias sobre cotilleos, pensó Ashley.
—Es hora de ponerse
con la cobertura —anunció—, y como esta receta se hace con ganache de chocolate negro, creo que os va a encantar a todos
—aseguró con una sonrisa, relamiéndose.
Gérard se había
quedado embobado mirando su lengua paseándose con descaro por sus labios y tuvo
que sacudir la cabeza para despejarse y centrarse.
Ashley compuso
una media sonrisa.
Le pidió los
ingredientes que iban a necesitar y se pusieron a trabajar en ello.
—¿Te está
resultando complicado?
Gérard dejó de
mirar la mezcladora, que ya estaba a punto de acabar con la cobertura de
chocolate y la miró sin comprender.
—¿A qué te
refieres?
—A la receta,
claro —se rió al ver su reacción y no quiso evitar el pincharle un poco—.
¿Crees que te preguntaba… no sé, por ejemplo… si te resultaba difícil trabajar
conmigo después de haber follado de manera salvaje?
—Algo así, sí
—musitó en voz baja, asombrado, volviéndose para comprobar que todo iba bien.
Ashley le pidió
que detuviera la máquina para repasar los bordes del cuenco y luego la puso en
marcha unos segundos más antes de darlo por concluido. Tenía un tacto prefecto
y súper cremoso.
No volvió a
mencionar el tema del sexo mientras montaban las tres capas sobre un soporte
para tartas y ponían parte del ganache
entre ellas. Cuando los bizcochos estaban bien cubiertos, los metieron en el
frigorífico.
—Toca esperar
media hora, luego volveremos a poner una capa gruesa de cobertura y pondremos
virutas de chocolate por encima.
—Que no se diga
que nos va a faltar el ingrediente principal, ¿no? —bromeó.
—Si alguien me
dice que desea una tarta de chocolate, es lo que le doy —expuso guiñándole un
ojo.
Gérard sonrió y
sus mejillas se colorearon enseguida. Ashley pensó que era extraño que un
hombre se sintiera avergonzado, o al menos lo pareciera, por el simple hecho de
que coqueteara de un modo tan sutil. Después de haberle hecho casi de todo
hacía apenas unos minutos, era aún más contradictorio. Parecía otra persona
cuando la lujuria tomaba el control de su cuerpo, lo que no dejaba de
encenderla a ella. Ya estaba deseando volver a verle en esa faceta tan íntima y
desatada.
Después de un
instante de silencio en el que Gérard no dejaba de escrutar su rostro sin decir
una palabra, fue ella la que interrumpió ese momento.
—Oye, hablando
en serio, espero que no te resulte difícil trabajar conmigo de ahora en
adelante después de lo que ha ocurrido antes —comentó despacio, midiendo sus
palabras.
—Somos adultos
y, seguro que podremos hacerlo.
Ashley meditó
sus palabras y aunque sabía lo que había querido decir, el doble sentido era
demasiado evidente como para dejarlo estar.
—Claro que
podremos…
Gérard se rió
con timidez, y carraspeó con evidente incomodidad.
—No quiero que
puedas tener más problemas con el programa si alguien llegara a enterarse de…
esto —tragó saliva con dificultad y Ashley se apiadó de él.
—No te
preocupes. Lo cierto es que dudo que puedan pensar que te doy un trato
preferencial o algo así. Y de todos modos, no seré yo la que juzgue vuestros
postres la última semana del curso. Lo único que trataría de evitar es que la
prensa pudiera enterarse de esto y le diera más importancia de la que tiene
—meditó en voz alta. Se horrorizó de lo que él pudiera pensar de su último
inoportuno pensamiento y quiso retirarlo, pero ya era tarde.
Él habló
primero, interrumpiéndola.
—Tranquila, sé
a qué te refieres —dijo con voz despreocupada. Ashley se mantuvo callada y
seria—. Sé que tu vida ahora mismo es muy complicada, y no querría ser yo quien
te lo pusiera más difícil aún.
Ashley asintió
y forzó una sonrisa. A pesar de sus palabras, lo cierto era que se sentía mal
por si había herido sus sentimientos, porque pareció que a ella solo le
importaba su imagen ahora mismo.
—El sexo no es
complicado, y sí muy divertido —bromeó.
—¿Durante
cuatro semanas y luego todo acabará? —propuso con cautela.
Una aventura
con fecha de caducidad, eso sí era algo que Ashley manejaba con facilidad,
menos mal, decidió.
—Sin ataduras,
sin más implicaciones que las físicas y sin despedidas lacrimógenas —apuntó con
una amplia sonrisa.
—Hecho —dijo
Gérard.
Le tendió la
mano y ella la apretó contra la suya.
Su calidez la
envolvió y su mirada la derritió por dentro y por fuera. Se preguntó por una
vez en su vida, si una aventura realmente podría ser tan fácil de acabar cuando
llegara el momento.
Algo en su
interior le decía que con el tiempo lo sabría, sin embargo, no podía evitar
tener la sospecha de que nada en la vida era tan sencillo. Al menos ahora no.
[...]
Espero que os haya gustado 😊
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¡Felices lecturas!
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