Capítulo 2
—Qué feliz te
has levantado, cariño —dijo mi madre cuando reparó en mi expresión de júbilo.
Me senté frente
a ella y pedí café y tostadas. Con la misma eficacia que en todo lo demás, la
doncella las sirvió con celeridad, y como cada día desde hacía algún tiempo, yo
me serví el líquido humeante. No estaba incapacitada, y me encantaba demostrar
que una dama también era capaz de tocar una cafetera de cristal sin que el
mundo se acabara en ese preciso momento.
Ver la mueca de
desaprobación de mi madre tampoco tenía precio por las mañanas.
—No deberías
tomar ese brebaje lleno de cafeína.
Bien, ya
empezaba con sus lecciones diarias.
—Buenos días a
ti también, madre. Y solo es una taza. Va a ser un día muy largo y necesito
algo fuerte. En las cafeterías lo preparan de todas las formas y son una
delicia —dije tras dar el primer sorbo.
—Sabes que no
me gusta que te codees siempre con tantos desconocidos. Para alguien como tú,
es peligroso.
Tan pronto como
oí sus palabras, mi mal humor cambió. Sabía que ella solo quería protegerme, y
que después de lo que le pasó a mi hermano, su hijo, debía estar con el corazón
en un puño cada vez que le decía que iba a salir de casa. Sin embargo, no podía
vivir encerrada en mi torre de marfil. También ella debía entender que
necesitaba poder respirar. Al igual que ella me hacía ver la tragedia, yo
prefería mirarlo de otro modo: la vida era corta, y podía acabarse con relativa
facilidad, de modo que había que disfrutar de cada minuto, porque nunca se sabe
cuál va a ser el último.
Dejé la taza y
miré a mi madre con una mezcla de ternura y determinación.
—Madre, no
debes preocuparte —le pedí con suavidad—. Padre me tiene vigilada continuamente
con su mejor escolta, y por cierto, Peter es muy bueno pasando desapercibido,
porque a veces hasta me olvido de que lo tengo a cada momento pisándome los
talones.
—No le llames
por su nombre, suena muy vulgar, cielo.
Intenté no
reírme, ya que a veces yo misma la irritaba a propósito. Mi madre necesitaba
distracciones continuas, porque demasiado a menudo notaba que se volvía loca y
nos volvía locos a los demás con su hiperactividad, y empezaba a creer que el
día menos pensado, caería desmayada como una dama victoriana en medio de la
calle. El gesto lo consideraría elegante, puesto que era una condesa, toda una
aristócrata; sin embargo, el hecho de mancharse la ropa no se lo parecería
tanto. ¿Y si alguien conocido la veía, o peor aún, y si una foto desafortunada del
momento acababa en la prensa, en las páginas de sociedad?
Eso no podía
permitirlo.
Preocuparse por
mí, por mi buena educación y modales, e intentar convertirme en su joven
princesa, le ocupaba el tiempo suficiente como para no volverse chiflada por
completo y organizar la vida social de ella, y de cien personas a la vez. Yo lo
hacía por su bien, por supuesto. No tenía nada que ver el que para mí también
fuera una pequeña distracción divertida diaria.
También
exasperante, claro, por sus constantes correcciones, pero ese era otro asunto.
—Bien, el señor
Morris siempre está al tanto de mis actividades, y por lo tanto vosotros
también, de modo que no hay que dramatizar tanto. Sabes que jamás me pondría en
una situación que no pudiera manejar. Tengo mucho cuidado, te lo prometo.
—Sé que eres
muy responsable, y una chica hermosa por dentro y por fuera —dijo con la voz
teñida de emoción, lo que para ella era una gran demostración de afecto—. Tu
padre y yo te consideramos nuestra pequeña princesa, y querríamos protegerte de
todo el mundo.
Tragué un nudo
que se formó en mi garganta y la miré a los ojos. Unos ojos azules iguales a
los míos, afectuosos y a la vez llenos de fuerza interior, valentía, y a la vez
vulnerabilidad. La adoraba. No quería decepcionarla jamás, pero con mi nuevo
propósito en mente, cogí aire para infundirme ánimos a mí misma. Si quería ser
independiente, ser la mujer en la que querría convertirme, debía empezar por
ser capaz de conseguir mis objetivos, aunque ahora mismo no se trataba de nada
especialmente importante, sino más bien un capricho que no pensaba dejar
escapar.
—Mamá, ya no
soy una niña. Tengo veinticuatro años, y soy una mujer. No podéis vivir con
miedo constante porque me pueda ocurrir algo, porque no será así.
—Tú no puedes
saber eso —interrumpió con voz quejica.
Solté un bufido
muy poco elegante y mi madre frunció el ceño con delicadeza. Hasta para
enfadarse tenía cuidado de no arrugar su sensible tez poco bronceada.
Cambié de tema,
porque no quería verme envuelta en esas emociones que siempre trataba de
reprimir, y que hoy no podía consentir que me arrastraran al abismo, y después
de un poco de charla insustancial sobre nuestros preparativos para la noche,
saqué el tema del viaje lo más suavemente que podía. Podría haber intentado
encontrar un mejor momento, pero como sabía cuál sería su reacción, lo mismo
daba que fuera ahora o dentro de un año. Me preparé para una negativa en
rotundidad.
—Madre, Eliana
me ha dicho que el mes que viene se irá de vacaciones a Estados Unidos —empecé
hablando despacio, para que fuera calando la información en su restrictiva
mentalidad—. Después de cuatro años, he pensado que yo también podría viajar,
como hacía antes. Hace demasiado que no salgo de Londres.
Me hizo temblar
el modo en que levantó su rostro, de un modo tan pausado, que casi parecía un
vídeo a cámara lenta. Terrorífico.
Arqueó sus
cejas y aguardó a que continuara. No me quedó más remedio que hacerlo. Cuando
me miraba de aquel modo, como si intentara disimular que no sabía que estaba
siendo manipulada, aunque a la vez, me decía que era muy consciente de ello, me
asustaba.
Nunca sabía qué
me iba a decir. Era mi madre, y empezaba a pensar que tenía un poder extraño,
como el hacerme sentir la peor hija del mundo con solo unas pocas palabras.
Ojalá hubiera heredado ese don, porque así me saldría con la mía en más
ocasiones.
Además, yo no
intentaba manipularla, solo allanar el terreno. Al final me iría, solo que ella
aún no lo sabía.
—Me ha invitado
a ir con ella —omití el detalle del alojamiento, porque si no era un hotel de
cinco estrellas, o alguna de nuestras muchas propiedades, lo tomaría como un
escándalo—. La verdad es que tengo muchas ganas de ir, porque quiero disfrutar
de un verano diferente. No sé cuándo podré volver a viajar con todo el lío de
la boda…
—¿A qué lugar
concreto de los Estados Unidos?
—Chicago.
Carraspeó con
suavidad y me observó con intensidad.
Empecé a
ponerme nerviosa. No quería discutir con ella, pero iba a hacerlo si oía la
inevitable negativa.
—¿Cuánto tiempo
va a marcharse?
Ya empezaba a
hablar en singular. Mal iba. Aunque sonara raro a mi edad, la verdad era que
plantarle cara a mi madre, una mujer en apariencia dulce y sensible, era más
difícil de lo que nadie podría llegar a imaginarse. Con mi padre, un negociador
nato, era más sencillo.
Claro que él
solo necesitaba una N y una O para zanjar el tema de forma cortante y
definitiva.
—Madre, quiero
irme de vacaciones con mi mejor amiga. Estaremos fuera un mes, y luego
volveremos a nuestras obligaciones. Hace tiempo que mis viajes se terminaron
por decisión tuya y de papá, y estoy cansada de sentirme atrapada aquí.
Mi voz se fue
apagando. Aludir al tema de lo que le ocurrió a mi hermano, no era algo
agradable, pero ese fue el motivo por el que me trataban de nuevo como a una
niña, y debían ser conscientes de que para mí, eso era injusto. Igual que
entendí su postura y su decisión, también debían entender, los dos, que soy una
mujer que puede hacer las cosas por sí misma.
O al menos eso
me gustaba pensar.
—No puedes
marcharte ahora. ¿Vas a dejar solo a tu prometido para irte a un país lleno de
personas rudas que no saben ni lo que son los modales educados?
—Madre, por
favor. Si no puedo hacer nada ahora, ¿podré irme a final de año? —pregunté
molesta.
Su mirada se
volvió glacial, y supe que no era una buena vía para negociar mi viaje. Reculé,
aunque algo tarde.
—Querría tener
un poco de tiempo libre, porque más adelante no podré marcharme con los planes
de la boda cada vez más cerca —me quejé.
No mencioné lo
más obvio: que aún quedaba un año y medio para el gran día, si se le podía
llamar así. Cada vez que pensaba en pasar el resto de mi vida con alguien que
prefería quedarse en un despacho a hacer cosas divertidas conmigo, me entraban
ganas de tirarme del pelo.
Saborear los
pequeños placeres de las personas normales con vidas normales, como ir al cine,
o a tomar una cerveza con amigos mientras veían los deportes, me habían abierto
los ojos a un mundo nuevo, por completo distinto al mío.
Una nueva
oleada de determinación me envolvió. Tenía que hacer ese viaje, y si mis padres
se ponían pesados con negármelo, me escaparía. No deseaba darles un disgusto
semejante, pero no me quedaba otra. Podía sentir que mi corazón latía deprisa
ante la sola idea de pisar suelo extranjero por primera vez en años. Deseaba
con ansias poder hacer cualquier cosa sin sentirme vigilada continuamente.
Intenté
respirar con normalidad para evitar sufrir un ataque de ansiedad. ¿Tan difícil
de entender era que a mi edad, quisiera pasar tiempo con mis amigos, fuera del
círculo de siempre?
Mi existencia
era tan aburrida últimamente, que me sentía una anciana. Mis padres tiraban de
los hilos, y yo me dejaba llevar a galas, fiestas tediosas y eventos que solo
disfrutaba si Eliana me acompañaba, porque podíamos criticar a la gente que iba
y venía, tan rígida que parecía que llevaban un palo metido por el culo.
Cómo me gustaba
su humor.
—Tu amiga puede
hacer cuanto se le antoje, pero tú no eres como cualquier persona. Tienes grandes
responsabilidades, y una imagen que conservar. Recuerda que lo que hagas,
repercute en toda la familia, en el propio negocio de tu padre. ¿Quieres ver
arruinado todo eso?
Abrí la boca
como un pez. Cuando me di cuenta, la cerré y me mantuve en silencio. Claro que
pensaba en ello, porque jamás podría olvidarlo. La gente se piensa que nacer
con ciertos privilegios, le resuelve la vida, y una tiene el poder de hacer
cuanto quiera, como quiera, y cuando quiera. La realidad era bien distinta.
Cómo entendía a
la princesa Jasmín, de Aladino. Bueno, yo no soy de la realeza, pero al igual
que ella, solo deseo volar libre. En un avión rumbo a América, a poder ser.
En ese momento
se me ocurrió una idea. Podría cambiar de imagen, y fingir ser solo una turista
más para no tener problemas una vez llegara allí. Nadie tenía por qué
reconocerme, ya que tampoco es que sea famosa ni nada por el estilo. Sin
embargo, ese miedo, comprensible por otro lado, que sienten mis padres porque
me pudiera ocurrir algo, se acabaría si nadie sabía mi verdadera identidad.
Volar con el jet privado de papá eliminaría otra parte del problema.
Otra cuestión
era si bastaría para convencerles. Si no podía con mi madre, mi padre sería un
hueso imposible de roer.
Qué impotencia.
—Madre, salir
de Londres no fue un problema durante años. Siempre he sido responsable, y creo
que he demostrado que soy capaz de mantener una imagen pública impecable. No
voy a dejar que eso cambie —prometí con mi mejor cara de inocencia incorrupta—.
Por favor. Cuando me case, todo cambiará. Solo quiero unas pequeñas vacaciones.
No me va a pasar nada.
Dejé el sedal
expuesto, esperando a que cayera y picara. No me decepcionó.
—Dos señoritas
viajando solas a un país donde el vandalismo es tan natural como su
desconcertante devoción por las armas de fuego —dijo con desprecio en cada una
de sus palabras—. Jamás lo permitiré.
—Si eso es lo
único que te preocupa, puedes enviar a Pet… al señor Morris con nosotras. No me
hace gracia, pero entiendo tu preocupación —aludí con mi mejor tono
comprensivo.
Dejó la taza de
té a medio camino de sus labios y me escrutó. Sabía que le tendí una trampa y
que había caído sin remedio.
Negó con la
cabeza, tomó un sorbo y dejó la taza sobre el platillo con suavidad.
—Ya te he dicho
lo que pienso y no cambiaré de opinión al respecto. Consulta con tu padre el
tema si lo deseas, pero dudo que él te dé la respuesta que buscas.
Zanjó el tema
de tal modo que hasta me dolió.
Al mismo tiempo
que ella pensaba que todo estaba dicho, mi determinación aumentó. No iba a
dejarlo así como así. De eso ni hablar.
—Ni esta noche,
ni tampoco mañana, tengo intención de sacar el tema de nuevo —aseguré para que
se quedara tranquila al menos unas horas—, pero lo hablaré con él, por
supuesto.
Sabía lo
cabezota que era desde que nací, como también esperaba que dejara el tema de
una vez. Llevaba demasiado tiempo saliéndose con la suya en todo, pero esto lo
deseaba de corazón, y no pensaba rendirme. Jamás.
A las ocho de
la tarde, ya estaba lista para la celebración. Mi pelo recogido en un moño
elaborado, era el colofón del resto del conjunto; llevaba el vestido verde de
tirantes con la falda vaporosa haciendo hondas a mi paso, tenía puestos unos
pendientes, colgante y una pulsera de diamantes, y un maquillaje muy sutil. Mis
sandalias de tacón grises con piedras brillantes, repiqueteaban en el suelo de
mármol, cuando bajé la escalera enmoquetada, y luego al llegar al primer piso.
Me sentía
maravillosa por fuera, preciosa y sofisticada, y sin embargo, por dentro,
estaba furiosa, y triste por el hecho de que mi madre no hubiera sido capaz de
cerrar la boca con el tema del viaje. Al menos hasta después de que todo se
tranquilizara. Era la noche de mi padre, y mañana un día en el que solo quería
recordar a mi hermano. No lo entendía.
Mi padre me dio
un beso en la mejilla cuando me dirigí a la entrada de casa para recibir a
nuestros invitados, y me habló bajito para que el personal del servicio y los de
seguridad no nos oyeran.
—Tesoro, tu
madre me ha hablado de ese plan espantoso que tienes para julio. No me parece
una buena idea que viajes a Estados Unidos sin nosotros, y menos si no es para
quedarte en Nueva York, en nuestro piso. Es un país peligroso para dos jóvenes
hermosas como vosotras. No deberías haberlo pensado siquiera.
—Papá, te
aseguro que quise esperar a pasado mañana para hablar del asunto con
tranquilidad —solté entre dientes—. No tengo intención de visitar todo el país
en busca de aventuras, solo de viajar unos días con una amiga, y pasarlo bien.
Necesito unas vacaciones; un tiempo para mí.
Mi voz había
sonado quejumbrosa, y creo que en ese momento mi padre notó qué era lo que me
ocurría. No dijo nada, y no me soltó una prohibición como habría sido lo normal
en él cuando algo no le gustaba en absoluto.
Su mirada era
tierna, sus ojos castaños, dulces.
—Puedes dejarme
tu jet y a mi guardaespaldas
particular, y sabrás dónde estoy y qué hago en todo momento. Solo… no me digas
que no —le supliqué con la voz quebrada.
Noté que en ese
momento se ablandó por completo. Una pequeña sonrisa asomó a la comisura de sus
labios, y supe que había ganado la batalla.
Mi padre, ese
hombre poderoso, rico, y con una voluntad de hierro, que ostentaba un título
nobiliario y no era conocido por ser un blando en los negocios, estaba a punto
de caramelo.
Es decir, hasta
que nuestro mayordomo abrió la puerta y por ella apareció Bryan, y por su
expresión dura, supe que iba a tener que luchar contra ese inquebrantable muro
que no cedería. Giró su mirada hacia mi izquierda y mi madre hizo acto de
presencia. La complicidad entre ellos era más que evidente.
Genial, había
sido ella la que le había llamado para contárselo, y por otro lado, ¿quién más
podría ser?
Qué fiesta más
larga iba a resultar. Menos mal que Eliana no tardaría en llegar, o no sería
capaz de soportarlo.
¡Disfrutad de la lectura!
No hay comentarios:
Publicar un comentario