Capítulo 3
Logré
convencerla para que fuera a descansar a una de las habitaciones de arriba. Por
suerte había dos dormitorios; compartirlo con alguien desconocido, que además
era una humana, era más de lo que podría soportar como colofón de la noche.
Ahora mismo necesitaba desconectar, tranquilizarme en la medida de lo posible,
y meditar muy bien sobre lo que había descubierto hasta ahora. Si seguía así,
acabaría por sufrir un ataque al corazón, aunque eso fuera del todo imposible
entre los de mi especie.
Había
extraído suficiente información de los recuerdos de Noemí, como para cubrir las
lagunas que me iban surgiendo sobre su historia. La Diosa le había otorgado un
don poco habitual.
La joven era
toda una lectora de almas, aunque su potencial no se hubiera desarrollado por
completo. En cierto modo era mejor así, porque cuanto más lo trabajara, más
peligro correría, y más visible sería su esencia para todas las criaturas
sobrenaturales.
Su don la
había ayudado a descubrir la verdad sobre su depravado padre adoptivo, y pudo
escapar de una suerte mucho peor de la que había sufrido cuando él disparó a su
madre, y esta hizo lo mismo con su entonces marido. Ambos murieron a la vez, y
la dejaron sola siendo apenas una niña. Una infancia dura que pocas personas
eran capaces de superar con su integridad intacta.
Ella era una
persona extraordinaria que a pesar de todo, tenía un alma inmaculada.
No iba a
permitir que le ocurriera nada, y los que le hicieron daño, lo pagarían con
creces. No soportaba la injusticia, y haría lo que estuviera en mi mano para
compensar su dolor.
Sentía que
era mi responsabilidad.
El amanecer
llegó cinco horas más tarde. Me despertaron los tenues rayos del sol que se
filtraban a través de las ventanas. Abrí los ojos y me sentí despejada a pesar
de haber dormido poco; estaba demasiado inquieta como para relajarme.
Noté que
alguien estaba sentado en la cama y me incorporé deprisa.
—Buenos
días, querida.
—Mi Diosa.
Intenté no
sentirme incómoda al presentarme ante ella con ropa de dormir, claro que la que
había llegado sin avisar a mi habitación no era yo. No hice notar ese detalle.
Si estaba aquí, sería por una buena razón.
—Me alegro
de que pudieras salvar a Noemí, ella es una parte importante en tu cometido
—dijo con una ligera sonrisa que no alcanzó a sus ojos.
Comprobé que
vestía de un modo muy diferente, casi como una humana. Llevaba un vestido de
manga larga de color caramelo, con unas medias negras y botines a juego. Su
largo cabello moreno caía con suavidad por sus hombros y su espalda. Me di
cuenta de que ocultaba sus poderes bajo un velo invisible, así que deduje que
estaba en este Plano con su apariencia mortal por alguna razón poderosa. Tal
vez las cosas iban peor de lo que imaginé. Sentí que si no me hablaba pronto,
mis labios no podrían contener las muchas preguntas que se agolpaban en mi
mente.
—Hace un día
soleado —dijo pensativa y triste—, la ciudad entera brilla como si de otro
mundo se tratara.
Tardé un
instante en comprender. Brujas.
Mi corazón
empezó a latir a toda prisa. Si las brujas oscuras habían notado mi presencia,
estaba en serios problemas. Jamás me había enfrentado con alguien de mi propia
especie, y mucho menos con alguien que había renunciado a su luz, para servir
al lado oscuro.
Sin poder
evitarlo, temblé por dentro.
—No podrás
ocultarte mucho tiempo, porque son más poderosas de lo que imaginé. Incluso son
invisibles para mí, y no puedo ni imaginar cómo lo han logrado.
—¿Podremos
saber cuántas son? —me atreví a preguntar.
La Diosa me
miró a los ojos y negó con la cabeza. Había dolor en su expresión.
—Solo puedo
deducir que son tres —declaró con desgana. Imaginé que se sentiría decepcionada
al saber que las brujas a las que ella protegía, se habían declinado por el
lado del mal; todo lo que se suponía que rechazábamos en nuestro mundo—. Gala
desapareció hace ya más de setecientos años —explicó—. Los gemelos, Meredith y
Darío, hace medio milenio.
Justo el
tiempo que hacía que la Diosa no enviaba a más brujos a convivir y a aprender
de los humanos en este Plano.
Había oído
hablar sobre Meredith. Fue una de las buenas; hermosa, muy poderosa, y con
potencial para dedicarse a la enseñanza y formación de las brujas. Cuando llegó
a la Tierra, acabó por rendirse a los encantos de un vampiro que la llevó de la
mano por el lado oscuro. Las brujas debíamos mantenernos puras hasta la unión
sagrada que traería descendencia y poder a nuestro Reino; esa unión solo podía
celebrarse con otro de nuestra especie. Las líneas de sangre son sagradas en el
Reino de la Magia. Infringir las reglas era sinónimo de un castigo severo y
ejemplar. Era duro, pero necesario; la intransigencia solo podía traer el caos,
como bien estaba comprobando por mí misma.
Según las
historias que se contaban en voz baja, su hermano no había podido, ni querido
abandonarla en el mundo mortal, y permaneció a su lado, alejado del resto de su
familia; alejado del Reino de la Magia para siempre. Si ella cayó en la
oscuridad, seguro que él también lo hizo tarde o temprano. Estando tan unidos
como se decía que estaban desde su nacimiento, no era de esperar algo distinto.
Solo podía
deducir con seguridad que después de aquello, ninguno había vuelto a ser el
mismo. No quería ni imaginar cómo podrían haber cambiado. A pesar de no
conocerles, sentía miedo y compasión por ellos a partes iguales. No tenía ni
idea de lo que me esperaba.
De la otra
bruja no había oído hablar nunca. Mucho me temía que el motivo era mucho peor
que una trasgresión de nuestras leyes sagradas.
—No podrán
hacerte daño físicamente, pero debes prometerme que tendrás mucho cuidado —me
pidió con un tono urgente y desesperado.
Asentí. No
podía pronunciar palabra.
En ese
instante alguien llamó a la puerta. La Diosa continuó sentada en la cama, y me
extrañó que quisiera hacer notar su presencia a una simple mortal. No iba a
cuestionar su decisión, por supuesto. Me levanté, hice un rápido conjuro para
vestirme en unos segundos con la ropa de anoche, y estuve limpia y aseada sin
moverme del lugar; era un truco útil en este mundo.
Invité a
Noemí a pasar mientras cogía mi bolso mágico y extraía otro con un aspecto más
corriente. Mis padres me habían regalado unos cuantos objetos que iba a
necesitar en este Plano. Sin duda tendría que echarles un vistazo antes, para así
no tener que usar la magia delante de los mortales. Mientras desayunaba, podría
hacerlo.
—Buenos días
Alyssa.
Cuando se
percató de la presencia de la Diosa, abrió mucho los ojos y palideció de golpe.
Esta se
levantó y sonrió a la joven humana.
—Veo que me
recuerdas. Hola Noemí.
—Hace muchos
años, pero sí, te recuerdo —musitó—. ¿Qué… haces… aquí? —preguntó con voz
entrecortada.
—He venido a
ayudaros, y a protegeros en la medida de mis posibilidades. Ahora que tengo que
ocultar quién soy para estar en este Plano, solo podré mostrarme como una
humana y no podré hacer uso de todos mis poderes —explicó con disgusto—.
Necesitáis un hechizo de ocultación muy poderoso.
Noemí y yo
nos miramos. Ella parecía estar completamente perdida.
—Puedes
estar tranquila. Aunque todo esto parezca muy extraño, con la Diosa estamos a
salvo —prometí.
Suspiró y
asintió.
—Mi vida es
extraña desde siempre. A estas alturas hay pocas cosas que me hagan
sorprenderme de verdad —musitó con un débil tono de protesta.
Por poco me
atraganté. Casi dejé de respirar en aquel instante. Esperaba que la Diosa no se
ofendiera por aquel comentario. Dudaba muy en serio que Noemí fuera consciente
de la terrible ira que podría acarrear el enfadar a un Dios.
Al contrario
de lo que me esperaba, la Diosa compuso una sonrisa compungida.
—Siento
haber trastocado así tu vida. Cuando todo esto acabe, podrás elegir renunciar a
tu don si así lo deseas. Comprendo que no ha sido fácil —añadió con voz dulce.
Noemí
permaneció unos segundos en silencio, asimilando sus palabras.
—Me salvaste
cuando era niña. Creo que estoy aquí porque es mi destino, y debo aceptarlo
—admitió con confianza y una pizca de resignación—. Gracias.
—Ser la
Diosa del Destino no es sencillo, a veces tampoco es bonito, pero debéis saber
que aunque vuestro camino está escrito, también podéis elegir. Siempre podéis
decidir cómo llegar al final.
Su tono
solemne nos dejó abrumadas a las dos.
Nos indicó
que debíamos formar un círculo cogidas de las manos para hacer un ritual de
protección y ocultación. Así no podrían localizarnos tan fácilmente cuando
abandonáramos la seguridad de la casa.
Al cabo de
unos segundos, nos separamos algo aturdidas. Hacer magia con una Diosa era algo
fuerte y muy intenso.
—Debo irme a
inspeccionar la ciudad. Vosotras debéis tomar un ritmo de vida normal mientras
solucionamos nuestros problemas.
—¿Volveremos
a verte pronto? —pregunté con curiosidad.
—Claro,
intentaré estar cerca cuando me necesitéis. Podéis llamarme Dione cuando
estemos entre humanos —expuso con una expresión divertida mientras se dirigía
hacia la puerta.
—Dione,
madre de Afrodita.
La Diosa
miró a Noemí con orgullo.
—Así es, mi
joven amiga mortal. Ya que debía adoptar una forma humana, me pareció adecuado
escoger un nombre con algo de historia.
Noemí sonrió
y Dione se marchó entonces. En silencio, bajamos a desayunar y a pensar en lo
que haríamos a continuación. Retomar una rutina era imposible, porque yo aún no
me había establecido una en este mundo. Me pareció adecuado estar cerca de
Noemí para protegerla, así que iría con ella al trabajo y ya se me ocurriría
algo. Servir copas en un bar no era algo que fuera conmigo, porque tenía
entendido que las bebidas alcohólicas eran fuertes brebajes para los humanos, y
los hacía cometer auténticas barbaridades, pero por lo menos no sería algo
difícil. Yo era una poderosa bruja, por todos los Dioses; si podía aprender
magia, pociones, hechizos, y decenas de idiomas diferentes, sería capaz de
encontrar un trabajo y realizarlo como era debido. No podía ser tan complicado,
aunque hubiera preferido que Noemí se dedicara a otra cosa… algo que no
implicara a personas embriagadas por esas bebidas que los desinhibían de un
modo incontrolable y los volvían irresponsables.
¿Qué podía
hacer sino adaptarme?
Un primer
paso era alimentarnos. Di gracias a la Diosa por mantener la cocina bien abastecida.
Había toda clase de alimentos y utensilios, como también disponía de un armario
lleno de tarros con cantidad de elementos y hiervas para hacer magia. Noté que
esa parte de la cocina desprendía gran cantidad de magia, y era sin duda para
que solo una bruja tuviera acceso a ella. Bien pensado.
Con la ayuda
de Noemí, logré poner en funcionamiento la máquina de hacer café. Me sentía un
poco torpe al olvidar ciertos detalles de mis estudios, pero necesitaría un
período de adaptación para saber cómo usar todos esos cachivaches modernos. No
podía evitar exasperarme; en mi mundo todo era más sencillo, y si bien podía
hacer magia y acabar enseguida con todo esto, tenía que aprender a comportarme
como una humana, eso era esencial. No podía ir por ahí lanzando hechizos para
desenvolverme como hacía normalmente. Eso ya se acabó, refunfuñé para mis
adentros.
Tomamos café
y tostadas con mantequilla en silencio. Todo estaba delicioso, y la
tranquilidad del momento era de agradecer, aunque no me haría ilusiones en cuanto
a la paz que experimentábamos en este momento. El mundo estaba patas arriba, y en
un serio peligro, y pronto debíamos prepararnos para lo que pudiéramos
encontrarnos. Por la tarde me dedicaría a buscar en mis libros todos los
hechizos que pudieran sernos útiles para protegernos de la magia negra, porque
yo no estaba acostumbrada a luchar contra algo así, y mucho me temía, eso me
pondría a prueba de un modo muy desagradable, y al menos, quería estar
preparada. No estaba dispuesta a dejar un montón de víctimas y daños
colaterales.
Allí
sentadas, en un momento extrañamente confortable y un poco inaudito para mí,
pude fijarme en Noemí, verla casi por primera vez. Desde que llegué todo había
sido tan caótico, que apenas había reparado en los detalles menos importantes,
pero ahora, teniéndola frente a mí, pensaba en lo mucho que me recordaba a mi
mejor amiga. Una bruja de mi mundo, claro.
Era también
muy hermosa, con el pelo corto que le llegaba por la mandíbula, de color casi
negro y unos ojos color caramelo, tenía una expresión muy dulce e inocente, y
sabía que era reflejo de su verdadero carácter, podía verlo y también sentirlo.
Aunque apenas nos conociéramos, sabía que podía confiar en ella; podía entender
de un modo más claro, por qué había sido elegida.
Acompañé a
Noemí a casa, esperé a que hiciera sus quehaceres, se duchara e hiciera cosas
de humanos. Con sinceridad, me sentí más inútil que en toda mi vida. Ella se
encontraba en un estado muy melancólico y pensativo; supuse que por todo lo
ocurrido, y por el tema de su esposo que me martirizaba cada vez que la miraba.
No había mencionado el episodio de la noche anterior, pero pensaba en ello. Era
muy consciente, pero de todos modos, quise dejarle espacio, así que permanecí
allí sentada en su sencilla sala de estar, observando cómo era un hogar humano,
tomando nota mental de todo cuanto pudiera servirme en el futuro.
Ella quiso
hacer de comer en casa y descansar un poco después, ya que solía acabar tarde
en su turno en el bar. Yo intenté hacer lo mismo en su sofá, que tan
amablemente me ofreció, pero no podía. Estaba tan preocupada, que era incapaz
de relajarme, así que cogí un libro de su estantería y me puse a leer. Era muy
entretenido, se suponía que era una historia de amor, aunque algo trágica. Después
de unas horas leyendo, lo acabé. Tenía facilidad para la lectura, aunque no
estuviera acostumbrada a las historias que escribían los mortales. Sin duda
tenían su encanto.
Cuando quise
hacer algo de provecho mientras Noemí descansaba, me dediqué a recitar hechizos
de protección en cada estancia de su casa, incluso en los alrededores. Salí al
exterior y procuré ser discreta, ya que era un barrio bastante transitado.
Había padres con sus hijos, y estos se entretenían con juguetes y vehículos
llamados bicicletas. Parecían felices llevando una existencia tranquila y
sencilla. Me pregunté si yo algún día podría llegar a eso en mi mundo. Me
casaría y posiblemente tendría hijos, pero nuestras vidas iban encaminadas en
un solo propósito. Solo teníamos una tarea que llevar a cabo, y las cosas
cotidianas, sencillas y divertidas, no tenían cabida.
Al poco rato
de estar fuera, mi corazón se aceleró al notar que el colgante me advertía de
una presencia oscura cerca. No refulgía del mismo modo que la noche anterior,
pero sin duda había alguien de quien tenía que cuidarme. Miré a mi alrededor y
no supe averiguar dónde se escondía ese ser, posiblemente malicioso.
Fui al
interior de la casa y me sentí algo mejor. No mucho cuando comprendí que
alguien pudo habernos seguido, aunque era bastante probable que ya conocieran
la casa de Noemí si llevaban un tiempo tras ella. Tendría que convencerla para
que se trasladara conmigo de forma permanente. Luego intentaría hacerle notar
que era la mejor opción que teníamos. Al menos hasta solucionar el problema de
raíz, que seguro que sería más complicado de lo que imaginaba, pero no me daría
por vencida. Eso nunca.
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