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sábado, 31 de diciembre de 2016

Mi reseña sobre "Las puertas de la medianoche" de Lara Adrian

¡Buenos días! Os traigo la última reseña del año. Espero que os guste.
Y aprovecho para desearos un muy feliz año nuevo. Espero que tengáis una noche estupenda y una fantástica entrada en el 2017.
¡Besos!


Este libro pertenece a una serie de novelas de género romántico-sobrenatural.

Vampiros guerreros, una Orden secreta, un enemigo poderoso que no tiene escrúpulos de ningún tipo y personajes principales y secundarios que dan mucho juego dentro de estos libros. 

Aunque no es el primero de la serie, me ha encantado conocer esta historia. Es muy emocionante, tiene romance, acción, aventuras increíbles, algunas oscuras y otras buenas, pero desde luego, es muy entretenido. Te mantiene en vilo en todo momento.

Estoy deseando conseguir el resto de libros para leerlos de un tirón, porque cuando empiezas no puedes dejarlo. Está escrito de manera impecable, con lenguaje sencillo y fluido.

Los personajes principales de este libro son Jenna y Brock. Una pareja que en principio, tiene muchas cosas en contra. Para empezar, ella es humana y él un poderoso vampiro; pero no todo es tan sencillo, ni tan simple. 
Ella tiene un encontronazo con un vampiro muy peligroso que la usa de un modo que no se imagina y Brock es el encargado de su seguridad, la cual será puesta a prueba en muchas ocasiones.
Tendrán que luchar con todas sus armas, con todas sus ganas para sobrevivir.

Estoy segura de que estos personajes continuarán apareciendo el los siguientes libros, y solo puedo deciros, que me muero por saber qué es lo que tanto ha trastocado a Jenna, tanto mental como físicamente. 

Es una historia apasionante y muy emocionante. Os gustará.

Podéis adquirir el libro aquí.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Mi reseña sobre "Dame otro mes soltera" de Lidia Herbada


Es el segundo libro que leo de Lidia, la segunda parte de "Dame un mes soltera", y al igual que el primero, este lo he disfrutado muchísimo.

Me encanta su estilo, tan fresco, y a la vez intenso. Te hace pasar un rato entretenido, sumergida entre sus páginas, y a la vez, reflexionar acerca de la vida, de los sueños.

Cora y Mike son los protagonistas de esta novela. Son muy diferentes, y al mismo tiempo, creo que tienen muchas cosas en común. Los dos tienen grandes sueños, grandes metas. Si bien parece que no están destinados a encontrarse, porque sus mundos son muy diferentes, el destino, y más bien nuestra querida Laly, hará de las suyas para que sus caminos se crucen.

No será tan fácil como aparenta ser.

Me gusta mucho cómo las historias de cada uno, siguen su curso hasta que consiguen mezclarse de una forma fluida. Siempre me sorprende, porque parece que va a llevar un rumbo, y al final surgen otros giros y cambios que no esperas. 

Es una novela muy entretenida y amena que no podrás dejar hasta el final, y que no es para nada la típica historia romántica. Tiene mucha sustancia; todo lo que hace que una lectura valga la pena.

La recomiendo.

Podéis encontrarla aquí.

jueves, 29 de diciembre de 2016

El instante que esperaba - Prólogo

¡FELICES FIESTAS!

¿Aún no sabéis de qué trata mi relato navideño? 
Os dejo el comienzo para abrir boca ;-)


El último año ha sido duro para Carla. Perdió muchas cosas y sufrió por ello, sin embargo, tiene algo importante por lo que luchar y piensa seguir haciéndolo.
Mientras su familia viaja a un lugar más cálido esa Navidad, ella tiene una idea distinta. Ha organizado una semana de vacaciones en Sierra Nevada, en un lugar apartado y tranquilo, junto a algunos de sus mejores amigos y su novio Guillermo. 
Pero hay algo que la tiene inquieta y, si bien no todo es lo que parece, empieza a sospechar que su relación no ha terminado de reponerse. 
¿Cuál será el secreto que le guarda Guillermo?


Aquí os dejo el book tráiler:


Podéis adquirirlo aquí:




Os recuerdo que con kindle unlimited, podéis adquirirlo gratis.

martes, 20 de diciembre de 2016

Sorteo navideño

Espero que os animéis a participar. ¡¡Suerte!!


Pinchad aquí para ver los detalles del sorteo.

¡Feliz lectura!

domingo, 18 de diciembre de 2016

El instante que esperaba - Amazon Kindle


El último año ha sido duro para Carla. Perdió muchas cosas y sufrió por ello, sin embargo, tiene algo importante por lo que luchar y piensa seguir haciéndolo.
Mientras su familia viaja a un lugar más cálido esa Navidad, ella tiene una idea distinta. Ha organizado una semana de vacaciones en Sierra Nevada, en un lugar apartado y tranquilo, junto a algunos de sus mejores amigos y su novio Guillermo. 
Pero hay algo que la tiene inquieta y, si bien no todo es lo que parece, empieza a sospechar que su relación no ha terminado de reponerse. 
¿Cuál será el secreto que le guarda Guillermo?

Espero que lo disfrutéis mucho.

Aquí os dejo el book tráiler:


Podéis adquirirlo aquí:




viernes, 16 de diciembre de 2016

Un viaje salvaje - Nuevo lanzamiento con Ediciones Tagus

¡Buenos días y feliz viernes!

Estaba deseando compartir la noticia con todos vosotros, y por fin está aquí:


Tess es una mujer independiente de veintinueve años. Su pasión por viajar hizo que encontrara su gran vocación y ella es feliz con su estilo de vida, pero sus padres no lo son tanto, por el hecho de que su única hija no se sintiera inclinada a seguir sus pasos. Hace años que reside en la costa de California y viaja a Madrid (donde vivió desde siempre), tan a menudo como puede. Pero en esta escapada a la capital española, se encontrará con alguien que hará que su vida dé un giro de 180 grados, sobre todo en el terreno personal. ¿Ganará por fin la batalla contra sus miedos más ocultos?


Estoy muy emocionada y contentísima con el equipo Tagus por el trabajo y dedicación que han prestado a esta novela. Escribirla fue un reto emocionante para mí, y me siento orgullosa de que esté llegando tan lejos. 

Solo espero que la nueva edición os guste mucho, y que disfrutéis de esta historia de Tess y Johnny.

No os perdáis esta increíble oferta de lanzamiento:


Para ir al sitio web pinchad aquí.


martes, 13 de diciembre de 2016

Mi reseña sobre "Trilogía El Círculo" de Nora Roberts


Esta trilogía la empecé hace algún tiempo, y no he parado hasta tener los tres libros y poder disfrutarla hasta el final. Para los que no la conozcan, se trata de una historia de género romántico con tintes de fantasía, acción y aventuras.

Me encantó cómo esta increíble autora mezcla varios tiempos, personajes complejos de distintas naturalezas, y a míticos seres. Aparecen hechiceros, brujas, vampiros, dioses, cambia formas y guerreros de otros mundos... entre otros seres que os sorprenderán.

Los protagonistas son seis. Cada uno con su peculiaridad, con su personalidad, pero a la vez, unidos por fuertes lazos que a veces ni ellos mismos comprenden, pero que al final, tiene algo que no pueden eludir: un destino común.

En el primer libro conoceremos a los dos primeros integrantes del círculo: Hoyt y Glenna. Él pertenece a un tiempo pasado donde la vida es sencilla, no existen los aparatos electrónicos modernos, ni tantas otras cosas de la actualidad, y tiene una gran familia separada por la desgracia.

Ella es una joven bruja del mundo moderno que conocemos, es fuerte, perseverante, y un punto clave en esta historia hasta el final.

Solo diré que saltarán chispas entre ellos.


En el segundo libro, el círculo ya está completo, los seis están al fin juntos, a pesar de que no ha sido fácil. Después de vivir muchas aventuras y enfrentarse a la más antigua y perversa criatura, la reina de los vampiros, Lilith; empiezan a trabajar juntos como un gran equipo a pesar de que esta ha minado su confianza en algunas ocasiones y hasta ha llegado a convertir y asesinar a uno de ellos.

Incluso así, se mantienen unidos por una meta común y piensan morir luchando si hace falta.

Este libro se centra en Blair, de quien podréis descubrir muchas cosas interesantes, incluidas sus raíces pasadas. Se trata de una de las más fuertes y valientes guerreras que lucharán en esa mítica batalla por la Humanidad.

Larkin es el cuarto integrante del círculo. Él y su prima llegan desde Geall, otro mundo distinto a este, donde tuvieron lugar una serie de acontecimientos ancestrales que marcan el lugar mágico donde se desarrollará la lucha final contra los vampiros. 
Es un guerrero fuerte, capaz de convertirse en cualquier animal que desee, lo que representa una gran ventaja contra los seres sanguinarios que pretenden arrebatarles su mundo y también otros.

Esta pareja es una de las más dispares que he visto nunca, y ya no solo por la naturaleza de él, sino porque Blair tiene un pasado muy duro que volverá a ella para hacerla sufrir de nuevo, y la hace más precavida la hora de intentar sentir algo por alguien.

Ninguno lo tendrá especialmente fácil.


El final de esta historia. El libro más emocionante de los tres. 

La batalla entre humanos y vampiros se desarrolla en Geall, en un lugar terrorífico dentro de este mundo, con una historia de derramamiento de sangre. Aunque parecía que no podrían cruzar el portal los seis juntos, gracias a Moira, perteneciente a la realeza de Geall, al final lo consiguen.

Este libro se centra en Cian, hermano de Hoyt, que fue convertido en vampiro hace mil años, en el mundo que los dos dejaron atrás hace mucho tiempo.
Para él no fue sencillo cambiar su vida de raíz, pero tiene sus propias razones para volverse en contra de su creadora, Lilith. Quiere ser él quien acabe con ella. 

Moira es la humana dentro del círculo, con una puntería inmejorable que acabará con muchos enemigos, es la futura reina de Geall, pero también es cierto que debe celebrarse un ritual que determinará si eso llegará a suceder o no será ella quien acabe reinando y llevando a sus gentes a la mayor guerra de la historia de su pacífico mundo.

Deberán superar muchos y difíciles obstáculos, pero el más grande, es el que todos juzguen continuamente el hecho de que ella, una humana, sea capaz de confraternizar con Cian, un vampiro de la misma raza que eliminó cruelmente a sus padres.

No será nada fácil el tener un final feliz, pero quién sabe. Solo los dioses pueden conocer esa respuesta.

Os animo a leer esta intrigante y emocionante historia. Tiene todos los ingredientes para mantener al lector entretenido durante horas. La disfrutaréis.

Podéis encontrarlos en casa del libro.



viernes, 9 de diciembre de 2016

El instante que esperaba - 18 de diciembre


Uno de los mejores modos de felicitar la navidad, según mi opinión, es con una historia. Es corta, ligera, muy romántica, y estará disponible en amazon el día 18 de este mes. 

Aquí os dejo el book tráiler para que podáis ir haciendo una idea:



domingo, 4 de diciembre de 2016

Elsa no sabe lo que quiere - Capítulo 3




Capítulo 3




A la mañana siguiente, Elsa se despertó descansada, recordando la deliciosa sensación de las manos de Román por todo su cuerpo. Claro que ese sentimiento se desvaneció cuando notó que él no estaba en la cama. Intentó agudizar su oído, pero no escuchó nada; tampoco en otro rincón de la casa.

Cogió su bata y su móvil, y fue hasta la cocina que estaba en la planta principal. Echó una rápida ojeada al despacho de Román. La puerta estaba abierta y era evidente que allí no había nadie. Miró su teléfono pero no tenía llamadas ni tampoco mensajes suyos. Tan solo uno de Iris, preguntando si todo iba bien.

—¿Por qué no iba a ir bien? —preguntó en voz alta, un poco confundida.

Suspiró y pensó que estaba haciendo el tonto. Seguro que Román se había ido a trabajar temprano, más de lo normal en todo caso, porque tendría mucho que hacer. Al igual que ella, se dijo.

Preparó café y lo tomó mientras miraba la televisión, aunque no le prestaba especial atención. Por las mañanas no daban nada interesante, y menos a esas horas.

Se vistió para ir al gimnasio, con un pantalón pirata elástico de color negro y un top para sujetar bien su delantera, como le gustaba decir; se puso una camiseta gris y blanca cruzada por atrás, y unas zapatillas deportivas. Como no hacía tiempo para salir en tirantes, cogió una sudadera para ir bien abrigada. Hacía calor esos días, pero no tanto como para no llevar nada más. No quería pillar un resfriado.

Odiaba cuando la nariz le moqueaba y se le ponía roja, le parecía la cosa menos sexy del mundo.

Era su día libre en el trabajo, pero le gustaba mantenerse ocupada. Bien, ella podría ejercitarse en el pequeño cuarto que habían llenado de máquinas para ponerse en forma, pero le gustaba estar con más gente, y no encerrada todo el día. Conocía a varias chicas que iban a menudo allí, como su amiga Bárbara Hurtado, y también al guapo monitor de clases de Pilates a las que les encantaban ir juntas. En días como ese, solía ir dos veces para hacerle compañía a Iris en la clase nocturna, lo cual era doblemente bueno, ya que estaba con su amiga, y a la vez, disfrutaba del panorama que ofrecía el delicioso monitor. Ese prieto trasero enfundado en unos pantalones deportivos, era un panorama que no tenía desperdicio alguno, miraras donde miraras.

Luego también tenía que ir a comprar comida y hacer algunos recados, así que su mañana estaba más o menos completa. Miró el reloj antes de coger su bolsa del gimnasio, y supo que Raquel, la mujer de mediana edad que iba para ayudarla con la limpieza y otras tareas, llegaría en cualquier momento. No sabía qué haría sin ella.

Con las llaves de la casa y del coche en la mano, junto con la bolsa con todas sus cosas para cambiarse, salió por la puerta principal, poniéndose los cascos de los auriculares al cuello y plantándose una gran sonrisa en sus labios. Sería un buen día, decidió. Tenía que dejar de pensar cosas extrañas sobre la actitud de Román; estaba segura de que todo iba bien, como siempre. Eran solo imaginaciones suyas.



Estaba pensando que tenía tiempo de sobra para calentar y hacer estiramientos antes de la clase de Pilates, cuando el teléfono sonó con insistencia. Tenía instalado un aparato “manos libres” en su Peugeot 307 negro, y la pantalla mostró el nombre de Iris. Elsa se preguntó qué querría a esas horas, y enseguida se dio cuenta de que no contestó a su mensaje de esa mañana, aunque no sabía el porqué de esa preocupación por ella ese día, más aún sabiendo que su jefa ya debía estar en el trabajo desde hacía ya un buen rato.

Pulsó el mando que tenía en el volante y descolgó.

—Buenos días —saludó con cierta vacilación. Algo allí le olía a chamusquina.

—¡Ey, hola! —exclamó Iris, con una voz que Elsa calificó de un pelín chillona—. ¿Por qué no has respondido a mi mensaje? ¿Va todo bien?

—Pues claro. Y por cierto, ¿a qué viene esa pregunta hoy? —inquirió frunciendo el ceño, aunque sabía que su amiga no podía verle la cara.

—Oh, nada —respondió con despreocupación, y algo más calmada. Se aclaró la garganta y guardó unos segundos de silencio—. ¿Qué tal anoche?

Elsa sonrió entonces. Era el momento de chismorrear un rato. Ella no era cotilla para nada, pero no le importaba compartir con una de sus mejores amigas en el mundo, algunas de sus cosas, aunque estas fueran íntimas.

A decir verdad, ellas dos se lo contaban todo, sin ningún tipo de discriminación sobre el asunto que fuera.

—De maravilla —ronroneó—. A Román le encantó su regalo —dijo satisfecha, recordando cada detalle. Suspiró de puro placer.

Hubo silencio al otro lado del teléfono. A Elsa le extrañó que Iris no estuviera diciendo nada ante su comentario. No era una mujer que se guardara sus opiniones.

—¿Iris? ¿Se ha cortado?

Miró la pantalla y vio que estaba aún en línea.

—No, no, perdona —dijo precipitadamente—. Es que estaba mirando las fichas de unos clientes. —Elsa la oyó respirar hondo varias veces y no pudo evitar entrecerrar los ojos con aire pensativo. No parecía que la estuviera escuchando en absoluto, y eso no era normal. Iris siempre le pedía detalles y disfrutaban compartiendo confidencias de ese estilo (y del que fuera). Y si tan ocupada estaba, no sabía por qué la llamaba—. ¿Entonces fue bien la cosa?

Elsa soltó una risita cargada de regocijo, olvidando sus cavilaciones.

—Más que bien, diría yo. Aunque…

—¿Qué? —intervino Iris, al ver que Elsa había hecho una pausa.

—Pues que se había olvidado de nuestro aniversario —comentó como si aquello no le importara demasiado, a pesar de que fuera más bien al contrario.

—Oh, bueno. Ya sabes cómo son algunos tíos —dijo Iris para intentar animarla.

—Eso creía yo… —murmuró para sí misma.

—¿Has dicho algo? —preguntó al cabo de un momento.

—Nada, tranquila. Seguro que tienes razón —convino Elsa, sin saber muy bien qué más decir—. En fin, voy a llegar ya al gimnasio. Que se dé bien el día. Nos vemos esta tarde.

—Bien, saluda a Manuel de mi parte —pidió Iris con voz coqueta.

Manuel era el buenísimo monitor de las clases de Pilates, y un amante excepcional, como ambas habían podido comprobar. Y bastante a menudo, las dos a la vez; ya que cuando Elsa y Román confesaron por primera vez que les gustaba jugar, en la cama (y en lo que no era en la cama también), bueno, lo dijeron en serio. Les encantaba hacer realidad sus fantasías más íntimas y perversas, y siempre disfrutaban al máximo de ello, lo que hacía que su vida sexual fuera en extremo placentera y para nada aburrida.

Elsa no había estado en muchas ocasiones con Manuel, pero sí habían quedado un par de veces los tres. Tuvo que admitir que fue una verdadera gozada tener a Román y Manuel para ella sola. La única vez que Iris se apuntó al trío, o más bien al cuarteto, fue sencillamente espectacular. Se puso a cien solo con recordarlo, y tal vez porque hacía meses que no tenían ningún plan picante con nadie más que ellos dos solos. Ya organizaría algo, se dijo. A ver si Román volvía a encontrarse con ganas.

—Está bien, lo haré —aseguró Elsa con una sonrisa traviesa—. Pero deberías haberte venido un rato, seguro que Priscila se habría encargado de la agencia durante unas horas esta mañana.

Priscila Salgado era una joven morena, bonita y agradable de veintitrés años, que iba a trabajar a la agencia de viajes dos días en semana; el martes para sustituir a Elsa cuando se tomaba el día libre, y los jueves para hacer el turno de Iris; así tenían algo de tiempo para ellas durante la semana, puesto que el sábado por la mañana también tenían que ir a trabajar. Siempre era bueno disfrutar de un respiro de vez en cuando. Iris procuraba mantener felices y motivadas a sus empleadas. Priscila estaba más que contenta con el arreglo, ya que solo necesitaba unos ingresos extras mientras terminaba la carrera de Relaciones Públicas.

—Sí, pero… bueno, hoy tenía cosas que hacer por aquí. Papeleo sobre todo —dijo con cierta vacilación.

Elsa se quedó pensativa y algo inquieta al notarla triste, y se preguntó si no lo estaría imaginando. Parecía que no se había levantado de tan buen ánimo como había pensado, sobre todo después de una noche más que memorable, y le parecía que todo el mundo actuaba de forma extraña esa mañana. Tal vez fuera ella, meditó.

Sacudió la cabeza para intentar, con ese simple gesto, borrar sus preocupaciones de un plumazo. Si fuera tan fácil…

—Bueno, no pasa nada, esta noche vamos juntas. Hasta luego, jefa —dijo con despreocupación para despedirse.

—Hasta luego.

La llamada se cortó, y Elsa hizo un gran esfuerzo por ignorar lo que ella creyó que era un presentimiento. Se repitió que no eran más que bobadas, que todo estaba como siempre: en perfecta armonía. Si su mejor amiga tenía problemas con ese novio suyo, seguro que se arreglaría pronto; de lo contrario, le aconsejaría pasar página, porque no quería verla sufrir por un tío. La vida no estaba hecha para amargarse, por el amor de Dios, estaba hecha para disfrutar de todos los placeres que ofrecía, decidió.

Cuando llegó al gimnasio, le dijo a la recepcionista, una chica joven con el pelo teñido de rosa y ropa deportiva holgada, que la apuntara para la siguiente clase, y esta lo hizo tras lanzarle un guiño. Se fue directa a los vestuarios para dejar la bolsa y cogió la botella de agua, la toalla y su esterilla de goma espuma morada. Tenía ganas de desconectar por un rato su mente.

La clase la dejó relajada, siempre lo hacía.

Le encantaba. No sabía si era por la música, el ejercicio, o la dulce voz grave de su macizo monitor favorito, pero después de haber terminado, y tras darse una ducha calentita, se sentía como nueva. Puede que consiguiera eso tras la combinación de todas esas cosas. Sí, era lo más seguro.

Fue a comprar y, mientras llenaba el carro con todo lo que necesitaba para surtir la nevera, aprovechó para hacer una llamada a sus padres, que vivían en Madrid. O más exactamente, en Pinto, un pueblo al sur de la capital, donde se había criado. Era difícil pillarlos a los dos, porque su padre, Agustín, era piloto, y su madre, Marisa, trabajaba como azafata de vuelo en una de las compañías más conocidas del país. Por suerte, los dos trabajaban en la misma empresa, lo que a menudo facilitaba la relación entre los dos. Las largas separaciones no eran sencillas. Y Elsa se preguntaba constantemente cómo lo lograrían. Llevaban más de veinte años casados, lo que no era poca cosa.

Salió del supermercado y se percató de que era bastante más temprano de lo que calculó, de modo que se dispuso a conducir hacia al centro e irse de compras un rato. También podía acercarse a llevarle el desayuno a Iris, decidió. Últimamente estaba un poquito rara con el tema de su nuevo ligue, y aunque durante el trabajo no era el mejor momento para hablar largo y tendido sobre ello, deseaba demostrarle que estaba ahí para ella. Eran buenas amigas. Habían compartido muchísimas cosas; y Elsa era consciente de que tenía más en común con ella, que con ninguna otra buena amiga que tuviera.

Si había algo que la preocupara, debía estar a su lado, del mismo modo que sabía que si algo le ocurría a ella, Iris la apoyaría en todo lo que pudiera.

Su amistad era desinteresada y sincera, y le dolería que eso cambiara, así que tendría que ponerle remedio antes de que sucediera.

Cargada de bolsas y con un suculento desayuno con más calorías de las recomendadas, y que ella misma desaprobó, porque ese día el ejercicio no le valdría de nada, fue hasta la agencia, que estaba en una de las calles más conocidas de Granada: Recogidas. Abrió la puerta como pudo y lo dejó todo junto a la puerta. Sostuvo los donuts y los cafés para no formar un estropicio si caían, y cuando se giró, se dio cuenta de que no era un cliente el que esperaba poder hablar con su jefa, sino Román.

—Hola —exclamó sorprendida de encontrarle allí. Ellos dos parecían igual de desconcertados, lo que la escamó—. ¿Qué haces aquí?

Su pregunta, formulada de manera inocente vista desde fuera, fue tomada con expresiones un tanto chocantes para Elsa. Dejó el desayuno en su mesa, y su sonrisa desapareció al instante. Miró a uno y otro sin saber qué pasaba allí, o qué pensar. Se le pasó por la cabeza que había ocurrido algo malo, y enseguida se sintió desfallecer. En ese momento no se paró a pensar que de ser así, Iris la habría llamado para contárselo.

—¿Ha pasado algo?

Elsa detestó el tono débil e indeciso que salió de sus labios, y no supo por qué su voz había sonado así.

La puerta de la agencia se abrió en ese momento, y un hombre mayor, con el pelo blanco y traje caro, se dirigió hacia la mesa que ocupaba Iris con paso lento pero decidido. Los tres le miraron a la vez y este se detuvo un momento, pero enseguida Iris tomó el control de la situación. Le saludó con una sonrisa y le invitó a sentarse al otro lado de su escritorio.

Elsa y Román caminaron unos pasos hacia el lugar de trabajo de ella, que estaba justo enfrente, a unos dos metros de distancia. La agencia era un espacio elegante, moderno y espacioso, de modo que podían hablar tranquilamente sabiendo que no serían escuchados.

—Román —advirtió Elsa para que se explicara.

Este se mostró claramente cohibido, pero le dedicó una media sonrisa, intentando parecer despreocupado. No la engañó ni por un segundo, Elsa conocía muy bien sus expresiones… y si no había ocurrido una tragedia, no entendía qué hacía allí. Más aún cuando le creía en el trabajo, y él sabía que ella no trabajaba ese día.

—Pasaba por aquí y entré a saludar, nada más —dijo con tranquilidad.

Elsa se enfadó de veras en ese momento, aunque trató de evitar sentirse así, para que no se notara en sus facciones. La oficina de Román quedaba como a una hora de allí, y apenas salía nunca para hacer recados, y mucho menos para tomar un descanso (o lo que sea que estuviera haciendo), de modo que le sonó a excusa barata, o a una simple evasiva para no exponer su razón para encontrarse en su lugar de trabajo, sabiendo, como sabía, que tenía el día libre. Algo estaba pasando, y no se imaginaba qué sería. Como jamás había ido a saludarla a ella durante la mañana en su jornada laboral, supo que no se trataba de nada bueno. ¿Pero el qué? Eso estaba por ver.

—Oh, ¿tenías algo que hacer por la zona? —preguntó con suavidad.

Román la observó unos segundos. Si se había dado cuenta de que Elsa trataba de pillarle en una mentira, no se hizo el entendido. Miró a Iris de forma muy breve y de nuevo centró su atención en su mujer.

—Sí, vine a la oficina de esta zona para una reunión. Tenía que recoger unos papeles urgentes —explicó con un ligero asentimiento de cabeza, como para tratar de dar más énfasis a su declaración.

Elsa se mostró impasible mientras observaba las vacías manos de su marido metidas en los bolsillos de su pantalón de vestir. Resultaba obvio que era una falsedad lo que había salido de sus labios, lo que no supo era porqué la engañaba, o desde cuándo se dedicaba a mentirle a la cara.

—Ah, bien —espetó con sequedad.

Le miró a los ojos con fijación y pudo ver que estaba incómodo, y en cuanto pudo, este desvió su atención a un cuadro abstracto y colorido de la pared. Elsa no quiso montar un numerito dramático e irritado, pero sintió ganas de gritarle. ¿Es que se creía que ella era imbécil, que no veía que no estaba siendo sincero?

Dudó que se tratara de una fiesta sorpresa, porque su cumpleaños estaba a años luz y su aniversario ya había pasado; y lo había olvidado, se recordó molesta.

Se sintió impotente; más que nunca. No sabía qué le ocurría, y sobre todo, no entendía sus motivos para no contárselo. Ella era su mujer; ¿qué podría ser tan malo, como para que intentara mentir sobre ello, y que encima, se quedara allí tan aparentemente tranquilo, siendo consciente de que le había pillado?

Desde luego, no se le ocurrió nada. Se sintió como una tonta, fuera de lugar, y descolocada. No le gustó la sensación.

Ellos no se mentían… ¿Dónde estaba esa confianza, ese respeto por su relación?

Román miró su reloj con aire distraído y dijo que tenía que irse. Debía estar en el trabajo enseguida. Elsa compuso una débil sonrisa cuando este le dio un ligero beso en la mejilla. Saludó a Iris con la mano mientras caminaba hasta la puerta como alma que lleva al diablo, y desapareció en cuestión de segundos de su vista.

Elsa permaneció un segundo sin saber qué hacer, dio un paso hasta su mesa y se apoyó contra ella mientras Iris tecleaba en el ordenador y el señor trajeado esperaba paciente. Al parecer tenía varios viajes de negocios que organizar, de modo que cuando Elsa vio que le quedaba un buen rato a su jefa para acabar de atenderle, la miró, sintiendo ganas de salir de allí, pero antes, le dijo que tenía el desayuno en su mesa para cuando tuviera un rato para descansar.

No quería ponerlo en la de Iris mientras un cliente estuviera allí mismo, eso sería mal educado. Por la enorme barriga que intuyó Elsa, supo que el hombre no perdonaba muchos donuts glaseados, así que era mejor apartar la tentación.

—Muchas gracias —dijo Iris sin mirarla apenas.

Ella la escrutó un momento sin saber porqué parecía tan distante. No era nada típico, a menos que hubiera cambiado su personalidad en el trascurso de una noche.

La puerta del cuarto de baño se abrió y Priscila apareció en la oficina. Saludó a Elsa con una amplia sonrisa y se sentó en la tercera mesa que había, la que ocupaba los días que iba a trabajar para sustituirlas.

—Eh, ¿qué es eso que huele tan bien? —preguntó Priscila echando un rápido vistazo a su alrededor.

—He traído el desayuno para Iris —contestó Elsa escrutando la reacción de su jefa.

—Sí, luego lo tomo, no te preocupes —dijo, ya que como era evidente, ahora estaba ocupada. Se quedó un breve momento paralizada, devolviendo la atención unos instantes a Elsa, pero demasiado rápido, retomó su trabajo, sin mostrar su habitual alegría y descaro.

—Pero si acabas de ir a tomar café con Román —comentó Priscila de un modo casual, sin darse cuenta de las implicaciones de sus palabras. Elsa miró a Iris y ella hizo lo propio con una expresión clara de culpabilidad, que trató de ocultar por todos los medios. La joven ayudante siguió hablando, sin percatarse de la tensión que provocaba, cuando se levantó—. Si quieres yo doy cuenta de lo que has traído, aún no tuve tiempo de tomar un descanso y estoy muerta de hambre. ¿No te importa, verdad Iris?

Esta negó con una leve y tensa sonrisa.

—Claro, todo tuyo —murmuró Elsa concisa.

Román había ido a tomar café con su amiga. Bien, eso no tenía nada de especial, puesto que los tres se conocían desde hacía años y estaban íntimamente unidos, y de un modo bastante literal, puesto que más de una vez habían retozado los tres juntos entre las sábanas; este era el juego más morboso y adictivo que tenían y siempre lo gozaban muchísimo. Pero lo que no entendía Elsa, era porqué habían mentido los dos sobre ello (o más bien lo hizo Román al inventarse todo eso de la reunión), como tampoco lograba comprender la expresión culpable y casi torturada de Iris cada vez que sus ojos se desviaban en su dirección. No sabía a qué venía esconder que eran amigos y tomaban café de vez en cuando. A su entender, nada de eso era un pecado, a menos, claro, que sus quedadas fueran más que eso.

Mientras Priscila volvía a su mesa para comer durante su breve descanso, Iris terminó de atender a su cliente y este se marchó contoneando su orondo cuerpo, dejándolas una frente a la otra, sin saber qué hacer o qué decir.

—Elsa… yo… —balbuceó Iris con incertidumbre, y con aspecto de desear estar en cualquier otro lugar.

Se levantó y fue hasta ella, quedando a pocos pasos de distancia. La tensión se elevó hasta casi dejar a Elsa sin aliento. Una loca idea empezó a tomar forma en su mente, pero algo en su interior le decía que no podía ser cierto. No; imposible.

Notó que se agolpaban las lágrimas en sus ojos y odió la sensación que la invadió. Ella no era débil, y mucho menos una llorona. Quiso preguntarle directamente, pero recordó que no estaban solas, y no quería exponer sus asuntos privados delante de nadie, más aún, porque sus leves sospechas no estaban confirmadas y le parecían una locura. Cabía la posibilidad de que la actitud de su amiga y su marido, fuera por una buena razón, o hubiera una mejor explicación que la que tenía en ese instante en su cabeza. Al menos ella deseaba descartarla por completo. Eran amigos, ¿qué podía importar eso? Nada.

Pero entonces un fugaz recuerdo invadió su mente.

—La conversación de ayer…

Elsa no pudo terminar la frase, porque vio que una enorme sombra cruzó por el rostro de Iris, y allí observó su confirmación aunque todavía no deseaba creerlo.

Iris alzó sus manos hacia ella, pero algo en su expresión debió de hacerla cambiar de idea. Sus manos se convirtieron en puños y los dejó caer a sus costados. Abrió la boca y la cerró varias veces, demostrando que no sabía cómo responder a la pregunta implícita de Elsa. Esta habría querido saber si ese hombre misterioso que había en su vida, era de hecho, su hombre, Román, su marido desde hacía ocho años.

La cara de Iris estaba contraída por el dolor y la culpa. Sus ojos estaban brillantes por las lágrimas contenidas. Elsa no sabía si habría arrepentimiento por lo que sea que hubieran estado haciendo ellos dos a sus espaldas o por algún otro sucio motivo, pero ya no importaba mucho. Si había surgido algún tipo de sentimiento, todo se acabó para ella y Román.

Un irónico pensamiento cruzó por su cabeza: ¿qué había sido de la sinceridad y la comunicación en su relación?

Se aclaró la garganta para hablar. No sabía si podría, porque se sentía tan mal que apenas era capaz de reaccionar. Se movió despacio, como a cámara lenta, solo para averiguar si aún podía tener algún tipo de control sobre su cuerpo, y no se había convertido en una estatua incapaz de reaccionar.

—Bueno… tengo que irme a casa, tengo mucho que hacer —comentó con voz serena; nada que ver con cómo se sentía en realidad. Miró a Priscila, que gracias a Dios estaba ocupada con su teléfono móvil, y se despidió de ella. Esta le hizo un gesto con la cabeza, porque tenía la boca llena y no podía hablar, y siguió a lo suyo, ajena a lo que estaba pasando a causa de sus desafortunadas palabras. Elsa miró a Iris, intentando ocultar su malestar interior—. Nos vemos mañana —dijo con cierto tono acerado que no pudo evitar.

Ni mucho menos pensaba quedar esa tarde para ir al gimnasio con ella. Necesitaba pensar y aclarar sus ideas. Debía conocer la verdad, pero ahora no se sentía con fuerzas, primero quería recuperar el control de sí misma.

—Sí, hasta mañana —musitó esta con suavidad.

Elsa pudo percibir las torturadas emociones de Iris en su rostro, ya que se conocían lo suficiente; pero no sintió el más leve atisbo de compasión por su jefa, a la que ya no podría considerar su amiga nunca más.

Sin volver a mirarla, fue hasta la entrada y cogió sus bolsas con todo lo que le quiso mostrar a Iris. Ahora se arrepintió de haber ido de compras antes, puesto que no tenía mucho más que hacer en todo el día, solo ir a casa y ponerse a leer o ver la televisión. Le hubiera gustado irse de tiendas otra vez y así tratar de despejar su cabeza, pero no quería fundir su tarjeta en un solo día; sabía que la necesitaría mucho de ahora en adelante. Más aún, porque algo en su interior le decía que sus sospechas no eran infundadas. Tal vez se había estado engañando todo este tiempo, porque las señales parecían flotar a su alrededor, rondándola como fantasmas a los que ella no quería mirar directamente. Era más fácil hacerse la loca. Pero ya no podía hacerlo más. No cuando la verdad luchaba por salir a la superficie.

Una vez en la calle, intentó respirar hondo, pero notó que le costaba una barbaridad, y en lugar de echarse a llorar allí en medio de tanta gente, caminó a paso ligero hasta su coche que por suerte no estaba muy lejos; condujo hasta casa y allí, después de dejar las cosas en su habitación, se metió en la ducha para quedarse un buen rato bajo el agua. Sintió que necesitaba eliminar esa horrible sensación que parecía pesarle una tonelada sobre sus hombros. Pero para su desgracia, no fue suficiente ni para empezar a relajarse.

Sin embargo, tuvo una idea mejor; bajó hasta la cocina y saludó a Raquel, que ya había terminado su trabajo y se marchaba enseguida. Cuando se quedó sola, puso la televisión con el volumen bastante alto y cogió un libro de recetas que llevaba años sin tocar.

Podría parecer una actividad tonta, pero Elsa descubrió hacía años, que la cocina la relajaba, porque estaba pendiente de los ingredientes que tenía que poner en cada plato, y así, tenía un pequeño respiro si las preocupaciones llamaban a su puerta. Y ahora lo estaban haciendo sin compasión, golpeando con fuerza el muro que las mantenía a raya a duras penas, tratando de entrar como una manada de animales salvajes y sanguinarios. Buscó con rapidez y encontró una receta de galletas caseras con chocolate. Casi se relamió ante las perspectiva de comerlas recién hechas; y de esta manera, ocupada con el horno y otros sencillos quehaceres cotidianos durante las horas restantes, para su gran alivio, pasó su día casi sin apenas darse cuenta.

¿Qué podía haber mejor que el chocolate para matar el tiempo hasta poder poner sus pensamientos en orden, hasta aclarar lo que estaba ocurriendo en su vida?




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Elsa no sabe lo que quiere - Capítulo 2




Capítulo 2




Condujo con la música a todo volumen, canturreando y tamborileando los dedos sobre el volante sin parar. Estaba excitada, y en más de un sentido.

Le quedaba una hora justa para llegar, prepararlo todo, y darse una ducha rápida antes de que Román llegara a casa. Se recordó lo que tenía que ir haciendo, y así optimizar cada minuto al máximo. Todo tenía que estar perfecto. No se merecían menos. Sonrió.

Al llegar al barrio del Serrallo, donde residían desde hacía más de un año, pensó, y no por primera vez, en lo exagerada que era la vivienda para los dos solos. Era una enorme mansión, preciosa, eso sí, de ocho dormitorios, cinco baños, piscina y una gran parcela. A ella le encantaba su estilo rústico y a la vez moderno; y si bien era muy consciente de que podría vivir perfectamente con un tercio de todo aquello, se había enamorado por completo de ese lugar. Y claro, ese era el único motivo por el que su marido no la había vendido para sacar beneficios con aquel pequeño negocio. Además de ser gerente de un conocido banco en un céntrico barrio de Granada, se dedicaba a restaurar y modernizar viviendas (junto con un socio y buen amigo), y sacarles unos cuantos miles de euros. En ocasiones, Elsa creía que su mentalidad mercantil era exasperante, pero bueno, le aceptaba con sus pequeños defectos, como solía decirle a él a veces. Ella tampoco era perfecta, bien que lo sabía; sus cambios de humor eran la perdición de los dos; pero en eso consistía su relación, en una unión sincera, y en la aceptación de la otra persona, con sus virtudes y defectos.

Así, con sus más y sus menos, hacían buena pareja; eran los mejores amigos, y se llevaban de maravilla tanto dentro como fuera del dormitorio; ambos eran pragmáticos en cuanto a eso, no necesitaban más para creer que su matrimonio fue una excelente idea. Elsa estaba más que convencida de que así era. También lo estaba en que ambos pensaban igual desde que se conocieron: disfrutar de la vida al máximo era una filosofía que compartían.

Dejó el coche fuera, por si después de su celebración privada querían salir a cenar algo, y entró en casa. Fue directa al salón a buscar unas velas que compró especialmente para la ocasión. La fragancia de canela, junto con el color rojo apagado, le gustaba mucho, y le daban al ambiente un toque muy sensual. Perfecto para despertar los sentidos. Todos ellos, pensó con regocijo carnal.

Cualquiera podría haber dicho que estaba decidida a crear un ambiente romántico, pero en realidad, lo hacía únicamente porque la fragancia era considerada como un afrodisíaco. Siempre se decantaba por el lado lujurioso de una relación; en cierto modo, Elsa se parecía más a un hombre que a la típica mujer, puesto que ella siempre buscó algo físico por encima de algo más profundo. Cuando conoció a Román, le pareció increíble que pudieran compartir la misma mentalidad en cuanto a eso. Todo era mucho más fácil si los implicados en una relación buscaban y esperaban lo mismo de una unión. Ellos se parecían mucho: se compenetraban muy bien, les encantaba el sexo y odiaban los dramas griegos.

Las fue colocando por todas partes. Sin pasarse, claro, porque luego les tocaría ir apagando velas aquí y allá. Y estaba segura de que dentro de un rato, lo último en lo que pensarían era en que se podría incendiar la casa; ya que estarían muy pendientes de otra clase de fuego: el que provocaban ellos cuando sus cuerpos entraban en contacto.

Cuando hubo terminado, subió la escalera hacia el dormitorio principal, se desnudó con rapidez, y se metió en la ducha. El agua caliente templó sus nervios, aunque no su excitación. Salió a los pocos minutos y, después de echarse crema y un perfume muy caro, se puso su nueva lencería, aunque con una mueca en sus carnosos y rosados labios, porque se veía en el espejo como la novia traviesa de tarzán. Todo fuera por su marido, refunfuñó para sus adentros. Se colocó su vestido negro ceñido que solo lo había llevado en otra ocasión y además, era su favorito. Al menos esa prenda sí era de su estilo, pensó. Ajustado, realzaba sus curvas como a ella le gustaba, en los lugares perfectos. Al diablo con Román y con su gusto por la lencería con estampado animal, se dijo; después de esa noche, la tiraría.

Posiblemente hasta la quemaría en el jardín… Tal vez incluso tostaría unas ricas nubes en su memoria.

Se calzó unos altos tacones negros y peinó su cabello para dejarlo suelto y hacia atrás, con un estilo desenfadado y un poquito salvaje. Sonrió al espejo. El resultado era increíble, y estaba segura de que Román estaría encantado. Sus medianamente generosos pechos le dejaban a la vista un escote impresionante por el estilo corazón. Elsa estaba segura de que sería lo primero en lo que se fijaría y compuso una sonrisa juguetona. Al menos el sujetador realzaba lo que tenía que ser realzado. Solo un poco. Tampoco estaba tan mal dotada, se dijo.

En esta ocasión, dejó las gafas guardadas; era lo más seguro para mantenerlas intactas, pensó. No era la primera vez que estas acababan en el suelo después de un arrebato de pasión. Estaba harta de renovar cristales debido a la efusividad de sus encuentros sexuales. Román no se andaba con tonterías, y tampoco era un blandito, sino más bien al revés, una verdadera bestia del sexo. Elsa adoraba eso en él desde la noche que tuvo el placer de descubrir su voraz apetito.

Bajó hacia el salón y después de mirar el reloj y comprobar que quedaban cinco minutos para que llegara, se dirigió al equipo de música para ir ultimando detalles. La música era perfecta, y aunque posiblemente estaba más que oída, era la que mejor le iba a su plan del striptease. No pudo dejar de pensar en ello cuando la encontró en su ordenador hacía unas semanas; cada vez que la escuchaba, se veía a sí misma quitándose toda la ropa para su marido. Fue una señal, desde luego; una definitiva.

Sacó una cara botella de vino y dos copas de un mueble bar junto a la sala, y las dejó encima de la mesa. En cuanto oyera el coche de Román, las serviría, aunque no sabía si al final lo tomarían o irían directos al grano, como solían hacer siempre. Impacientes e insaciables eran dos palabras que les definían a la perfección.
El cuerpo de Elsa se estremeció al recordar las proezas de Román. Tanta práctica, le habían hecho un experto en dar placer a las mujeres y sabía exactamente qué hacer, cómo, y dónde hacerlo, para que gritara mientras disfrutaba de sus encuentros. Su técnica era infalible.

Al cabo de unos minutos advirtió un ruido de motor fuera y se dispuso a servir el vino y apagar su teléfono móvil. El fijo de casa estaba silenciado también. Era un día especial, una noche para ellos, y no estaban dispuestos a atender a nadie en esos momentos. Era una norma no escrita.

Román entró por la puerta que daba al garaje y la buscó con la mirada. Estaba todo a oscuras, a excepción de algunas velas, y la poca luz de la luna que se filtraba por las ventanas.

La música suave y sensual que se oía, le hizo suponer que Elsa estaba en el salón y, cuando dejó su maletín en la isla de la cocina que era abierta al resto de la casa, se dirigió allí con una perversa sonrisa en sus labios. No tardó ni un segundo en localizarla. Estaba sentada en el sofá principal, con las piernas cruzadas y una copa en la mano. Llevaba el pelo diferente, menos formal que de costumbre, y suelto. Le encantó su pose sexy, Estaba guapísima. Su expresión le indicó que iba a ser una noche memorable. Los ojos se le fueron directos hacia sus hinchados pechos, y su miembro palpitó de deseo al instante dentro de su pantalón de vestir. Con una mano, desató la corbata y la deslizó por su cabeza. La tiró en el suelo, sin preocuparse por eso en lo más mínimo. Solo tenía ojos para ella. Esa noche tenía algo diferente, desprendía un fuego que, aunque siempre estaba allí, pues Elsa era una mujer muy apasionada, estaba desatado de algún modo. Podía sentirlo desde que entró en la casa. Todo el ambiente era embriagador. Su sangre empezó a calentarse con rapidez. Tampoco es que le hiciera falta nada para ponerse a cien. Era una persona muy sexual.

Fue hasta ella y se inclinó para besarla en los labios. Los sintió suaves, deliciosos, exigentes. Su perfume le envolvió. Ella le sujetó con ímpetu por los hombros para sentirle más cerca. Abrió sus labios para dejarle libre acceso y sus lenguas se encontraron. Estaban hambrientos el uno del otro. Román apoyó ambas manos en el respaldo del sofá, quedando Elsa justo en medio, atrapada. La saboreó con ansias, y sus ganas de ella aumentaron cuando oyó un pequeño jadeo salir por sus labios. Se separó de ella un segundo para coger aire y buscar una postura más cómoda, donde pudiera acceder a su cuerpo con mayor facilidad. Quería sentirla por completo, todo su deliciosa piel aterciopelada.

—Estás preciosa, nena —murmuró con deseo junto a su boca. Le lamió el labio superior despacio, degustándola—. ¿Qué se celebra?

Le dio un rápido beso antes de sentarse a su lado, y colocó una mano en su muslo. Sus dedos se movieron hacia arriba despacio, deleitándose en la suavidad y calidez de su piel. Notó que se había tensado ante sus palabras, y la miró interrogante sin saber el por qué de su reacción.

Elsa abrió mucho los ojos ante aquel comentario y Román dejó quietas sus manos. Desde que le había visto aparecer, le dieron ganas de lanzarse sobre él para devorarlo entero. Estaba tan guapo como cada día, vestido con traje y corbata, aunque sabía que habría dejado la chaqueta en el coche; con su castaño pelo ligeramente engominado hacia atrás, y esa mirada de ojos azul oscuro, tan tierna como pícara, era un auténtico bombón, y sabía bien que sin esa camisa y sin la corbata, estaba aún más bueno… Tenía un cuerpo fuerte, escultural, que le hacía la boca agua y la ponía a cien por hora. Pero después de haberle escuchado, se sintió algo descolocada. ¿Se había olvidado de su aniversario?

Bien, Elsa no era la típica esposa complaciente y sumisa, esperando flores y bombones en los días señalados; sin embargo, la celebración de su aniversario era importante para ella. Pasaba por completo de San Valentín, pero esto era diferente. Se sintió decepcionada, pero no quería estropear el momento, porque tampoco sabía si se estaba quedando con ella, de modo que sonrió coqueta y tanteó el terreno para saber porqué no se había acordado de ese día. Igual le estaba tomando el pelo.

—Te he preparado una cosita —susurró con sensualidad en su oído, aspiró su masculino olor y se estremeció por dentro—. Es una fecha especial —añadió en voz baja y seductora.

Román se retiró y la miró sin comprender. Entonces Elsa se dio cuenta: se le había olvidado por completo. Vaya chasco, pensó con una ligera irritación.

Para todo hay una primera vez, se dijo. Ignoró ese malestar que notó en lo más profundo de su corazón, y habló tras aclararse la garganta.

Hizo lo posible por aparentar calma.

—Es nuestro aniversario —declaró mostrando una sonrisa que esperaba, no mostrara que se sentía un poquito desilusionada.

Vio que Román estaba claramente sorprendido. Se sentó recto y entonces se inclinó hacia delante, se masajeó el pelo con ambas manos y suspiró antes de mirarla con el rostro contraído por la culpabilidad.

—Vaya, lo siento muchísimo cariño —musitó—. Con tanto trabajo, ni me he acordado de que estamos a… ¿hoy es día veinte? —preguntó contrariado y pensativo. Parecía estar muy lejos de allí.

—Pues sí, veinte de abril —aclaró ella sin dejar de sonreír de una manera poco auténtica.

Román se frotó la cara con las manos cuando se irguió, claramente agobiado, y Elsa trató de quitar hierro al asunto. Se dijo que no era tan importante; podía pasarle a cualquiera.

—Vamos, no hay que ponerse así. Podemos divertirnos como hacemos siempre —sugirió con una clara invitación y un insinuante arqueo de cejas.

Él le dirigió una mirada entre culpable y curiosa. Era obvio que tenía ganas de averiguar qué tramaba. Carraspeó para decir algo, e intentó relegar algunos de sus pensamientos más sombríos en aquel instante, a un lugar oculto de su mente. No era momento para ponerse serios; ya hablarían al día siguiente de lo que le preocupaba de verdad, decidió Román. Tenía que hacerlo, se dijo a sí mismo. Lo que estaba haciendo y sintiendo, no podía excusarse. Ya no más.

—Perdóname —dijo Román con la voz quebrada.

Elsa le miró unos segundos. Esa disculpa parecía transmitir más de lo que parecía y quiso que le hablara, que le dijera a qué venía ese tono, pero no deseaba estropear aún más las cosas. Ignoró el incómodo nudo que se formó en su estómago y respiró hondo. Su inicial excitación se había enfriado un poco, pero estaba dispuesta a avivarla. Nada podía hacer que su noche acabara de mala manera.

Tenía el brazo echado en el respaldo del sofá y acercó unos centímetros su mano para acariciarle el pelo. Era tan suave, que sintió hormiguear sus dedos. Se acercó a él y le plantó un beso posesivo en sus apetitosos labios. Su lengua rozó la suya solo unos segundos y la temperatura pareció subir un par de grados en cuestión de segundos. Sin embargo, Elsa tenía que marcar un ritmo más lento, no podía dejarse llevar de ese modo, o Román tendría sus bragas en las manos en un instante, y muy al contrario, estaba dispuesta a hacer su papel esa noche. Lo había planeado así, y quería que él disfrutara. Postergar el placer era difícil, pero sabía que de esa manera, el final sería explosivo. Enloquecedor. Eso le encantaba, y sabía que a Román también.

Se separó a duras penas, casi sin aliento. Román la tenía ahora sujeta con posesión, con sus manos enredadas en su pelo y su espalda; Elsa se deshizo de él con suavidad, sin dejar de sonreír, y pudo ver cómo él mostraba su confusión, aunque parecía dispuesto a complacerla con su silenciosa petición. Soltó un suspiro entrecortado y la miró con deseo.

—Quédate bien quieto en el sofá —pidió con voz seductora—, y haz lo que te diga —exigió señalándole con el dedo índice.

Le dio un último y húmedo beso antes de incorporarse y ponerse frente a él. Miró a su entrepierna y pudo notar a la perfección, que estaba muy excitado. Eso la encendió un poquito más. Pudo notar que las paredes de su deseosa y ansiosa vagina se contraían, y cogió aire. Qué difícil era retrasar y desterrar sus instintos, sobre todo cuando estos eran salvajes y lo único que querían era que la penetrara con posesión y desenfreno. Lo que Román le provocaba era tan fuerte, que a menudo se preguntaba cómo no estaban siempre desnudos haciendo el amor como posesos. Aunque lo cierto era que muy a menudo, cuando no estaban en el trabajo, estaban dándole al sexo. Eran dos personas muy fogosas, con gran apetito carnal.

Elsa bajó sus manos hacia su pantalón y abrió el botón y la cremallera por completo. No le tocó a él en ningún momento, pero deslizó la tela de sus calzoncillos cuando él colaboró levantando el trasero del sofá, y liberó su hinchado miembro. Esa parte le costó mucho más, porque lo único que deseaba era hundirle en su boca para degustarle, lamerle de arriba abajo, sentir su aterciopelada piel y su dureza, y saber que podía provocarle un inmenso placer solo con la destreza de su lengua. Hizo un gran esfuerzo por contenerse y se lo comió con la vista cuando se puso de pie frente a él.

—No te toques. Mantén tus manos quietas al lado de tus piernas. Haz lo que quieras con ellas, pero no te des placer —ordenó con voz firme, y a la vez, cargada de deseo.

Román la miró comprendiendo el juego a la perfección, con una expresión totalmente lasciva, y dispuesto a hacer cuanto ella quisiera. Estaba convencido de que iba a pasarlo en grande. Siempre lo hacían, y de mil maneras diferentes. Sonrió y asintió con la cabeza.

—Está bien, soy todo tuyo, cariño —dijo con una sonrisa perversa.

Elsa acercó su rostro al suyo y sonrió ante su acertado comentario. Los labios de Román estaban entreabiertos, y ella le acarició con suavidad con la lengua. Atrapó su labio inferior y lo mordisqueó sin hacerle daño. Vio que sus ojos se oscurecían, y la miraban con intensidad.

—Me encanta que digas eso —murmuró Elsa junto a su oído. Jugueteó con el lóbulo de su oreja y oyó que soltaba un gruñido de placer.

Eso la hizo vibrar por dentro y por fuera. Se dijo que si no comenzaba, al final se dejaría llevar, le permitiría que la penetrara sin compasión y la follara hasta perder el sentido, hasta que gritara su nombre una y otra vez a pleno pulmón. La idea era de lo más tentadora, pero deseaba que Román tuviera su regalo; aún cuando su cuerpo pidiera a gritos la liberación que tanto ansiaba.

Le dedicó una perversa sonrisa y se separó de él.

Con un pequeño mando a distancia que había en la mesilla, subió el volumen de la música, y después dejó el aparato donde estaba. Se giró para darle la espalda, pero echó un rápido vistazo a su pene erecto; le lanzó una sonrisa de suficiencia y tras mirarle a los ojos, que él tenía entrecerrados, se preparó para dar comienzo al espectáculo. Cogió aire para calmar su agitada respiración y sus ansias.

Puso sus manos en sus caderas, de manera que fueran visibles para él. Estaban a poca distancia, apenas a unos dos metros; cualquier sonido sensual que escapara de sus labios, lo escucharía, y cuando empezó a subir sus manos con lentitud por todo el contorno de su vestido, dejó escapar un erótico gemido por sus labios. Llegó hasta su pecho y siguió subiendo hasta su pelo. Lo recogió con las manos y lo pasó por su hombro izquierdo, para dejar su espalda al descubierto. El vestido le llegaba por debajo de los omóplatos, por lo que no tuvo que hacer ningún esfuerzo para coger el inicio de la cremallera y empezar a bajar con lentitud, dejando su piel clara al descubierto. Era una sensación muy erótica estar desnudándose para alguien, sobre todo cuando la otra persona, tenía los ojos clavados en ella, y la miraba con esa lascivia.

Pensó quitarse los tacones, pero sabía que a Román le parecerían un toque muy sensual, así que se los dejó puestos. Pudo oír que se removía en su asiento, y le encantó saber que estaba inquieto, y muy excitado. No habría esperado otra cosa de él, porque era un hombre muy apasionado, y sabía que disfrutaba con su cuerpo desnudo. Siempre le decía lo mucho que le gustaba verla como Dios la trajo al mundo. Apenas podía apartar las manos de ella cuando la tenía cerca, y Elsa disfrutaba siempre con su contacto. Y con el cuerpo de Román. Estaba tan bueno que quitaba el aliento.

La música continuaba con su provocadora melodía y Elsa contoneó sus caderas al compás. Empezó a sentir electricidad en el ambiente y sonrió para sí misma. Cuando bajó del todo la cremallera, en lugar de quitarse el vestido, se giró hacia él con una mirada hambrienta.

Vio a Román muy concentrado en su exhibición, con sus manos apretadas en fuertes puños. Sabía que le costaba contenerse. No era un tío que disfrutara manteniéndose quieto, pasivo; muy al contrario, era un hombre de acción.

Bajó los tirantes con suavidad, rozando su propia piel con sus dedos. El sujetador era sin tirantes, de modo que aún estaba oculto. Cuando tuvo los dos hombros desnudos, y mientras bailaba, se inclinó hacia delante, para que su excitado marido, tuviera una buena visión casi completa de sus pechos. Su mirada por su cuerpo era como una sensual caricia, pudo sentir sus manos aunque en ese instante no la estuviera tocando, y su propia respiración se volvió errática, superficial. Estaba muy excitada, y deseosa de tenerle dentro, de disfrutar de todo él.

Jugueteó con su pelo y decidió provocarle un poquito más. Giró la cabeza hacia el lado derecho y lamió con sensualidad su hombro desnudo. Dejó escapar de sus labios un jadeo y en respuesta, oyó que Román cambiaba de posición en el sofá y se inclinó hacia delante.

Elsa le miró directamente a los ojos, que revelaban un elevado grado de exaltación, y puso un dedo en sus labios, para indicarle que guardara silencio, pero sin dejar su pose provocativa.

—Shhh… cariño, relájate —ronroneó—. Esto acaba de empezar.

Sonrió con satisfacción.

—Me estás matando, nena —siseó este con voz grave, cargada de deseo—. Cuando te coja, te voy a destrozar —sentenció con voz ronca sin dejar de observar todos sus movimientos.

Le encantó su directa amenaza.

Ella soltó un suave grito complacido y ahora lamió su dedo con la lengua, muy lentamente, de manera perversa. Después lo mordisqueó con una ligera sonrisa juguetona. Pudo comprobar que Román se tensaba, y buscaba una posición más cómoda. Este miró hacia su entrepierna y luego a ella, sonriendo a su vez de manera intencionada, sabía que apenas podía contenerse y que deseaba coger su pene y aliviar toda la tensión que iba acumulando. Elsa miró hacia su erección y su calor interior aumentó varios grados en cuestión de segundos. Estaban al límite. Ella lo sabía, él lo sabía. El juego pronto acabaría. Moría de ganas por tocarle, como estaba segura que le ocurría a él, pero estaba siendo muy divertido y no tenía intención de pararlo ahora. Los preliminares podían ser tan excitantes como la penetración, aunque ahora mismo deseaba que la poseyera una y otra vez sin contenciones. Ella misma notaba que su vagina se humedecía, estaba deseando una pronta liberación, y respiró hondo para intentar calmarse, aunque era tan difícil como decirle a un volcán en erupción que dejara de soltar lava.

Comenzó a bajar el vestido hasta su cintura y así, Román pudo apreciar su conjunto de ropa interior. Este dejó escapar una risa ahogada. Elsa mordió su labio inferior con lascivia y paseó su lengua por el superior. Sabía que eso lo mataba, pero en el buen sentido. Estaba segura de que había acertado en su elección, aunque a ella misma no le gustara demasiado ese tipo de lencería.

—¿Qué te parece? —musitó con la voz entrecortada.

—Mmm… me gusta más de lo que te imaginas… —comentó él con aire distraído y la voz ronca, sin dejar de contemplar sus movimientos y gestos.

Antes de seguir bajando, Elsa olvidó el vestido y masajeó sus pechos por encima de la tela. Le encantaba provocarle, y estaba convencida de que Román estaba a punto de estallar. No le dio ninguna pena, porque ella misma estaba en el mismo estado: abrumada por las sensaciones que la situación les estaba provocando a ambos.

Sin embargo, cuando percibió lo agitado que estaba, se apiadó de él, y quiso permitirle un pequeño aliciente.

—Ahora puedes tocarte —concedió con un susurro.

Esa visión la dejó sin aliento. Tuvo que concentrarse para seguir con su baile erótico, de ese modo llegarían al punto que los dos buscaban, aunque era difícil, puesto que le encantaba admirar cómo movía su mano por toda su dura longitud. Quería ser ella la que acariciara su pene de arriba abajo, despacio, gozando de tenerle a su merced.

Colocó sus dedos en el borde del vestido que estaba arremolinado en su cintura y comenzó a bajar despacio, sin dejar de moverse y de mirarle, mientras bailaba y le sonreía a la vez. Al final, dejó su vestido convertido en un charco de tela negra en el suelo y con un pie, lo envió de una patada a unos metros de distancia. Ahora estaba casi desnuda, mostrando su excitado cuerpo.

Sus caderas se contoneaban y deslizó sus manos, con una leve caricia desde su cuello hasta sus pechos, y de ahí, hasta su ya húmeda entrepierna. El tanga que llevaba era semi transparente, así que sabía perfectamente que Román estaba teniendo una detallada visión de su depilado pubis. Paseó sus manos por allí con suavidad y lentitud.

Román tenía la boca ligeramente abierta, y Elsa pudo ver con claridad que estaba asombrado; no sabía si por su exhibición, o por el bailecito que le dedicaba, ya que era algo que no había hecho antes, pero le encantó que estuviera disfrutando. Se sintió sexy, poderosa, y muy, pero que muy caliente. Había llegado el momento de subir el nivel. Jugueteó con la fina tira del tanga, pero sin moverla del sitio, para provocarle. Paseó sus dedos por su centro, aunque por encima de la tela, mientras que con la otra mano, seguía acariciando su cuerpo. Se giró para que tuviera una visión completa de su semi desnudo cuerpo, y aprovechó para rozar con suavidad sus muslos y glúteos. En esta posición, podía seguir moviéndose, para que él no perdiera detalle de sus partes más íntimas y fue entonces cuando decidió que ya era hora de desvelar la mejor parte. Bajó la delicada prenda hasta el suelo y sus manos subieron por sus piernas con delicadeza. Elsa hizo un sonido de placer para que Román supiera que gozaba con aquello también, incluso sin apenas tocarse. Echó hacia un lado la fina tela de encaje para no pisarla y se dio la vuelta despacio, para quedar de frente.

En ese instante le dieron ganas de saltar sobre él. Los movimientos de Román también eran lentos mientras subía y bajaba su mano por su pene erecto, y a Elsa se le hizo la boca agua. Quería más. A él. Y lo quería ya.

Deshizo el cierre del sujetador y sus pechos quedaron libres. Los masajeó y dio pequeños tirones a sus pezones que quedaron totalmente duros y erectos. Los sujetó con las manos y se inclinó para pasar su lengua por sus sensibles montículos y degustarlos. Sabía que a él le gustaría, de modo que les dedicó unos minutos para mimarlos, los rozó con suavidad y, en ocasiones, los pellizcó con delicadeza.

Román no le quitaba ojo. Se detuvo un instante para apreciar su completa desnudez y continuó masturbándose, disfrutando del espectáculo que Elsa le dedicaba.

—Nena, estás tan buena… —masculló casi sin aliento.

—Mmm… igual que tú, cariño.

Dio por acabado el juego sensual. No aguantaba más. Se aproximó a él y le hizo apartar sus fuertes manos. Quedó sentada a horcajadas sobre sus piernas y su pene entró en contacto con la excitada entrada de su vagina. Ambos soltaron un grito entrecortado. Elsa se apoyó en sus hombros para empezar su rítmico movimiento, pero sin llegar a producir más que un leve roce entre ellos. Román la sujetó por la cadera y la ayudó para crear más fricción entre ellos, aumentando poco a poco el ritmo. Cuando alguna vez dijo que le gustaban mucho los juegos, lo decía muy en serio. Ir despacio aumentaba el placer cuando llegaban al orgasmo, y estaba dispuesta a estallar en un cataclismo de lujuria y pasión desenfrenada.

Deseaba que el orgasmo fuera explosivo, y se iba a esmerar con todas sus ganas.

También se sentía agradecida por el empeño que él ponía para que ella obtuviera siempre el máximo placer en la cama. Siempre se entregaban sin reservas.

Román se abalanzó sobre su boca y ella respondió al instante. Empezó a abrir su camisa y la echó hacia atrás. No llevaba nada debajo, de modo que pudo acariciar su esculpido pecho. Su piel era suave y caliente bajo sus dedos y se recreó tocando sus trabajados abdominales sin una pizca de vello corporal. Siempre se alegraba de tener un pequeño gimnasio en casa, porque Román estaba en muy buena forma y le resultaba muy excitante verle ejercitándose, como también lo era ver los resultados de sus horas entrenándose. Era un verdadero dios griego, y también un dios del sexo. ¿Quién podría pedir más?

Desde luego Elsa estaba más que satisfecha.

La habitación se llenó de jadeos entrecortados y la música dejó de ser el sonido ambiente. Ninguno de los dos la oía ya; estaban muy ocupados con lo que tenían entre manos.

Elsa sintió que su excitación aumentaba a pasos agigantados. No podía esperar más. Necesitaba sentirle dentro. Deseaba su liberación ya, porque sentía que todo su ser ardía, cada nervio, cada centímetro de su piel. Toda ella. Su marido la volvía loca.

Román, por otro lado, estaba recreándose en el fantástico cuerpo femenino que tanto adoraba. Paseó sus manos por todo su cuerpo, empezando por apretarla contra él para profundizar el beso. Bajó sus manos hacia sus pechos y, los rosados y turgentes pezones de Elsa, se endurecieron al instante en respuesta. Sentía la humedad del sexo femenino contra el suyo, y Román pensó que llegaría al orgasmo en cuestión de segundos, porque le había puesto a mil por hora con ese provocador bailecito. Qué sensual era siempre, pensó.

El juego se ponía muy serio y las caricias dejaron de ser suaves. Ambos empezaron a sentir un hambre voraz por el otro. Ya no valían las contenciones e insinuaciones, sino el deseo y la profunda necesidad que experimentaban sus sobreexcitados cuerpos.

Elsa se acomodó sobre su erección; estaba húmeda y preparada para su invasión, y dejó escapar un sensual grito cuando le sintió profundamente hundido en su interior. Habría querido ir despacio, poco a poco, pero no pudo, así de simple. En pocos segundos, se encontraban llevando un compás desatado, moviéndose contra el otro, casi como si el mundo fuera a terminarse enseguida.

Elsa se balanceaba sobre él, y se arqueó hacia atrás, lo que hizo que Román pudiera llenarla de besos por su clavícula, cuello y mandíbula. Llegó hasta sus labios y se recreó en ellos mientras entraba una y otra vez en su palpitante y ávido sexo. Estaban a punto de estallar. Sus respiraciones eran agitadas cuando se separaron apenas unos centímetros para recuperar el aliento. Aumentaron a un ritmo vertiginoso y unieron sus labios de nuevo, mezclando sus alientos, y sus ansias. Elsa estaba fuertemente agarrada al sofá para poder imponer una mejor fricción entre sus cuerpos íntimamente unidos. Su hinchado clítoris recibía el impacto del roce contra él, y Elsa sintió que su cuerpo temblaba, notando cómo una tremenda explosión se acercaba rápido para arrollarla.

Román pudo sentir el momento exacto en que Elsa se dejó llevar, y la sujetó con fuerza contra sí mismo para proporcionarle más placer.

—Oh, no pares. ¡No pares! —gritó ella.

Román casi sonrió entonces. No pararía ni aunque los sacudiera un terremoto de nivel máximo.

—No pienso parar, nena —gruñó él casi sin aliento—. Eso es… disfruta.

Entraba y salía de su interior sin descanso, haciéndola gritar. Su sexo se contraía sobre su pene y pensó que moriría de gusto. Sabía cómo le gustaba a Elsa y no hizo más que aumentar la velocidad. La penetró duro y profundo, y así lo hizo una y otra vez, hasta que su propio orgasmo llegó con fuerza y se derramó en su interior. Elsa, que conocía su cuerpo como el propio, pudo notar cómo alcazaba el clímax y se contoneó sobre él, dejando entrar y salir su potente erección, notando que Román disfrutaba más cuando ella movía sus caderas en círculos y se empalaba a la vez contra su miembro. Satisfecha después de semejante orgasmo, sintiendo aún la invasión de él, le dio un largo y profundo beso, que los dejó a los dos sin respiración, sudorosos y jadeantes.

Elsa apoyó la cabeza sobre su hombro y se dejó abrazar por Román durante unos minutos, sin moverse demasiado, por lo que él estaba aún dentro de ella. Poco a poco sus cuerpos se fueron relajando, y cuando se separó para besarle, notó algo extraño en su mirada. No supo qué era, pero de algún modo, sintió que algo había cambiado aquella noche. No tenía idea de qué, y una extraña idea se apoderó de ella. En el fondo, no estaba segura de querer saberlo.

—¿Sabes? Podríamos pasar este fin de semana por el Club Lovers —propuso. Como no dijo nada enseguida, tan solo compuso una media sonrisa pensativa, ella trazó círculos sobre su pecho con aire distraído y se planteó tentarlo—. Hace mucho que no vamos, así que si te apetece, puede que incluso ahora…

Román levantó la mirada de repente. Elsa calló.

—No sé, cariño. Estoy agotado —dijo con desgana.

Elsa se tragó su incomodidad, y su irritación. No era un buen plan montar un numerito que acabara con su momento de satisfacción total después del sexo, y de todos modos, aunque hacía tiempo que no pasaban por el Club de intercambio de parejas, tampoco era algo que hicieran todos los fines de semana, ni siquiera todos los meses. Si ahora mismo no le apetecía, a pesar de no poder comprenderlo, lo aceptaría. De todos modos, era algo que debían hacer juntos como pareja, y lo respetaba, por supuesto.

Si bien su actitud era algo rara, un mal día podía tenerlo cualquiera. Ella los tenía a menudo, así que no era quién para cuestionar su Román se había levantado con el pie izquierdo.

Decidió que lo mejor era dejarlo estar por ahora.

Apagaron todas las velas y cada uno se dispuso a darse una ducha templada antes de dormir.
Al cabo de unos minutos, Elsa se metió en la cama con su marido, que ya estaba dormido después de haberse duchado en otra de las habitaciones de invitados. Esto también confundió a Elsa. Román solía meterse en el baño con ella después de una placentera sesión de sexo alucinante. Sobre todo para repetir. No sabía qué ocurría con él. Pensó, no sin cierto sentimiento de impotencia, que al final tendría que preguntarle. Podría decirse que las charlas sobre sentimientos u otras preocupaciones, no eran su punto fuerte; de hecho, las detestaba profundamente; sin embargo, le veía turbado por algún motivo y dado que su relación se basaba en la sinceridad desde el principio, Román debía ser claro con respecto a esa inusual actitud.

Y ya no solo porque ella tuviera todo el derecho del mundo a saberlo, que lo tenía, sino porque convivían juntos. Tenían una relación y se querían. Guardar secretos no entraba en esa ecuación.

Nada podía minar más una relación que el hecho de mentir y ocultar cosas.




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