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martes, 18 de noviembre de 2014

Mi vampira traviesa. Capítulo 4

Feliz Martes. A disfrutar con la lectura!!



4





Edith se dejó conducir hasta su mesa y se mantuvo en silencio mientras ordenaba sus ideas, aunque todos sus pensamientos parecían ir en la misma dirección: Rachel Hurt. Algo le decía que debía andarse con ojo con ella. No le gustaba nada en absoluto y no solo porque estuviera con Jonathan, lo cual, se decía una y otra vez a sí misma, no le importaba en lo más mínimo.

Notaba que Ian se debatía entre su curiosidad por lo ocurrido o dejarla tranquila y olvidarlo todo. Al final pareció decantarse hacia un lado.

—¿Por qué has sido tan grosera con Rachel y con ese hombre? —preguntó Ian para entablar conversación.

—Se estaba pasando contigo.

—Porque… ¿me miraba como si fuese un manjar? —bromeó con una sonrisa.

—Oh, vamos. Sabes que no es eso —dudaba si decirle la verdad, pero como tampoco sabía qué era lo que Rachel pretendía al querer entrar en su mente, no veía el peligro inminente y decidió ser sincera—. ¿No sentiste un ligero dolor de cabeza? —Ian asintió confuso y la miró esperando una explicación—. Rachel intentó manipularte entrando en tu mente, pero no sé por qué.

—Vaya, pues es un alivio que no lo hiciera.

—Ya, pero me preocupa que quiera algo de ti, ¿por qué no te vienes esta noche y te quedas en casa?

—Claro, pero la pulsera que me diste me protegerá de ella, ¿verdad?

Edith abrió los ojos como platos. No se creía lo que Ian acababa de hacer. Ya le había explicado que los vampiros podían oír cualquier cosa que ocurriera mientras estuvieran lo suficientemente cerca. Rachel y Jonathan estaban en el mismo restaurante. Podría jurar que pendientes de cada palabra que decían.

Ahora que Ian había mencionado la pulsera que le había regalado para protegerle de que los vampiros pudieran entrar en su mente, ya no le servía de nada; si cualquiera de aquellos dos deseaba manipularle por alguna razón, se desharían de ella y harían lo que quisieran con él. Le importaba lo suficiente como para no permitir que le ocurriera nada.

—Tranquilo, nunca dejaría que te pasara nada —enfatizó la palabra “nunca” y le miró con una sonrisa, que sabía que le haría olvidar cualquier cosa que estuviera pensando.

Le tocó la mano, evitando el contacto con la pulsera de plata, ya que el metal era de las pocas cosas que un vampiro no podía tolerar. Actuaba como barrera contra los poderes vampíricos, claro que no afectaba a la sangre, por eso Ian permitió que se la regalara, ya que le gustaba que le mordiera. Le conmovió que Edith deseara protegerle de sí misma y de otros vampiros con los que pudiera cruzarse, aunque si no lo mantenía en secreto, de poco le servía. Como en ese momento. Solo podía esperar, que ni Jonathan ni su novia, quisieran hacerle daño, porque no pensaba dejarles que lo hicieran.

Apenas probó bocado. Supo que los vampiros se marcharon bastante antes que ellos y se le planteaban muchas preguntas: como los motivos para encontrarse en el mismo restaurante que ellos. No le hacía gracia que hubiera más de los suyos implicados para robar las reliquias de su madre. Aunque Edith no podía saber si aquella estaba en la ciudad por ese motivo y dudaba que Jonathan se lo quisiera decir.

Cuando salieron del restaurante, eran casi las doce de la noche. Subieron a un taxi y Edith estaba tan sumida en sus reflexiones que no notaba que Ian la observaba con interés.

—¿Estás segura de que quieres que me quede contigo esta noche?

—Sí, claro —aseguró volviéndose hacia él—. ¿Por qué lo preguntas?

—No sé, te noto distraída.

La voz y la mirada de Ian no revelaban que estuviera molesto por ello, más que nada se estaba comportando como el amigo que era. Un amigo con el que a Edith le gustaba pasarlo bien, que era el motivo por el que quiso quedar con él esa noche. Que las cosas se hubieran torcido un poco debido a la inesperada aparición de los vampiros durante lo que debiera ser una cena despreocupada y divertida, no tenían por qué fastidiarles por completo la noche. Bastantes problemas les estaban causando ya.

—Me gustaría que me distrajeras tú, como sabes que me gusta… —susurró contra sus labios.

—Eso está hecho.

Sus labios se unieron de manera suave y comedida, ya que estaban en un taxi y Edith notaba que el conductor iba pendiente de lo que ocurría en el asiento de atrás.

Se le escapó una risita cuando sintió crecer el deseo en Ian, haciendo que el suyo aumentara en igual medida. Estaba desesperada por llegar a su apartamento en Park Avenue. Deseaba arrancarse la ropa y deshacerse de la de él igual de rápido, dejando al descubierto su maravilloso cuerpo y disfrutar de él hasta saciarse.

Al cabo de unos pocos minutos, el taxi se detuvo justo en la puerta de su edificio, le pagó y bajaron de forma apresurada. Ian andaba con paso firme y daba tirones de la mano de Edith. Eso le hacía gracia, puesto que era ella la que podía levantarle del suelo con una mano y subir hasta el ático en menos de un segundo, pero le gustaba que se sintiera tan deseoso de su cuerpo, como para manifestarlo con la impaciencia que tenía en esos momentos. Igual que la que Edith sentía. Pero tenía miedo de que pudieran cruzarse con alguien y no le apetecía ser descubierta por su arrebato así que ella se contuvo de usar su fuerza como le hubiera gustado.

Al llegar a su piso y cerrar la puerta, pudieron por fin dar rienda suelta a la pasión contenida.

Edith pasaba sus manos por el cabello rubio de Ian, le parecía tan suave que no podía dejar de hacerlo, entrelazando sus dedos hasta conseguir hacerle suspirar de placer, sabiendo lo mucho que le gustaba a él también.

Ian le sujeto por las rodillas para que quedara a horcajadas y la apretó sin delicadeza contra la pared. Edith era menuda y bajita, así que a él no le costaba nada mantenerla en esa posición. A ella le encantaba.

La agarró con fuerza del pelo para tener libre acceso a su cuello. Edith disfrutaba mucho cuando él se dejaba llevar y la trataba sin miramientos, porque desde luego no era una flor delicada y su cuerpo era mucho más resistente que el suyo.

Al principio les costó mantener un ritmo con el que ambos disfrutaran porque ella debía de andar con cuidado con Ian para no hacerle daño y él la acariciaba como si fuera a romperse, pero pronto se amoldaron a las exigencias del otro y disfrutaban de su contacto al conocerse de un modo tan íntimo.

Edith bajo la cremallera del pantalón de Ian con rapidez y éste se tenso.

—Ve con cuidado, preciosa —dijo con voz entrecortada.

—No puedo, te necesito ya.

No le hizo rogar, porque podía notar la necesidad de Edith, que también tenía el pulso acelerado y la respiración alterada.

—Como quieras —dijo con brusquedad.

Apenas podía hablar con normalidad por lo excitado que le ponía verle tan ansiosa. De una estocada la penetró profundamente. Edith gimió con fuerza. Le besó con ardor y se apretó fuerte contra su musculoso pecho.

—Llévame a la cama, no quiero que los vecinos nos oigan.

Entre risas, Ian la condujo hasta el dormitorio principal. No salió de su interior y con cuidado la depositó entre las sábanas. Inicio un baile lento, pero Edith quería mucho más. Le apretó en el trasero con sus piernas y él cogió la indirecta. La penetró con fuerza y Edith se arqueaba sin control para que entrara en ella por completo.

Un huracán se formó en su interior y unas incontrolables oleadas de placer la hicieron subir al cielo. Ian no tardó en seguirla, ella podía notar que el orgasmo le alcanzaba con fuerza. Saber que le provocaba semejante placer, la encendía y la hacía sentir más poderosa que nunca.

Cerró los ojos y se abandonó al placer que le proporcionaba.

—Edith...

Escuchó su nombre en los labios de Ian, pero una más que inoportuna imagen, cruzó su mente sin poder evitarlo. Por un instante imaginó que era Jonathan el que lo pronunciaba. Pasaron unos segundos, la respiración de Ian se normalizó y se hizo a un lado, junto a ella. Edith miro al techo y se quedó en silencio con una mano en su pecho, cerca su corazón. Como si ese gesto bastara para sosegar sus pulsaciones después de la intromisión del vampiro en sus pensamientos sin ser invitado.

Entonces se dio cuenta de que le había sentido cerca. Estaba en su edificio. Otra vez.

En un par de minutos se encontraba en su puerta. Edith lo mataría si lo había hecho a propósito. No le dejaría meterse en su vida y en su cabeza porque sí. Al parecer ya no podía disfrutar del sexo sin que hubiera alguien merodeando. Y si era una casualidad, bueno, Edith le diría donde podían irse él y su jefe. Estaba harta de que los vampiros le impusieran una suerte que ella no deseaba. No iba a dejar que se salieran ambos con la suya, y si tenía que usar la violencia, no le iba a temblar el pulso, eso seguro.

Se metió en la bañera y se lo tomó con calma, se enjabonó de un modo lento y pausado. Se aplicó una mascarilla en el pelo y se lo aclaró, y cuando notó que estaba preparada, salió de la ducha y se cubrió con una toalla. Se puso crema hidratante y un camisón negro, que contrastaba con su blanca piel. Con una sonrisa pensó que al vampiro le gustaría, pero claro, ella lo hacía por Ian no por él. Pasó un cepillo por su larga cabellera que mojada parecía casi negra.

Secó el pelo con la toalla, sin molestarse en hacerlo con un secador, puesto que notaba desde allí la impaciencia irradiando de todos los poros de la piel del vampiro que esperaba junto a su puerta. Entró en el dormitorio y vio que Ian estaba dormido. Cogió una bata negra que estaba colgada en su armario y se la puso, atándola mientras se dirigía lentamente a la puerta principal.

Jonathan llamó a la puerta y se preguntó por qué lo hacía, ya que sabría que ella se dirigía hacia allí. Cuando la abrió, se encontró con un par de ojos verdes que desprendían llamas de furia y a Edith se le escapó una risa al verle tan molesto por algo que ella desconocía, aunque sospechaba el motivo, y es que no era un hombre demasiado paciente.

—Vaya, si sabes llamar a la puerta. Estoy impresionada.

Las palabras de Edith goteaban sarcasmo por los cuatro costados. El vampiro sonrió levemente y parte de su rabia desapareció.

—Déjate de estupideces —soltó agarrándola por los brazos y levantándola para entrar en su apartamento—. Tengo que hablar contigo de un asunto serio.

Edith pateó el aire y bufó de manera poco elegante para que la soltara, no le gustaba sentirse como un jarrón al que pudiera colocar dónde le diera la gana al vampiro.

Cuando Jonathan cerró la puerta, percibió el aroma de lo que había ocurrido en ese mismo lugar momentos antes. Al parecer Edith había tenido una noche movidita y eso, por alguna razón que no llegaba a entender, le molestaba, y mucho.

—¿Una noche ajetreada? —soltó entrecerrando los ojos.

No quería que la vampira viera lo mucho que le molestaba ser consciente de que había otro hombre en su casa. Porque era absurdo que se sintiera de ese modo cuando se conocieron hacía menos de veinticuatro horas. Guardó bien lo que sentía, no quería que Edith se percatara de su confusión, porque por lo poco que sabía de ella, estaba seguro de que no le costaría burlarse de él.

—Estoy harta de que te metas en mi vida, lo que sospecho que llevas bastante tiempo haciendo —escupió con irritación mientras se cruzaba de brazos.

Jonathan entendió que le gustaba mucho más cuando se enfadaba, porque sus ojos brillaban con intensidad y tenía el vago presentimiento, de que esa pasión que demostraba, la haría una amante excepcional. Lo cual le llevó a sentirse bastante celoso del humano que dormía en su cama en ese momento.

Aparcó esos pensamientos tan poco propios de él y se centró en el quid de la cuestión. No estaba allí para protegerla, porque algo le decía, que ella no se tomaría a bien tener un guardaespaldas y tampoco es que él pudiera proporcionarle seguridad; por otro lado no se lo permitirían, pero podía advertirla del peligro que corría si no entregaba los objetos pronto.

 —No quiero meterme en tu vida, y si lo hago es porque no tengo elección —su brusca aclaración, dejó sin habla a Edith, al parecer ahora le prestaba atención—. Mira, yo no tengo ningún interés en el joyero y anillo de tu madre. Puedes creerme o no, me da igual. Pero tienes que saber que hay unas personas muy peligrosas que desean hacerse con ellos y nada les detendrá hasta conseguirlos. Ándate con cuidado porque pueden hacerte mucho daño, e incluso, llegar a usar la influencia que tienen sobre mí para hacértelo.

—¿Adolf usaría su influencia para obligarte a matarme? ¿Por qué?

La expresión asustada y sorprendida de Edith, hizo que Jonathan se revolviera por dentro. Su instinto más primitivo le empujaba a protegerla, a llevarla lejos y esconderla en un lugar seguro hasta solucionar los problemas con los vampiros que estaban detrás de unos objetos que, si bien tenían un valor incalculable, podrían ser sustituidos por otros incluso más valiosos, así que no entendía el porqué de esa obsesión. Claro que al menos podía comprender la postura de Edith. Con el paso del tiempo, pocas cosas podía ir conservando de su vida pasada, y no querría perder los últimos recuerdos de su madre.

Sin embargo, aquello podría costarle la vida, así que tenía que hacerla entender, que aquellos no valían más que su propia existencia.

—Él tampoco tendría elección. Hay un vampiro mucho más poderoso que es su creador y aún le controla. En el momento en que decida que tu vida le supone una molestia, no dudará en sentenciarte a muerte. Me extrañaría que no hubiera pensado ya en ello seriamente.

—¿Tú como sabes todo eso? ¿Es que acaso conoces a ese vampiro? —el miedo se palpaba en cada una de sus preguntas.

—Toda mi vida he sido investigador, así que sé muchas cosas y algunas las he ido averiguando por mi cuenta. No me gusta que me usen como a una marioneta, así que intento encontrar el modo de salir de este asunto sin perder la cabeza por el camino.

El sentido literal de sus palabras no escapó a los oídos de Edith, que abrió mucho los ojos por la impresión.

—Al vampiro no le conozco personalmente, pero sé que se llama Reidar Hawkins. Es alguien con el que no me gustaría cruzarme, de verdad.

Edith tuvo un presentimiento al percatarse de los pensamientos de Jonathan en ese momento.

—¿Tiene alguna relación con Rachel Hurt?

—Sí.

No sabía si contarle toda la historia, aunque como no se lo habían prohibido especialmente, Jonathan no tenía porqué guardarlo en secreto. Edith esperaba paciente a que continuara.

—Es su prometida.

Se quedó con la boca abierta y la cabeza hecha un mar de preguntas y dudas. No sabía cómo encajar todo lo que le estaba contando Jonathan. Sus colmillos estaban a punto de salir a escena y le estaban entrando unas horribles ganas de morder y desgarrar a alguien, pero si lo que le estaba diciendo era verdad, al menos parecía que estaba de su lado. Aunque no entendiera el motivo. Aunque a regañadientes, le estaba agradecida por ello.

Intentó serenarse y respirar hondo.

—Entonces debemos suponer que desea regalárselos para su compromiso, ¿no? —Jonathan asintió, aunque la pregunta la hizo más para ella misma—. La verdad es que no entiendo la fijación que tiene con ese anillo, porque si quisiera, estoy segura de que podría robarle muchas cosas más valiosas.

A Edith le rondaba por la cabeza el nombre del vampiro, y tenía la vaga sensación de haberlo oído antes. No sabía dónde, pero si le sonaba de algo, seguro que en alguna ocasión le habrían mencionado en su presencia. De lo contrario, ese nombre tan peculiar no le sonaría de nada.

—¿Sabes algo de ese vampiro, que dices que convirtió a Adolf?

—Bueno, él me dijo una vez, que en 1727 le convirtió en vampiro, y le arruinó la vida. Le arrebató a su gran amor y toda posibilidad de tener una familia.

—Vaya, no sabía que Adolf fuera capaz de amar a nadie, salvo a sí mismo —dijo incrédula.

Vio que Jonathan se quedaba muy serio, tanto su expresión como sus sentimientos se volvieron como una coraza impenetrable e imperturbable. Se preguntó porqué se habría puesto así, si su comentario lo hizo sin malicia. Podía llegar a comprender que sintiera lealtad hacia él, así que guardó sus opiniones por el momento.

—Él te quiere, a su manera, algo extraña —observó en voz baja y sin alterarse—. Debías de sentirlo cuando le conociste, pero sobre todo cuando te convirtió.

—Sí, sentía muchas cosas, pero sobre todo le odiaba por hacerme esto —dijo señalándose a ella misma con la mano, abarcando todo su cuerpo—. No tenía ningún derecho a convertirme en algo semejante. Yo no se lo pedí, porque desde luego él no me habló sobre lo que era. Así que perdóname si yo no le amaba como dices que lo hacía él.

—No te estoy hablando del amor romántico. ¿Todavía no te das cuenta?

—Otra vez con lo mismo, ¿puedes decirme a qué te refieres con eso?

—Pregúntaselo a él.

—Lo haré, créeme —se acercó a él, hasta quedar muy pegados y alzó la vista—. Quiero verle mañana, dile que se pase por la tienda al medio día y comeremos juntos. Por la noche que ni lo piense, tengo cosas importantes que hacer.

Una gran sonrisa en los labios de Jonathan dejó a Edith sin habla y sin respiración.

—Me encanta cuando te pones exigente —alzó una mano y tocó su mejilla ligeramente—. Sería un placer cumplir tus órdenes.

—Ya te gustaría —soltó sin pensar. Quiso retirar las palabras nada más pronunciarlas.

—Sí, me gustaría mucho —murmuró acercándose a sus labios de manera peligrosa.

Un ruido en el dormitorio, acabó con ese momento tan íntimo y tan inadecuado. Edith sonrió y se mordió un labio de manera provocativa. Se estaba divirtiendo al ver la incomodidad de Jonathan, pero se lo tenía merecido, por haber llegado en un momento tan inoportuno a su casa. Eran las dos de la madrugada y ella no esperaba a nadie en ese momento, y menos a él.

—Tu novio ha despertado. Os dejaré a solas para que sigáis con vuestras actividades.

Edith notó que Jonathan había enfatizado, de más, la palabra “actividades”, pero no supo porqué, ya que desapareció de su vista en menos de un segundo. Cuando Ian apareció por el salón, ya no sentía la presencia del vampiro en el edificio. Habría jurado que Jonathan se sentía molesto por la interrupción de su amigo, pero no le conocía lo suficiente como para asegurarlo.


Pronto dejó de pensar en él, porque su querido humano estaba más que dispuesto a complacerla. Dejó vía libre para que ella hundiera sus colmillos en su cuello y ninguno dijo nada en mucho rato. Edith adoraba la entrega que veía en Ian y se lo agradeció de manera muy contundente.



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