Espero que os gusten las novelas victorianas, y que disfrutéis de este avance gratuito.
Aquí podéis leer el primer capítulo.
Capítulo 2
Londres, 1839
La reina Victoria había sido
coronada un año antes y el mundo entero parecía estar cambiando. Sin duda era
una soberana tremendamente popular, sin embargo, como era habitual en la corte,
su nuevo reinado no estaba exento de intrigas, rumores, y tensiones entre los
partidos políticos que tenían poder en aquel momento en el país.
Helen, que no era ajena a la vida
en la ciudad, pese a que le gustaba pasar el máximo tiempo posible en el campo,
tenía prevista su presentación en sociedad antes de casarse, algo que ocurriría
tras unos meses a la corte. Era, sin duda, algo innecesario a su modo de ver,
ya que ella no se encontraba disponible para el mercado matrimonial. Aunque por
otro lado, no le desagradaba la cantidad de cenas elegantes, bailes, y diferentes
diversiones como el teatro y la ópera a las que asistiría; siempre acompañada
de sus doncellas personales, su dama de compañía, su padre y lady Viviane
Jenkins, la duquesa de Winesburg.
Con dieciocho años, había llegado
el momento que había esperado toda su vida: casarse con lord Richard Jenkins, marqués,
y futuro heredero del ducado de Winesburg.
Ahora podría pasar más tiempo con
Richard y estrechar lazos antes de matrimonio, aunque siempre bajo la estricta
supervisión de sus carabinas. Qué remedio, pensó Helen con abatimiento. Hasta
el momento, apenas habían pasado un instante relajados para tener una
conversación que le permitiera hacerse una idea de cómo era él en realidad,
pero eso era lo habitual. Entre los rigurosos estudios de Richard para su
futuro cargo como heredero del ducado, y la preparación de Helen para el suyo
como duquesa, apenas habían compartido más que unas pocas cenas a lo largo de
la temporada de invierno en los últimos años. Sus hogares no quedaban lejos,
pero el mal tiempo en el campo, dificultaba el poder viajar con demasiada
frecuencia. En Londres, además, las reglas eran mucho más estrictas, de modo
que bajo la atenta mirada de la alta sociedad, uno no podía dejar de medir cada
gesto o pequeña actuación, porque todo sería observado bajo la más escrupulosa
y rigurosa atención.
Con quien sí había tenido un
trato más directo y cordial era con la duquesa. A menudo la invitaba a tomar el
té para charlar con ella y así, presentarle a sus amistades, que eran las damas
más prominentes del país. La aconsejaba y la instruía para su porvenir porque,
al no tener a su madre para dicha tarea, y habiendo sido Viviane, amiga de la
condesa en el pasado, esta sentía el deber de ceder todos sus conocimientos
para la vida que llevaría dentro de unos pocos meses, a la que pronto sería su
nuera.
La duquesa acompañó, junto con
las damas de compañía de ambas, a elegir el guardarropa para la temporada.
Helen no lo había pasado tan bien en toda su vida. Viviane era seria, estricta
y firme, pero también era atenta y amable con ella. Solía hablarle de su madre
y, en la intimidad, como había mostrado que había confianza entre ellas,
también respondía, sin faltar a las reglas del decoro, a las preguntas de la
joven sobre sus obligaciones cuando esta contrajera matrimonio con Richard.
Si bien había oído hablar a sus
doncellas sobre lo que ocurría en la intimidad entre hombres y mujeres, no
sabía qué esperar realmente en su noche de bodas. La duquesa fue aún menos
clara al respecto, puesto que hablaba en círculos sobre el tema y tan solo pudo
entender que debía dejar que su marido la encontrara disponible por la noche
para que pudiera haber un hijo en el futuro. Un heredero y su propia familia,
pensó Helen con entusiasmo, dejando de lado el otro asunto, ya que lo que
realmente deseaba era verse casada con Richard y con una gran familia a la que
atender. Toda su vida se había estado preparando para ello, no se lo imaginaba
de otro modo.
Por otro lado, durante las
últimas semanas, no le había resultado sencillo oír hablar sobre su madre en pasado,
pues aunque no la hubiera conocido, no podía evitar añorarla cada vez más. Sobre
todo en este momento de su vida; claro que era un enorme consuelo saber que la
duquesa ocupaba con gusto ese lugar, aunque nunca pudiera reemplazarla. Su
austeridad exterior contrastaba con el trato que recibía de ella cuando estaban
a solas, ya que la trataba con cierta familiaridad al considerarla un partido
excelente para su hijo, así como una mujer hermosa por dentro y por fuera. Como
Viviane no había tenido hijas, sino dos varones, Helen a menudo imaginaba que
ella ocupaba ese lugar en el corazón de la duquesa, y eso la hacía feliz. Tenía
claro que haría lo posible por honrar su posición en la familia Winesburg.
Esperaba, al menos, llevar el título de duquesa con la misma dignidad y
sobriedad que la actual.
La temporada había dado comienzo
con una esplendorosa estela de lujo, elegancia, nuevas modas a la hora de
vestir, y diversión en cada una de las actividades que las grandes familias
gozaban en estas fechas. Helen estaba disfrutando al máximo conociendo a
personas nuevas y con la agradable compañía de su amado. Aunque este tenía
compromisos a menudo, lo que le impedían acompañarla a cada evento al que
aceptaban ir junto con su padre y los duques, cuando lograban tener tiempo para
estar juntos, se dejaban ver paseando por Hyde Park, en la ópera, o en otras
actividades propias de la temporada. Helen, por su parte, ocupaba la mayor
parte de su tiempo acompañando a su futura suegra en sus compromisos sociales,
como ir a tomar el té con las damas distinguidas, visitando las tiendas más
recomendadas para comprar lo que aún faltaba para la boda y paseando por Rotten
Row.
Estaba siendo la época más
brillante y feliz de su vida. Tener a su lado a su hermano −que había vuelto recientemente
de la universidad−, y a su padre, casi compensaba la ausencia más notable en su
vida en esos momentos tan importantes: su madre. Se preguntaba si ella le daría
algún consejo para su futuro más inmediato, porque a menudo los necesitaba y no
podía contar con la sabiduría de ninguna otra persona. Sobre todo, cuando un
día por casualidad, oyó la conversación entre dos doncellas de casa de la
familia Jenkins. Desde luego había ciertos asuntos que no podía tratar con la
duquesa, ni con nadie más, por mucha confianza que hubiera entre ellas.
Cuando Helen quiso salir a los
jardines una mañana soleada, algo la detuvo; oyó dos voces femeninas en un
pasillo contiguo, cerca del acceso a las cocinas. No tenía por costumbre
escuchar conversaciones ajenas, pero creyó que alguien pronunció el nombre de
Richard, y no pudo evitar poner toda su atención. Su cuerpo tembló de
expectación y su corazón latió a toda prisa.
—Dentro de unos meses las cosas
cambiarán en esta casa. No puedes seguir así o te descubrirán —dijo una de
ellas con voz débil y preocupada.
—No lo creo posible. Ha dicho que
me conseguirá una casa y podré dejar el servicio aquí —declaró una segunda voz
mucho más prepotente y altiva.
—Esto no está bien, ¿no sientes
lástima por lady Helen? —murmuró la primera.
Al oír su nombre en boca de
alguien del servicio, algo la hizo poner aún más interés en la conversación que
tenía lugar, ajena a su presencia. Parecía que no podía moverse de allí, aunque
algo en su interior le decía que más tarde, lo lamentaría.
—¿Lástima de una chica tonta que
acabará siendo duquesa algún día? —inquirió con voz burlona—. Lo siento pero
no. No siento pena por ella.
—Si la señora Jones llegara a
enterarse, te expulsaría de inmediato —manifestó quejumbrosa.
—No le dirás nada, ¿verdad?
—preguntó, ahora con voz vacilante—. No puedes hacerme eso.
—No te preocupes, no diré nada
—aseguró la primera—. Pero no me parece bien lo que haces, también debo
confesártelo.
—Eres muy inocente —se burló.
—Lo soy porque aún no estoy
casada —replicó a la defensiva.
—Bueno, yo lo estaré algún día,
pero aún no. Puedo divertirme con un aristócrata mientras llega ese momento —declaró.
La primera chica que, por su voz,
parecía más joven e inexperta, suspiró de manera audible.
—Tú sabrás lo que haces —dijo en
voz baja—. Pero al menos mientras estés aquí, procura no acercarte al marqués.
Y mucho menos mientras milady esté en casa. Es peligroso —le advirtió con
pesar.
Las siguientes palabras se
perdieron en el viento.
Helen se había dejado caer contra
la puerta que daba al exterior que estaba abierta, por lo que podría verla
cualquiera, pero no se encontraba capaz de caminar, ya que casi no sentía las
piernas apoyadas contra el suelo. Tenía ambas manos sobre su pecho, como si con
ese gesto pudiera calmar los latidos apresurados de su corazón y la terrible
sensación que se había apoderado de todo su ser.
Su mundo entero parecía
derrumbarse bajo sus pies y encima se burlaba de ella en el proceso.
¿Acaso sería cierto que Richard era
capaz de tener una amante en la casa de sus padres, donde ella pasaba gran
parte de sus días?
Le costaba imaginar que fuera
capaz de un acto tan atroz, pero las pruebas le indicaban lo contrario. No
creía que alguien pudiera hacer alusión a algo semejante si no fuera cierto.
Cerró los ojos con fuerza,
tratando de respirar con normalidad. No deseaba que nadie presenciara ese
momento tan bochornoso de su existencia.
¿Qué podía hacer? ¿Hablarlo, o
callarlo? No sabía si podría volver a mirar su rostro como hasta ese momento, como
si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, tampoco podía enfrentarse a él y romper
el compromiso. Su padre quedaría muy decepcionado, y sería un escándalo
terrible que le afectaría a ella y a ambas familias. Sobre todo a ella, que sintiéndose
impotente, quedaría como una paria social frente a todo el mundo, lo cual era
injusto, pensó con resentimiento y pesar en su corazón.
Tampoco podía pedirle consejo a
la duquesa; era su hijo al fin y al cabo. Ninguna madre desearía oír que su
hijo era un caballero poco honorable, incapaz de ser fiel a una dama que pronto
se convertiría en su esposa.
Sus doncellas algunas veces le
habían contado que era normal que los jóvenes frecuentaran burdeles y lugares
igualmente indeseables para tener relaciones con mujeres, pero Helen, tras la
sorpresa inicial que le produjo ese dato, no había reparado en ello hasta ahora,
pues era poco interesante, ya que no implicaba a nadie cercano. Al menos hasta
ahora, que era cuando ella iba a contraer matrimonio con uno de esos jóvenes
con la mentalidad demasiado abierta. No podía creer que le estuviera sucediendo
esto a ella.
Respiró hondo, aunque esto le
resultaba una ardua tarea. No podía pensar en todo eso ahora, se dijo. No
cuando iba a tomar el té con Viviane en unos minutos, pensó con consternación
mientras caminaba hacia la casa tras haber salido al jardín.
—¿Milady? ¿Se encuentra bien?
Helen se sobresaltó al oír la voz
de una mujer.
Para su consuelo, se trataba del
ama de llaves, precisamente la mujer a la que temían las doncellas si esa
información llegara a sus oídos. Claro que no sería Helen la que difundiría la
noticia de que su futuro marido iba con otras mujeres mientras su dulce esposa aguardaba
la noche de bodas y guardaba su virtud intacta hasta entonces.
—Estoy bien, señora Jones
—mintió—. Me he sentido mal por un momento pero ya estoy mejor.
Esta la miró con dulzura, pues le
había tomado afecto desde que la conoció hacía algunos años. Siempre le pareció
una muchacha sensata y dulce; pese a ser hija de un conde, era amable con todo
el mundo, una cualidad poco común entre los miembros de la aristocracia. Claro
que en casa de la duquesa no había nadie que tratara con despotismo al
servicio. Nunca. Pero siempre era bueno saber que alguien nuevo en la familia
era también una persona decente y digna del respeto de todos.
—De acuerdo —convino, no muy
satisfecha con su respuesta. Intuía que algo le sucedía, pero no tenía la
confianza suficiente como para preguntarle directamente—. El té se servirá en
el salón de la duquesa en diez minutos. Pronto llegarán las invitadas —informó.
—¿Lady Madison Tyler y lady
Mapplethorpe confirmaron su visita? —preguntó Helen con interés. Viviane había
estado ocupada y no le había comentado nada al respecto cuando llegó. No sabía
quién más asistiría esa tarde al té que había preparado la duquesa.
—La vizcondesa se ausentará
porque tiene otro compromiso, pero Lady Madison Tyler no tardará en llegar. Es
una joven muy puntual —añadió en voz baja con gesto conspirador.
—Es cierto —convino ella con una
sonrisa—. Tiene un carácter muy agradable. En poco tiempo he llegado a
apreciarla como amiga.
—Hace bien —dijo con una amplia
sonrisa aprobatoria—. Además, tengo entendido que pronto se hará público su
compromiso, estoy segura de que le irá muy bien.
—Eso espero. De lo contrario, el
conde St. Martin no tendría ni idea del gran partido que deja escapar —comentó
Helen en voz baja.
—No se preocupe, eso no ocurrirá
—declaró con seguridad.
Compartieron una sonrisa de
complicidad y Helen agradeció a la señora Jones su conversación. Siempre le
alegraba el día con los comentarios más inesperados. Casi había olvidado el
asunto que la tenía tan perturbada los últimos días, hasta que al entrar en la
vivienda e ir hacia la escalera para reunirse con las otras damas en el salón
de Viviane, se topó con su prometido. Iba tan guapo como siempre. Llevaba un
traje sencillo de diario y su cabello rubio cayendo con desenfado por su frente
con algunos mechones rebeldes. A veces le decía que quería dejárselo largo para
recogerlo en la nuca y ella pensaba que sería un rasgo muy atractivo, aunque no
le hiciera falta. Su dorada melena, sus ojos azules y porte elegante y fuerte,
era un afrodisíaco para la vista y los sentidos. A Helen no le extrañaba cuando
atraía todas las miradas allá adonde fueran. Pero ahora que sabía que otra
mujer gozaba de lo que a ella le pertenecía, simplemente le producía un mal
sabor de boca imposible de ignorar. Claro que su bello y aristocrático rostro
perfecto, hacía que sus pensamientos se difuminaran en su mente como si de una
poderosa magia se tratara.
No podía evitarlo, siempre caía
rendida cuando estaba ante su presencia.
Richard le dirigió una sonrisa
resplandeciente y Helen se derritió. Ahora mismo no sabía si ese efecto
demoledor que tenía sobre ella le gustaba o, por el contrario, la hacía
encolerizarse.
Probablemente ambas cosas, se
dijo interiormente.
Trató de actuar con normalidad,
puesto que sabía que su dama de compañía, la señorita April Johnson, estaría al
acecho, como le gustaba advertirla para que no fuera a cometer ningún desliz, a
pesar de que faltaban pocos meses para la boda.
Claro que Helen tampoco quería
dar pie a habladurías, y menos ahora, que sabía que las ocultas actividades de
su futuro marido eran algo indeseables. No se imaginaba dejándose llevar por
sus pasiones, al menos hasta que no tuviera más remedio que hacerlo como esposa,
claro está. Durante todo su noviazgo −que había sido largo−, no se había
sentido como en este momento, teniéndole presente: con ganas de librarse de su
atadura con él.
Por supuesto se trataba de un
hecho del todo imposible. Pero… ¿cómo ignorar sin más lo que sabía de él? Cada
vez que pasaba por su mente, se sentía peor, pero sabía que debía guardarse sus
opiniones para ella. Fingir era lo único que podía hacer, de modo que suspiró y
se preparó para su saludo de cortesía.
Helen llevaba un vestido azul
claro a juego con sus ojos, algo vaporoso, de seda y encajes; llevaba el pelo
recogido, dejando varios tirabuzones sueltos que le daban un aspecto adorable.
Se alegraba de haberse arreglado a conciencia ese día, aunque no sabía si se
encontraría con Richard, ya que estaba muy ocupado tratando ciertos asuntos con
su padre. Sin embargo, April ya le había advertido de la importancia de estar
perfecta en presencia de un esposo, por lo que siempre que Helen iba a casa de
los Jenkins, ponía especial atención a cualquier detalle. Si bien en su
interior no se sentía del todo bien, el exterior no mostraba nada que no fuera
su pura belleza.
Algo que al parecer, no había
pasado desapercibido para Richard, que la admiraba desde la cabeza hasta los
pies. Un gesto algo insolente, pensó Helen, pero común en él desde que le
conocía. Aunque su vestido era más bien sencillo, apropiado para quedarse en
casa durante la tarde, con su belleza natural y un toque de perfume de lavanda,
hacía que resultara tentadora. A Helen no le desagradaba eso, sino al
contrario; siempre deseaba ser el centro de atención para su amado; por mucho
que desde hacía varios días, deseara casi lo contrario.
—Lady Helen —susurró él con voz
ronca—, tan hermosa como siempre.
Besó su mano enguantada y un
cosquilleo le atravesó desde la mano hacia el resto de su cuerpo. Evitó soltar
un gran suspiro de placer ante su galantería. Se recordó que una dama de buena
familia jamás debía mostrar abiertamente sus sentimientos.
—Lord Thorne —saludó con
formalidad inclinando la cabeza.
Richard le sonrió con picardía
porque, aunque faltaba poco tiempo para que fueran marido y mujer, ella aún
tenía que usar su título de marqués para dirigirse a él, al menos mientras
estuvieran en público −lo que era continuamente−; si no con sus carabinas, era con
algún miembro de sus familias. Ese, además, era el mismo título que sustentaría
ella hasta que Richard heredara el título de duque cuando su padre ya no
estuviera.
—Pronto ese también será tu
nombre —dijo con descaro, acercándose a ella de manera peligrosa.
Cuando veía que no había nadie
alrededor, solía ponerse cariñoso con ella, lo que hasta el momento le había
agradado, a pesar de tener que mostrarse tímida por las apariencias. En ese
momento, sin embargo, se encontraba poco dispuesta a dejarse llevar por el encaprichamiento
que sentía por su futuro marido. Aunque le resultaba difícil, trató de
recomponerse y mostrarse fría e inaccesible, o al menos lo intentaba.
—Nada me complace más —declaró
ella sin saber qué más decir.
—Nada hasta… el día de nuestra
boda —añadió Richard con un tono seductor.
Helen se sonrojó cuando dedujo lo
que él pretendía decir con aquel comentario. Sin poder evitarlo, soltó una risa
ahogada ante la sorpresa. Pocas veces se había mostrado tan atrevido con ella y
aún no sabía bien cómo reaccionar cuando se le insinuaba de aquella manera. Se
suponía que una mujer tenía que ser recatada, tímida, callada y poco inclinada
a mostrar cualquier sentimiento intenso −incluso con su marido−, pero claro, lo
que Helen sentía, teniendo a Richard frente a ella, era algo casi imposible de
ocultar.
Era tan apuesto, que a menudo se sentía
embelesaba con su mirada y cualquier gesto de complicidad que tuviera con ella.
En ese momento, y para gran
alivio de Helen, apareció el mayordomo seguido por la duquesa, que al parecer,
había oído la última frase de su hijo.
—¿Qué hablabas de la boda,
querido?
—Nada, madre —le aseguró con una
leve sonrisa antes de besar su mejilla y despedirse de ambas para hacer unos
recados.
Helen miró con gesto ausente el
lugar por el que se había marchado su prometido. El recibidor quedó desierto
entonces y oyó un golpe seco cuando la puerta principal se cerró.
—Lady Helen, venía a buscarla
—dijo la duquesa amablemente—. Lady Madison Tyler vendrá enseguida. ¿Subimos a
tomar el té?
La tomó del brazo sin dejarla
responder y caminó con ella hasta la primera planta de la vivienda. Llegaron al
salón privado de la duquesa y aguardaron la llegada de su invitada. April entró
a los pocos segundos y no mucho después apareció Madison Tyler, que tras
saludar con alegría, ocupó su lugar para tomar el té.
Era un momento del día que Helen adoraba,
porque estaba en buena compañía, y las charlas eran amenas y entretenidas. Sin
embargo, durante los últimos días, Helen tenía la cabeza en otro lugar muy lejos
de allí.
¿Qué sería de ella en un
matrimonio cargado de secretos y engaños?
Encontraréis el book tráiler aquí.
Aquí os dejo los enlaces de compra:
No hay comentarios:
Publicar un comentario