Como se suele decir... no hay dos sin tres... ;-)
¡Feliz lectura!
Capítulo 3
La primera semana había pasado y no
tenía resultados de ningún tipo. Normalmente habría seguido al objetivo y
averiguado todo lo necesario, pero no podía arriesgarme a ser descubierto.
Sabía de memoria todo lo que decían los informes que mi hermano me había hecho
llegar, y lo que ya me comentó antes de venir a Richmond. Era poca cosa en
realidad, si lo pensaba bien. Por eso estaba yo aquí, claro, para arrojar un
poco de luz y hacer justicia si llegaba el momento. Algo que deseaba
fervientemente.
Sin embargo, como mis planes en el futuro,
eran: seguir ocupando la plaza que tanto trabajo me había costado conseguir en
el colegio, deseaba hacer las cosas bien. Eso incluía evitar todos los
contratiempos posibles. No quería dejar tirados a los alumnos de mi curso en
caso de meter la pata, bastante tenían con haber perdido a otro profesor no
hacía mucho. Yo no podía correr la misma suerte.
Sin duda para el día siguiente las cosas
habrían cambiado. Eso esperaba. La fiesta de cumpleaños de Brent me daba la
oportunidad para verle en su ambiente fuera del trabajo. Algo que no me hacía
falta averiguar era si todavía sentía algo por Amber.
La respuesta era afirmativa.
Pensaba que ella le había olvidado, pero
tenía mis dudas al respecto. Habían tenido una relación de casi dos años antes
de que todo se fuera al garete y esos recuerdos no se esfumaban tan rápido para
algunas personas. Yo lo sabía bien. Eran muy confusas las impresiones que me
transmitía ella en el colegio. No podía determinar si era rechazo ante la
presencia de su ex o sentimientos encontrados que no habían sido resueltos
entre los dos. Notaba que le evitaba a menudo, pero eso podía significar muchas
cosas. Como que seguían manteniendo una relación de algún tipo. Esa idea
rondaba por mi mente a menudo, dejándome un regusto amargo sin saber por qué.
No nos conocíamos de nada, aunque de alguna manera, era como si hubiera una
conexión entre los dos.
De un modo u otro, lo averiguaría
pronto.
Y como si la hubiera llamado, allí
estaba ahora. Con una camisa con cuello cerrado con un lazo y una falda de tubo
que llevaba muy en su línea: sin que se le ajustara demasiado a sus curvas.
Lo que daría por verla con ropa deportiva
en el gimnasio al que iba yo tres veces por semana. La licra no dejaría
demasiado a la imaginación. O quizás sí.
Parpadeé varias veces al darme cuenta de
que me hablaba. Ignoré mis pensamientos por el momento.
—Perdona, ¿qué decías? —pregunté, sintiéndome
un colegial más. Algo que no me agradaba demasiado.
—¿No queda café?
Me miró con una expresión lastimera y un
gracioso mohín en sus labios y mis ojos se quedaron allí un rato, hasta que
volví a aterrizar en la Tierra y vi que esperaba una respuesta. Esta mujer me
dejaba tan fuera de combate, que mi entrenador personal en artes marciales no
era más que un aficionado a su lado. Asombroso. Perturbador.
Le dediqué mi mejor sonrisa y procuré
centrarme.
—Te he guardado uno —dije.
Le tendí el vaso y noté que sus ojos se
abrían por la sorpresa. Se sonrojó ligeramente y susurró una palabra con esa
boca tan sensual:
—Gracias.
—Lo he preparado como te gusta —le
expliqué con mi mejor mirada seductora. Su expresión contrariada tiró por la
borda mi nuevo intento por seducirla.
—¿Cómo puedes saberlo? Apenas hemos
coincido un par de veces en la cocina —dijo con el ceño ligeramente fruncido.
—Es verdad, pero a menudo la gente es
fiel a sus costumbres. Con una vez fue suficiente para saberlo —concluí con
suficiencia—. Además, lo tomas como yo: con leche y sin azúcar.
—Cierto —convino con una mirada profunda
y una ligera sonrisa—. Gracias de nuevo.
Nos miramos un instante y ya estaba
empezando a notar una inoportuna necesidad de acercarme a ella y dejarme de
sutilezas. Me atraía como ninguna otra mujer había hecho antes y apenas lograba
contenerme cuando la tenía cerca. Ahora, en la diminuta cocina, y a solas, era
toda una hazaña que no me levantara de mi asiento y la besara hasta dejarla sin
aliento, jadeante y suplicando más.
Deseaba probar esa tentadora boca. Pero
sabía que era una pésima idea. Amber se merecía mucho más. Respeto para
empezar. Estaba empezando a plantearme la idea de pedirle ayuda directamente.
Detestaba ocultar cosas a las personas que me importaban, independientemente
del lugar que ocuparan en mi vida, y aún más si eran personas decentes como
ella.
A pesar de que me estaba conteniendo con
todas mis fuerzas, me levanté para poder mirarla a los ojos más de cerca. Mis
dedos inquietos querían tocar sus mejillas y no tuve más remedio que meterme
las manos en los bolsillos de mi pantalón deportivo, como si con ese gesto
pudiera calmar mis ansias, pensé con ironía.
—Tengo dos clases ahora y termino por
hoy —comenté para romper el tenso silencio—. ¿Nos vemos mañana en el
restaurante?
—Sí, claro —asintió tímida.
—Perfecto —dije bajando mi voz—. Por
cierto, estás preciosa hoy.
Me miró muy seria y entrecerré mis ojos
mostrando mi confusión.
—¿Bromeas?—inquirió algo irritada.
—No —aseguré tajante, sin saber muy bien
a qué se refería—. ¿Por qué haría eso?
Negó con la cabeza. Imaginé que se
debatía en su interior por una cuestión que estaba empezando a tomar forma en
mi mente.
—Todo el mundo me dice que visto como si
tuviera veinte años más —dijo poniendo los ojos en blanco—.Preciosa no es el
adjetivo que mejor me define —soltó con una pizca de sarcasmo.
—Un colegio no es lugar para minifaldas
y tops de lentejuelas —solté sin poder evitar sonreír. Obvié su último
comentario, porque entonces, le diría lo que pensaba sobre las personas con una
vista e imaginación tan cerrada—. Aunque tengo que decirte que aún recuerdo tu
camiseta y el sujetador del otro día —añadí para provocarla.
—¿Pero qué…?
Me miró con los ojos abiertos como
platos y las mejillas sonrosadas, y levanté mis cejas insinuando que aquella
visión me traía muchos buenos recuerdos. Amber resopló y se tapó los ojos con
la mano que no sostenía su café.
—Qué vergüenza. Olvida eso, por favor
—pidió con voz lastimera.
—Ni hablar —mi tono guasón se ganó una
sonrisa abierta y sincera—. Ese sujetador tan provocador es magnífico —dije con
sorna, sin faltar a la verdad—. Dime, ¿tienes más de esos? —pregunté con gran
interés.
—Sí, toda una colección —soltó de
repente.
Su brusca broma nos sorprendió a ambos.
Nos quedamos en silencio, asumiendo lo
que acababa de decir en un arrebato de sinceridad. No me había esperado aquella
salida, pero al verla con esa chispa de fuego en sus ojos, me acabó de
conquistar.
¿Quién podría resistirse? Tenía
temperamento. Y eso me ponía mucho.
Faltaba
una hora para la fiesta de cumpleaños de Brent. No me apetecía nada verle, y
mucho menos fuera del colegio.
Se
comportaba de un modo bien distinto cuando no estaba entre las paredes de la
institución que él consideraba sagrada. La verdad era que también era lo único
que teníamos en común. Sin duda un detalle que debí tener en cuenta hace años,
pero que dejé pasar. Cuando no compartes absolutamente ningún valor importante
con la otra persona con la que tienes una profunda relación, más que una
profesión en común, se da una combinación destinada al fracaso más absoluto.
Justo lo que ocurrió.
Miré
con indecisión el vestido que Holly había elegido para mí. Colgaba de la puerta
de mi vestidor, le eché un último vistazo y me paseé por casa, haciendo
cualquier cosa para posponer el momento de ponérmelo. Bajé la escalera curva
hacia abajo, tamborileando mis dedos por todo el pasa manos de madera, y volví
a subir hasta mi habitación que estaba justo al fondo del pasillo. Me faltaba
valor para tocarlo siquiera, ¿cómo iba a ser capaz de ponérmelo?
Era
corto, ajustado y de color negro con encaje en el cuello y en la parte de abajo.
El cuello cuadrado dejaba visible el comienzo de mis pechos, aunque de forma
sutil. Me hubiera gustado replicarle para que buscara algo con un poco más de
tela en la parte que se suponía que debía taparme las piernas, pero habría sido
inútil, sabía que no me escucharía.
Ahora
daría lo que fuera por poder tapar mis rodillas desnudas.
Por
poco se metió conmigo en el probador de la tienda para asegurarse de que me
quedaba bien y que no le mentía para dejarlo donde debía estar: en la percha
del establecimiento; pero la verdad fuera dicha, no entendía en qué pensaba. No
era mi estilo, no era conservador ni recatado. Enseñaba más que ocultaba y con
el ceño fruncido pensé que, si lo viera mi madre, lo quemaría al instante.
Los
zapatos de tacón a juego eran preciosos, claro. También eran mi debilidad, algo
que me gustaba para salir, aunque no los combinara nunca con vestidos tan
atrevidos. En cierto sentido, me daba miedo llevar el conjunto porque Brent
podía pensar que lo hacía para llamar su atención, aunque no era a él a quien
me gustaría impresionar esta noche. Claro que no pensaba salir con Ethan ni
nada parecido, pero quería demostrarle que podía vestirme para ir de fiesta. No
sabía de dónde salía esa idea de exponer ese punto de vista, pero así era. Tal vez
porque no terminé de creerme su cumplido, ya que “preciosa” no era un adjetivo
que usara la gente para calificarme. No porque vistiera mal, sino porque decían
que nunca arriesgaba. Holly me animaba a lanzarme un poco más, pero me
resultaba difícil. No me sentía del todo cómoda, pero después de haber oído ese
dudoso halago, necesitaba que viera que sabía arreglarme para salir. Podía ser
elegante y no aburrida.
Tenía
que dejar ese punto bien claro. Aunque el vestido en la percha ya hacía eso por
mí sin necesidad de lucirlo, medité.
Fui
a la cocina a servirme un vaso de vino blanco. Quizás me diera valor y el toque
de alegría justo para soportar lo que se me venía encima. Menos mal que tenía a
mis compañeros para amortiguar la velada. Teníamos una relación de amistad, más
que otra cosa, porque después de tres cursos en el colegio del barrio, habíamos
llegado a pasar muchos ratos juntos. Tom, Harry, Bryanna y Emily eran casi
parte de mi familia. Demasiado a menudo, no sabía qué haría sin ellos cuando mi
propia familia me volvía loca. A causa de las fiestas navideñas, hacía ya
semanas que no quedábamos para salir juntos. El hecho de que todos, menos Tom y
yo, estuvieran casados, dificultaba un poco eso, pero aún así, siempre
conseguíamos buscar un rato libre los fines de semana para tomar un café o una
copa si se daba el caso.
Intenté
no pensar mucho mientras me dirigía a mi habitación de nuevo y me enfundaba el
vestido. Si seguía subiendo y bajando, acabaría agotada antes de salir. Procuré
ignorar en escalofrío que sentí cuando la fina tela rozó mi muslo tan arriba
que quise tirar para ver si de ese modo crecía unos cinco centímetros más. Como
no acostumbraba a llevar medias de color claro, Holly tuvo que añadir unas
cuando estuvimos de compras y aquí estaba yo, con encaje por todas partes. La
verdad es que la ropa interior sexy
es mi perdición. Como la llevaba bien oculta, era como guardar un secreto solo
para mí. No me sentía tan cómoda con ese precioso, para qué me iba a engañar,
vestido de noche y todo el conjunto en general, pero el resultado era el que
iba buscando, o eso me repetí a mí misma.
Me
maquillé lo justo, aunque cambié mi sobra de ojos de tono claro predilecto, por
uno más oscuro. Decir que me sentía otra persona era quedarse corto, pero al
mirarme en el espejo, me gustó lo que vi. Con una sonrisa nerviosa, fui al
garaje y tras dejar el bolso en el asiento del copiloto de mi Lexus, me dirigí
al restaurante Delight.
Era
un sitio lujoso y a la vez confortable. Me encantaba cenar allí con mi familia en
cualquier ocasión. Resultaba obvio que Brent lo había elegido por ese motivo,
pero decidí no pensar mucho en eso mientras conducía unos veinte minutos hacia
el centro y dejaba el coche en el parking que había al lado.
Hacía
un frío insoportable y me alegré de haber cogido mi abrigo oscuro más
conservador, me tapaba más que el vestido y tuve la tentación de dejármelo
puesto todo el tiempo, pero sabía que era una idea poco práctica, por no decir
incómoda para cenar. Cuando entré y lo dejé en el ropero, vi que estaban casi
todos en el bar tomando algo antes de la cena. Mis compañeras estaban
guapísimas y muy bien acompañadas por sus maridos. Fui directa hacia allí y
sentí alivio al darme cuenta de que Brent estaba al teléfono a unos metros, no
tendría que saludarle hasta que él se acercara. Me quedé hablando con Emily y
su marido Scott, con Bryanna y su tremendamente sexy marido Zachary y con Harry acompañado por su simpática mujer
Rachel.
Estos
últimos se habían casado hacía apenas tres meses y estar cerca de ellos era
como tener que presenciar las escenas más sensibleras e interminables de una
película romántica.
—¿Dónde
están los demás?
—Tom
viene con alguien, creo —respondió Bryanna—. Y el resto de profesoras vendrá
más tarde, como siempre. Ese grupo me tiene harta. Se creen Los Ángeles de Charlie. Y tienen el
mismo cerebro que los alumnos de infantil a los que dan clases… sin ánimos de
ofender a los más pequeños, claro.
Nos
echamos a reír y los hombres se distanciaron para hablar de sus coches, de
deportes y esas cosas, mientras nosotras nos dedicábamos a cotillear sobre Zoe,
Caitlin y Elle. Eran las que daban clase a los niños más pequeños del colegio y
también las más jóvenes, por lo que de alguna manera, era inevitable que
existiera un muro invisible entre ellas y nosotras. Sin contar con Harry y Tom,
que las trataban como si fueran adorables. Algo incomprensible a nuestro
parecer.
—Atención,
ahí viene el señor director —susurró Emily con voz grave para advertirme.
—Hola
Amber. Me alegra verte —Brent me miró de arriba abajo y sonrió—. Estás preciosa
—murmuró, todo seducción.
Su
voz grave me habría dejado temblando hacía tiempo. Ahora solo sentía ganas de
salir corriendo y alejarme de él.
—Gracias
—murmuré algo tensa—. Por cierto, felicidades.
—Gracias
—dijo complacido.
Su
sonrisa se amplió antes de acercarse hasta mí y abrazarme. Como mis brazos
quedaron atrapados por los suyos, solo le di una palmada en su hombro, aunque
me hubiera encantado darle un empujón en su lugar.
Desde
la posición en que estaba, pude ver que Ethan se aproximaba con una expresión
que me aterrorizó. Sus ojos eran como témpanos de hielo, tenía una mirada fría
y dura, en gran parte dedicada a mí, aunque no entendía el motivo. Ni estaba
abrazando a Brent ni había nada entre nosotros, para que se pusiera así.
No
pude evitar poner los ojos en blanco ante tal manifestación de testosterona.
—Buenas
noches —dijo en voz muy alta.
Creí
que era la única que percibió el tono amenazante en el saludo, pero cuando
Brent se alejó, dejándome libre por fin, le vi frunciendo el ceño antes de
poner una expresión neutra y devolvérselo de mala gana. Dejé pasar la lucha de
cornamentas y cuando al cabo de un rato nos reunimos todos los invitados,
entramos en un comedor de gran tamaño, el cual estaba casi todo ocupado.
Al
llegar a nuestra mesa elegí el asiento más alejado del único extremo ocupado
por una silla. Era la que ocuparía Brent, puesto que era el homenajeado, y yo
prefería mantener las distancias. Cuanta más, mejor.
Una
mano tiró de mi brazo y al girarme me encontré con una de mis mejores amigas:
Denise Allen. Nos fundimos en un fuerte abrazo porque llevábamos sin vernos más
de un mes. Había estado viajando por trabajo y después de eso también por
vacaciones. Solo los emails que me enviaba siempre que podía, me tenían
informada de su paradero. Sabía que estaba en casa desde hacía varios días,
pero no habíamos tenido oportunidad para quedar y ahora por casualidad la
encontraba en el mismo restaurante que yo. Por primera vez en todo el día me
alegraba de haber decidido acudir al cumpleaños de un hombre al que más
detestaba.
—Que
alegría verte —le dije con una sonrisa emocionada.
—Igualmente.
Estás imponente —aseguró alejándose para verme bien—. El vestido te sienta de
miedo Amber. Esta noche arrasarás —aseguró, soltando una risita jovial.
—No
será para tanto —dije nerviosa al notar que Ethan, a mi lado, me miraba con
gran interés—. Bueno, y ¿qué haces aquí? ¿Has quedado con alguien?
—Pues
sí —dijo ilusionada—. Estoy con Ingrid en aquella mesa —señaló al fondo de la
sala y vi cómo esta se levantaba para acercarse. Intenté no mostrar mis
contradictorios sentimientos al verla caminando hacia mí—. Hemos quedado para
cenar con aquellos chicos tan guapos. Si luego nos vemos en el Concord, te los presento.
—Claro,
me parece bien —dije apresuradamente.
Intenté
tragar pero la tarea me resultó difícil.
Casi
siempre cuando salíamos, íbamos al mismo Pub: Concord. Era un sitio ideal con varios ambientes en los que o bien
podías bailar hasta caer rendida o solo sentarte a charlar con tus amigos
mientras tomabas una copa.
Hacía
semanas que no iba por allí. Desde que me enteré de lo que me hizo la que se
hacía llamar amiga mía. Ingrid había intentado mantener el secreto, igual que
Brent, pero lo que ninguno sabía era que éstos siempre acababan saliendo a la
luz. Lo único que lamentaba era no haberlo sabido mucho antes; así no habría
hecho el tonto durante años al tratarla como una verdadera amiga. Algo que me
ponía furiosa.
—Hola
Amber, —saludó Ingrid— qué guapa.
El
cumplido me pareció forzado, pero no podía asegurarlo, puesto que toda su
actitud hacia mí era una farsa.
—Gracias
—contesté seca.
Sonreí
de forma tensa. No sabía cómo se comportaría al ver a Brent allí, aunque estaba
claro que conocía la tradición de su cumpleaños. No sabía por qué mi ex se
molestaba en celebrarlo con los compañeros solo por invitarme y que no pudiera
rechazarle. Sabía que no tenía la más mínima oportunidad después de lo que pasó
entre nosotros. Quizás tenía que demostrárselo de un modo más tajante. Estaba
segura de que se me ocurriría algo que le alejaría para siempre.
—Brent
—le saludó Ingrid sin acercarse a él—. Feliz cumpleaños.
—Oh,
es verdad —soltó Denise de mala gana—. Felicidades… creo —añadió con desprecio.
No
pude evitar tensarme cuando él las miró, desde su posición como anfitrión, y
sin responder, se detuvo un instante más de lo necesario en Ingrid. Finalmente
asintió con la cabeza. No tenía ni idea de cómo actuar ahora que sabía la
verdad. Creía estar haciendo el mayor de los ridículos aunque todo pasara hacía
años y deseé que se marcharan, sobre todo por Ingrid.
Denise
arrugó el entrecejo y yo le propiné un codazo para que se comportara. Desde
nuestro divorcio siempre le lanzaba puñales envenenados y aunque en mi interior
me encantaba que lo hiciera, no me servía de nada, porque ahora era mi jefe. A
mí me tocaba lidiar con él todos los días. Ella, para su consuelo, y el mío, no
tenía que hacerlo.
—Te
dejaremos con tu cena —declaró Denise de mala gana—. Llámame pronto. Si no nos
vemos luego, ya nos pondremos al día, ¿vale?
—Claro
que sí —murmuré aliviada.
Me
dio un ligero apretón en la mano y me observó con una intensa mirada unos
segundos más de lo normal. Sus ojos querían decirme algo que no llegué a
comprender. ¿Acaso sabía lo que había pasado? De ser así, me resultaba
incomprensible que siguiera quedando con Ingrid como si todo fuera tan normal,
pero claro, la amistad de nuestro grupo se remontaba años atrás. Y tampoco
deseaba interponerme entre ellas.
Nos
despedimos y pude respirar con tranquilidad cuando se alejaron.
Tomé
asiento y al cabo de un momento vino un camarero a tomar nota. Yo estaba
distraída y fue Ethan quien me avisó de que tenía que pedir ya. Hasta entonces
ni me había percatado de que estaba sentado a mi lado. Elegí pescado con
verduras a la plancha, aunque no sabía si probaría bocado. Se me había cerrado
el estómago y no era capaz ni de mirar a Brent. Ver sus ojos ahora mismo me
resultaba la peor idea del mundo. El hecho de que no me contara la verdad en su
momento, ya fue malo. Pero además, saber que una de mis mejores amigas estuvo
liada con el que fuera mi marido mientras aún estábamos casados, se me antojaba
repugnante. No era un sentimiento nuevo por él, pero aún así, el momento no
pudo ser más incómodo.
—¿Te
encuentras bien? —susurró Ethan.
—Sí,
claro —respondí de forma mecánica.
Mi
intento de sonreír para disimular no me salió bien y él lo notó. Ethan me
observaba con preocupación.
—No
lo parece —sentenció con voz firme.
—Lo
siento, pero no puedo hablar de eso. No ahora.
—Tranquila,
te lo preguntaba por si quieres que te acompañe fuera. Tienes mala cara
—murmuró con voz dulce.
—Estoy
bien —aseguré. Cuando me miró con esos profundos y tiernos ojos azules, parte
de mi tensión se esfumó, aunque sentí deseos de llorar y desahogarme—. Gracias
—dije en voz baja.
Ethan
me lanzó una mirada penetrante, pero no dijo nada más y empezó a hablar sobre
una clase de gimnasia particularmente divertida para aliviar la tensión. Se lo
agradecí en el alma.
La
cena transcurrió sin más percances. Cuando vi que Denise e Ingrid se marchaban
con sus citas, y se despidieron desde la distancia con la mano, evitándome otro
momento incómodo, les di las gracias en silencio.
Aunque
mis compañeras se habían dado cuenta de lo ocurrido, prefirieron no hablar del
tema. Sabían que ya tendríamos tiempo de discutir largo y tendido sobre todo lo
que pasara durante esta noche. No deseaba contarles lo que ocurrió con Ingrid,
claro. Era uno de los capítulos más humillantes de mi vida y prefería dejarlo enterrado
bien hondo y olvidarlo, por difícil que resultara. El hecho de que todas mis
amigas y mis compañeras de trabajo se conocieran bastante bien, porque salíamos
juntas a menudo, me complicaba la situación. Querrían sonsacarme cada detalle,
estaba segura, pero no podía permitir que sintieran lástima por mí. Bastante
mal lo había pasado ya. Ser objeto de compasión era algo bochornoso.
Traté
de no hacer caso de sus miradas interrogantes, pero resultó una ardua tarea.
Brent
intentó abordarme a la salida del restaurante y me lo quité de encima rápido y
sin rodeos. No me apetecía dirigirle la palabra. Su expresión dolida no era
nada comparada con lo que me hacía sentir cada vez que le miraba o le tenía
cerca. Sobre todo después de nuestra separación.
Era
la primera vez que les veía juntos en el mismo sitio y no lo consideraría
agradable de ningún modo. Ninguno sabía que yo era consciente de lo que
hicieron, así que podía hacerme la ignorante. Justo lo que los dos pensaban que
era, pensé, sintiendo rabia. Revivir la ruptura una y otra vez, no era mi ideal
de rememorar el pasado, por lo que procuraba no pensar en ello. Sin embargo, el
destino parecía querer decirme que no se puede huir de nuestros errores jamás.
La
fiesta continuaría para los que lo desearan, así que quedamos en un local para
seguir con la celebración.
Ya
dentro de mi coche, me debatí entre la idea de irme a casa o quedarme para
tomar una copa. Tenía ganas de pasar un rato con mis amigos, pero no de ver a
Brent. Si por mí fuera, no permanecería con él ni un solo segundo más en mi
vida. Pero por desgracia, debía resignarme a lo contrario. Qué pesadilla.
Habíamos
acordado ir a una zona donde se encontraban los mejores garitos para rematar la
noche. Empezamos por ir a uno en el que yo no había entrado nunca y al
traspasar la puerta me di cuenta de cuál era la razón: la música alta y la
concentración de adolescentes, hacían del lugar una visión de lo que fue mi
propia pubertad. Aunque no había humo de cigarrillos, se podía percibir que la
limpieza del local distaba mucho de lo que se consideraría mínimamente
aceptable. No estaba a gusto allí y, por la expresión de mis compañeros, era
algo que todos pensábamos, así que después de tomar una copa, cambiamos de
ambiente. Decidimos ir al Concord y
aunque deseaba encontrarme con las demás, también lo temía. Ser testigo de la
tensión entre Ingrid y Brent me ponía de los nervios. Yo quería olvidar lo
ocurrido, pero cuando estaban delante de mis narices, decir que la tarea era
algo complicada, sin duda comportaba el eufemismo del siglo.
Al
llegar, dejamos los abrigos en el guardarropa de la entrada y fuimos a un
reservado. El pub tenía forma circular, donde la pista de baile en la zona
central y ocupaba la mayor parte del amplio espacio. Alrededor, en una
plataforma superior con dos escalones, se encontraban las zonas apartadas y
divididas por finas paredes, pero quedaban abiertas a la pista. Daba cierta
intimidad sin ser un lugar cerrado. A nuestra izquierda estaba la barra,
iluminada por tenues luces que le otorgaban al lugar, un toque de sofisticación
y modernismo que bañaba cada uno de sus rincones. En alguna ocasión llegué a
comparar el local con un museo: las paredes estaban pintadas con gruesas rallas
blancas y negras, adornadas con coloridas obras de arte. Los asientos eran de
diferentes formas según los espacios, todos ellos ultra modernos. Las sillas de
la barra siempre atraían la atención, puesto que eran de diseño y de un
material blanco cromado, siempre me recordaban a las petunias que tenía mi
madre en el jardín trasero. Solo que en este caso serían algo más redondeadas,
pero de igual modo, no podía evitar la comparación.
Brent,
tan espléndido como siempre, pidió tres botellas del mejor champán para
comenzar. No era muy amante de la burbujeante bebida, pero no quería quedar
como una ingrata. Me guardé mi opinión y brindé con los demás, Brent incluido,
ocultando mis sentimientos lo mejor que pude.
Alguien
nos interrumpió y me alegré de que fuera Denise.
—¿Vienes
a bailar? —inquirió tendiéndome una mano.
—No
me apetece mucho, la verdad —me quejé. Bailar no se me daba muy bien.
—Oh,
venga —insistió muy seria—. Es bueno mover el esqueleto —sentenció con firmeza.
Me
miró intencionadamente y reaccioné. Deseaba algo, por lo que claudiqué a mi
pesar.
—De
acuerdo —farfullé.
Me
levanté e invité a mis compañeras a venir con nosotras. Emily y Bryanna se
apuntaron encantadas, ajenas a la expresión de Denise. Algo deseaba hablar
conmigo y el hecho de que no quisiera esperar a otro momento, me daba mala
espina.
—Oye,
¿quién es ese bombón que estaba a tu lado? —preguntó cuando nos alejamos lo
suficiente.
Miré
en la misma dirección y me encontré con varios ojos que me miraban con mucha
atención. Ignoré a Brent y miré a Ethan directamente. Sus ojos se fundieron con
los míos, su intensidad me hizo temblar. Sentí un estremecimiento y me
concentré en moverme al son de la música.
—Es
el nuevo profesor de gimnasia, se llama Ethan Anderson —dije con una leve
sonrisa.
—Te
mira como si quisiera devorarte entera —declaró mi amiga con diversión.
—Me
ha pedido salir varias veces, pero no sé… La última vez que me enredé con un
compañero, ya sabes cómo terminó —dije con seriedad.
—Venga
mujer, no todos van a ser como Brent —dijo Emily convencida. Estaba a nuestro
lado y no pudo evitar intervenir.
—Hablas
como Holly —la acusé con una sonrisa.
Puse
los ojos en blanco y todas nos reímos.
—¿Qué
estáis hablando de mí? —gritó una voz femenina a nuestro lado.
Nos
volvimos y Holly estaba allí, más sexy que nunca con un mini vestido de color
violeta y unos botines negros. Llevaba suelto su precioso cabello rubio liso
por la cintura, y todas las miradas del local se centraron en la recién
llegada. Alzó sus brazos y con su habitual energía eufórica, nos dimos un
abrazo cariñoso de grupo.
—Cuánto
tiempo Denise. Te echábamos de menos.
—¿En
serio? Pues no habéis descolgado mucho el teléfono este mes —acusó, fingiendo
estar enfadada.
—Serás
perra… —dijo Holly con los brazos en jarras—. Nos dijiste que ibas a irte a
Europa sin móvil porque necesitabas trabajar y lo único que sabíamos de ti era
lo que nos contabas en tus e-mails —terminó
casi sin aliento.
—Es
verdad, lo siento. He estado muy ocupada —soltó entusiasmada e ignorando el
calificativo de Holly—. He hecho unos reportajes increíbles sobre vestidos de novia.
Los podréis ver en los números de la revista de estas próximas semanas.
—Eres
una artista, estamos deseando verlos. ¿Verdad Amber? —dijo intencionadamente
Holly.
—Claro
que sí —hubo un silencio incómodo y miradas incrédulas por parte de mis
amigas—. Por favor, después de más de tres años, está superado —aseguré una vez
más—. Que sepáis que mi divorcio no me ha quitado las ganas de pasar por el
altar en el futuro… quizás si encuentro a mi príncipe azul, me decida de nuevo
—comenté pensativa—. Además, lo más importante es el matrimonio, no la boda
perfecta.
Todas
me miraron como si no creyeran lo que les decía. Sabían que todo aquello me
había afectado mucho, pero no eran conscientes de que lo que de verdad me
hundió, fue el hecho de haber cometido el error de elegir a Brent como mi
compañero en la vida. Sin duda la peor decisión que pude tomar. Debí darme
cuenta de que no estaba enamorada.
Fue
solo la idea del hombre perfecto, la que me hizo dar un paso terrible y, por
supuesto, que mi familia también pensara que era un buen partido para mí. La
próxima vez haría caso a mi intuición y mi corazón antes que a unos ideales mal
enfocados.
—Con
respecto a tu divorcio —comenzó Denise con mala cara—, hay algo que me gustaría
hablar contigo.
La
animé a seguir, asintiendo con la cabeza de manera mecánica, aunque estaba
segura de que lo que iba a contarme no me agradaría. Su cara lo decía a gritos.
Se acercó y todas hicimos un corro.
—Hace
un par de días, fui con Ingrid al centro comercial por la tarde. Allí nos encontramos
a Brent y ella insistió en que tenía que ir a hablar con él —se detuvo y miró
alrededor por si alguien inoportuno nos escuchaba. Brent seguía en la mesa con
los profesores y nuestra amiga Ingrid bailaba con su cita a cierta distancia,
sin percatarse de que hablábamos de ella—. Puso una expresión muy rara cuando
le dije que la acompañaría, y se negó en redondo. Al final me insistió tanto,
que fue sola.
—Todas
sabemos lo cretino que es Brent—intervino Holly—. ¿Quién iba a querer enredarse
con él, sabiendo cómo es?
Las
demás, secundaron la moción asintiendo con la cabeza. Yo permanecí serena, o al
menos lo intenté. Holly me miró, pero negué con la cabeza. No quería contar la
verdad, no ahora.
—Ya.
Pero lo que no entiendo es que luego fuera ella la que se mostrara tan esquiva
y callada —susurró pensativa—. Cuando estaban hablando, Brent la miró como si
hubiera algo entre ellos y cuando le sugerí a Ingrid que parecía que ella le
gustaba, se tensó. Parecía sorprendida, como si les hubiera pillado infraganti
o algo parecido. No supe qué pensar —dijo con preocupación—. Sin tener pruebas
no quiero acusarla de nada, pero jamás se había comportado de esa manera con
ese desgraciado. Además, no sé qué podía querer hablar con un imbécil como él,
la verdad.
Después
de sus comentarios, continuó mascullando insultos, cada cual más escandaloso.
Le lanzó una mirada envenenada a distancia y todas nos lo quedamos mirando.
Oír
aquello me dejó helada. ¿Acaso todavía tenían algo? Viendo ahora a Ingrid no
parecía una mujer enamorada o con una relación estable. Bailaba muy pegada a su
cita y Brent no se mostraba preocupado por nada. Le estaba viendo reír con los
demás hombres de manera despreocupada y en ningún momento desvió la mirada
hasta la pista de baile.
¿Sería
todo una fachada?
Holly,
que sabía la verdad, me miró de manera significativa. Ya me había dicho que lo
mejor era contárselo a Denise y las demás, pero no me gustaría ser la causa de
que entre ella e Ingrid, las cosas fueran mal. Bastante tenía con aguantar lo
que yo ya sabía. No tenía ni idea de lo que la verdad podía llegar a causar en
nuestro grupo de amigas.
—No
sé lo que habrá entre ellos ahora —dije con cautela—. Pero de todos modos, ha
pasado mucho tiempo. Si están saliendo o tienen una aventura, no es asunto mío.
—¿En
serio? —me preguntaron mis amigas al mismo tiempo.
—Sí,
en serio. No sé de qué os sorprendéis tanto —dije asombrada—. Yo no estoy
enamorada de Brent y sinceramente, si se busca a otra, me dejará en paz. Es lo
único que quiero de él —declaré con firmeza.
Me
miraron sin estar muy convencidas.
Estaba
segura de que aquello daría que hablar. Tenía que contarle a Denise lo que
ocurrió de verdad, porque de un modo u otro, lo descubriría, y quería ser yo la
que se lo explicara. A pesar de que no sería nada fácil.
Espero que lo hayáis disfrutado.
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