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jueves, 17 de noviembre de 2016

El frágil lazo del amor - Capítulo 2

¿Os gustó el capítulo 1?

Aquí os dejo el 2. Espero que lo disfrutéis.



Capítulo 2

Cuando llegué a casa me fui directo a la ducha. Ni siquiera saqué mis cosas del coche. Un poco de agua fría me vendría bien para calmar mis revueltas hormonas.

Nunca habría imaginado que la cosa se podría complicar tanto. Sin embargo ya el primer día estaba sospechando que nada sería fácil a partir de entonces. Tenía que acercarme a Amber todo lo que pudiera, pero eso iba a acarrear situaciones que desde hacía tiempo venía evitando y eso era, sin duda, lo que me atraía desde que la vi: tratar de seducirla.

No podía dejar que eso pasara. Mi hermano me mataría.

Literalmente.

Pero era la indicada para ayudarme con lo que necesitaba si es que en realidad, las sospechas de Max, tenían fundamento. No podría averiguar mucho de Brent Miller sin que la persona más cercana a él me proporcionara una idea clara de a quién me enfrentaba. Pero ahora que conocía a Amber, aunque solo de forma superficial, ya no me sentía tan cómodo con el hecho de tener que utilizarla.

Sin duda tenía que distanciarme del plano emocional que tantos quebraderos de cabeza me había costado en el pasado, y centrarme de una vez en el trabajo principal que tenía que desempeñar aquí, y ese no era ejercer como profesor de gimnasia, a pesar de que era lo que más deseaba en el mundo.

Por desgracia mis planes bien estructurados se vinieron abajo con lo que le ocurrió a Max y su mujer. Acordarme de mi difunta cuñada me ponía de un humor terrible. Por otro lado, era lo único en lo que tenía que pensar para olvidarme de mis escrúpulos y salir con Amber.

Al mirarla notaba algo extraño. Una conexión fuerte, poderosa, que tan solo una vez recordaba haber sentido cuando era un niño de catorce años. Claro que de eso hacía demasiado tiempo, y justo ahora, no podía dejarme llevar por recuerdos tan lejanos y sensibleros. Tenía que centrarme en algo mucho más importante. Encontrar a la persona que había asesinado a Serena Anderson y hacerle justicia. A ella y a mi destrozado hermano.

Sabía que le había costado un gran esfuerzo pedirme ayuda para un tema tan personal. Él era el que trabajaba para los demás, y no al revés, y hasta ahora se había centrado en eso. Pero en este momento me necesitaba y ambos lo sabíamos. Fui consciente de eso cuando me habló de lo ocurrido hacía varios meses y sin dudarlo acepté investigar lo que estuviera en mi mano para dar con las respuestas a las preguntas que tanto dolor le causaban. Y que seguirían causándole sufrimiento hasta que el tiempo hiciera de ese sentimiento, un mero recuerdo de lo que sentía ahora. Pero eso llevaría mucho tiempo, la tragedia era demasiado reciente.

Juré que encontraría al asesino de mi cuñada y así sería, aunque tuviera que interponer mi promesa a los principios que siempre me había jactado de tener. Esto era mucho más importante. Para mí y mi familia.

No podía fallarle a mi único hermano.

Era más que evidente que sería aún más difícil hacerlo por nuestra cuenta, pero dado que no tenía respuestas de la policía desde que pasó todo, no me veía capaz de dejarlo estar quedándome de brazos cruzados.

Al menos lo intentaría.



Nada más abrir la puerta de casa, llamé a Holly para contarle lo sucedido.

Craso error.

Holly Peterson era mi mejor amiga y también alguien a quien le encantaban los chismes. Menos mal que no era una cotilla; sin embargo sí que disfrutábamos como adolescentes cuando tocaba hablar de hombres.

Como supe que haría, vino a casa en tan solo cinco minutos. Desde que llegó, no había parado de insistir en que quería conocerlo antes de que saliera con él. Algo que también sugirió hasta la saciedad.

—Venga ya, si está tan bueno como dices, deberías aceptar su propuesta —insistió.

—Pero si no le conozco de nada —dije por tercera vez, y en esta ocasión, poniendo los ojos en blanco.

—Bueno, pero para eso se crearon las citas, ¿no? —preguntó antes de darle un sorbo a su copa de vino blanco—. Si no le das una oportunidad, ni siquiera podrás saber si es un buen tío o no —comentó con seriedad.

—¿Y si es un mujeriego como Brent? —pregunté, sintiendo un escalofrío muy poco agradable.

—¿Qué? —dijo contrariada por mis palabras.

—No sé. Los tíos como él pueden tener a la mujer que deseen con solo una mirada —apunté pensativa—. No puedo entender por qué me pediría salir después de habernos visto diez minutos.

Puse mala cara. Puede que fueran más de diez minutos, pero eso no era suficiente para explicar que me pidiera salir.

—A ver —dijo poniendo los brazos en jarras—. Hay que tener en cuenta que tú no has salido nunca con alguien que no aprobaran tus estrictos padres. Cualquier tío que se salga un poco de lo normal y lo seguro, queda descartado. ¿Me equivoco? —inquirió como si estuviera riñéndome.

—No, no te equivocas —comenté con cansancio—. Pero debes entender que lo de Matthew no hubiera funcionado ni de broma.

Al menos ese último comentario la hizo reflexionar. Y es que acordarnos del hombre con el que salí hacía unos meses, me hizo pensar que era pésima eligiendo a mis ligues. Resultó ser un entrenador personal que no solo impartía clases, sino que se beneficiaba a todas las mujeres que contrataban sus servicios. Y la verdad era que sus tatuajes tribales por ambos brazos y piernas, no ayudaron a que lo mirara con buenos ojos cuando los descubrí. Claro que era atractivo, y la verdad era que vestido con ropa formal para nuestras primeras cenas, había conseguido pasar por alguien decente… hasta que unas mujeres en el spa que solíamos visitar Holly y yo, hablaron de las hazañas del tío con el que apenas empezaba a salir. Menos mal que no habíamos llegado a acostarnos. Eso me habría hecho sentir otro de sus juguetes y no pensaba tolerar algo así. Me aplaudí mentalmente por ser prudente en ese sentido.

—Venga, no todos los hombres van a resultar unos mentirosos y unos mujeriegos —dijo en voz dulce y comprensiva.

—Claro que no —dije sin convencimiento—. Pero mientras tengan pene, pensarán con él antes que con la cabeza —aseguré con una leve sonrisa.

—Los penes no tienen nada de malo para disfrutar de buenos ratos de vez en cuando —dijo arqueando las cejas. Se puso seria y una mirada calculadora asomó a sus ojos azul cielo—. Si de verdad es tan guapo y lo vas a rechazar, me lo presentas y yo me ocuparé de él —sentenció.

Empezamos a reír a carcajadas y al cabo de un rato pasábamos del tema y charlábamos de otras cosas.

Imaginarme a Ethan saliendo con Holly no me resultaba una idea agradable para nada. De hecho, creía que el simple hecho de pensarlo me estaba poniendo de mal humor, algo que no tenía el menor sentido. Deseché esas tontas ideas y me centré en pasármelo bien con mi mejor amiga. Estaría muy liada todo el fin de semana y no nos veríamos hasta el domingo.

Después de ver una película, sentadas en la amplia alfombra de mi salón mientras cenábamos, la invité a quedarse a dormir; siempre tenía la habitación de invitados preparada para cuando quisiera pasar la noche en casa. Seguía siendo de la opinión de que las fiestas de pijamas no pasaban nunca de moda a pesar de la edad que se tuviera.

Procuramos no trasnochar como la noche pasada, sino, el viernes sería un desastre en lugar de una bendición porque daba paso a unos días de relax. A veces añoraba demasiado el fin de semana, pensé. Y estaba claro que el motivo no eran mis revoltosos alumnos, sino cierto director aguafiestas, que había convertido mi trabajo, mi vocación, en un cometido algo fastidioso demasiado a menudo.



La semana siguiente pasó sin grandes incidentes, aunque Ethan lograba ponerme nerviosa cada vez que nos cruzábamos en los pasillos del colegio. Cualquiera podría pensar que le tenía miedo, algo que nada tenía que ver con la realidad, pero sí que seguía pensando que había en él más de lo que parecía. O al menos eso me decía a mí misma. Quizás era mi forma de auto-convencerme de que no me convenía en absoluto.

Después de mi primera clase tenía un descanso de dos horas hasta la siguiente. No tenía nada importante que hacer en casa, así que pensé quedarme en la sala de profesores y leer un rato, no me hacía falta repasar nada para mi última clase del día, podría tomármelo con calma y eso haría.

Estaba en la cocina preparando un café cuando pensé que ya hacía una semana que Ethan había entrado a trabajar. En ese breve período de tiempo me había pedido salir en dos ocasiones: cuando se incorporó y ese mismo lunes. Nunca me había pasado nada igual, que yo recordara. Nadie había mostrado tanto interés en mí desde Brent. Y desde aquellos tiempos, habían pasado más de cuatro años.

Distraída con mis pensamientos, me sorprendí cuando entraron Ethan, Harry y Tom charlando animadamente. Al verme allí, se callaron de inmediato y no pude distinguir de qué hablaban, pero consternada, pensé que quizás era sobre mí. Desde el primer día se les veía a los tres juntos aunque no creí que tuvieran nada en común; al parecer estaba equivocada. Emily y yo les llamábamos los tres mosqueteros, porque parecía que las veces que les pillábamos juntos, estaban confabulando de algún modo.

Miré a Ethan entornando los ojos. Él me observó con cara de póquer. Muy hábil para ocultar sus sentimientos, pensé.

Traté de parecer interesada en mis asuntos y no en los suyos, miré la cafetera con un gesto que esperaba, pareciera concentrado y no nervioso.

Me di cuenta de que Harry y Tom salieron por piernas en ese momento. Les faltó salir corriendo, aunque lo hicieron tan deprisa que cualquiera diría que estaban huyendo de algo. Cerraron la puerta con un golpe y me quedé algo confusa, sin llegar a mirarle a los ojos.

Ethan se acercó hasta mí y se acomodó en una silla, demasiado cerca. Parecía relajado, aunque me dio la sensación de que solo era una máscara y no estaba tan despreocupado como aparentaba. Casi podía notar que estaba tenso por algo, y me pregunté por qué. No pude evitar sentirme pensativa y un poco inquieta. Siempre me sentía igual cuando él andaba cerca, demasiado consciente de él.

—Oye —dijo mirándome fijamente. Yo hice lo mismo, pero un poco intimidada—, al parecer este fin de semana es el cumpleaños de Miller y nos invita a cenar a un restaurante de la zona. ¿Tú vas a ir?

—Sí, claro —dije mirándole. Le noté interesado y tuve la necesidad de explicarme—. Es una especie de tradición; desde que Miller se instaló aquí, celebramos los cumpleaños de los compañeros todos juntos. Supongo que al principio lo hizo para crear buen rollo entre todos, fuera del trabajo.

—Ah, ¿es que no había un buen ambiente antes? —inquirió con el ceño ligeramente fruncido.

—Sí, bueno… —¿cómo decirle que era muy posible que lo hubiera hecho con la idea de verme fuera del trabajo? Ni siquiera estaba cien por cien segura de eso. Opté por omitir mis sospechas—. Eso creo, al menos yo he tenido buena relación con todos desde que trabajo aquí.

—¿Y eso cuánto es? —preguntó con gran interés.

—Tres años.

Mi escueta respuesta pareció sorprenderle.

—Vaya, es mucho tiempo —dijo pensativo.

—No tanto en realidad —sonreí algo nerviosa, pensando que debí haber vuelto a mi ciudad natal mucho antes, y haber dejado a Miller años atrás. O no haber salido nunca con él. Esa sí habría sido una opción excelente.

—Bueno, yo llevo poco tiempo siendo profesor. Meses en realidad —dijo con una sonrisa.

—¿En serio? Y, ¿a qué te dedicabas antes?

Le miré y de repente me di cuenta de que realmente quería saberlo. Me interesaba conocer más sobre el hombre atractivo con ese sorprendente brillo en la mirada que tenía justo delante. Estaba intrigada, muy a mi pesar.

Se quedó como una estatua, no se movía ni un milímetro, aunque pude notar que sus ojos se volvieron fríos y calculadores. Algo me decía que no me iba a gustar la respuesta, fuera cual fuese. Dejó escapar un largo suspiro y observé que había contenido el aliento cuando oyó mi pregunta. Tragué saliva de forma compulsiva y quise decirle que dejara de mirarme con esa expresión tan seria, tan intensa. No sabía qué demonios escondía en su pasado, o en su presente, pero entendí que tenía miedo de llegar a averiguarlo.

El recuerdo de otra mirada, parecida, tan seria e indiferente, aunque por motivos distintos, me hizo renegar de aquellos que siempre andan ocultando sus sentimientos. Por culpa de algo así, terminé sufriendo, y con un fracaso sentimental que ni me apetecía recordar. Por desgracia, Brent se encargó de que no pudiera evitar rememorarlo cada día, y eso no hizo sino aumentar mi rencor hacia él.

Hice un gesto con la mano para restar importancia, tratando, a la vez, desterrar a algún remoto rincón de mi mente, al más fastidioso de mis ex.

—No hace falta que me cuentes nada si no quieres. Es tu vida…

Mi voz se fue apagando. Él se puso de pie y se acercó, sujetó mi mano con delicadeza haciendo círculos con sus dedos sobre mi muñeca.

—Puede que te lo cuente algún día —sonrió levemente—, pero creo que no es el mejor momento —fue su enigmática respuesta.

Sus ojos volvían a mostrar una expresión cálida. ¿Había imaginado, tal vez, su momentánea frialdad?

—Ya, claro —dije apartándome. No porque no me hubiera gustado sentir su piel contra la mía, sino porque no deseaba que notara lo nerviosa que me ponía.

Aún podía apreciar el cosquilleo que había sentido cuando me tocó. Tenía unas manos suaves y fuertes a la vez. Me hubiera gustado seguir con su contacto e ir un paso más allá, pero ni era el lugar indicado para dejarse llevar de esa manera, ni era el hombre adecuado para mí, por mucho que mi cuerpo pareciera contradecirme.

Para que no notara que me había sonrojado como una colegiala, me di la vuelta y disimulé como pude. Cogí un vaso de plástico y lo llené de agua. Me sentí un poco idiota, ya que lo que había ido a buscar allí era un café que no estaba listo aún. Pensé que lo mejor era alejarme un poco e ir al aseo, donde vaciar el vaso con agua y de paso, serenarme.

Me dirigí a la puerta que se encontraba a pocos pasos de distancia, ya que la cocina era como una caja de zapatos, algo con lo que solíamos bromear entre los profesores.

—Bueno, voy al baño…

No terminé de hablar cuando, al alcanzar el pomo de la puerta, alguien se me adelantó y casi la estampa en mi cara. Di varios pasos hacia atrás para terminar chocando con un pecho firme y unos brazos cálidos y fuertes que me sostuvieron antes de que mi trasero se empotrara con el suelo.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Bryanna con los ojos muy abiertos, llenos de preocupación.

—Lo mismo digo —solté en voz baja, aunque por distinto motivo.

Las manos de Ethan, sujetando mis brazos y su torso pegado a mi espalda, estaban causando estragos por todo mi cuerpo. Solo podía pensar en que se estaba muy a gusto y no deseaba moverme de allí. Pero alguien tenía que estropear el momento, y mi amiga venía directa hacia mí con cara de culpabilidad. Me dieron ganas de decirle que no pasaba nada, que todo era como tenía que ser y que me dejara disfrutar de ese instante. Si bien poco apropiado, era sorprendentemente placentero.

—Por favor, dime que no es café lo que te he tirado por encima —dijo con el ceño fruncido—. O te dejará una mancha horrible en tu jersey.

Se la veía tan preocupada que no se fijó en que aún llevaba el vaso con un resto de agua en la mano y que era imposible que eso dejara mancha alguna. Lo dejé encima de la mesa, separándome de Ethan y de su calidez.

—No, tranquila, si solo es agua —expliqué.

Toqué mi jersey y noté que tenía toda la parte delantera empapada. Apenas se notaba porque el color marrón oscuro lo disimulaba un poco, pero estaba chorreando y antes de que me mojara los pantalones también, me lo quité de un tirón.

—Vaya —me quejé—, no se secará antes de mi clase —dije consternada.

Lo puse encima de una silla y miré hacia donde estaban Ethan y Bryanna, uno al lado del otro. Se habían quedado mudos de golpe y me miraban con una extraña expresión de asombro. Tenían la boca abierta y ni siquiera parpadeaban mientras observaban mi camiseta con interés. Fruncí el ceño preocupada. Llevaba un top de tirantes debajo, así que no era como si me hubiera quedado desnuda delante de ellos.

—¿Qué pasa? —pregunté inquieta.

—Amber, deberías cambiarte… y pronto —murmuró Bryanna señalando mi camiseta.

—Ya lo sé. No puedo estar en tirantes o me congelaré, además…

Iba a decir que también la notaba un poco húmeda, pero eso no era todo. No recordé que, lo que llevaba, era una fina camiseta de color blanco debajo y, tampoco, lo que solían pasarles cuando se mojaban. Se transparentaba toda la parte de mis pechos y revelaba, con todo lujo de detalle, mi sujetador blanco con corazoncitos negros. Era como una radiografía sin necesidad de rayos X. Solté un grito.

Tan rápido como pude, me tapé de nuevo con el jersey, olvidando que estaba tan mojado, que era mucho peor.

—No creo que sea una buena idea —masculló Ethan entre dientes, tan tenso como una tabla.

Lo volví a dejar en la silla y me tapé con las manos y los brazos como pude. No llevaba nada en mi bolso o en el coche para cambiarme. Estaba realmente desesperada y sabía que todo eso podrían verlo en mi expresión.

—¿Y qué propones? —inquirió con sorna. Bryanna le miró con una sonrisa traviesa.

—Se me ocurren unas cuantas cosas —la voz de Ethan se volvió ronca, tan suave como la seda, provocando varias reacciones inapropiadas a mi cuerpo, ya alterado.

El ambiente se cargó de electricidad. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Y yo quise que la tierra me tragara. No podía creer que Bryanna se estuviera divirtiendo con la situación.

—Ya… —nos miró a ambos y la sonrisa de mi ahora “ex amiga”, se acentuó aún más. No me lo podía creer—. Será mejor que os deje solos.

—¿Qué? —grité con desesperación.

Me miró y levantó las cejas. Su insinuación estaba clara.

En cuanto resolviera el problema que tenía entre manos, literalmente, iba a torturar y matar lentamente a mi compañera.

Cuando cerró la puerta al salir, me puse tan nerviosa que empecé a temblar. Ethan se acercó hasta mí con expresión preocupada, pasó sus cálidas manos por mis brazos y con la mano en mi barbilla, me hizo mirarle a los ojos.

—¿Estás bien? —asentí—. Tengo una sudadera en el gimnasio que puede servirte —dijo hablando con lentitud.

Se alejó un poco y sentí de nuevo un extraño frío que nada tenía que ver con las bajas temperaturas del mes de enero, sino más bien con el hecho de que la calidez de sus manos, unos segundos antes, habían dejado una maravillosa sensación en mi piel. Lo que sentía ahora, era algo parecido a la añoranza.

—Gracias, pero no creo que tu ropa vaya a quedarme bien —le dije con una sonrisa nerviosa.

—Tranquila, se la dejó ayer una alumna. Todavía no sé de quién es, pero creo que te servirá de momento —explicó con esa intensa y oscurecida mirada.

—De acuerdo —dije sin más, tratando de no caer rendida a sus pies.

Se marchó. No sin antes lanzar una lenta y escrupulosa mirada a todo mi cuerpo que me hizo hiperventilar. Casi me derretí allí mismo. No solía reaccionar así con ningún hombre y menos con alguien a quien apenas conocía. Pero había algo en él que no conseguía descifrar. Por un lado me parecía demasiado enigmático, por su frío modo de comportarse a veces, y otras, era el clásico hombre decidido y lanzado que no dudaba en ir a por lo que deseaba, o sea yo. Me resultaba increíble combinar todo eso con la calidez que mostraba en contadas ocasiones. No sabía a qué atenerme con él. Era un completo torbellino de contradicciones, lo que menos me gustaba. Prefería los hombres sencillos, que se mostraban tal como son, que no ocultaban secretos… es decir, esos que no existían en el mundo real.

Mientras mi mente divagaba, me senté en una silla y me encogí para ver si de ese modo no cogía mucho frío, o pillaría una pulmonía por llevar la camiseta mojada.

Tener que ponerme una prenda de niña no casaba mucho con mi idea de la moda, pero no me quedaba más remedio que ponérmela. No acostumbraba a llevar ropa deportiva si no era para ir a correr o al spa, pero por un día me conformaría. Por nada del mundo podía ir con la pinta que tenía ahora mismo. Mi mojado jersey marrón tampoco servía.

Al cabo de unos minutos apareció Ethan con una chaqueta de color rosa claro en las manos y me la dio. Se lo agradecí con una sonrisa y me di la vuelta para desvestirme y colocarme la prenda seca. Oí unos pasos que me indicaron que Ethan se marchaba, por lo que me puse manos a la obra cuando la puerta se cerró con suavidad.

Me saqué la camiseta de tirantes y la dejé en la mesa. Metí los brazos en ambas mangas y enganché el cierre delantero de la cremallera. Empecé a subirlo cuando escuché la puerta al abrirse y sin pensarlo, me volví de inmediato para ver quién era. Ethan asomó la cabeza con una perezosa sonrisa en sus labios.

—Por cierto —soltó con deliberada lentitud—, quizás deberías quitarte el sujetador también.

—¿Cómo dices? —espeté sorprendida y contrariada.

Me di cuenta, tarde, de que no había ocultado mi pecho al darme la vuelta. No se me veía del todo, pero sí la unión del sujetador en el centro y una pequeña porción de piel. Después de subir la cremallera y taparme el provocativo sujetador, le fulminé con la mirada.

—Creo que estará mojado también, así que no te enfades, que lo digo por tu bien —su expresión de inocencia no engañaba a nadie—. No quiero que pilles un resfriado —concluyó.

—Muy considerado, pero estaré bien —solté furibunda.

—Como quieras —dijo pensativo—. Nunca me han atraído demasiado los corazoncitos, pero desde hoy he cambiado de idea —soltó una risotada.

Me acerqué a él con decisión y le empujé hasta afuera. Estaba descolocada por su desfachatez y descaro. Menudo sinvergüenza.

—¡Largo! —le grité. Cerré la puerta con fuerza, pero pude oír su risa al otro lado.

Me quedé un instante contra la puerta de madera, intentando que mi respiración se normalizara y mi corazón dejara de latir con tanta fuerza. Parecía que me iba a dar algo.

No sé si me hacía mucha gracia lo que estaba empezando a sentir por Ethan, pero parecía que últimamente, mi cuerpo solo podía reaccionar de un modo a su presencia: revolucionando mis hormonas.

Respiré hondo y subí hasta arriba del todo la cremallera, hasta que tapaba incluso hasta mi barbilla. Tenía que dar una clase en media hora. Ya estaba bien de exhibiciones e insinuaciones por un día.


Espero que lo hayáis disfrutado.

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