Prólogo
Cien años antes, en el mundo de las brujas, más
conocido como el Reino de la Magia, nació una joven de gran poder, bajo la
premisa de que ella sería la que salvaría de la extinción al mundo en el que
nació.
La Diosa del Destino era la protectora de
las brujas, y también de la Humanidad; pero su hermano, el Dios de la Muerte,
no tenía ninguna intención de salvar ni preservar la vida humana. Él fue quien
creó a los primeros vampiros, los llamados “raza pura”, los cuales poseían ciertos dones que, los creados por los
propios vampiros, no tenían; los que eran convertidos con la sangre del Dios
podían salir a la luz del día sin sufrir ningún daño, (entre otros muchos
dones), pero los descendientes de estos, carecían de ese privilegio. Esta fue
una de las consecuencias que los seres de la noche y la oscuridad tenían que
soportar por crear más como ellos. A ojos del resto de los mundos, estos seres
que descendían de los vampiros y que cada vez eran más numerosos en el Plano
mortal, eran impuros, y la propia naturaleza los hacía más vulnerables con cada
nueva línea de sangre.
No era algo que el Dios de la Muerte
aceptara de buen grado, pero también era bastante reticente en cuanto a regalar
el don de su sangre, lo que podía debilitarle a su vez.
Su falta de satisfacción en su inmortal
existencia, no resultaba beneficioso para nadie.
Al contrario del Dios de la Muerte, que
provenía de la oscuridad, su hermana era portadora y protectora de la luz, y la
que dio el poder de la magia a las brujas, las que a su vez, preservaban la
raza humana al igual que ella. Era una misión conjunta, la única razón por lo
que fueron creadas y nunca mezclaban su sangre con ninguna otra raza. La magia
era sagrada.
Tras los últimos quinientos años, cuando la
tercera de las brujas enviada a la Tierra no regresara después de su período de
aprendizaje en el Plano mortal, la Diosa del Destino decidió intervenir. Su
hermano era el culpable, lo sabía, aunque de hecho, era muy consciente de que
ocultaba las pruebas que lo demostraban. Sin embargo, se había vuelto más
cruel, más sádico y sanguinario que nunca, y a pesar de que intentaba hacerle
entender que debía controlar sus actos, no conseguía que cambiara. Ni siquiera
se dignaba a escucharla, por más que intentaba invocarle para plantarle cara.
Tenía que hacer algo ella misma, decidió. No
podía dejar que las cosas siguieran como si nada, o todo el mundo mortal
pagaría unas duras consecuencias.
La poderosa Diosa, a escondidas de su
hermano, y también del resto de los Dioses que gobernaban otros Reinos
sobrenaturales, decidió poner en marcha un plan arriesgado que afectaría a
muchas personas, con la esperanza de tener más aliados en contra de esa
terrible oscuridad que parecía haber brotado en su hermano, y que era muy
consciente de que jamás había existido en él con ese grado de maldad.
Cuando ideó el plan, y ya con la decisión
tomada, tuvo la fuerte certeza de que algunas muertes iban a ser culpa suya.
Pudo verlo con sus propios ojos gracias a su poder, aunque no hubiera sucedido
nada aún. Pero no podía pensar en ello; no si quería que la Humanidad
prevaleciera. Aunque era una Diosa, su corazón sangró al ver el destino que les
esperaba a muchos inocentes, pero en la lucha por la luz, por la vida y la paz,
no podía haber cabida para el sentimentalismo. Lo sabía muy bien. Era la mejor
decisión que podía tomar, la que menos daño haría al mundo humano, y también a
otros. Mucho temía que su hermano pudiera ejercer su poder para controlar la
muerte en otros Reinos más vulnerables. Claro que no había uno que necesitara
más protección que el de los humanos, puesto que eran vulnerables a su control
y manipulación, así como lo eran también a la de sus descendientes: los
vampiros.
Después de medio milenio, la Diosa del
Destino tenía que enviar a la joven bruja más pura, la última que había nacido
en el Reino de la Magia, al peligroso lugar donde ya habían desaparecido tres
como ella: dos mujeres y un hombre.
Cuando las brujas, que también eran seres
inmortales, cumplían cien años, eran enviadas a la Tierra para aprenderlo todo
sobre la raza que debían proteger: los seres humanos. Siempre había sido un
lugar peligroso, y estaba inundado de personas dispuestas a matar y destruir,
por lo que sus poderes eran puestos a prueba, manteniendo un mínimo contacto
con sus raíces. Solo en casos de extrema necesidad, los brujos más ancianos y
poderosos podían intervenir para evitar que los más jóvenes sufrieran la peor
de las suertes.
Algunos de ellos también cometían fatales
errores con la consecuencia de que les era privado el regreso a su mundo, pero
nada se podía hacer contra ello. Su sangre y sus descendientes debían ser
puros. Ningún brujo podía mezclarse con humanos más allá de lo estrictamente necesario,
y mucho menos con seres de la oscuridad. Era una regla que les desterraría para
siempre si era incumplida. No había excepciones.
Ese proceso de aprendizaje era
imprescindible ahora, porque habían perdido a muchos de los suyos durante los
últimos quinientos años. La preocupación por la raza y por el poder de la
magia, era extrema. Necesitaban fortalecer su sangre con nuevos descendientes
puros, o la extinción estaría cada vez más cerca, y con resultados
catastróficos. Solo los Dioses conocían el alcance de los posibles daños, pero
nadie se atrevía a inmiscuirse en este peligroso asunto, salvo la Diosa del
Destino. Ella tenía suficiente poder y astucia para detener el mal que había
surgido y acechaba a los Reinos. Solo ella podía intervenir en el destino de
los seres que debían ser protegidos.
Conocía a su hermano mejor que nadie, y
aunque él jamás lo admitiría, era la única con capacidad para detenerle. El
resto de sus hermanos no tenían intención de participar en una lucha entre
ellos, pero sería lo que ocurriría al final si las cosas continuaban así.
Había elegido a Alyssa sabiamente. Vio en
ella su destino, tan parecido al de otra bruja que no acabó bien; pero sabía
que su corazón era lo bastante fuerte como para soportar lo que estaba por
suceder. A pesar de que le dolía que su protegida más joven tuviera que
sucumbir de algún modo a la oscuridad, era el único modo de lograr un objetivo
mayor, uno que hasta ahora, jamás había contemplado. Era arriesgado en extremo,
pero confiaba en su fortaleza. Ella misma le había otorgado un inusual regalo
que solo otro ser poseía. Un regalo que solo los Dioses podían compartir, y que
pocas veces lo entregaban.
Solo Alyssa era merecedora de ese honor.
La noche de luna llena en que el futuro de
la joven bruja estaba en juego, esta temblaba por dentro, a pesar de que
confiaba en sí misma. Sus padres no habían tenido más hijos, y sabía que si
algo le sucediera, no podrían sobreponerse al duelo. Eso la asustaba más que el
hecho de que pudiera sufrir cualquier tipo de dolor o sufrimiento. Sin embargo,
era su momento. Debía cruzar el portal para ir al Plano de los mortales.
Dio unos pasos para encontrarse cara a cara
con su destino.
Capítulo 1
Con solo
pisar suelo mortal, ya pude percibir el mal que envolvía a la Tierra igual que
un manto oscuro que apenas dejara filtrar la luz. Daba verdadero miedo, sobre todo,
por la sensación de soledad que me embargó en aquel aislado y oscuro rincón que
no conocía. Ya no tenía a mi familia, ni a mis amigos a mi lago y, a pesar de
los relatos que me contaron de sus experiencias pasadas por el mundo de los
mortales, yo no podía sentirles cerca, velando por mí, como algunos afirmaron
que ocurriría. No podía percibirles de ningún modo, ni tampoco podía
comunicarme con nadie de mi mundo, como pronto pude comprobar.
No ocurrió
nada cuando intenté invocar a mis padres realizando un conjuro de lo más
sencillo. Claro que no podía traerles, pero hubiera deseado poder decirles que
había llegado, aunque estuviera tan asustada que no sabía si me saldrían las
palabras.
Tenía miedo
de que mis poderes hubieran desaparecido también, pero me concentré en ellos y
los percibí sin problemas. Al menos no estaba del todo desamparada. Ya era un
consuelo; al menos en parte.
Miré a mi
alrededor y solo vi árboles a un lado y otro de la estrecha carretera
asfaltada. No era la primera vez que contemplaba una pequeña porción de este Plano,
ya que el aprendizaje que recibíamos las brujas era muy completo. A través de
un complejo hechizo, éramos capaces de crear una ventana hasta este mundo,
claro que de ningún modo la podíamos cruzar, sin embargo, era divertido echar
un vistazo a un planeta que solo conocía a través de los libros. Pero ahora
mismo no sabía dónde estaba o a dónde debía dirigirme, solo tenía claro que no
podía permanecer aquí sola de pie. Era de noche y aunque la luna llena
iluminaba el suelo que pisaba, había muchas sombras donde podían ocultarse mis
enemigos. Los sonidos de los animales nocturnos, tampoco eran muy agradables.
Suponía que debería acostumbrarme.
Me di la
vuelta y me sobresalté al ver a alguien muy cerca de mi posición. Una mujer. No
la había oído aproximarse y no pude evitar asustarme al principio.
Mi corazón
se aceleró al percibir el extraordinario poder que emanaba de ella. Cuando la
miré a los ojos, el miedo se esfumó, y una extraña sensación de reconocimiento
me envolvió; sin embargo, no estaba segura de haberla visto alguna vez. Quizás
no lo recordaba, lo cual también resultaba curioso.
Era una
mujer de apariencia joven, de cabello castaño, y muy hermosa. Llevaba un
precioso vestido largo de color blanco que dejaba sus brazos al descubierto.
Teniendo en cuenta que estábamos en un lugar montañoso, frío y apartado, su
apariencia estaba un poco fuera de lugar, claro que para el resto de los
mortales, mi capa negra con capucha y mi ropa también debía ser inusual.
Sus ojos
eran marrones, pero estaba claro que no eran humanos. Un suave brillo los hacía
refulgir. Era una Diosa. No cabía duda de que estaba en lo cierto, aunque no
estuviera segura de cómo podía saberlo, ya que jamás había recibido la visita
de ningún Dios. Su poder era increíble; su calidez era embriagadora.
Ya había
oído hablar de esa sensación a algunos brujos, sobre todo a los más ancianos.
Sin lugar a dudas se trataba de La Diosa del Destino, protectora de la magia y
de las brujas. Nuestra creadora, pensé, sintiendo que me quedaba sin aliento.
No podía
creer que se hubiera aparecido ante mí. Se trataba de un honor extraordinario
que muy pocos privilegiados disfrutaban en su inmortal existencia. Me pregunté
por el motivo de su presencia ante alguien tan insignificante como yo, una
simple servidora suya.
Con rapidez
me eché al suelo para que mi actitud no pareciera rebelde o poco respetuosa,
pero no pude evitar mirarla con curiosa fascinación. Ella se acercó despacio,
como si flotara en lugar de caminar, y me acarició la cabeza con gesto cariñoso
y protector, haciendo que mi capa cayera hacia atrás y mi rubio cabello quedara
al descubierto.
—Tranquila
querida, puedes mirarme —dijo la Diosa con una preciosa y melodiosa voz, y un
asomo de sonrisa—. He venido a recibirte, y a aconsejarte.
Su expresión
era amable y su rostro benevolente.
—Es un
honor, mi Diosa.
Ella me
sonrió, pero pude notar que en sus ojos había una sombra de preocupación, o
incluso miedo, pero no podía estar segura. Mi sonrisa desapareció y guardé
silencio a pesar de que me moría de ganas de hacerle mil preguntas. Ella había
dictado mi destino, que yo conocía solo a medias, pero, ¿podría cambiarlo, o
debía seguir el camino que ella había preparado para mí? Dudaba que tuviera
alguna opción para elegir, y más aún cuando se trataba de algo que afectaba a
muchísimas personas, tanto humanas como inmortales.
—Sé que
puedes percibirlo —dijo con voz suave.
No me costó
saber a qué se refería.
—¿El mal? —pregunté
solo para asegurarme.
—Sí —convino
con un ligero asentimiento de cabeza—. Este debería haber sido tu proceso de
preparación y aprendizaje para tu vida en el Reino de la Magia, pero me temo
que alguien sigue queriendo que eso no ocurra más.
Me quedé
paralizada. A pesar de mi misión, de la cual conocía tan poco en realidad, no
entendía por qué tenía que venir si estaba en peligro con tan solo cruzar el
portal a este mundo.
Por el modo
de mirarme, supuse que ella podía saber cómo me sentía, pero me abstuve de
comentar nada. Nadie en su sano juicio pondría impedimentos para que su destino
se llevara a cabo tal como estaba predispuesto, incluso desde antes de nuestro
nacimiento.
—Un Dios de
la oscuridad está sufriendo una crisis de aburrimiento en su milenaria
existencia y ha estado esperándote desde hace décadas. Los malvados seres que
están a su servicio han estado causando incontables muertes y mucho sufrimiento
para que él obtenga más poder. Otros seres de la oscuridad también le han
seguido estos últimos años —añadió con dureza, y un toque misterioso y
espeluznante en su angelical voz. Resultaba inquietante—. Tú eres la única que
puede pararle los pies.
Su
declaración me asombró. ¿Ese era mi cometido?
—¿Yo, mi
Diosa? —le pregunté, por primera vez, sintiendo todas las dudas que me había
negado a experimentar desde que conocí mi destino—. Solo soy una bruja joven
que ni siquiera ha terminado su aprendizaje. No soy nada para los seres de la
oscuridad si vienen a por mí.
Estaba
segura de que serían capaces de aniquilarme con solo pensarlo, pero no podía
poner en tela de juicio la decisión de una Diosa.
Me resigné,
igual que había hecho cuando mis padres me contaron lo que se esperaría de mí
llegado el momento. Para mi desesperación, ese momento era ya.
Ella me miró
entonces con un brillo en sus ojos que no supe cómo interpretar.
—Solo tú
tienes el poder de acabar con esta maldad que asolará el Plano de los mortales
—dijo determinación—. Cuando llegue el momento adecuado, la verdad te será
revelada. No debes luchar contra ello.
Asentí
obediente, mostrando una serenidad que no sentía en absoluto.
—Debes estar
bien protegida durante tus horas de preparación, y durante la noche. Tienes que
internarte en lo más profundo de este bosque. La Diosa Naturaleza tiene un
lugar mágico preparado para ti —explicó con voz pausada—. Absolutamente nadie,
salvo aquel que esté dispuesto a dar la vida por ti, podrá entrar allí. Es
mejor que ese lugar permanezca en el anonimato, como también debes cuidarte de
tus amistades más que nunca —advirtió—. Incluso las brujas pueden caer en el
lado oscuro.
Eso último
lo mencionó con tal grado de nostalgia, tristeza y pesar, que temblé por dentro
como una hoja. Había oído rumores durante mis cien años de existencia, pero me
costaba creer que seres de la luz como yo, como mi familia y vecinos, pudieran
aliarse con aquellos contra los que luchábamos. Esos que nos hacían daño a la
menor oportunidad, y que iban a destruir este mundo, y otros, si continuaban
así.
La hermosa
Diosa se acercó un poco más a mí y posó sus delicadas y pálidas manos sobre mis
hombros. Hasta ahora no me había dado cuenta de que su piel era tan traslúcida,
que casi parecía un espectro, solo que su imagen y su forma eran las de una
joven totalmente corpórea; tal vez no igual que yo, pero casi. Sin duda podía
aparentarlo si alguien pasara por allí. Menos mal que la carretera estaba
desierta.
Noté un
escalofrío, pero no sentí miedo, sino más bien lo contrario. Me sentí bien,
mejor que nunca, y con un inmenso poder recorriéndome cada articulación, cada
nervio, cada mínima parte de mi ser. Fue una sensación extraordinaria; jamás
había experimentado nada igual.
Se apartó y
dejó escapar un pequeño suspiro. No sabía si era de alivio o ese pequeño gesto
encerraba algo más, pero no pude pensarlo por mucho tiempo.
—Toma esto
—me tendió un colgante plateado y lo sujeté con ambas manos—. Es un amuleto que
te permitirá sentir cerca a los seres que merodean esta tierra vulnerable.
Debes estar alerta siempre que abandones tu nuevo hogar para integrarte y
conocer todo lo que puedas de este lugar; solo así podrás descubrir la verdad sobre
lo que ocurre, y salvarlo.
Cuando miré
hacia mis manos, vi un colgante con una conocida imagen que ya había visto
antes en innumerables ocasiones: se trataba de una estrella de cinco puntas
dentro de un círculo plateado; era el símbolo de mayor poder de la magia, y
justo en la parte superior, un pequeño murciélago.
Jamás había
visto esa mítica imagen asociada a los vampiros entrelazada con la de mi propia
especie, más aún siendo un símbolo de protección contra el mal. Me daba miedo
preguntar, pero tenía que saber qué significaba todo eso.
Levanté la
vista y la Diosa ya no estaba. Mis preguntas quedaban, una vez más, sin una
respuesta clara. Estaba empezando a ser una mala costumbre.
Deslicé la
cadena del colgante por mi cabeza y lo guardé dentro de mi ropa para que
estuviera en contacto con mi piel. Supuse que de ese modo, surtiría más efecto
si alguien merodeaba por allí. Y como no podía permanecer quieta en mitad de la
nada, empecé a caminar sin un rumbo fijo para internarme en lo más profundo del
bosque. Podía sentir la magia en la dirección correcta, y sabía que en el
momento propicio, la casa a la que había aludido mi creadora, se haría visible
ante mí.
La noche era
terriblemente oscura en el Plano mortal, y aunque ya había estudiado sobre
ello, me pareció un lugar de lo más tenebroso. En el Reino de la Magia nunca
había noches tan negras, y me pregunté si tendría que ver con esa terrible
maldad que estaba asolando el mundo de los humanos, y sobre la que tenía que
averiguar más, para así, poder acabar con ella.
Una vez más
me pregunté por qué me habría elegido a mí nuestra Diosa. A pesar de que mi
poder era considerable, y ella me había infundido cierta protección cuando me
había tocado momentos antes, no estaba segura de poder lograrlo yo sola. Tenía
que aceptar mi destino, cierto, pero me pregunté si este auguraba una larga
vida, o todo se acabaría para mí cuando mi cometido hubiera finalizado. Solo
podía desear volver a ver a mi familia de nuevo; ya habían sufrido bastante.
Dejé mis
pensamientos tristes a un lado, era momento de mirar hacia delante. No tenía alternativa.
La caminata
era pesada, y tenía que sortear multitud de obstáculos casi invisibles. Los
rayos de la luna que se filtraban a través del espeso follaje de los árboles,
eran más bien inútiles, por lo que a los pocos minutos, cuando tropecé en
varias ocasiones, opté por coger una de las piedras mágicas que había traído
conmigo, y así pude iluminar un poco el sendero que pisaba. Tenía que tener
mucho cuidado de no ser descubierta con una mística piedra en mis manos que
permanecía suspendida en el aire mientras desprendía una luz tenue, pero a esas
horas de la noche, dudaba que hubiera alguien en mitad de la nada.
Al cabo de
un largo rato, llegué a un claro lleno de césped recortado. Había grandes rocas
en la parte más baja de una montaña no muy alta, y a pesar de que parecía un
lugar normal y corriente, estaba rodeado de magia; casi podía tocarla con mis
manos. Cerré mis ojos y con un ritual sencillo, pedí permiso a la Diosa
Naturaleza, y ella reveló la pequeña casa que iba a ser mi refugio en este
mundo. Era muy bonita, pintada en tonos crema, tenía un porche de madera y dos
plantas, ventanas blancas y un aspecto limpio pero que no llamaba especialmente
la atención, sin jardineras ni adornos extras; sencilla y apartada. Perfecta.
Estaba
exhausta y contenta por haber llegado, pero estaba lejos de encontrar el
descanso que necesitaba, ya que en ese instante, oí un fuerte ruido muy cerca
de mi posición, lo que era extraño; allí no había nada aparte de la casa. El
colgante que llevaba al cuello bajo la ropa, desprendía un calor inesperado.
Era incómodo, pero no llegaba a ser doloroso, sin embargo, sabía lo que
significaba: había seres oscuros cerca, y un peligro que no había esperado en
ese preciso rincón.
Levanté la
mano izquierda y lancé un hechizo para ocultar la casa, con la otra mano,
agarré con fuerza el pequeño y valioso bolso que traje conmigo. A ojos
extraños, no medía más de diez centímetros, pero en su interior guardaba muchos
y diversos objetos mágicos que me servirían para acabar con esos seres oscuros
que merodeaban por la noche. Hasta averiguar de qué se trataba, me mantuve
alerta, sin hacer ningún ruido, porque también sentía la presencia de dos
humanos cerca. Era mejor no llamar la atención si no era preciso.
Un
escalofrío me recorrió, y no pude evitar acercarme hasta dar con las dos
personas que había a poca distancia. Sus auras eran muy visibles, aunque una de
ellas parecía estar al borde de la muerte. Mis pies se movieron más rápido.
Tenía que hacer algo para salvarles.
Cuando los
divisé, no pude creer lo que veía. Un hombre apuntaba con una enorme arma a una
mujer que agonizaba en el suelo cubierta por su propia sangre. La abierta
herida de su brazo acabaría por matarla, y por cómo se apagaba, eso ocurriría
pronto si no intervenía ya.
—¿Qué crees
que estás haciendo? —pregunté con calma, para intentar no provocar que la
situación empeorara aún más.
El hombre se
giró hacia mí, apuntándome ahora.
—¿Qué haces
tú aquí, y quién eres? —inquirió con una horrible furia apenas contenida.
El humano estaba
claramente sorprendido, pero a la vez, sus ojos mostraban decisión, y una
monstruosa oscuridad envolviéndole. Debía de estar bajo el control de algún
malvado ser pero, como quien quiera que fuese permanecía a distancia, tenía que
concentrarme en ellos dos por el momento.
—Vivo aquí,
así que deberías marcharte a otro lugar con ese horrible objeto que llevas en
las manos —advertí con dureza.
El hombre
sonrió burlón. Aproveché su momentánea distracción para lanzar un hechizo de
curación a la mujer que ya apenas sostenía su último aliento y sonaba
quejumbrosa. Sentí que perdía el conocimiento por completo, lo cual era bueno,
no quería que volviera a estar en el punto de mira del tipo que estaba frente a
mí. Al menos volvía a respirar con normalidad.
Intenté ser
discreta, pero el hombre miró hacia mi mano, posicionada en dirección a la
mujer para proyectar mejor mi poder, y se dio cuenta de que estaba tramando
algo.
—No sé qué
haces, pero detente, o te mataré ahora mismo —sentenció con resolución.
Por supuesto
le creí. Estaba claro que había ido hasta allí para asesinar a esa pobre mujer,
en un lugar lo bastante apartado para que nadie lo viera. Era terrible que los
humanos fueran capaces de actos tan atroces. Presenciarlo era casi peor.
—Bien, no
haré nada —mentí descaradamente—. Pero, ¿por qué haces daño a esa mujer? —le
pregunté en un intento de distraerle, con la esperanza de poder acercarme lo
suficiente como para arrebatarle esa arma. Eliminaría parte del peligro.
—Es mi esposa
—escupió—, y me ha engañado infinidad de veces, así que no me queda más remedio
que acabar con ella. Ya no volverá a hacerlo nunca más —añadió con convicción y
un asomo de satisfacción.
Su rostro se
veía hermoso, a pesar de la oscuridad de la noche, pero sus facciones estaban
contraídas y eran frías, de tal modo que le hacían parecer peligroso y decidido
a terminar su siniestra misión. Era una combinación que daba verdadero miedo.
Sobre todo porque sospechaba que el hombre estaba siendo empujado a hacer algo
en contra de su voluntad, algo contra una persona querida y cercana a él.
Habían
manipulado su mente.
—Nadie
merece ser tratado de ese modo, ¿no crees? —pregunté, dando un pequeño paso
hacia él—. Aunque te haya hecho daño, hay mejores modos de arreglar las cosas.
—Tú no sabes
nada, niña estúpida. Y no deberías estar aquí, porque no puede haber testigos…
así que… adiós —soltó con una voz espeluznante.
Como si
fuera un sueño, el hombre disparó el arma hacia mí, pero el tiempo se movió entonces
tan despacio, que pude alargar la mano para repeler el ataque del proyectil que
iba directo a mi corazón.
Estaba tan
asustada, que tardé unos segundos en darme cuenta de que en mi lugar, el hombre
había sido herido. Dejó caer el arma al suelo y una herida sangrante surgió en
su pecho. El proyectil había ido a parar a su corazón. Fui a acercarme para
intentar salvarle la vida, cuando dos vampiros se interpusieron en mi camino
salidos de la nada. Uno era rubio y muy alto, el otro era moreno y un poco más
bajo. Este último me miraba con rabia, con los colmillos fuera y una oscura
mirada parecida a la del asesino abatido; en ese instante pude ver cómo su aura
se apagaba y mi rabia se encendió. Podría haber salvado al humano si esos dos
seres diabólicos no se hubieran interpuesto.
El vampiro
moreno dio un paso hacia mí y dejó escapar un gruñido. Estaba claro que buscaba
sangre, pero no sería la mía, decidí. Me preparé para defenderme y acabar con
él, pero el rubio le detuvo poniendo un brazo para cortarle el paso. Este otro
me miraba con curiosidad. Sus ojos eran claros, y para mi sorpresa, no pude ver
maldad en ellos. A pesar de que nos separaban unos metros, había perfeccionado
mi capacidad para conocer las intenciones inmediatas de cualquier ser que estuviera
en mi presencia. Podía ser útil, claro que esos sentimientos también podían
esconderse en el interior, sobre todo si estos eran oscuros. No podía fiarme de
ninguno de los dos, desde luego, pero el vampiro más bajo representaba una
amenaza mayor que el otro, eso sí podía determinarlo con cierta seguridad.
Estaba claro
que quería aniquilarme.
—Tú, perra
—escupió con ira—, nadie te ha pedido que te metas en nuestros asuntos —me gritó
con la mirada encendida por la furia que encerraban sus palabras.
El miedo se
fundió con una llama de furia que se prendió en lo más profundo de mi ser.
Traté de normalizar los latidos de mi corazón, pero era una misión un tanto
complicada con esos dos vampiros tan cerca de mí, aguardando el momento
perfecto para arrancarme la garganta. Nunca antes los había visto en persona,
más que en los libros, y eran mucho más aterradores y espeluznantes en la vida
real.
Tragué
saliva con dificultad.
—Si no
quieres que haga una hoguera contigo, más te vale desaparecer de mi vista. Los
dos —añadí con dureza. Agradecí que mi voz sonara firme.
Ahora la
sorprendida fui yo cuando vi que el vampiro moreno empezaba a reír. Claro que
su diversión era siniestra, y además, a mi costa. Yo no le veía la gracia, y
aunque no me gustaba arrebatar la vida de ningún ser, estaba claro que con él
debía hacer una excepción. No parecía que existiera ni una pizca de humanidad
en su interior. Su alma era tan oscura como esos pozos negros de sus ojos.
Quería mirar en su interior para saber qué planeaba hacer conmigo, saber si su
alma podría redimirse de algún modo aunque lo dudara, pero no había tiempo de
hacer conjuros ni de concentrarme en algo así. Si me despistaba, sería carne
fácil para esos seres de la noche con hambre de sangre.
No podía
mostrar debilidad ante ellos y como pude, guardé el miedo que sentía en un
rincón de mi mente, y expuse mi mano izquierda hacia el frente, apuntando hacia
ellos. Una pequeña bola de fuego surgió en mi palma. Yo solo sentía calidez con
su contacto, pero para un vampiro, era una forma eficaz y definitiva de morir.
No es que yo hubiera visto antes cómo caían, pero conocía a muchos brujos que
habían matado antes a vampiros durante su estancia en la Tierra. Ellos me
habían enseñado a perfeccionar mis habilidades para defenderme de los que
resultaban ser unos de nuestros peores enemigos; esos que no valoraban las
vidas de los mortales.
Antes de que
pudiera decir o pensar nada, el vampiro se lanzó sobre mí con una velocidad
asombrosa, y no para lanzarme por los aires y librarse de la amenaza que yo representaba
para él, sino para ir a por mi garganta, morderme y beber mi sangre. Solo tuve
un segundo para contemplar mis posibilidades. Si un vampiro se alimentaba de
una bruja, adquiría sus poderes; con el tiempo suficiente, si se hacía con toda
la magia, no solo me convertiría en una simple humana, sino que moriría a las
pocas horas del desangramiento. La inmortalidad era un don que se nos podía
arrebatar con cierta facilidad a los de mi raza. No podía permitirlo. Aunque
apenas sentí dolor cuando me agarró con una fuerza descomunal por los brazos, ni
noté mi magia alejándose de mí cuando acertó con sus colmillos en mi cuello, no
quería comprobar qué significaba aquello; tenía que salvar mi vida antes de
hacer suposiciones. Toqué su espalda con la bola de fuego y di un rápido salto
hacia atrás para que las llamas de su cuerpo no abrasaran mis ropas.
Lancé un
conjuro e hice desaparecer el cuerpo calcinado del vampiro y del humano muerto.
Se esfumaron como un puñado de cenizas blanquecinas y no quedó ni rastro de la
sangre ni nada fuera de lo común, a excepción de la mujer que aún estaba
inconsciente.
Mi cuello se
curó al instante.
Siempre era
una sensación extraña cuando se nos hería a las brujas. Una parte de nuestro
aprendizaje era aprender a luchar; era algo que yo detestaba. Las heridas
curaban rápido, pero nos dejaba una sensación de adormecimiento durante un rato
en esa parte del cuerpo.
Miré al
vampiro rubio y alto que me observaba con cierta oscura fascinación y me
preparé para atacar de nuevo si no se iba de allí.
—Te advierto
que si tienes intención de vengar la muerte de tu amigo, será mejor que te lo
pienses dos veces —dije con determinación y cansancio.
—No era mi
amigo, y confieso que era un peso muerto que me alegra no tener que soportar.
Habló sin
sentimiento alguno, lo que me dio que pensar. Si no se protegían y cuidaban
entre ellos, y no se tenían el menor respeto siendo de la misma raza, qué
ocurría allí en realidad. ¿Sería posible que estuvieran en bandos diferentes?
¿O solo era un truco para confundirme?
Sea lo que
sea, no era momento de meditarlo.
—No pienso
fingir que me interesa lo que has dicho, así que lárgate —espeté.
En un abrir
y cerrar de ojos le tenía delante, tan cerca que podía tocarle, y hasta olerle.
Para ser un oscuro y despiadado ser de la noche, era muy atractivo, y
tremendamente masculino. Tuve que reprenderme para mis adentros. No debía
pensar algo así de alguien que iba por ahí bebiendo la sangre de inocentes, de
modo que di un paso hacia atrás, lo que provocó que el vampiro compusiera una
pequeña y misteriosa sonrisa.
—Reconozco
que para ser una pequeña bruja, eres muy peleona y descarada. Eso me pone mucho
—declaró en voz baja. Se suponía que eso debía ser un intento de seducción, y
para mi asombro, algo se removió inquieto en mis entrañas. Era la primera vez
que experimentaba algo semejante por el sexo opuesto.
—No estoy
pretendiendo despertar tus instintos. Por favor, déjame sola —pedí en voz baja.
No se movió
del sitio, ni para alejarse, ni para acercarse tampoco; solo me miraba como si
estuviera estudiándome.
—Eres muy
joven para tener tanto poder —expresó con cierta confusión.
—Subestimarme
es un error, tengo cien años —fruncí el ceño.
No me
gustaba que me consideraran joven y débil, porque no era ninguna de esas cosas,
claro que con ese monstruo delante, no me sentía especialmente invencible.
Parecía mucho más perspicaz que el otro, mucho más astuto. Eso era mucho peor.
—Yo también,
pero eso no tiene nada que ver. Se supone que a tu edad no deberías poder
hacer…
De repente
se calló y me dejó con las ganas de saber a qué se refería.
—¿Qué
quieres decir? ¿Qué sabes tú sobre las brujas o sobre mí?
Entonces me
miró y compuso una pequeña sonrisa.
—Lo único
que puedo decirte es que mi jefe desea conocerte —explicó de forma vaga.
Me
estremecí. Su jefe debía ser su creador, aunque no estaba segura. Yo nunca me
había referido a mi Diosa de ese modo, pero tampoco conocíamos todas y cada una
de las costumbres de los vampiros. Eran unos seres sangrientos, sí; y también
muy reservados.
—Pues yo no
deseo conocerle, y ten claro que nadie me obligará a ir con vampiros a ninguna
parte —dije con una seguridad que empezaba a flaquear.
En mis
adentros no estaba tan segura de poder escabullirme. Aunque fuera un Dios de la
oscuridad, no sabía hasta qué punto lograría negarme antes de que emplearan
métodos menos sutiles que una simple conversación ligeramente amenazante.
—Tranquila,
nadie tiene pensado obligarte —musitó—, pero al final irás a verle por propia
voluntad.
Sentí un
escalofrío recorriéndome todo el cuerpo, sus ojos claros me taladraban, apenas
me dejaban pensar. Su cercanía era sencillamente abrumadora para mis sentidos.
No sabía qué me estaba pasando.
—Amenaza todo
lo que quieras, pero no quiero tratos con gente como tú —declaré.
Eso arrancó
una risa ahogada al vampiro. Su expresión se suavizó. Casi demasiado.
Empezaba a
sentirme incómoda en su presencia.
—Las
amenazas no son lo mío. Yo soy un hombre de acción, más que de palabras —dejó
caer con sorna.
Me pregunté
qué querría decir con aquello. Su gran sonrisa resplandecía y sus dientes eran
tremendamente blancos y letales. Ese ser podría despertar pasiones si así se lo
proponía, como también daba un miedo sobrecogedor. Era alto, ancho de hombros y
musculoso. Un enemigo así daba pavor.
—Me da igual
cómo seas. No quiero volver a verte nunca —solté, molesta por mis confusos
sentimientos.
El vampiro
me miró con suficiencia, como si estuviera tratando con alguien corto de
entendederas. No me gustó nada que solo su mirada resultara ser tan insultante.
—En esta
vida no siempre se tiene lo que se quiere. Deberías recordarlo, como un consejo
para el futuro —me guiñó un ojo y desapareció de mi vista. Lo único que sentí
fue un ligero soplo de viento, y mucha oscuridad.
En mi
interior, una pequeña parte de mí, sintió una punzada… ¿deseo tal vez?
No.
Imposible.
Me reprendí
lo más severamente que pude. Esto no podía estar pasándome a mí. Ni hablar. No
con un ser de la noche, alguien que no era un brujo.
Dejé de divagar sobre tonterías. Solo tenía que
mantenerme alejada de la tentación y todo iría bien.
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