Os presento uno de los relatos incluidos en este libro. Espero que lo disfrutéis!
Tú eres mi regalo
Estaba
arreglada y contenta de tener una tarde libre para salir a tomar un café con
mis amigas. Busqué mi móvil y antes de guardarlo en mi bolso, me di cuenta de
que tenía un mensaje de Connor:
Nena, te echo de menos. Esta noche vuelvo
tarde, pero te compensaré, te lo prometo. Te quiero.
Le
respondí de inmediato.
Yo también te añoro. Estaré esperando en tu
casa, ya sabes que me encanta dormir a tu lado. También te quiero.
Llevábamos
casi un año y medio saliendo; todo un récord para los dos. Nunca antes habíamos tenido una relación duradera. Algo que no me preocupaba, aunque sí el
hecho de que él me dijera al principio, que no le atraían los compromisos, que
era un alma libre y no le gustaban las etiquetas que se suelen emplear cuando
se hay una relación íntima entre dos personas.
Yo
no le presionaba, claro. Nunca sacaba a relucir temas como el llamarnos novio o
novia. Y al parecer había hecho bien. Con el tiempo, él se había dado cuenta de
que éramos algo más que una aventura pasajera. Nos encantaba estar juntos y no
nos costó expresar nuestros sentimientos con sinceridad.
La
primera vez que me dijo que me quería, habían pasado solo dos meses desde que
salíamos juntos. En mi interior sabía que sentía lo mismo que yo, se le notaba en la mirada,
pero intuía que necesitaba tiempo para asimilarlo y dejé que fuera el primero
en dar el paso. Cuando vio que correspondía sus sentimientos, hicimos el amor
con tal ímpetu, que creí que había muerto y volado al cielo. Era muy apasionado
y eso me encantaba.
Connor
era el hombre con el que todas las mujeres sueñan: atractivo, atento, cariñoso
y terriblemente sensual. Lo único que me hacía temblar de miedo, era el hecho
de que no soportaba los compromisos y que trabajaba de fotógrafo de una revista
de moda. Cuando tenían algún reportaje importante, viajaba durante días e
incluso semanas, pero lo peor, era saberlo rodeado de modelos guapísimas babeando
por el hombre al que ya consideraba mío.
Ésta
sería otra larga noche en su casa de Los Ángeles, esperando su regreso para no
tener que pasar varios días sin verle. Llevaba algunas semanas trasnochando
tanto, que ocasionalmente cuando volvía, solo me daba las buenas noches y
dormíamos juntos sin hablar siquiera. Era agotador, pero al menos le veía un
rato, aunque tuviera que conducir quince minutos hasta casa por la mañana y
después al trabajo. Desde luego merecía la pena contemplar sus ojos castaños y
esa mirada cargada de ternura que me dirigía. Dormir abrazada a él, era lo
mejor del día.
Guardé
el teléfono, deseando en silencio que terminara ya el maldito reportaje de la
revista que le tenía viajando a Washington todos los días en avión. Casi tres
semanas con ese ritmo de trabajo iban a acabar con él y de paso, conmigo.
Algunas veces, Connor ni siquiera podía volver, porque sus horarios cambiaban de un
día para otro si surgía algún contratiempo.
Salí
de casa repitiendo un mantra. Esperando que volviera para quedarse en casa, al
menos una temporada, y así disfrutar de su compañía.
Ver
a Jessica, Claire y Tracy, hizo que olvidara mis pensamientos. El trabajo
también me tenía absorta a mí, y por fin mi jefe había tenido la cortesía de
darme un día libre a pesar del lío que había en el bufete de abogados. Como
contaban con cuatro secretarias, nos darían tiempo libre a cada una, y así
sería hasta tener las vacaciones de verano. Las jornadas de trabajo últimamente
eran una locura, pero al menos nos daban un respiro.
—Courtney…
¿tú, llegando tarde? Si vives aquí al lado… —se burló Tracy.
—Venga
ya, no llego tarde. Y además, vengo de casa de Connor, por eso no he venido
antes.
—¿Ha
vuelto ya? —se interesó Claire.
—No,
debió de marcharse esta mañana muy temprano, porque he pasado la mañana sola. Hace un rato que me ha mandado
un mensaje. Además, creo que hasta el fin de semana no terminará.
—Vaya,
este chico hace contigo lo que quiere —expresó Jess, negando con la cabeza—.
Tienes que decirle que no puede ir y venir a su antojo, y dejarte tirada cuando
le da la gana.
—Jess,
sabes que es su trabajo, nunca le diría algo así. Además, también yo trabajo
mucho y nunca me lo ha reprochado.
—Ya,
ya, ya. Pero la diferencia es que tú estás rodeada de cincuentones aburridos y
él de chicas guapísimas… En serio, átalo en corto o este bombón se te escapa
con una modelo cualquier día.
Se
me hizo un nudo en el estómago al oír eso. No es que no confiara en él, pero no
me hacía gracia tenerle tan lejos, y menos aún, cerca de una mujer en concreto.
Dayana
Taylor era la famosa redactora de una revista importante y la ex de Connor.
Hacía ya muchos años que había terminado todo entre ellos, pero era una mujer
preciosa que siempre contaba con él para la revista que dirigía. No me alegraba
la noticia cuando Connor me lo mencionaba, pero nunca le dije nada al respecto.
Confiaba en él, y tampoco quería que creyera que estaba celosa… Algo que no era
cierto, al menos no del todo.
—Eres
una borde, Jess —soltó Tracy—. Supera ya lo de Martin, porque no todos los tíos
del mundo son unos cerdos narcisistas.
—Sí,
no le hagas caso, Court, la verdad es que todas creemos que Connor es un buen
tío —dijo Claire. Su mirada se volvió hacia Jess—. Y Tracy tiene razón. Come
helado, llora, grita o véngate de él por su engaño, pero tienes que olvidarle
de una vez.
Jessica
suspiró y le dio la razón asintiendo con la cabeza, pero su ruptura era muy
reciente y aún le costaba ser amable con el género masculino. Sin embargo,
aunque sus palabras no fueran dedicadas a Connor, me afectaban más de lo que
hubiera deseado. Traté de ignorarlas, pero acudían a mi mente a menudo para
atormentarme.
Una tarde de compras con las amigas, era lo que necesitaba para desconectar un
poco. Habíamos quedado por la noche para ir al cine, así que cargué mis bolsas
en el coche y fui a casa. Últimamente no pasaba mucho por allí y tenía que
poner un poco de orden.
Estaba
limpiando la cocina cuando mi teléfono sonó. Salté de alegría al escuchar la
voz de Connor al otro lado de la línea.
—Hola
preciosa, ¿me echas de menos?
—¿Qué
pregunta es esa? —dije riendo—. Claro que sí.
—Me
alegro, porque mañana vuelvo a Los Ángeles para quedarme. Ya casi he terminado.
—¡Qué
bien! —exclamé feliz—. Me alegro, tengo muchas ganas de verte.
—Y
yo nena, pero eso significa que al final esta noche no podré ir a verte. —El
silencio se hizo a ambos lados, me entristecía estar otra noche sin él, pero
por otro lado, le vería pronto y eso me consolaba en parte—. He hecho todo lo
posible para adelantar mi vuelta y es la mejor opción que tengo, espero que no
te enfades mucho.
Me reí,
sabía que estaba bromeando. Me moría por verle y me parecería bien cualquier
cosa con tal de tenerle de vuelta.
—Haré
todo lo posible por no montar en cólera e ir a asesinarte. —Se rió a
carcajadas—. Avísame y voy a esperarte a tu casa.
—Lo
haré. Por cierto, ¿estás en la tuya ahora?
—Sí,
tenía que volver a cambiarme para salir esta noche y arreglar un poco mi
desastre particular, ¿por qué?
—Oh,
por nada concreto, pero creo que si no me equivoco mucho, algo te llegará en
una hora más o menos. Espero que te guste.
—¿Un
regalo? ¿De qué se trata?
—Pronto
lo sabrás.
—Venga,
no seas así, ahora no dejaré de preguntarme qué es…
—Te
encantará, ya lo veras. Tengo que dejarte, el deber me llama. Te quiero nena.
—Y
yo a ti. Adiós.
Tras
colgar, me pregunté con una sonrisa en los labios, qué se le ocurrió ésta vez.
Le gustaba sorprenderme y como era muy impulsivo, me intrigaba sobremanera lo
que habría hecho ahora.
Seguí
con mi tarea y al cabo de un rato, llamaron a la puerta. Al abrir, mi sorpresa fue
mayúscula cuando me encontré con tres repartidores, cada uno llevaba un ramo
enorme de rosas rojas.
De
la impresión que me llevé, no dije absolutamente nada, hasta que uno de ellos hizo
que reaccionara.
—Hola
señora, ¿quiere que se los dejemos dentro?
La pregunta era absurda, claro. Asentí.
La pregunta era absurda, claro. Asentí.
—Claro,
pasad —di un paso atrás y les dejé entrar—. Podéis dejarlos en esa mesa de ahí.
Y por favor, no me llames señora, que solo tengo veintiséis años.
Los
tres se rieron y uno de ellos se me acercó para darme un sobre. Imaginé que no
era la tarjeta de los ramos de flores, porque solían ser pequeños. Claro que no
estaba acostumbrada a recibirlos y bien podía ser una dedicatoria o algo
parecido.
Se
despidieron y tras contemplar la belleza de la multitud de rosas que ocupaban
toda mi mesa de comedor, me senté en un sofá y abrí el sobre que tenía en la
mano.
Decir
que me sorprendí cuando vi lo que había dentro, sería el eufemismo del año.
Tenía el corazón acelerado, la garganta seca y las manos temblorosas al ver los
billetes de avión y las reservas de un hotel en Grecia. Eran para dentro de
unos tres meses, lo cual era comprensible, porque mis vacaciones las cogería
para entonces. Lo que no sabía, era por qué Connor reservaba con una antelación
tan desmesurada. Su trabajo no le permitía el lujo de pensar a largo plazo,
porque en cualquier momento le podían llamar y tendría que irse, así que no
sabía qué pensar.
Aún
miraba los papeles en mi mano, cuando escuché que volvían a llamar a la puerta.
Esperaba que no fueran más flores, porque de lo contrario, no sabría dónde las
iba a meter, ya que mi piso era más bien pequeño.
Me
olvidé de todo, cuando vi a Connor al otro lado de la puerta. Solté un grito y
dejando caer los papeles de cualquier forma en el suelo, me abracé a él hasta
que casi me dolieron los brazos.
—Sí
que tenías ganas de verme —susurró en mi oído.
—Pues
claro —aseguré, retrocediendo lo justo para mirarle a los ojos—. La duda
ofende, que lo sepas.
Me
besó, como solo él sabía besarme. Con una pasión y una urgencia que no contenía
para nada. Me tomó en brazos e hizo que le rodeara con mis piernas, levantando
así mi falda.
Una
sonrisa traviesa se le dibujó en los labios cuando detuvo sus manos en la parte
superior de mis medias. Bajó la mirada, se recreó con el encaje de éstas y me
miró con una sensualidad que me derretía. Esos profundos ojos tenían un poder
sobre mí, que hacían que todo mi mundo temblara bajo mis pies.
—Siempre
eres tan sexy… —murmuró.
Quería decirle que él siempre estaba tan bueno que no me cansaba de mirarle, pero no podía. Mis palabras estaban atascadas cuando él posó sus
labios en mi cuello y fue bajando hasta llegar al sujetador. Abrió mi camisa de
un tirón, me alegré de llevar una que estaba atada con un cinturón y no con
botones. Normalmente acababa con las camisas destrozadas, después de un momento
de pasión con Connor.
Sus
manos volaban por todas partes, arrancando de manera salvaje todas las prendas
de ropa que nos estorbaban, su mirada encendida por la lujuria, me desarmaba.
Tampoco yo podía contenerme, hacía tantos días que no podíamos disfrutar así de
nuestra compañía, que estaba segura de que iba a enloquecer.
Tiró
de mí, hasta llegar al sofá y allí se dejó caer, haciendo que me colocara
encima. Con sus dedos mágicos, estimuló la parte de mí, que estaba deseando que
hiciera suya por completo y al notar que estaba más que preparada, sonrió con
malicia.
—Siempre
lista para mí.
—Siempre
—jadeé.
De
una estocada rápida, entró en mí, haciéndome gritar de placer. No podía negar
que ésta, era una de las cosas que más echaba de menos de Connor, cuando estaba
lejos. Nuestra conexión no era solo carnal y eso se notaba en cada caricia,
cada mirada, cada beso.
Era
tierno, a la vez que brusco y salvaje. Una combinación enloquecedora e
irresistible.
Mientras
yo me movía para que me penetrara más profundamente, él me acariciaba el pelo
hacia atrás y recorría mis labios y mi cuello con pequeños besos ardientes que
me hacían estremecer. El clímax no se hizo esperar. Nos perdimos el uno en el
otro, como un tesoro se pierde en la profundidad del mar.
Cuando
recuperamos el aliento, noté que no tenía energías para moverme. Nos quedamos
abrazados un momento en la postura de la cucharita.
Al
cabo de un rato, nos levantamos para ir a la ducha. Entramos juntos y entre
risas y bromas, nos enjabonamos el uno al otro y acabamos haciendo el amor por
segunda vez esa tarde.
Quería
preguntarle muchas cosas, pero imaginaba que estaría cansado y merecía un respiro
después del viaje que había tenido que hacer. Pensé que ya tendría tiempo de
hablar con él por la noche, si es que le apetecía salir a cenar. Mis planes de ir al cine habían cambiado.
Se
quedó en mi cama y me dijo que le avisara al cabo de tres horas, aseguró que
tendría bastante con ese rato, para recuperarse del viaje. Cerré la puerta de mi
dormitorio para no hacer ruido mientras terminaba con las tareas y avisaba por teléfono a las chicas.
Estaba
tomando café a la mañana siguiente cuando apareció Connor en mi cocina con una
expresión adormilada.
—Buenos
días, “Bella Durmiente”.
—¿Buenos
días? —preguntó contrariado.
—Sí…
es lo que se suele decir por la mañana.
Se
rió y me abrazó, haciendo que estuviera a punto de caerme del taburete de la
isla de la cocina.
—¿Quieres
un café?
—Sí,
claro, pero ya me lo sirvo yo. Tenías que haberme despertado ayer, como te
dije.
—Lo
hice, bueno lo intenté. Estabas tan cansado que ni siquiera abriste los ojos y
después de un rato, desistí y salí para dejarte descansar a gusto.
Recordaba lo extrañadas que se quedaron mis amigas cuando me vieron aparecer.
Recordaba lo extrañadas que se quedaron mis amigas cuando me vieron aparecer.
—Vaya,
lo siento mucho —bostezó de manera exagerada, cogió su taza de café y se sentó
a mi lado—. Ayer fue un día de locos. Por la mañana ya tenía previsto terminar
y coger el primer vuelo que saliera para estar aquí pronto, pero hubo lío en la
revista y bueno…
—¿En
serio? ¿Qué pasó?
—Ya
te contaré —hizo un gesto como para quitarle importancia. Me moría por saber
qué pasaba, pero le dejé continuar—. Quería darte una sorpresa y por eso te
llamé y te dije que vendría hoy.
—Me
encanta que me sorprendas. Y gracias por los regalos, lo del viaje es
alucinante.
—Tú
te lo mereces, eso y más.
—Lo
que no entiendo es cómo vas a hacer si te llaman para trabajar en esa fecha.
—Bueno,
eso te lo contaré cuando tengamos más tiempo —dijo con una expresión extraña en
su mirada—. Si no te das prisa, llegarás tarde. Por cierto, mañana iremos a
cenar, quiero compensarte por lo de anoche.
—Está
bien, ya me dirás dónde.
Le
di un beso en los labios y me despedí.
Cada
uno fuimos a por nuestro coche; él salió para su apartamento para ponerse al
día con sus cosas y yo a trabajar, aunque no me apetecía nada, sabiendo que
Connor estaba en la ciudad. Deseaba estar con él todo el tiempo, pero no me
quedaba más remedio que ir a la oficina.
El
sábado al medio día, había recibido un simple mensaje de Connor, diciendo que
me llevaría a cenar a un famoso y lujoso restaurante de Los Ángeles. Enseguida
pensé en ir de compras con mis amigas. Necesitaba un vestido de infarto para
impresionarle. La noche anterior había estado algo distraído y había querido
quedarse en su piso. Estaba dispuesta a hacerle olvidar lo que sea que le
ocurriera en Washington por el trabajo.
Estábamos
en una boutique que nos gustaba visitar para estas ocasiones y las miradas de
mis amigas no eran demasiado alentadoras. No habíamos encontrado el vestido
perfecto. Todos eran elegantes, pero necesitaba algo especial, algo que le
dejara embelesado en cuanto me viera aparecer.
—Aún
no me puedo creer lo de las flores, creo que está empezando a parecer el típico
novio formal —dijo Tracy con una amplia sonrisa—. Es tan romántico…
—Claro,
Tracy, tú anímala —dijo Jess irritada—. Mira Court, creo que todo eso es
genial, pero así empezó Martin a comportarse, cuando no quería sentirse
culpable por engañarme.
Claire
y Tracy suspiraron. Ninguna estábamos de acuerdo con Jess, claro que yo podía
llegar a entenderla. No era la única que había sufrido un desengaño amoroso,
pero parecía que no se daba cuenta de que sus palabras me llenaban de dudas.
Esas
dudas que hacían daño, porque me daba miedo que en el fondo, tuviera algo de razón.
—No
puedes generalizar, Jess —intervino Claire.
—Ya,
pero es que…
Nos
quedamos en silencio, esperando a que continuara. Tenía una expresión tan
culpable que, mil pensamientos cruzaron por mi mente. Ninguno de ellos
agradable.
—¿Qué me estás ocultando, Jess?
Claire
y Tracy me miraron sorprendidas por mi tono acusador. No quería pensar mal de
una de mis mejores amigas, aunque el hecho de no dejar de comentar la
posibilidad de que Connor me estuviera engañando me hacía pensar que era porque
ella sabía algo. Deseaba no pensar en esa posibilidad, porque sería algo
horrible, pero no podía evitarlo. La idea había penetrado en mi mente y no
lograba olvidarla desde la noche anterior.
—No
soy yo la que te oculta algo Courtney. Pero, ¿te dijo Connor por qué volvió
antes?
—Pues
sí —respondí confusa—. Quería darme una sorpresa. ¿Por qué me preguntas eso?
—Verás, imaginé que él te habría contado algo.
—Se mordió el labio, nerviosa, y yo estaba ya al borde de la histeria—. Una
amiga mía, trabaja con Dayana. El jueves por la noche me dijo que el día
anterior, en mitad de una sesión de fotos, se pusieron a pelearse a gritos. Por
lo visto fue todo un espectáculo. Mucha gente de la redacción, aseguraba que
era algo personal y no del trabajo, porque todos saben que estuvieron liados
hace tiempo. La verdad es que yo no sé qué pensar. No quería decirte nada,
porque pensé que él te comentaría algo y no quise darle importancia si no
estaba segura.
—Ya.
—Tenía que haber una explicación, claro. No me lo había dicho, pero seguro
que no querría preocuparme. Se suponía que estaría al menos hasta el domingo
trabajando para ella, pero había vuelto tres días antes, eso tenía que
significar algo bueno, ¿o no?—. No me ha dicho nada, pero no creo que sea importante.
Él me lo habría contado.
Mis
amigas se miraron entre ellas con una mezcla de inseguridad e incredulidad.
—¿De
verdad lo crees? —me preguntó Jess con suavidad.
—Bueno
yo… no estoy segura —entré en el probador y me puse mi ropa. Salí de la tienda
con mi decisión tomada—. Tengo que ir a verle, necesito una explicación.
—Lo
siento Court, no tenía que haberte dicho nada —se lamentó Jess.
—Tranquila, en realidad te lo agradezco.
Me
despedí de ellas, que se quedaron algo consternadas al verme subir al coche.
Necesitaba oírlo de sus labios. Si era verdad que había vuelto a ocurrir algo
con su ex, merecía saberlo. Y en ese caso, iba a enterarse de lo que era perder
a alguien para siempre.
Le
llamé al móvil, porque no estaba segura de que estuviera en casa. Pero no me
respondió. Llamé a su puerta y después de un rato, cuando casi había desistido
de mi misión por saber la verdad, me abrió la puerta con cara de haberse
quedado dormido.
Una
amplia sonrisa iluminó su rostro y eso me ablandó. Pero yo tenía algo que
preguntarle y nada me distraería de mi propósito.
Entró
en la cocina para preparar café y yo estaba en un sillón muy cómodo, intentando
relajarme para que no notara lo nerviosa que estaba. Pero parecía que no iba a
notar nada extraño en mí, porque él parecía algo ausente también cuando se
sentó justo enfrente.
Cada
vez estaba más preocupada.
—Oye,
tengo algo que preguntarte.
—Está
bien, pues dime.
—Verás,
es que yo…
—Espera
—interrumpió levantándose de golpe—. Te he comprado una cosa para esta noche.
—¿De
veras? —pregunté sin mucho entusiasmo.
—Sí,
es una noche especial.
Lo
dijo con un tono nervioso y a la vez entusiasta. No sabía lo que se proponía,
pero me estaba dejando cada vez más inquieta y expectante. Tanto misterio me estaba poniendo de los nervios.
Me dio
una caja enorme y plana, con un gran lazo plateado. Lo abrí lentamente, mis
dedos casi no me respondían. Cuando vi lo que había dentro, no supe si reír o
llorar: era un vestido de seda rojo con pedrería. Lo más exquisito que había
visto nunca. Sin duda el vestido perfecto para un restaurante de alto nivel.
—¿No
te gusta? —preguntó al ver mi expresión confusa.
—S-sí,
claro que me gusta —titubeé—. Es precioso.
—Vaya,
pues no sé. Normalmente eres más efusiva si te gustan mis regalos.
Era
cierto. Pero según la teoría de mi amiga Jess, un hombre solo regala cosas a
una mujer cuando se trata de algún aniversario o se siente culpable por algo.
Lo cual, me dejaba con un nudo en el estómago, porque no era ninguna fecha
señalada que recordara.
Dejé
el vestido en la caja y me acerqué a él.
—Es
perfecto, de verdad. Pero tengo que hablar contigo de una cosa.
—Claro,
ven.
Se
sentó en un sillón y me hizo colocarme encima como una niña pequeña mientras me
acariciaba la mano.
—¿Qué
es lo que ocurrió esta semana con Dayana?
Abrió
mucho los ojos y supe que había algo que no me había contado. Sin duda era la
pregunta correcta, aunque su reacción no era la que cabía esperar, ya que
sonreía levemente. Por un momento pensé que estaba regodeándose por algo, y yo solo
deseaba saber el motivo.
—¿Cómo
te has enterado?
—Ya
sabes que las mujeres somos muy cotillas. Alguien que trabaja para la revista
ha contado por ahí que tuviste una pelea con Dayana, aunque nadie sabe por qué.
—Vaya,
creí que nadie se había dado cuenta, pero veo que no fuimos muy discretos.
—¿Qué?
—Me tensé ante su comentario. No sabía qué pensar. Estaba totalmente
desconcertada.
—Pues
la verdad es que tuvimos una bronca descomunal, porque se enteró que había
hablado con el director de la revista. Me voy a tomar unos meses de descanso,
empezando por esta semana. Estaba agotado de sus exigencias con las modelos y
las portadas. Te aseguro que es insoportable —dijo poniendo los ojos en blanco.
Me reí, porque sus palabras me alegraban y aliviaban mis nervios, y desde
luego, mis sospechas infundadas—. Me estuvo echando en cara algunas cosas del
pasado, porque sabe que ahora tengo una relación seria contigo y ese fue el
colmo.
—¿Y
eso?
—Bueno,
como ya te dije, no me gustaba sentirme encerrado en una relación. Con ella fue
un error desde el principio y lo corté rápido. Creo que nunca lo superó, porque
la relación de trabajo ha sido bastante tensa este último año.
—Ya.
Pensé que quizás había intentado algo contigo…
Me
miró y supo por dónde iba.
—De
eso nada, puedes creerme que no hay nada entre nosotros. Mi relación con ella
nunca fue nada serio.
No
sabía qué decirle. El hecho de saber que conmigo sí ha sido capaz de tener una
relación de verdad, me hacía sentir la mujer más especial del mundo entero.
Parecía
más serio que antes, e incluso más pensativo después de lo que me había
contado.
—¿Qué
ocurre?
Mi
pregunta parecía que le había despertado de un sueño. Me miró y pude apreciar
un brillo especial en sus ojos, algo a lo que estaba acostumbrada. Había un
amor desbordante en ellos y me alegró saber que aún sentía lo mismo por mí.
Pero ésta vez había algo más, una expresión de determinación que no había visto
antes en él. Se aclaró la garganta y parecía exaltado mientras se incorporaba
un poco para observarme detenidamente.
—Bueno,
me hubiera gustado hacer esto de otra forma, por ejemplo en un restaurante
elegante y contigo llevando ese precioso vestido. Pero ya sabes que soy un poco
especial con todo el tema de las relaciones. Me gusta hacerlo todo a mi manera
y espero hacerlo de forma correcta por una vez en la vida.
Su
discurso me había dejado erizada la piel. Como cuando sabes que algo importante
va a pasar y todo tu cuerpo te lo advierte. Me di cuenta de que le estaba
apretando la mano con fuerza y él me la soltó para coger algo que tenía en el
bolsillo trasero del pantalón vaquero.
Me
sorprendió muchísimo cuando vi una pequeña cajita de terciopelo rojo. Mi
corazón se aceleró de manera peligrosa. Nunca imaginé que Connor Harris -famoso fotógrafo al que se
le conocía por ser el soltero de oro de California-, se me declararía. Cualquier
mujer hubiera esperado lujo por todas partes: champán, un coche de lujo,
restaurante elegante y música. Pero a mí me parecía que algo así era muy
especial. Aquí sentados, viendo la televisión una noche, fue cuando me dijo que
me quería por primera vez, y donde yo le dije que sentía lo mismo, casi a punto
de echarme a llorar de la emoción. Era donde reíamos, charlábamos de todo y
compartíamos nuestras experiencias, donde cenábamos los sábados y los domingos
por la noche, como una pareja normal de enamorados. Y sobre todo, era un lugar
mágico para mí, porque durante nuestra tercera cita, al mirarme con cariño, me
aseguró que rompería todas sus absurdas reglas sobre las relaciones, solo por
mí.
Estaba
segura de que, aunque lo dijo con un tono burlón, ambos al mirarnos, supimos
que había mucha verdad en esas palabras.
—Courtney,
antes de nada, quiero decirte una cosa —me acarició la mejilla con ternura y
prosiguió—: Durante nuestra primera cita, cuando te aseguré que no me gustaba
ponerle etiquetas a lo que empezábamos a tener, te lo dije en serio —asintió
con ímpetu y se rió, haciendo que yo hiciera lo mismo—. En ese momento lo dije
por una razón, pero esa razón ha cambiado por completo. La experiencia me
enseñó que las personas vienen y van, pero tú me enseñaste, con tu infinita
paciencia y fe en mí, que algunas están hechas para estar juntas. Me alegro que
seas esa persona, porque con el tiempo me he dado cuenta de que no deseo vivir
mi vida con ninguna otra. Así que… ¿te casarás conmigo?
Las
lágrimas traicioneras, salieron de mis ojos a borbotones al verle abrir la caja
que contenía un precioso anillo de oro blanco con un diamante redondo en el
centro.
—Sí,
sí, sí.
Connor
se rió por mi efusividad, puso el anillo en mi dedo y nos besamos con una
pasión arrolladora.
—Nunca
creí que te oiría decir esas palabras.
—Bueno,
para todo hay una primera vez, y espero que se también sea la única.
—Por
supuesto, ¿por quién me has tomado?
Los
dos nos reímos.
—Gracias
por las flores y el viaje, todo es increíble.
—De
nada preciosa. Pensé que te gustaría como regalo para el viaje de novios. Me he
tomado un merecido descanso y tú podrías cogerte una excedencia. Siempre
has querido ir a muchos sitios y creo que es un buen momento, ¿qué te parece?
—Pues
que es una gran idea y un regalo perfecto.
—Tú
eres mi regalo. El más grande que haya recibido jamás. Todo lo que haga por ti
es poco, comparado con lo que significa para mí estar a tu lado.
—Yo
siento lo mismo.
Con
nuestros corazones latiendo al unísono, nos adentramos en un mundo donde solo importábamos
nosotros, y nada más.
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