Capítulo 2
Antes de
recibir otra visita indeseada tan cerca de mi nuevo hogar, fui a ver a la mujer
inconsciente. A pesar de que me sentía terriblemente cansada física y
mentalmente, hice un esfuerzo para entrar en su cabeza y averiguar si podía
mandarla a algún sitio donde estuviera a salvo, al menos por esta noche. Me
entristeció lo que encontré: la desgracia había asolado a su familia, y solo
tenía a su marido, el hombre que casi acabó con ella un rato antes; claro que
ahora él estaba muerto, y la mujer no tenía a nadie más. Estaba completamente
sola y desamparada. También descubrí que era muy espiritual; irónicamente ella
creía en los seres de la noche que la rondaban, según pude comprobar por
algunos recuerdos recientes que capté en su memoria. Pensé en llevarla a casa,
y tal vez, modificar esos recuerdos para que pudiera volver a su vida sin un
terrible trauma más que cargar sobre sus delicados hombros.
No sabía si
hacía bien, pero tampoco podía dejarla allí abandonada en mitad de ninguna
parte. Ni siquiera parecía que hubiera más viviendas por la zona, y en casa
conmigo estaría a salvo por si alguien más iba a por ella. Era la mejor opción
por ahora. Lancé un conjuro y la envié a la casa. Después de comprobar si había
alguien más merodeando por los alrededores, caminé a paso ligero para entrar en
la protegida vivienda que sería mi hogar durante bastante tiempo. Cien años en este
Plano podrían parecer muchos, pero en una vida inmortal, se convertirían en
apenas un instante. Por supuesto, si es que llegaba a vivir lo suficiente como
para llegar a recordarlo de ese modo en el futuro, pensé con angustia.
Apenas
llevaba unos minutos en el mundo humano, y ya había tenido dos asesinatos en
mis manos y un encuentro bastante confuso con un vampiro muy atractivo. Aunque
claro, eso era irrelevante, y traté de recordarme duramente ese detalle. Los
seres de la luz y los de la oscuridad no estaban hechos para mezclarse; más
aún, hacerlo era lo peor que podía ocurrir en mi mundo. Si una bruja sucumbía a
la oscuridad de un modo u otro, jamás volvía a su hogar, y era desterrada para
siempre. Ese sombrío futuro era peor que la muerte para los que son como yo.
Ninguna
bruja que yo conociera, estaba dispuesta a renunciar a su hogar verdadero, a
todo su mundo. Y ahora había comprobado por mí misma, que este lugar era mucho
más de lo que podría soportar más de un siglo. Acababa de llegar, y ya deseaba
irme con todas mis ganas; claro que eso quedaba fuera de mis posibilidades. Mediría
muy bien mis pasos y haría todo cuanto me encomendaran, sin salirme del firme camino
escrito para mí.
Suspiré con
resignación.
Lo mejor que
podía hacer era aceptar mi destino e intentar no morir en el intento.
Entré en la
casa y enseguida me sentí mucho más reconfortada. La magia se respiraba por
todas partes. Era como estar en mi propia casa, y allí dentro me sentí mucho
mejor. A salvo.
La mujer
estaba en la sala, tumbada cómodamente en un sofá, aún inconsciente. Aproveché
para echar un rápido vistazo a mi alrededor. Aunque por fuera parecía una
cabaña rústica, y hasta quizás algo descuidada y anodina para no resaltar, dentro
había muebles confortables y mucho más modernos que los que estaba acostumbrada
a usar. Todo estaba limpio y ordenado. Las paredes eran de madera, lo que
continuaba con el estilo de montaña; había diversos adornos y aparatos, y también
un televisor. Siempre había querido ver uno, porque en mi mundo, las altas
tecnologías del mundo humano no eran bienvenidas. Las brujas no existíamos para
tener una vida ociosa, sino para trabajar muy duro para preservar a la
Humanidad, para mantener el equilibrio natural entre la vida y la muerte, entre
el bien y el mal.
Si bien era
cierto que mi entretenimiento podía esperar hasta finalizar mi trabajo en este
Plano, tal vez en otro momento, podría utilizar esos aparatos de los que tanto había
oído hablar. En cierto modo, conocía bien este mundo; pero un libro, o las
enseñanzas de otros brujos, no eran lo mismo que ver por mí misma todas las
cosas que había por descubrir. Esperaba que no todo fuera como un rato antes, y
tuviera ocasión de disfrutar mi paso por la Tierra.
No sabía por
qué razón dudaba de que todo fuera a ser tranquilo, ya que no era paz lo que se
respiraba fuera de las paredes de esta casa.
Eché una
rápida mirada a la cocina pero sin llegar a entrar. No era muy grande, era
blanca, brillante, y muy moderna. Me pregunté si sabría cocinar en ella. Había
más aparatos electrónicos plateados que jamás había usado, y a pesar de haber
estudiado todo sobre ellos, me abrumaba el hecho de tener que utilizarlos.
Suponía que con el tiempo me habituaría a vivir rodeada de todas estas
modernidades, pero por otro lado, la vida sencilla de mi verdadero hogar, era
más reconfortante que todos estos resplandecientes lujos. Prefería la
naturaleza a las altas tecnologías.
Tenía
mejores cosas que hacer que investigar cada rincón de la impoluta casa, así que
subí a la planta de arriba, donde supuse que estaba el dormitorio, y abrí un
enorme armario. Todos los muebles más grandes eran de color blanco y de buena
calidad, y me pregunté si sería para contrarrestar el color más oscuro de la
madera de toda la casa. Era un buen contraste, y resultaba más espaciosa; parecía
tener todo cuanto iba a necesitar, e incluso más.
Había un
montón de ropa y complementos, y no sabía por dónde empezar. Jamás había
llevado nada igual. Pantalones y blusas, cinturones, bolsos, zapatos y también
algunos colgantes. Al menos estos eran útiles, pensé, ya que portaban piedras y
símbolos de poder y protección. Suerte que la ropa era algo conservadora, no me
veía capaz de mostrar más piel que tela.
Hice un poco
de memoria sobre lo aprendido y como pude, me vestí con las ropas que había
allí para mí. Pasar por una humana corriente era algo que debía ser capaz de
hacer con cierta facilidad. No podía llevar los vestidos y las capas que
acostumbraba en el Reino de la Magia, o los humanos creerían que iba disfraza,
o que estaba loca. Muchas brujas me contaron cantidad de anécdotas sobre ello;
algunas más divertidas que otras según el siglo en el que viajaron. Este
proceso era más difícil de lo que imaginaba.
Con un
aspecto distinto, sintiéndome un tanto extraña porque no me veía yo misma con
esa moderna ropa interior, vaqueros, camiseta y unas zapatillas, me recogí el
pelo con una goma elástica que encontré en una bolsa con objetos para el aseo, y
bajé a ver cómo se encontraba la mujer.
Para mi
sorpresa, estaba sentada y algo asustada.
—Hola, me llamo
Alyssa —saludé despacio cuando bajé el último escalón, componiendo una amable
sonrisa. No quería que saliera corriendo.
Me miró y,
aunque se la veía confusa, pareció relajarse un poco al ver que no estaba allí
sola.
—¿Qué estoy
haciendo aquí? ¿Dónde estamos? —inquirió con un tono nervioso.
—Tranquila,
ahora estás a salvo —aseguré—. ¿Recuerdas algo de esta noche?
La mujer
miró hacia abajo y pude comprobar que las lágrimas mojaban sus manos en su
regazo. No sabía qué hacer, pero me pareció que sentarme a su lado y ofrecerle
consuelo era lo más apropiado, aunque yo fuera una total desconocida para ella.
Cuando creía
que no respondería, me miró a los ojos y habló con voz apagada.
—Lo recuerdo
todo —dijo con voz quebrada.
Sus
emociones eran fuertes y tortuosas, casi me dejaban sin aliento por el tremendo
dolor que encerraban. Era sobrecogedor.
—No hace
falta que hables de ello ahora, puedes hacerlo cuando descanses —sugerí.
—Dudo que
pueda hacerlo alguna vez. Mi marido ha estado a punto de matarme, y no sé porqué
él creía que le era infiel. Creo que…
Detuvo su
pausado relato y me miró confusa. Movió el brazo que le habían herido y supe lo
que estaría pensando: ¿cómo era posible que estuviera sanado por completo y no
hubiera muerto desangrada?
Conseguí
curarla aunque no tuve tiempo de hacer desaparecer la sangre o el agujero que
hizo en la ropa el arma de su marido. Demasiadas preguntas y dudas rondaban su azorada
mente. No sabía qué hacer con ella. Traté de entrar en su cabeza y procurar que
se calmara, pero pronto vi que estaba protegida por algo, como un muro
invisible que me impedía modificar sus recuerdos. Era extraño y muy poco
habitual en humanos según tenía entendido.
La mujer
saltó hacia atrás, se levantó alejándose de mí con una expresión de terror.
Ahora estaba
confusa también por su reacción.
—¡Tú! ¿Qué
estás haciendo? ¡Eres igual que esos seres espeluznantes que intentaron
controlar mi mente! —gritó con desesperación.
Abrí mucho
los ojos con sorpresa.
—Claro que
no, tranquilízate y te lo explicaré todo —dije con suavidad.
Ella no
tenía ánimos para seguir allí conmigo, lo vi en su mirada. Se giró hacia la
puerta e intentó abrirla. Tuve que hacer un conjuro para mantenerla cerrada,
porque no podía permitir que saliera de la casa y fuera contando lo que había
pasado. Aunque en pocas horas sería de día, según pude presentir, eso no
impediría que alguien la siguiera, si es que aún merodeaban por las cercanías.
Como había vampiros metidos en este asunto, no correría el riesgo. Fui tras
ella.
—Por favor,
no tengas miedo de mí, no voy a hacerte daño —expliqué con las manos en alto
para que viera que yo no llevaba armas de ningún tipo.
—Sé que tú
tampoco eres humana del todo, puedo verlo, así que no tengo razón para creerte
—musitó ella sin dejar de llorar.
Estaba
aterrada y no sabía cómo lograr serenarla. Medité sus palabras un instante. A
pesar de que era humana, había algo en su interior que la hacía especial, pero
como no estaba completamente desarrollado, no podía saber con certeza de qué se
trataba.
—Bueno, tal
vez tienes razón, pero si fuera como esos seres, ¿por qué iba a curarte el
brazo? —pregunté con cautela.
Pensó mis
palabras, comprendiendo la lógica de estas. Parecía solo un poco más dispuesta
a escuchar, pero su cuerpo aún me indicaba la tensión que experimentaba.
—Bien, te
doy las gracias —dijo con dificultad—. Pero eso no implica que confíe en ti.
Últimamente nadie puede fiarse de nadie.
Decía eso
por una muy buena razón que analizaría más tarde. Ahora tenía otro asunto que
tratar.
—No te pido
que confíes en mí de forma ciega. Comprendo que creerme es difícil para ti,
pero esta casa es un lugar seguro para que nadie pueda hacerte daño —expliqué
con seria tranquilidad—. Solo espero que entiendas que después de salvarte la
vida, no tengo intención de dejarte ir sin más en mitad de la noche. Me
gustaría que me explicaras qué ha ocurrido, por favor.
Hice un
gesto para invitarla a sentarse, y al cabo de unos segundos, pareció
resignarse. No se sentó a mi lado, pero ocupó un sillón justo enfrente.
—Sé que
sonará a locura, y en cierto modo creo que lo estoy desde siempre, pero… hay
seres horribles en esta ciudad. Por todas partes —terminó con un sollozo. Más
lágrimas mojaron sus mejillas.
Le tendí un
pañuelo de tela y ella se sorprendió al verlo aparecer de la nada en mi mano.
—Eres una
bruja —dijo tras suspirar—, así que supongo que has venido a convencerme para
que vaya con vosotros. Otra vez —murmuró con abatimiento.
Me sentí más
desconcertada que nunca en ese instante. ¿Había más brujas vivas en este Plano?
Eso era muy mala señal, porque aquellas que no regresaban, solo tenían dos
motivos para no hacerlo: habían muerto, lo cual era una gran tragedia, o habían
sucumbido a la magia oscura, lo que era mucho peor.
Traté de
hablar con tranquilidad; tarea nada fácil.
—No sé cómo
puedes saberlo y tomarlo con esa tranquilidad —medité confusa—, pero te aseguro
que no tengo nada que ver con otras brujas. Acabo de llegar y… bueno, solo
puedo decirte que no es bueno que haya más como yo en este Plano.
Soltó una sonrisa
carente de alegría.
—Estoy
segura de que no eres como ellos —sentenció con timidez—, pero no puedo
escapar, al final siempre dan conmigo —explicó con tristeza—. O ellos, o esos
siniestros vampiros de película de terror.
—Vampiros.
Solté la
palabra como quien suelta una maldición. La mujer me miró sin comprender.
Estaba claro que no era una humana común y corriente, porque de ser así,
estaría aterrorizada, más aún en todo caso, y no se lo tomaría como algo que
simplemente existía en este mundo. Y si estos no le habían podido borrar sus
recuerdos para mantener su existencia en secreto, era aún más sospechoso. No
sabía a qué atenerme.
Tal vez por
eso querían acabar con ella. Claro que podían simplemente haberla atacado ellos
mismos. La implicación de brujas en todo el asunto, me daba mala espina.
—¿Acaso no
crees en ellos? Pues te aseguro que son reales —expuso.
Antes de que
terminara de hablar, me levanté, y empecé a dar vueltas, intentando controlar mi
temperamento para que la naturaleza no pagara mi frustración y miedo. Una
tormenta eléctrica de gran calibre no era un buen modo de desfogarse. Respiré
hondo varias veces, intentando serenarme mientras mi mente vagaba sin rumbo, en
busca de una explicación.
Allí ocurría
algo extraño que no lograba comprender del todo. Sentía que había algo clave
que descifrar, pero no lograba ver el qué.
—¿Me estás
diciendo que brujas y vampiros andan trabajando juntos para que tú vayas con
ellos? ¿Por qué? Y, ¿puedo saber quién eres, o qué eres tú? —pregunté alterada,
aunque manteniendo un tono de voz neutro y en apariencia calmado, nada que ver
con mi alterado estado interior.
—Soy Noemí
Crespo. No soy más que una mujer normal de treinta años que trabaja en un bar
de carretera. Crecí aquí y jamás he salido del país…
—Y estamos
en… —interrumpí.
—Lisboa
—dijo ella con el ceño fruncido.
Comprendía
su confusión, claro. Se suponía que yo debería saber dónde estaba, pero no era
así.
—Si sabes
que soy una bruja —comencé con cautela—, imagino que sabrás que nosotros no
vivimos en el Plano de los humanos. Acabo de llegar y no sabía muy bien dónde
había acabado después de cruzar el Portal desde mi hogar.
Noemí se
quedó con la boca abierta al oír mi breve explicación. Esa sí era una reacción
normal en un ser humano, y no esa macabra aceptación que implicaba que ella
conocía la existencia de vampiros, brujas, y probablemente, también otros seres
que merodeaban entre los humanos durante los últimos siglos.
—¿Estás
bien?
—Sí, es solo
que —agitó la cabeza como si quisiera salir de su estupor— he leído muchos
libros sobre magia y ocultismo, y… lo siento; las brujas con las que he hablado
hasta ahora eran unas verdaderas arpías manipuladoras. Muy siniestras —terminó
diciendo.
Estaba claro
que aún no se fiaba de mí, pero se la veía algo más tranquila, por lo que
deduje que no me consideraba una amenaza. Estaba completamente intrigada por su
compleja mente, y por esa fuerza que la envolvía. Me inquietaba el don que
creía que poseía.
—Me gustaría
saber qué pueden querer de ti. Las brujas que no vuelven a nuestro mundo,
suelen quedarse por razones poco… agradables.
Era muy
consciente de que eso era solo un eufemismo, pero no podía contarle toda la
verdad; ya le habían hecho bastante daño, y no deseaba asustarla más aún.
—Solo puedo
decirte que sus almas son tan oscuras como sus pretensiones —explicó insegura.
—Deberías
alejarte de ellas —la advertí.
—Eso pretendía
—soltó con un bajo tono desesperado—. Ya habían intentado manipular mi mente,
pero por alguna razón, ni las brujas ni los vampiros pudieron hacerlo. No quise
ir con ellos, porque leer las almas de los vivos o los muertos es agotador, desagradable,
y algo que siempre he detestado —suspiró hondo varias veces antes de continuar—.
Sentía en mi interior que su afán porque trabajara para ellos, no tenía nada
que ver con una actitud altruista —explicó cabizbaja —. Y no me equivocaba.
—¿A qué te refieres?
Casi me daba
miedo saber la respuesta.
—Creo que
ellos manipularon a Javier, mi marido. No existe otro modo para que actuara así
—dijo pensativa. De repente se dio cuenta de algo, y mucho me temía que había
llegado el momento de dar explicaciones muy dolorosas sobre lo ocurrido antes—.
Por cierto, ¿dónde está? ¿Se marchó del bosque cuando me hirió?
—Lo siento,
yo… intenté pararle, pero quiso matarme con esa arma y al defenderme… el
proyectil le dio a él. Cuando llegaron los vampiros, me impidieron ir a
socorrerle —musité despacio, sintiéndome muy culpable por lo sucedido. Si bien
no había sido yo la que puso todo en marcha, mis manos estaban manchadas con su
sangre—. Uno de los vampiros también murió.
Podía ver la
lucha interior que mantenía Noemí. No podía culparla, tenía todo el derecho del
mundo a odiarme, porque ese tal Javier era lo único que tenía; pude verlo en su
mente. Solo sentía un profundo dolor por su pérdida. Fue como un puñetazo en mi
estómago.
—Todos ellos
me advirtieron que mi vida acabaría mal si no aceptaba. Intenté protegernos de
algún modo, pero leer hechizos de un libro antiguo no parecía un modo muy
fiable de conseguirlo —dijo ligeramente avergonzada. Más lágrimas bañaban su
dulce rostro.
Comprendí
que hubiera querido usar la magia para protegerse. Cualquiera lo haría, porque
era algo muy seductor para los humanos. Por supuesto lo único que podía hacer
que los hechizos funcionaran, era que un mortal lograra extraer algo de magia
por métodos poco recomendables: la sangre de una verdadera bruja.
—Sin el don
de la magia, los hechizos no son más que palabras. Es un modo de evitar que se
utilicen con fines egoístas. La magia siempre tiene un precio, sobre todo si es
oscura. Puede ser muy peligrosa en las manos equivocadas —le expliqué. Ella
asintió despacio; parecía saber muchas cosas, y eso me inquietaba de algún modo.
Me levanté y
di unos pasos hacia Noemí.
Le tendí las
manos y ella, aunque algo reticente, las aceptó, puso las suyas sobre las mías
y hubo entonces una conexión que jamás había sentido antes. El destino tenía
mucho que ver con nuestro encuentro, aunque no podía establecer aún el motivo.
Cuando una bruja seguía el camino para el que había sido llamada, notaba como
si las piezas de su vida fueran encajando, como un engranaje perfectamente
confeccionado que empezara a tomar forma. Suponía que yo lo sentía con mucha
fuerza porque había sido llamada por la mismísima Diosa del Destino para hacer
una tarea que ella consideraba sagrada. A pesar de todo, seguía sin saber cómo
lograría salvar a mis hermanos los brujos, o a todos los humanos. Estaba claro
que fuerzas oscuras estaban alineadas para destrozar esta tierra, y si había
más de una bruja detrás de esto, debían de ser muy poderosas, ya que la unión
entre ellas las hacía casi invencibles.
Eso me daba
auténtico pavor.
Abrí los
ojos y vi que Noemí me miraba muy sorprendida, pero no asustada.
—¿Has
sentido eso? —inquirió con un hilo de voz.
—Sí, yo… es
algo poco usual, y aunque te parezca extraño lo que voy a decirte, creo que
nuestros destinos están enlazados de alguna manera —le dije con suavidad.
—Es una
locura —dijo sin más. Se separó de mí y se abrazó a sí misma—. Sé que tienes
razón —añadió para mi asombro—. Siempre he pensado que estaba maldita de algún
modo, que era un bicho raro, porque de pequeña tuve un sueño extrañísimo y justo
después de eso, empecé a ver cosas que un ser humano corriente no debería poder
ver. Tenía la capacidad de saber cómo eran las personas por dentro —dijo al
final tras una pequeña pausa.
La escuché
atentamente, empezando a entender que aquella joven no se sorprendiera tan
fácilmente, porque había llevado una vida bastante complicada desde hacía años.
En cierto
modo la compadecía. Yo también había sido instruida en el mundo de la magia
desde niña, pero esa era mi vida. Había nacido para eso, sin embargo, algo, o
alguien, había llevado a Noemí por un camino que tal vez no era el suyo. No a
menos que una Diosa hubiera intervenido en su destino de algún modo. Solo podía
ser eso, deduje. Conocía a algunos brujos que afirmaban que los Dioses rara vez
otorgaban sus dones a los humanos; no a menos que estos fueran especiales por
algún motivo.
—¿Puedes
hablarme de tu sueño? Por muy extraño que fuera, necesito saberlo para poder
comprobar algo.
—En realidad
no es tan complejo, solo raro…
Se mostró
pensativa un instante y al final me miró a los ojos, y algo pareció encajar en
sus pensamientos y recuerdos más profundos.
—Se hizo
llamar Diosa del Destino. Me ofreció su mano y yo la acepté sin dudarlo. Dijo
que a partir de entonces podría protegerme del mal, porque sería capaz de
verlo, y que llegaría un día en que me cruzaría con un alma pura como la mía,
para ayudarla en su misión de proteger al mundo.
—Por todos
los Dioses.
—Hacía mucho
que no pensaba en ello. Desde que perdí a mis padres por aquel horrible
episodio de mi infancia… creo que olvidé aquel sueño. Hasta ahora.
—Ya veo.
Y en
realidad sí que lo veía. La Diosa del Destino había intervenido en montones de
vidas para que yo pudiera llevar a cabo mi cometido. Me pregunté si valdría la
pena todo lo que había pasado hasta mi llegada, y lo que estaba por suceder,
para lograr salvar a todos los mundos, del mal que se alzaba con ferocidad en
nuestra contra.
¿Y si no lo
lograba?
Todas esas
vidas se habrían visto truncadas para nada. Casi me hizo llorar el pensar a esa
conclusión.
—Se refería
a ti, ¿verdad?
—Sí.
No podía
decirle nada más por ahora. Yo también necesitaba tiempo para meditar todo lo
que estaba pasando.
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