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lunes, 26 de septiembre de 2016

Elsa no sabe lo que quiere - Fragmento - Capítulo 3



Porque no todo es lo que parece, ni todo es tan sencillo a veces...
Aquí os dejo un nuevo fragmento que espero que os guste:


[...]
   Su pregunta, formulada de manera inocente vista desde fuera, fue tomada con expresiones un tanto chocantes para Elsa. Dejó el desayuno en su mesa, y su sonrisa desapareció al instante. Miró a uno y otro sin saber qué pasaba allí, o qué pensar. Se le pasó por la cabeza que había ocurrido algo malo, y enseguida se sintió desfallecer.

   —¿Ha pasado algo?

   Elsa detestó el tono débil e indeciso que salió de sus labios. Y no sabía por qué su voz había sonado así.

   La puerta de la agencia se abrió en ese momento, y un hombre mayor, con el pelo blanco y traje caro, se dirigió hacia la mesa que ocupaba Iris con paso lento pero decidido. Los tres le miraron y este se detuvo un momento, pero enseguida Iris tomó el control de la situación. Le saludó con una sonrisa y le invitó a sentarse al otro lado de su escritorio. Elsa y Román caminaron unos pasos hacia el lugar de trabajo de ella, que estaba justo enfrente, a unos dos metros de distancia. La agencia era un espacio elegante, moderno y espacioso, de modo que podían hablar tranquilamente sabiendo que no serían escuchados. 

   —Román —advirtió Elsa para que se explicara.

   Este se mostró ciertamente cohibido, pero le dedicó una media sonrisa, intentando parecer despreocupado. No la engañó ni por un segundo, Elsa conocía muy bien sus expresiones. Y si no había ocurrido una tragedia, no entendía qué hacía allí. Más aún, cuando le creía en el trabajo, y su marido sabía que ella no trabajaba ese día.

   —Pasaba por aquí y entré para saludar, nada más —dijo con tranquilidad.

   Elsa se enfadó de veras en ese momento, aunque trató de evitar sentirse así, para que no se notara en sus facciones. La oficina de Román quedaba como a una hora de allí, y apenas salía nunca para hacer recados, y mucho menos para tomar un descanso, o lo que sea que estuviera haciendo, de modo que le sonó a excusa barata, o a una simple evasiva para no exponer su razón para encontrarse en su lugar de trabajo, sabiendo, como sabía, que tenía el día libre. Algo estaba pasando, y no se imaginaba qué sería. Como jamás había ido a saludarla a ella durante la mañana, supo que no se trataba de nada bueno. ¿Pero el qué? Eso estaba por ver.

   —Oh, ¿tenías algo que hacer por la zona? —preguntó con suavidad.

   Román la observó unos segundos. Si se había dado cuenta de que Elsa trataba de pillarle en una mentira, no se hizo el entendido. Miró a Iris de forma muy breve y de nuevo centró su atención en su mujer.

   —Sí, vine a la oficina de esta zona para una reunión. Tenía que recoger unos papeles urgentes —explicó con un ligero asentimiento de cabeza, como para tratar de dar más énfasis a su declaración.

   Elsa se mostró impasible mientras observaba las vacías manos de su marido metidas en los bolsillos de su pantalón de vestir. Resultaba obvio que era una falsedad lo que había salido de sus labios, lo que no supo era porqué la engañaba, o desde cuándo se dedicaba a mentirle a la cara.

   —Ah, bien.

   Le miró a los ojos con fijación y pudo ver que estaba incómodo, y este desvió su atención a un cuadro abstracto y colorido de la pared. Elsa no quiso montar un numerito, pero sintió ganas de gritarle. ¿Es que se creía que ella era imbécil, que no veía que no estaba siendo sincero?

   Se sintió impotente; más que nunca. No sabía qué le ocurría, y sobre todo, no entendía sus motivos para no contárselo. Ella era su mujer; ¿qué podría ser tan malo, como para que intentara mentir sobre ello, y que encima, se quedara allí tan aparentemente tranquilo, siendo consciente de le había pillado?

   Desde luego, no se le ocurrió nada. Se sintió como una tonta, fuera de lugar, y descolocada. No le gustó la sensación.

   Román miró su reloj con aire distraído y dijo que tenía que irse. Debía estar en el trabajo enseguida. Elsa compuso una débil sonrisa cuando este le dio un ligero beso en la mejilla. Saludó a Iris con la mano mientras caminaba hasta la puerta como alma que lleva al diablo, y desapareció en cuestión de segundos de su vista.

   Elsa permaneció un segundo sin saber qué hacer, dio un paso hasta su mesa y se apoyó contra ella mientras Iris tecleaba en el ordenador y el señor trajeado esperaba paciente. Al parecer tenía varios viajes de negocios que organizar, de modo que cuando Elsa vio que le quedaba un buen rato a su jefa para acabar de atenderle, la miró, sintiendo ganas de salir de allí, y le dijo que tenía el desayuno en su mesa. No quería ponerlo en la de Iris mientras un cliente estuviera allí mismo, eso sería mal educado.

   Por la enorme barriga que intuyó Elsa, supo que el hombre no perdonaba muchos donuts glaseados, así que era mejor apartar la tentación.

   —Muchas gracias —dijo Iris sin mirarla apenas. Ella la escrutó un momento sin saber porqué parecía tan distante. No era nada típico, a menos que hubiera cambiado su personalidad en el trascurso de una noche.

   La puerta del cuarto de baño se abrió y Priscila apareció en la oficina. Saludó a Elsa con una amplia sonrisa y se sentó en la tercera mesa que había, la que ocupaba la joven, los días que iba a trabajar para sustituirlas.

   —Eh, ¿qué es eso que huele tan bien? —preguntó Priscila echando un rápido vistazo a la habitación.

   —He traído el desayuno para Iris —contestó Elsa observando la reacción de su jefa.

   —Sí, luego lo tomo, no te preocupes —dijo, ya que como era evidente, ahora estaba ocupada. Se quedó un breve momento paralizada, devolviendo la atención unos instantes a Elsa, pero demasiado rápido, retomó su trabajo, sin mostrar su habitual alegría y descaro.

   —Pero si acabas de ir a tomar café con Román —comentó Priscila de un modo casual, sin darse cuenta de las implicaciones de sus palabras. Elsa miró a Iris y ella hizo lo propio con una expresión clara de culpabilidad, que trató de ocultar por todos los medios. La joven ayudante siguió hablando, sin percatarse de la tensión que provocaba, cuando se levantó—. Si quieres yo doy cuenta de lo que has traído, aún no tuve tiempo de tomar un descanso y estoy muerta de hambre. ¿No te importa, verdad Iris?

   Esta negó con una leve y tensa sonrisa.

   —Claro, todo tuyo —murmuró Elsa concisa.

   Román había ido a tomar café con su amiga. Bien, eso no tenía nada de especial, puesto que los tres se conocían desde hacía años y estaban íntimamente unidos, y de un modo bastante literal, puesto que más de una vez habían retozado los tres juntos entre las sábanas; este era el juego más morboso y adictivo que tenían y siempre lo gozaban muchísimo. Pero lo que no entendía Elsa, era porqué habían mentido sobre ello (o más bien lo hizo Román al inventarse todo eso de la reunión), como tampoco lograba comprender la expresión culpable y casi torturada de Iris cada vez que sus ojos se desviaban en su dirección. No sabía a qué venía esconder que eran amigos y tomaban café de vez en cuando. 

   Mientras Priscila volvía a su mesa para comer durante su breve descanso, Iris terminó de atender a su cliente y este se marchó contoneando su orondo cuerpo, dejándolas una frente a la otra, sin saber qué hacer o qué decir.

   —Elsa… yo… —balbuceó Iris con incertidumbre, y con aspecto de desear estar en cualquier otro lugar.

   Se levantó y fue hasta ella, quedando a pocos pasos de distancia. La tensión se elevó hasta casi dejar a Elsa sin aliento. Una loca idea empezó a tomar forma en su mente, pero algo en su interior le decía que no podía ser cierto. No, imposible.

   Notó que se agolpaban las lágrimas en sus ojos y odió la sensación que la invadió. Ella no era débil, y mucho menos una llorona. Quiso preguntarle directamente, pero recordó que no estaban solas, y no quería exponer sus asuntos privados delante de nadie, más aún, porque sus leves sospechas no estaban confirmadas. Cabía la posibilidad de que la actitud de su amiga y su marido, fuera por una buena razón, o hubiera una mejor explicación que la que tenía en su cabeza. Al menos ella deseaba descartarla por completo. Eran amigos, ¿qué podía importar eso? Nada.

   Pero entonces un recuerdo invadió su mente.

   —La conversación de ayer…

   Elsa no pudo terminar la frase, porque vio que una enorme sombra cruzó por el rostro de Iris, y allí tuvo su confirmación aunque todavía no deseaba creerlo.
[...]


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¡Gracias y feliz semana!


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