¡Buenos días!
Estoy muy contenta con el interés que habéis mostrado por esta novela. Después de casi un año completo a la venta, aún sigue generando ventas, y es increíble. Por eso quiero daros las gracias de todo corazón.
Para los que aún no la conozcan, os voy a dejar el primer capítulo completo, y espero que os guste y os anime a adquirirla en amazon, donde la encontraréis en formato digital y papel.
Capítulo 1
Estaba caminando de un lado a otro de la
habitación y evitaba con todas mis fuerzas desconectar mi mente de la incesante
charla que amenazaba con volverme loco. Colgué el teléfono lo antes posible sin
parecer un borde, procurando no hacerlo añicos en ese instante. Mi hermano
había estado dándome las últimas indicaciones y recordándome lo que me jugaba
estos meses. Era un plasta de cuidado. Parecía que olvidaba que llevaba
trabajando en esto desde hacía ocho años. No era ni mucho menos un profesional,
pero se me daba bien calar a las personas, llegar hasta aquellos rincones
íntimos de sus personalidades —donde casi nadie lograba llegar—, atar cabos y
ayudar a su bufete de abogados. Siempre le venía bien mi don para esclarecer
los datos que parecían faltarles de los hombres que representaban. No me hacían
falta lecciones. Y menos las suyas.
Lo tenía todo bajo control.
Estaba recién instalado en una casita de
Richmond desde hacía una semana y pensé que había llegado el momento de ir a
conocer el terreno. Nunca había estado en esta parte de Virginia, ya que mi
familia y yo hemos vivido siempre en la costa. Me alegraba, al menos, de no
verme obligado a salir del estado.
Tenía que ir a comprar al supermercado y
no había cosa que detestara más, bueno, puede que sí, pero cocinar me gustaba
mucho y no me quedaba más remedio que pasarme por la tienda y surtir la nevera.
Era complicado preparar algo con solo agua, cervezas y chocolatinas varias.
Cogí el coche y paseé por la zona para
ver si encontraba alguna tienda mientras hacía una lista mental de lo que
necesitaría. No tardé demasiado en localizar una. No muy grande, pero me
serviría.
Al aparcar, vi a una mujer bajar de su
coche frente al supermercado, no llegué a salir del mío y observé cómo caminaba
con gracia hasta la puerta. Era la mujer más atractiva que había visto, y
aunque llevaba una ropa bastante sosa, bajo ese aspecto de bibliotecaria se
intuía un cuerpo de infarto. No le veía bien la cara por las gafas de sol que
se la tapaba, pero aún así… mis intuiciones no solían fallar, así que me recreé
un instante en sus movimientos de cadera. Su pelo rubio y ondulado se movió
como en uno de esos anuncios de champú cuando se giró para mirar a su derecha.
Una mujer llamó su atención aunque por su expresión parecía que no le hacía
mucha gracia haber tropezado con ella; puso mala cara, y aunque se notaba que
intentaba disimular, no pasó totalmente desapercibida su forzada sonrisa. Al
menos no para mí.
Bajé de mi coche de alquiler y entré.
Pensé que tendría que comprarme uno cuanto antes, no tenía ganas de andar
siempre con un coche alquilado que además, era bastante feo.
La bibliotecaria rubia aún seguía
hablando con esa otra mujer; era morena, un poco más alta que ella y con un
aspecto mucho más provocativo. Era atractiva, sin duda, pero no era el tipo de
mujer que me atraía. Demasiado llamativa.
Pasé cerca de ellas, que seguían en la
entrada del supermercado y percibí la impaciencia en la mujer que captó mi
atención desde el principio. No paraba de mover sus manos de forma inquieta y
taconear con sus cómodos zapatos en la acera. Me dieron ganas de acercarme y
rescatarla, pero no me pareció apropiado, ni siquiera la conocía y podría estar
equivocado con la situación, aunque no era frecuente que errara en mis impresiones
sobre las personas.
Me entretuve en uno de los primeros
pasillos, no prestaba atención a lo que había allí, pero como la morena hablaba
en voz muy alta, esperaba pillar el nombre de la otra, o al menor saber de qué
hablaban.
—Oye Amber, he quedado con Denise para
salir de fiesta el sábado, ¿te quieres venir?
—Lo siento, pero tengo cosas que hacer.
Otro día.
Bien, había oído su nombre y su voz.
Algo delicioso sin duda. Quise saber más, para asegurarme, y deambulé un rato
por allí, esperando que nadie se diera cuenta de mi interés.
—Anímate, solo tienes que ponerte un
vestido atrevido y maquillarte bien —soltó la morena con cierto tono
reprobatorio en cuanto a su vestimenta—. Vamos a ir al Pub Concord.
—Ya, pero en serio no puedo. No tengo
mucho tiempo, nos vemos pronto —miró su reloj. Era evidente que quería salir de
allí cuanto antes—. Saluda a Denise y dile que la echo de menos. Hasta luego.
Dio media vuelta y fue a coger una cesta para la compra.
Simulé estar mirando lo que había en la
estantería y me di cuenta de que eran los preservativos, lubricantes y todas
esas cosas. Sin duda no era el mejor sitio para que ella me viera.
Era muy interesante lo que acababa de
descubrir. Siempre acertaba en mis primeras conclusiones sobre las personas,
rara vez me equivocaba, y creía que había hecho progresos en apenas unos
minutos fuera de casa. No estaba aquí solo para comprar, claro. Necesitaba
moverme un poco e ir juntando las piezas del caso. Al menos era lo que se
esperaba de mí. Lo que mi hermano esperaba, aunque no era el único.
Claro que la mujer que resultó llamarse
Amber, había captado mi atención por algo distinto. Pasó muy cerca resoplando y
con cara de pocos amigos, no debía de caerle muy bien la otra mujer que ya se
había marchado. De hecho, casi podía asegurar que las miradas de enfado que le
lanzó con esos preciosos ojos marrones cuando la morena mencionó lo de la
vestimenta para salir a ese Pub, eran sin duda porque a pesar de las
apariencias, no se soportaban. Un tono de voz amable podía engañar según qué
circunstancias; una mirada pocas veces engañaba.
Lo que más me gustó saber era que Amber
iba a ser mi compañera de trabajo durante los próximos meses; recordaba haber
visto su ficha en la documentación que me hizo llegar mi hermano: era una de
las profesoras del colegio donde empezaba la semana que viene, de literatura
para ser exactos. Justo la persona que me interesaba conocer en profundidad
para sacar los datos que necesitaba. Tendría que acercarme a ella.
Estaba deseando que llegara ese momento.
Desperté
como cada mañana cuando el reloj de mi dormitorio sonó a las siete en punto. Lo
golpeé varias veces hasta que dejó de sonar y me volví a quedar profundamente
dormida. Pero gracias a la previsión de que esto podía ocurrir, tuve la gran
ocurrencia de poner la alarma también en mi móvil. No lo tenía a mano, así que
me levanté de la cama, muy a mi pesar, y lo busqué por toda la habitación hasta
que lo encontré junto a la ropa que llevaba anoche para ir de fiesta con Holly.
Sabía
que era una mala idea salir un día entre semana, pero como era su cumpleaños,
no me pude negar a su petición. Aunque sí tendría que haber pensado en lo mal
que me encontraría a la mañana siguiente, es decir, hoy, si me acostaba a las
cuatro de la madrugada.
Solo
de pensar en la clase de niños de once y doce años que me esperaba en el
colegio, me ponía de peor humor. Me tocaba entregar las notas de las
redacciones de la semana pasada, y esos momentos suelen ser algo alborotados.
Desde luego no ayudarían mucho a la resaca que manejaba esta mañana.
Escondí
como pude las ojeras, que las pocas horas de sueño habían causado en mi rostro.
No pasaría desapercibido para el director del colegio, que era el tío más
pesado del planeta entero, pero le evitaría en la medida de lo posible y así no
tendría que responder a sus patéticas preguntas de siempre. Estaba segura de
que mis compañeras me echarían una mano, aunque ellas habían salido conmigo de
fiesta y seguro que se encontraban en el mismo estado que yo, vamos, dispuestas
a todo para no encontrarse con Brent Miller. Detestábamos rendirle cuentas. Él
sí que podía llegar a causar un malestar general, su presencia bastaba para
revolverte el cuerpo.
Me
vestí lo más rápido que pude, recogí las carpetas que dejé en mi estudio y las
metí en el maletín, que coloqué en la isla de la cocina para no olvidarlo.
Preparé un café y lo eché en mi taza favorita con su tapa para poder tomarlo en
el coche de camino al trabajo.
No
me daría tiempo, claro, porque vivía cerca del colegio, pero al menos no llegaría
tarde, que era lo que pasaría si lo tomaba en casa.
Fue
total mi desgracia cuando, nada más entrar por las puertas dobles del colegio,
me encontré con mi peor pesadilla: Brent. Era el director del colegio desde
hacía un tiempo y, cosas de la vida, también parte de mi pasado, lo cual
intentaba no recordar cada día. Desde luego mi vida era más difícil desde que
pidió el traslado, dos años atrás, para volver a estar cerca de mí. El muy
desgraciado hizo todo lo posible para conseguirlo y aunque imaginé que no lo
lograría, había subestimado su capacidad para alcanzar sus objetivos.
Era
incluso peor que cuando estábamos juntos.
Me
miró de arriba abajo y sonrió casi de manera imperceptible. Pero cuando reparó
en mis ojos, me di cuenta de que había notado el profundo cansancio que escondí
lo mejor que había podido y al parecer sin mucho éxito. Su mirada se tornó
preocupada y enseguida se acercó hasta mí. Demasiado, como siempre.
—¿Te
encuentras bien?
—Perfectamente
—contesté seca.
—Venga
ya, tienes mala cara —dijo sosteniendo mi barbilla para mirarme bien—. ¿Te pasa
algo?
—No
me pasa nada —solté algo brusca, me aparté y le puse mala cara—. Miller no
vuelvas a tocarme, ¿está claro?
Tuvo
la desfachatez de mostrarse herido, a pesar de que le repetía una y mil veces
que se olvidara de mí.
Miré
a ambos lados para percatarme de que ya estaban entrando los alumnos. Me sentí
algo avergonzada por levantar la voz. La verdad es que muy poca gente sabía de
nuestro pasado y no me apetecía que se corriera la voz. Los padres no
aceptarían que hubiera tensión entre los profesores y mucho menos con el
director del colegio, al que adoraban, pero claro, no conocían a Brent tanto
como yo. Y no me gustaría que me echaran por su culpa. Tenía que controlarme y
no decirle a la cara lo que pensaba exactamente de él y de sus intentos por
recuperarme. Algo que tenía claro, nunca daría resultado. A veces me preguntaba
cómo era que no se aburría de perseguirme y se daba por vencido. No me
consideraba tan interesante como para que sostuviera ese interés tanto tiempo.
Era incomprensible, al menos para mí.
—Está
bien, como quieras —dijo condescendiente—. No tardes en venir a la sala de
profesores, hoy se incorpora el nuevo profesor de gimnasia —añadió esto último
con un tono sarcástico.
No
sabía a qué venía aquello. La última vez que sintió desprecio por un profesor,
acabó de patitas en la calle aunque era muy bueno en su trabajo. Una vez más,
lamenté pensar en ello, porque sospechaba que el interés de este por mí, fue lo
que causó su despido. No podía asegurarlo, pero conocía lo bastante a Brent
como para imaginarme que no estaba equivocada del todo. Era capaz de muchas
cosas para lograr sus objetivos.
—Voy
enseguida —dije con desgana, aunque tratando de ocultar mi repulsa por él.
Me
di la vuelta y caminé hacia la sala de profesores en el sentido contrario al de
Brent. No me apetecía nada ir charlando de banalidades con él hasta allí, y
mucho menos tan cerca de su persona. Le aborrecía hasta límites insospechados.
Emily
Walker y Bryanna Rogers me interceptaron cuando estaba a punto de cruzar las
puertas para encontrarme con los demás compañeros. Cada una me sostenía por un
brazo.
—Eh,
¿se puede saber qué os pasa? —las miré confusa, ya que me hicieron entrar en la
cocina, que estaba junto a la sala.
—Madre
mía, no te puedes hacer una idea de cómo está el profesor de gimnasia que se
incorpora hoy —soltó Bryanna, algo alterada y con una amplia sonrisa.
—¡Sí!
Está buenísimo… creo que me quitó la resaca tan solo con mirarle hace un rato
—Emily se abanicó con las manos y las tres nos reímos por sus ocurrencias.
—Venga
ya, tampoco será para tanto, ¿no? —solté, poniendo los ojos en blanco.
Las
dos se miraron con complicidad y sonrieron de forma que me entraron ganas de
salir corriendo a casa. Si entraba a trabajar al colegio algún otro ex novio
mío, presentaría mi dimisión esta misma mañana. Decidido. Negué con la cabeza
para no pensar en ello y traté de ignorar las risas que soltaban por lo bajo
mientras salíamos de la cocina y entrábamos en la sala de profesores.
Todos
estaban muy callados, Brent permanecía de pie y nos miró con mala cara al
vernos llegar tarde a la reunión que había programado para darle la bienvenida
al nuevo. Era tan normal verle serio y molesto, que ni traté de disculparme.
Tan rápido como pudimos, nos escabullimos al final de la sala y nos sentamos en
los asientos que quedaban libres. Saludé con la mano a los demás compañeros y
me di cuenta de que el nuevo estaba en la silla junto a Brent, que ocupaba el
cabecero, y miraba un papel que tenía justo delante. Parecía muy concentrado en
él hasta que el “señor” director hizo la presentación en voz alta.
—Buenos
días a todos. Como ya sabéis, Carter nos dejó antes de navidades por un asunto
personal y se marchó de Richmond —empezó diciendo con una mueca que se suponía
que debía mostrar tristeza, pero que nadie creyó ni por un segundo—. Ya estamos
a día 28 de enero, pero no hemos podido contar antes con un suplente, porque
nos ha sido imposible, debido a las vacaciones y al ajetreo del comienzo del
trimestre —hizo una pausa y miró al nuevo profesor. Este dejó de leer el
documento que tenía delante y atendió a sus palabras—. Así que os presento a
Ethan Anderson, el nuevo profesor que nos acompañará durante cuatro días a la
semana en los cursos de grado séptimo y octavo para impartir clases de
educación física. También tengo entendido que entrenará al equipo de fútbol del
instituto vecino, así que nos veremos mucho por aquí —hizo una pausa de unos
segundos. Por un momento su expresión me dio a entender que el nuevo le
desagradaba por algo. Si bien trató de ocultarlo, le conocía lo bastante como
para diferenciar sus tics nerviosos—.
Bienvenido.
Se
estrecharon las manos y me di cuenta de que Brent parecía enfadado, serio y
distante. Más de lo normal en todo caso. Pocas personas le caían bien. No
parecía muy contento con la nueva incorporación, y me pregunté cuál sería el
motivo. Tal vez se conocerían y no tenían un trato muy amistoso.
Dejé
de pensar en eso cuando Ethan se giró y pude verle bien. Era alto, moreno y con
los ojos azules, llevaba un pantalón de vestir y camisa negra. No demasiado
formal, pero sin duda más de lo que cabría esperar para un profesor de
gimnasia. A pesar de eso, se notaba que trabajaba a fondo la musculatura.
Incluso con la vestimenta oscura, se podía apreciar un buen cuerpo bajo toda
aquella tela. Desde luego entendía muy bien porqué las chicas estaban tan
revolucionadas: era muy atractivo, teniendo en cuenta que los demás eran algo
más normalitos. No tanto Brent; también era guapo a su manera, pero desde luego
no tanto como Ethan.
Se
me secó la garganta cuando posó su intensa mirada en mí. Noté un brillo extraño
en sus ojos, parecía que estuviera evaluándome y sentí un escalofrío cuando se
demoraron demasiado tiempo sobre mi persona.
Una
ligera sonrisa asomó en sus labios y mi mirada se desvió hacia allí unos
segundos.
Algo
me decía que tuviera cuidado con él. A pesar de que tenía aspecto de tío
simpático, su expresión y su postura denotaban seguridad en sí mismo, y una
determinación que me recordaba a Brent. Se me ocurrió que quizás tenían algo en
común, aunque no parecía que se llevaran muy bien. Al menos mi ex no estaba
demasiado contento. No estaba segura y desde luego bien podía deberse a que no
estaba totalmente despierta esta mañana, pero mi intuición me decía que debía
cuidarme de ese hombre. De todos, ya puestos. Bastante tuve con la lección que
recibí hace tres años.
Sentí
un codazo en mi brazo izquierdo y me di cuenta de que era Bryanna. Soltó una
risa juguetona y entonces fui consciente de que el Ethan y yo nos habíamos
quedado un instante mirándonos con interés, algo que no había pasado
desapercibido para ninguno de los presentes. Tampoco para Brent, que me dedicó
una expresión furibunda. Seguro que se sentía celoso de que hubiera puesto mis
ojos en otro hombre, aunque ni siquiera nos conocíamos. No había nada de malo
en mirar a otra persona, otro ser humano. Y yo no tenía ningún interés en el
nuevo, por descontado.
No
podía entender que estuviera molesto por algo tan insignificante. Pero también
me di cuenta de que desde que nos encontramos hacía un rato, había hablado con
cierto tono de descontento del nuevo profesor. Pensé por un segundo, que quizás
se sintiera amenazado, porque desde luego era un hombre muy atractivo. Podría
gustarle a cualquier mujer, como parecía que había ocurrido con mis dos
compañeras y amigas. Aunque no sé de qué podría preocuparse, aparte de que no
había nada entre nosotros desde hacía más de tres años, tampoco pensaba
involucrarme con un compañero de trabajo. Nunca era buena idea y ya había
salido escarmentada en otra ocasión. Por su culpa.
Después
de la bienvenida a la nueva incorporación en la plantilla, nos recordó que el
lunes siguiente por la mañana celebraríamos la reunión semanal, que en realidad
era cuando solíamos hacerla y no a mitad de semana. Yo tenía ya bastante con
eso. Cada segundo que pasara en su compañía, ya era tiempo que me sobraba. Por
mí no nos veríamos nunca más. Y claro, una vez más deseé que se marchara y me
dejara vivir mi vida en paz, aunque veía difícil lograrlo.
Me
dirigí a mi clase intentando olvidar esa penetrante mirada que me había dejado
tan confusa minutos antes.
Iba
tan ensimismada, pensando en las cosas que cambiaría de mi vida actual, que
apenas presté atención a una voz que gritaba cerca de mí. Alguien dijo mi
nombre y me volví para saber de quién era esa voz que no reconocía.
Casi
me caigo de culo cuando vi que Ethan caminaba con paso decidido hacia mí,
parecía una pantera, todo vestido de negro, en busca de su presa. Quise irme en
dirección contraria, porque parecía que se abalanzaría sobre mí, con esa
velocidad que llevaba, o bien pudiera ser que mi cerebro no procesaba los
sucesos del modo habitual. Una vez más, lamenté haber salido la noche anterior,
ya que hoy estaba con la cabeza en las nubes. Estaba paralizada y apreté con
fuerza la carpeta que llevaba en las manos.
—Perdona,
se te ha caído esto —dijo con unos folios en la mano.
Su
voz me pareció de lo más seductora, casi dulce. Un gran contraste con su
exterior, sin duda misterioso.
—Oh,
vaya. Es una de las redacciones, tiene que haberse salido del archivador —dije
casi sin mirarle a la cara cuando lo cogí—. Gracias.
—Un
diez. Debe ser tu alumno estrella —dijo con una media sonrisa.
—Sí
—me relajé un poco, la verdad es que tenía una sonrisa preciosa. Mi corazón iba
más acelerado de lo normal e intenté ignorar eso—. Es de un niño muy especial.
Me
aclaré la garganta. Estaba algo cohibida. Este hombre me hacía sentir cosas muy
extrañas y me pregunté por qué empezaba a sentir algo parecido al miedo. Pero
si iba a trabajar en el mismo lugar que yo, tendría que ser amable por lo
menos, nada era peor que un ambiente enrarecido en el lugar de trabajo, y ya
tenía bastante de eso con Brent “el plasta”.
—¿Tienes
alguna clase ahora? —pregunté con interés. Era más fácil hablar de lo que más
me gustaba en el mundo. Los niños y la enseñanza.
—Justo
al lado —dijo con una sonrisa maliciosa y señalando la puerta junto a la mía—.
Nos vemos luego —me guiñó un ojo.
—Sí
—susurré. O eso creí, ya que apenas era consciente de mí misma en ese instante.
Me
quedé paralizada y con la boca abierta mientras veía cómo caminaba unos pasos y
entraba en su clase. En otras circunstancias pensaría que había intentado ligar
conmigo. Sin embargo no era el lugar más indicado para hacerlo, además, seguro
que los hombres como él no se fijaban en mujeres como yo: sencillas y con un
trabajo corriente, nada espectacular.
Dejé
mis raras ideas a un lado. Esta mañana mi mente vagaba por derroteros por los
que no estaba acostumbrada a viajar a menudo. Realmente hacía mucho tiempo que
no estaba con un hombre, quizá por eso Ethan había captado mi atención. Era lo
más normal que alguien como él no pasara desapercibido; ya desde bien temprano
había revolucionado las hormonas femeninas del claustro de profesores. Me
imaginaba que eso le ocurriría con frecuencia y no era algo que apreciara; los
que acostumbraban a estar en el punto de mira del ojo femenino, solían ser unos
mujeriegos. Sabía bien de lo que hablaba.
Quizás
por eso sentía que no era buena idea mezclarme con él. Su atractivo y su
seguridad en sí mismo, fueron las mismas cualidades que me atrajeron de Brent
en un principio y luego todo acabó de la peor manera. Sabía que era injusto
comparar las situaciones, pero no podía evitarlo. Si volvía a descuidar mi
corazón con otro hombre, acabaría resquebrajado y yo, sufriendo de nuevo.
Negué
con la cabeza y me propuse estar al cien por cien con mis alumnos. Abrí la
puerta con una sonrisa en mis labios y saludé a los niños. No podía imaginar un
mejor modo de empezar el día, ya que, por suerte, todos estaban en su lugar y
sin armar mucho jaleo. Normalmente no me importaba que estuvieran un poquito
revoltosos, pero hoy necesitaba silencio, y era de agradecer que parecieran
comprenderlo.
La
mañana transcurrió con tranquilidad.
Al
medio día, cuando finalizaron las clases, me tocó quedarme en el colegio.
Preferí permanecer en la cocina de los profesores y no bajar al comedor con los
demás alumnos, así estaría tranquila un rato antes de las tutorías que tenía
por la tarde. Emily y Bryanna se quedaron unos minutos conmigo, pero se
tuvieron que marchar; en casa las esperaban sus maridos. Me quedé sola y cuando
terminé de comer, estuve leyendo un libro hasta la hora de la primera reunión.
No
fue muy larga. Hablar de los progresos de uno de mis mejores alumnos con sus
padres era un verdadero regocijo para ambas partes. Lo complicado eran los
padres o alumnos difíciles, y mezclar ambos, ya era imposible. Estos no tardaron
en marcharse satisfechos tras recoger a Martin del comedor.
Fui
a por un café, para hacer algo mientras esperaba a los padres que llegarían al
cabo de un rato y así no desesperar de aburrimiento.
Eran
las tres y media de la tarde cuando alguien abrió la puerta de la cocina. Pensé
que sería Brent y temblé. A menudo se quedaba a comer, pero lo hacía en su
despacho y me pregunté qué querría. Me llevé una gran sorpresa cuando al dar
media vuelta vi a Ethan con una camiseta de manga corta que dejaba a la vista
unos brazos fuertes cubiertos de una fina capa de sudor. Supuse que habría
estado en el gimnasio o en alguno de los patios del colegio, jugando al
baloncesto o algo similar. Los deportes no eran lo mío, pero en ese momento me
di cuenta de que ver a un hombre como él practicando cualquier ejercicio, debía
ser todo un espectáculo no apto para menores.
—Hola
—saludó con entusiasmo.
—Hola
—carraspeé y no pude evitar sonrojarme por culpa de mis pensamientos tan poco
habituales como apropiados—. ¿No dejas de hacer deporte ni para comer? —bromeé.
Soltó
una carcajada y pasó las manos por su abundante y bien recortado cabello
oscuro. Mis manos hormiguearon cuando comprendí que me gustaría pasar las manos
por ahí también. Sus músculos se hicieron aún más pronunciados con el
movimiento y no pude evitar pasear la mirada por todo su cuerpo.
—Creo
que resulta difícil dejar de hacer lo que nos gusta, ¿verdad? —dijo con sorna,
mirando el libro que yo tenía cerrado en una mano, mientras con la otra
sostenía la taza.
—No
porque sea profesora de literatura estoy todo el tiempo leyendo —aclaré sin
evitar sonar a la defensiva.
—Ni
yo paso todo mi tiempo en un gimnasio —se acercó y mi corazón dio un vuelco.
Solo nos separaba una mesa—. Pero sí me gusta el ejercicio.
Arrastró
la palabra de tal manera y con tal énfasis que me pareció que hablaba de otra
cosa. Me acaloré y sentí que mi estómago se contraía. Recogí mis cosas con
prisa, aunque con manos temblorosas, y miré mi reloj de pulsera; quedaba una
media hora para mi segunda tutoría de la tarde, pero no podía permanecer cerca
de este hombre por más tiempo. Había tantas contradicciones en su persona, que
me volvería loca ya el primer día de conocernos. Quería salir de allí.
Cuando
iba a abrir la puerta, su voz me dejo desconcertada una vez más.
—Amber
—su tono ronco me provocó un escalofrío, pero me obligué a mirarle—. ¿Crees que
podríamos salir a cenar alguna noche? —soltó de repente.
Me
dejó en blanco por un instante.
—Eh,
no… no creo que sea una buena idea —balbuceé.
Mi
voz sonaba poco convincente. Apenas lograba hablar con normalidad en su
presencia y no quería ni imaginar el motivo de mi turbación.
Caminó
con paso lento hasta situarse delante de mí. Se acercó tanto, que pude notar su
calor. Estábamos demasiado pegados, casi podía tocarle sin necesidad de
extender mis manos. Me maravilló darme cuenta de que a pesar del sudor que
cubría su cuello y sus brazos, oliera tan bien. Algo así debía de estar
prohibido, porque si fuera al contrario podría haberme marchado tan rápido como
deseaba, pero ahora, parecía que me estaba atrayendo hacia él como un imán.
Malditos
los hombres que son capaces de hacer ejercicio durante horas sin perder ni una
pizca de su atractivo.
—¿Por
qué no es buena idea? —inquirió casi como un susurro.
—Yo…
esto… no salgo con compañeros de trabajo —solté sin saber muy bien lo que
estaba diciendo—, eso siempre acaba trayendo más problemas que otra cosa.
Mi
balbuceo me molestó. ¿Qué me pasaba? Creía haber pasado ya hacía tiempo esa
fase de encaprichamiento fácil. No era ninguna colegiala, maldita sea.
—Ya
veo —se alejó unos centímetros y me observó. Sin apartarse cogió su botella de
agua y la chaqueta que había en una silla y se acercó de nuevo. Me quedé
paralizada—. Es una verdadera lástima —habló con una voz sensual muy baja y muy
cerca de mi oído.
Salió
de la habitación antes que yo, dejándome con la boca abierta. Otra vez hoy.
Suspiré pesadamente. Si me alteraba así con solo unas frases, no podía ni
imaginar lo que me esperaba al tener que verle todos los días durante meses… y
hasta fin de curso. Sería una pesadilla.
¿O
tal vez no?
La
dichosa pregunta rondó por mi mente durante largo rato.
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