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jueves, 17 de noviembre de 2016

El frágil lazo del amor - Capítulo 1

¡Buenos días!
Estoy muy contenta con el interés que habéis mostrado por esta novela. Después de casi un año completo a la venta, aún sigue generando ventas, y es increíble. Por eso quiero daros las gracias de todo corazón.  

Para los que aún no la conozcan, os voy a dejar el primer capítulo completo, y espero que os guste y os anime a adquirirla en amazon, donde la encontraréis en formato digital y papel.


Capítulo 1


Estaba caminando de un lado a otro de la habitación y evitaba con todas mis fuerzas desconectar mi mente de la incesante charla que amenazaba con volverme loco. Colgué el teléfono lo antes posible sin parecer un borde, procurando no hacerlo añicos en ese instante. Mi hermano había estado dándome las últimas indicaciones y recordándome lo que me jugaba estos meses. Era un plasta de cuidado. Parecía que olvidaba que llevaba trabajando en esto desde hacía ocho años. No era ni mucho menos un profesional, pero se me daba bien calar a las personas, llegar hasta aquellos rincones íntimos de sus personalidades —donde casi nadie lograba llegar—, atar cabos y ayudar a su bufete de abogados. Siempre le venía bien mi don para esclarecer los datos que parecían faltarles de los hombres que representaban. No me hacían falta lecciones. Y menos las suyas.

Lo tenía todo bajo control.

Estaba recién instalado en una casita de Richmond desde hacía una semana y pensé que había llegado el momento de ir a conocer el terreno. Nunca había estado en esta parte de Virginia, ya que mi familia y yo hemos vivido siempre en la costa. Me alegraba, al menos, de no verme obligado a salir del estado.

Tenía que ir a comprar al supermercado y no había cosa que detestara más, bueno, puede que sí, pero cocinar me gustaba mucho y no me quedaba más remedio que pasarme por la tienda y surtir la nevera. Era complicado preparar algo con solo agua, cervezas y chocolatinas varias.

Cogí el coche y paseé por la zona para ver si encontraba alguna tienda mientras hacía una lista mental de lo que necesitaría. No tardé demasiado en localizar una. No muy grande, pero me serviría.
Al aparcar, vi a una mujer bajar de su coche frente al supermercado, no llegué a salir del mío y observé cómo caminaba con gracia hasta la puerta. Era la mujer más atractiva que había visto, y aunque llevaba una ropa bastante sosa, bajo ese aspecto de bibliotecaria se intuía un cuerpo de infarto. No le veía bien la cara por las gafas de sol que se la tapaba, pero aún así… mis intuiciones no solían fallar, así que me recreé un instante en sus movimientos de cadera. Su pelo rubio y ondulado se movió como en uno de esos anuncios de champú cuando se giró para mirar a su derecha. Una mujer llamó su atención aunque por su expresión parecía que no le hacía mucha gracia haber tropezado con ella; puso mala cara, y aunque se notaba que intentaba disimular, no pasó totalmente desapercibida su forzada sonrisa. Al menos no para mí.

Bajé de mi coche de alquiler y entré. Pensé que tendría que comprarme uno cuanto antes, no tenía ganas de andar siempre con un coche alquilado que además, era bastante feo.

La bibliotecaria rubia aún seguía hablando con esa otra mujer; era morena, un poco más alta que ella y con un aspecto mucho más provocativo. Era atractiva, sin duda, pero no era el tipo de mujer que me atraía. Demasiado llamativa.

Pasé cerca de ellas, que seguían en la entrada del supermercado y percibí la impaciencia en la mujer que captó mi atención desde el principio. No paraba de mover sus manos de forma inquieta y taconear con sus cómodos zapatos en la acera. Me dieron ganas de acercarme y rescatarla, pero no me pareció apropiado, ni siquiera la conocía y podría estar equivocado con la situación, aunque no era frecuente que errara en mis impresiones sobre las personas.

Me entretuve en uno de los primeros pasillos, no prestaba atención a lo que había allí, pero como la morena hablaba en voz muy alta, esperaba pillar el nombre de la otra, o al menor saber de qué hablaban.

—Oye Amber, he quedado con Denise para salir de fiesta el sábado, ¿te quieres venir?

—Lo siento, pero tengo cosas que hacer. Otro día.

Bien, había oído su nombre y su voz. Algo delicioso sin duda. Quise saber más, para asegurarme, y deambulé un rato por allí, esperando que nadie se diera cuenta de mi interés.

—Anímate, solo tienes que ponerte un vestido atrevido y maquillarte bien —soltó la morena con cierto tono reprobatorio en cuanto a su vestimenta—. Vamos a ir al Pub Concord.

—Ya, pero en serio no puedo. No tengo mucho tiempo, nos vemos pronto —miró su reloj. Era evidente que quería salir de allí cuanto antes—. Saluda a Denise y dile que la echo de menos. Hasta luego. Dio media vuelta y fue a coger una cesta para la compra.

Simulé estar mirando lo que había en la estantería y me di cuenta de que eran los preservativos, lubricantes y todas esas cosas. Sin duda no era el mejor sitio para que ella me viera.

Era muy interesante lo que acababa de descubrir. Siempre acertaba en mis primeras conclusiones sobre las personas, rara vez me equivocaba, y creía que había hecho progresos en apenas unos minutos fuera de casa. No estaba aquí solo para comprar, claro. Necesitaba moverme un poco e ir juntando las piezas del caso. Al menos era lo que se esperaba de mí. Lo que mi hermano esperaba, aunque no era el único.

Claro que la mujer que resultó llamarse Amber, había captado mi atención por algo distinto. Pasó muy cerca resoplando y con cara de pocos amigos, no debía de caerle muy bien la otra mujer que ya se había marchado. De hecho, casi podía asegurar que las miradas de enfado que le lanzó con esos preciosos ojos marrones cuando la morena mencionó lo de la vestimenta para salir a ese Pub, eran sin duda porque a pesar de las apariencias, no se soportaban. Un tono de voz amable podía engañar según qué circunstancias; una mirada pocas veces engañaba.

Lo que más me gustó saber era que Amber iba a ser mi compañera de trabajo durante los próximos meses; recordaba haber visto su ficha en la documentación que me hizo llegar mi hermano: era una de las profesoras del colegio donde empezaba la semana que viene, de literatura para ser exactos. Justo la persona que me interesaba conocer en profundidad para sacar los datos que necesitaba. Tendría que acercarme a ella.

Estaba deseando que llegara ese momento.





Desperté como cada mañana cuando el reloj de mi dormitorio sonó a las siete en punto. Lo golpeé varias veces hasta que dejó de sonar y me volví a quedar profundamente dormida. Pero gracias a la previsión de que esto podía ocurrir, tuve la gran ocurrencia de poner la alarma también en mi móvil. No lo tenía a mano, así que me levanté de la cama, muy a mi pesar, y lo busqué por toda la habitación hasta que lo encontré junto a la ropa que llevaba anoche para ir de fiesta con Holly.

Sabía que era una mala idea salir un día entre semana, pero como era su cumpleaños, no me pude negar a su petición. Aunque sí tendría que haber pensado en lo mal que me encontraría a la mañana siguiente, es decir, hoy, si me acostaba a las cuatro de la madrugada.

Solo de pensar en la clase de niños de once y doce años que me esperaba en el colegio, me ponía de peor humor. Me tocaba entregar las notas de las redacciones de la semana pasada, y esos momentos suelen ser algo alborotados. Desde luego no ayudarían mucho a la resaca que manejaba esta mañana.

Escondí como pude las ojeras, que las pocas horas de sueño habían causado en mi rostro. No pasaría desapercibido para el director del colegio, que era el tío más pesado del planeta entero, pero le evitaría en la medida de lo posible y así no tendría que responder a sus patéticas preguntas de siempre. Estaba segura de que mis compañeras me echarían una mano, aunque ellas habían salido conmigo de fiesta y seguro que se encontraban en el mismo estado que yo, vamos, dispuestas a todo para no encontrarse con Brent Miller. Detestábamos rendirle cuentas. Él sí que podía llegar a causar un malestar general, su presencia bastaba para revolverte el cuerpo.

Me vestí lo más rápido que pude, recogí las carpetas que dejé en mi estudio y las metí en el maletín, que coloqué en la isla de la cocina para no olvidarlo. Preparé un café y lo eché en mi taza favorita con su tapa para poder tomarlo en el coche de camino al trabajo.

No me daría tiempo, claro, porque vivía cerca del colegio, pero al menos no llegaría tarde, que era lo que pasaría si lo tomaba en casa.

Fue total mi desgracia cuando, nada más entrar por las puertas dobles del colegio, me encontré con mi peor pesadilla: Brent. Era el director del colegio desde hacía un tiempo y, cosas de la vida, también parte de mi pasado, lo cual intentaba no recordar cada día. Desde luego mi vida era más difícil desde que pidió el traslado, dos años atrás, para volver a estar cerca de mí. El muy desgraciado hizo todo lo posible para conseguirlo y aunque imaginé que no lo lograría, había subestimado su capacidad para alcanzar sus objetivos.

Era incluso peor que cuando estábamos juntos.

Me miró de arriba abajo y sonrió casi de manera imperceptible. Pero cuando reparó en mis ojos, me di cuenta de que había notado el profundo cansancio que escondí lo mejor que había podido y al parecer sin mucho éxito. Su mirada se tornó preocupada y enseguida se acercó hasta mí. Demasiado, como siempre.

—¿Te encuentras bien?

—Perfectamente —contesté seca.

—Venga ya, tienes mala cara —dijo sosteniendo mi barbilla para mirarme bien—. ¿Te pasa algo?

—No me pasa nada —solté algo brusca, me aparté y le puse mala cara—. Miller no vuelvas a tocarme, ¿está claro?

Tuvo la desfachatez de mostrarse herido, a pesar de que le repetía una y mil veces que se olvidara de mí.

Miré a ambos lados para percatarme de que ya estaban entrando los alumnos. Me sentí algo avergonzada por levantar la voz. La verdad es que muy poca gente sabía de nuestro pasado y no me apetecía que se corriera la voz. Los padres no aceptarían que hubiera tensión entre los profesores y mucho menos con el director del colegio, al que adoraban, pero claro, no conocían a Brent tanto como yo. Y no me gustaría que me echaran por su culpa. Tenía que controlarme y no decirle a la cara lo que pensaba exactamente de él y de sus intentos por recuperarme. Algo que tenía claro, nunca daría resultado. A veces me preguntaba cómo era que no se aburría de perseguirme y se daba por vencido. No me consideraba tan interesante como para que sostuviera ese interés tanto tiempo. Era incomprensible, al menos para mí.

—Está bien, como quieras —dijo condescendiente—. No tardes en venir a la sala de profesores, hoy se incorpora el nuevo profesor de gimnasia —añadió esto último con un tono sarcástico.

No sabía a qué venía aquello. La última vez que sintió desprecio por un profesor, acabó de patitas en la calle aunque era muy bueno en su trabajo. Una vez más, lamenté pensar en ello, porque sospechaba que el interés de este por mí, fue lo que causó su despido. No podía asegurarlo, pero conocía lo bastante a Brent como para imaginarme que no estaba equivocada del todo. Era capaz de muchas cosas para lograr sus objetivos.

—Voy enseguida —dije con desgana, aunque tratando de ocultar mi repulsa por él.

Me di la vuelta y caminé hacia la sala de profesores en el sentido contrario al de Brent. No me apetecía nada ir charlando de banalidades con él hasta allí, y mucho menos tan cerca de su persona. Le aborrecía hasta límites insospechados.

Emily Walker y Bryanna Rogers me interceptaron cuando estaba a punto de cruzar las puertas para encontrarme con los demás compañeros. Cada una me sostenía por un brazo.

—Eh, ¿se puede saber qué os pasa? —las miré confusa, ya que me hicieron entrar en la cocina, que estaba junto a la sala.

—Madre mía, no te puedes hacer una idea de cómo está el profesor de gimnasia que se incorpora hoy —soltó Bryanna, algo alterada y con una amplia sonrisa.

—¡Sí! Está buenísimo… creo que me quitó la resaca tan solo con mirarle hace un rato —Emily se abanicó con las manos y las tres nos reímos por sus ocurrencias.

—Venga ya, tampoco será para tanto, ¿no? —solté, poniendo los ojos en blanco.

Las dos se miraron con complicidad y sonrieron de forma que me entraron ganas de salir corriendo a casa. Si entraba a trabajar al colegio algún otro ex novio mío, presentaría mi dimisión esta misma mañana. Decidido. Negué con la cabeza para no pensar en ello y traté de ignorar las risas que soltaban por lo bajo mientras salíamos de la cocina y entrábamos en la sala de profesores.

Todos estaban muy callados, Brent permanecía de pie y nos miró con mala cara al vernos llegar tarde a la reunión que había programado para darle la bienvenida al nuevo. Era tan normal verle serio y molesto, que ni traté de disculparme. Tan rápido como pudimos, nos escabullimos al final de la sala y nos sentamos en los asientos que quedaban libres. Saludé con la mano a los demás compañeros y me di cuenta de que el nuevo estaba en la silla junto a Brent, que ocupaba el cabecero, y miraba un papel que tenía justo delante. Parecía muy concentrado en él hasta que el “señor” director hizo la presentación en voz alta.

—Buenos días a todos. Como ya sabéis, Carter nos dejó antes de navidades por un asunto personal y se marchó de Richmond —empezó diciendo con una mueca que se suponía que debía mostrar tristeza, pero que nadie creyó ni por un segundo—. Ya estamos a día 28 de enero, pero no hemos podido contar antes con un suplente, porque nos ha sido imposible, debido a las vacaciones y al ajetreo del comienzo del trimestre —hizo una pausa y miró al nuevo profesor. Este dejó de leer el documento que tenía delante y atendió a sus palabras—. Así que os presento a Ethan Anderson, el nuevo profesor que nos acompañará durante cuatro días a la semana en los cursos de grado séptimo y octavo para impartir clases de educación física. También tengo entendido que entrenará al equipo de fútbol del instituto vecino, así que nos veremos mucho por aquí —hizo una pausa de unos segundos. Por un momento su expresión me dio a entender que el nuevo le desagradaba por algo. Si bien trató de ocultarlo, le conocía lo bastante como para diferenciar sus tics nerviosos—. Bienvenido.

Se estrecharon las manos y me di cuenta de que Brent parecía enfadado, serio y distante. Más de lo normal en todo caso. Pocas personas le caían bien. No parecía muy contento con la nueva incorporación, y me pregunté cuál sería el motivo. Tal vez se conocerían y no tenían un trato muy amistoso.

Dejé de pensar en eso cuando Ethan se giró y pude verle bien. Era alto, moreno y con los ojos azules, llevaba un pantalón de vestir y camisa negra. No demasiado formal, pero sin duda más de lo que cabría esperar para un profesor de gimnasia. A pesar de eso, se notaba que trabajaba a fondo la musculatura. Incluso con la vestimenta oscura, se podía apreciar un buen cuerpo bajo toda aquella tela. Desde luego entendía muy bien porqué las chicas estaban tan revolucionadas: era muy atractivo, teniendo en cuenta que los demás eran algo más normalitos. No tanto Brent; también era guapo a su manera, pero desde luego no tanto como Ethan.

Se me secó la garganta cuando posó su intensa mirada en mí. Noté un brillo extraño en sus ojos, parecía que estuviera evaluándome y sentí un escalofrío cuando se demoraron demasiado tiempo sobre mi persona.

Una ligera sonrisa asomó en sus labios y mi mirada se desvió hacia allí unos segundos.

Algo me decía que tuviera cuidado con él. A pesar de que tenía aspecto de tío simpático, su expresión y su postura denotaban seguridad en sí mismo, y una determinación que me recordaba a Brent. Se me ocurrió que quizás tenían algo en común, aunque no parecía que se llevaran muy bien. Al menos mi ex no estaba demasiado contento. No estaba segura y desde luego bien podía deberse a que no estaba totalmente despierta esta mañana, pero mi intuición me decía que debía cuidarme de ese hombre. De todos, ya puestos. Bastante tuve con la lección que recibí hace tres años.

Sentí un codazo en mi brazo izquierdo y me di cuenta de que era Bryanna. Soltó una risa juguetona y entonces fui consciente de que el Ethan y yo nos habíamos quedado un instante mirándonos con interés, algo que no había pasado desapercibido para ninguno de los presentes. Tampoco para Brent, que me dedicó una expresión furibunda. Seguro que se sentía celoso de que hubiera puesto mis ojos en otro hombre, aunque ni siquiera nos conocíamos. No había nada de malo en mirar a otra persona, otro ser humano. Y yo no tenía ningún interés en el nuevo, por descontado.

No podía entender que estuviera molesto por algo tan insignificante. Pero también me di cuenta de que desde que nos encontramos hacía un rato, había hablado con cierto tono de descontento del nuevo profesor. Pensé por un segundo, que quizás se sintiera amenazado, porque desde luego era un hombre muy atractivo. Podría gustarle a cualquier mujer, como parecía que había ocurrido con mis dos compañeras y amigas. Aunque no sé de qué podría preocuparse, aparte de que no había nada entre nosotros desde hacía más de tres años, tampoco pensaba involucrarme con un compañero de trabajo. Nunca era buena idea y ya había salido escarmentada en otra ocasión. Por su culpa.

Después de la bienvenida a la nueva incorporación en la plantilla, nos recordó que el lunes siguiente por la mañana celebraríamos la reunión semanal, que en realidad era cuando solíamos hacerla y no a mitad de semana. Yo tenía ya bastante con eso. Cada segundo que pasara en su compañía, ya era tiempo que me sobraba. Por mí no nos veríamos nunca más. Y claro, una vez más deseé que se marchara y me dejara vivir mi vida en paz, aunque veía difícil lograrlo.

Me dirigí a mi clase intentando olvidar esa penetrante mirada que me había dejado tan confusa minutos antes.

Iba tan ensimismada, pensando en las cosas que cambiaría de mi vida actual, que apenas presté atención a una voz que gritaba cerca de mí. Alguien dijo mi nombre y me volví para saber de quién era esa voz que no reconocía.

Casi me caigo de culo cuando vi que Ethan caminaba con paso decidido hacia mí, parecía una pantera, todo vestido de negro, en busca de su presa. Quise irme en dirección contraria, porque parecía que se abalanzaría sobre mí, con esa velocidad que llevaba, o bien pudiera ser que mi cerebro no procesaba los sucesos del modo habitual. Una vez más, lamenté haber salido la noche anterior, ya que hoy estaba con la cabeza en las nubes. Estaba paralizada y apreté con fuerza la carpeta que llevaba en las manos.

—Perdona, se te ha caído esto —dijo con unos folios en la mano.

Su voz me pareció de lo más seductora, casi dulce. Un gran contraste con su exterior, sin duda misterioso.

—Oh, vaya. Es una de las redacciones, tiene que haberse salido del archivador —dije casi sin mirarle a la cara cuando lo cogí—. Gracias.

—Un diez. Debe ser tu alumno estrella —dijo con una media sonrisa.

—Sí —me relajé un poco, la verdad es que tenía una sonrisa preciosa. Mi corazón iba más acelerado de lo normal e intenté ignorar eso—. Es de un niño muy especial.

Me aclaré la garganta. Estaba algo cohibida. Este hombre me hacía sentir cosas muy extrañas y me pregunté por qué empezaba a sentir algo parecido al miedo. Pero si iba a trabajar en el mismo lugar que yo, tendría que ser amable por lo menos, nada era peor que un ambiente enrarecido en el lugar de trabajo, y ya tenía bastante de eso con Brent “el plasta”.

—¿Tienes alguna clase ahora? —pregunté con interés. Era más fácil hablar de lo que más me gustaba en el mundo. Los niños y la enseñanza.

—Justo al lado —dijo con una sonrisa maliciosa y señalando la puerta junto a la mía—. Nos vemos luego —me guiñó un ojo.

—Sí —susurré. O eso creí, ya que apenas era consciente de mí misma en ese instante.

Me quedé paralizada y con la boca abierta mientras veía cómo caminaba unos pasos y entraba en su clase. En otras circunstancias pensaría que había intentado ligar conmigo. Sin embargo no era el lugar más indicado para hacerlo, además, seguro que los hombres como él no se fijaban en mujeres como yo: sencillas y con un trabajo corriente, nada espectacular.

Dejé mis raras ideas a un lado. Esta mañana mi mente vagaba por derroteros por los que no estaba acostumbrada a viajar a menudo. Realmente hacía mucho tiempo que no estaba con un hombre, quizá por eso Ethan había captado mi atención. Era lo más normal que alguien como él no pasara desapercibido; ya desde bien temprano había revolucionado las hormonas femeninas del claustro de profesores. Me imaginaba que eso le ocurriría con frecuencia y no era algo que apreciara; los que acostumbraban a estar en el punto de mira del ojo femenino, solían ser unos mujeriegos. Sabía bien de lo que hablaba.

Quizás por eso sentía que no era buena idea mezclarme con él. Su atractivo y su seguridad en sí mismo, fueron las mismas cualidades que me atrajeron de Brent en un principio y luego todo acabó de la peor manera. Sabía que era injusto comparar las situaciones, pero no podía evitarlo. Si volvía a descuidar mi corazón con otro hombre, acabaría resquebrajado y yo, sufriendo de nuevo.

Negué con la cabeza y me propuse estar al cien por cien con mis alumnos. Abrí la puerta con una sonrisa en mis labios y saludé a los niños. No podía imaginar un mejor modo de empezar el día, ya que, por suerte, todos estaban en su lugar y sin armar mucho jaleo. Normalmente no me importaba que estuvieran un poquito revoltosos, pero hoy necesitaba silencio, y era de agradecer que parecieran comprenderlo.



La mañana transcurrió con tranquilidad.

Al medio día, cuando finalizaron las clases, me tocó quedarme en el colegio. Preferí permanecer en la cocina de los profesores y no bajar al comedor con los demás alumnos, así estaría tranquila un rato antes de las tutorías que tenía por la tarde. Emily y Bryanna se quedaron unos minutos conmigo, pero se tuvieron que marchar; en casa las esperaban sus maridos. Me quedé sola y cuando terminé de comer, estuve leyendo un libro hasta la hora de la primera reunión.

No fue muy larga. Hablar de los progresos de uno de mis mejores alumnos con sus padres era un verdadero regocijo para ambas partes. Lo complicado eran los padres o alumnos difíciles, y mezclar ambos, ya era imposible. Estos no tardaron en marcharse satisfechos tras recoger a Martin del comedor.

Fui a por un café, para hacer algo mientras esperaba a los padres que llegarían al cabo de un rato y así no desesperar de aburrimiento.

Eran las tres y media de la tarde cuando alguien abrió la puerta de la cocina. Pensé que sería Brent y temblé. A menudo se quedaba a comer, pero lo hacía en su despacho y me pregunté qué querría. Me llevé una gran sorpresa cuando al dar media vuelta vi a Ethan con una camiseta de manga corta que dejaba a la vista unos brazos fuertes cubiertos de una fina capa de sudor. Supuse que habría estado en el gimnasio o en alguno de los patios del colegio, jugando al baloncesto o algo similar. Los deportes no eran lo mío, pero en ese momento me di cuenta de que ver a un hombre como él practicando cualquier ejercicio, debía ser todo un espectáculo no apto para menores.

—Hola —saludó con entusiasmo.

—Hola —carraspeé y no pude evitar sonrojarme por culpa de mis pensamientos tan poco habituales como apropiados—. ¿No dejas de hacer deporte ni para comer? —bromeé.

Soltó una carcajada y pasó las manos por su abundante y bien recortado cabello oscuro. Mis manos hormiguearon cuando comprendí que me gustaría pasar las manos por ahí también. Sus músculos se hicieron aún más pronunciados con el movimiento y no pude evitar pasear la mirada por todo su cuerpo.

—Creo que resulta difícil dejar de hacer lo que nos gusta, ¿verdad? —dijo con sorna, mirando el libro que yo tenía cerrado en una mano, mientras con la otra sostenía la taza.

—No porque sea profesora de literatura estoy todo el tiempo leyendo —aclaré sin evitar sonar a la defensiva.

—Ni yo paso todo mi tiempo en un gimnasio —se acercó y mi corazón dio un vuelco. Solo nos separaba una mesa—. Pero sí me gusta el ejercicio.

Arrastró la palabra de tal manera y con tal énfasis que me pareció que hablaba de otra cosa. Me acaloré y sentí que mi estómago se contraía. Recogí mis cosas con prisa, aunque con manos temblorosas, y miré mi reloj de pulsera; quedaba una media hora para mi segunda tutoría de la tarde, pero no podía permanecer cerca de este hombre por más tiempo. Había tantas contradicciones en su persona, que me volvería loca ya el primer día de conocernos. Quería salir de allí.

Cuando iba a abrir la puerta, su voz me dejo desconcertada una vez más.

—Amber —su tono ronco me provocó un escalofrío, pero me obligué a mirarle—. ¿Crees que podríamos salir a cenar alguna noche? —soltó de repente.

Me dejó en blanco por un instante.

—Eh, no… no creo que sea una buena idea —balbuceé.

Mi voz sonaba poco convincente. Apenas lograba hablar con normalidad en su presencia y no quería ni imaginar el motivo de mi turbación.

Caminó con paso lento hasta situarse delante de mí. Se acercó tanto, que pude notar su calor. Estábamos demasiado pegados, casi podía tocarle sin necesidad de extender mis manos. Me maravilló darme cuenta de que a pesar del sudor que cubría su cuello y sus brazos, oliera tan bien. Algo así debía de estar prohibido, porque si fuera al contrario podría haberme marchado tan rápido como deseaba, pero ahora, parecía que me estaba atrayendo hacia él como un imán.

Malditos los hombres que son capaces de hacer ejercicio durante horas sin perder ni una pizca de su atractivo.

—¿Por qué no es buena idea? —inquirió casi como un susurro.

—Yo… esto… no salgo con compañeros de trabajo —solté sin saber muy bien lo que estaba diciendo—, eso siempre acaba trayendo más problemas que otra cosa.

Mi balbuceo me molestó. ¿Qué me pasaba? Creía haber pasado ya hacía tiempo esa fase de encaprichamiento fácil. No era ninguna colegiala, maldita sea.

—Ya veo —se alejó unos centímetros y me observó. Sin apartarse cogió su botella de agua y la chaqueta que había en una silla y se acercó de nuevo. Me quedé paralizada—. Es una verdadera lástima —habló con una voz sensual muy baja y muy cerca de mi oído.

Salió de la habitación antes que yo, dejándome con la boca abierta. Otra vez hoy. Suspiré pesadamente. Si me alteraba así con solo unas frases, no podía ni imaginar lo que me esperaba al tener que verle todos los días durante meses… y hasta fin de curso. Sería una pesadilla.

¿O tal vez no?

La dichosa pregunta rondó por mi mente durante largo rato.



Espero que lo hayáis disfrutado.

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